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braulio ortiz poole
Aun habiendo probado las mieles de la narrativa en su novela Francis Bacon se hace un río salvaje y en el libro de relatos Biografías bastardas, Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974), periodista cultural del Grupo Joly, es uno de los mejores poetas de su generación. Así lo demostró en libros como Defensa del pirómano y el abrumador Hombre sin descendencia, publicado por la Fundación Lara en 2011. Cuarentena, el volumen recién lanzado por La Bella Varsovia, que su autor presentará este próximo miércoles en la librería Cervantes y Compañía de Madrid junto a Alejandro Simón Partal, viene a confirmar esta posición con una aproximación conmovedora a los desencantos y asideros de la madurez: un campo de batalla resuelto con una serenidad y una limpieza que hacen de Ortiz Poole uno de los grandes.
-¿En qué medida fue la escritura de Cuarentena un proceso terapéutico? ¿Tenía claro a dónde quería llegar desde el principio?
-No, la escritura de este libro siguió más bien un proceso de alumbramiento. Siempre me sucede lo mismo cuando escribo poesía. Al principio, la composición de estos poemas significó para mí cierto bálsamo tras la evidencia de que había cumplido 40 años y algunos proyectos en los que había puesto muchas ilusiones no se habían cumplido aún. Estaba llegando tarde. Pero el mismo ejercicio de afrontar las heridas hizo que se curaran. Fue algo sanador, y a la vez paradójico: a medida que ahondaba en mi impresión de fracaso, más razones tenía para convencerme de que el balance no podía ser sólo una derrota. Había asideros para encontrar al menos una tonalidad de grises. También es Cuarentena una respuesta al ideal común de éxito, contrario muchas veces a la recreación personal. Al final, el libro termina siendo un canto a los elementos positivos de una biografía. Y está bien así.
-En esa crítica al ideal de éxito, con sus rituales de usar y tirar, ¿incurre Cuarentena, tal vez, en cierta poesía social?
-Tal vez. Yo siempre defiendo que cada uno tiene sus propios tiempos para llegar a ser lo que quiere, y eso no se respeta. Aunque, curiosamente, parece que a los creadores se nos exige menos para alcanzar cierto estatus, se nos disculpa un tanto el llegar más tarde que el resto. Lo que a mí me angustiaba era saber que poetas como Sylvia Plath y John Keats habían muerto muy jóvenes después de dejar una obra tan importante, y que Luis Cernuda había escrito un libro tan fundamental para mí como Ocnos justo con 40 años. Así que llegué a Cuarentena con la impresión de que a mi edad debía escribir ya algo más serio, de que todo lo que había hecho hasta entonces no eran más que ensayos.
-Pero, ¿no se abusa aún en la poesía española del mito del poeta como eterno adolescente, del espejo de Rimbaud, como si lo escrito después de los 40 no mereciese tanto la pena, tal vez por ser más sereno, menos ardiente?
-Así es. De hecho, como poeta, me gusta pensar que mi obra entronca con una voz más serena, más lenta, tal vez más cómoda pero al mismo tiempo más hermosa. Eso se va construyendo con el tiempo.
-Precisamente, el poema El pirómano apartó lo combustible, incluido en Cuarentena, parece responder al joven poeta que escribió Defensa del pirómano: "Pero, di, no es el resentimiento / aquello que hoy te mueve / el rencor no es un salvoconducto".
-Sí. La poesía es un ejercicio de aceptación de uno mismo. Cada vez aprendo más a perdonarme.
-¿Le han molestado alguna vez etiquetas como poeta joven o poeta emergente?
-No. Pero sí me ha molestado en algún momento que hablaran de mí como de una joven promesa. Cuando empiezas a escribir crees que todo va a ir más rápido, pero llega un momento en que descubres que todo se ha detenido y comprendes que la joven promesa no se va a materializar nunca. Eso sí, yo he ido siempre por libre; hay gente que lee y alaba mi trabajo y yo se lo agradezco mucho, pero nunca he estado en los focos y eso también me ha mantenido a salvo de las etiquetas.
-¿Y alguna vez ha echado de menos los focos?
-No. Me siento a resguardo en esta posición. Para escribir ciertas cosas resulta preferible el segundo plano. Algunas ideas precisan de la sombra para su desarrollo.
-Alcanzada la madurez, ¿le sigue dando la poesía lo mismo que cuando tenía 20 años?
-Sí. Desde luego. La poesía representa una veneración que se mantiene intacta y que continuará encendida. Es parecido a la música: además de que me gusta muchísimo, siempre disfruto cuando estoy con gente que se dedica a la música, porque percibo en ellos una entrega y una pasión muy grande hacia lo que hacen, hacia la obra. Pues bien, ser poeta es mi mejor manera de parecerme a los músicos. La poesía me permite además sentirme parte de algo, de toda una tradición de individuos en la que puedo reflejarme, y eso me aporta no poca seguridad. Cuando empecé a escribir Cuarentena no quería hacer un libro generacional, pero al final sí que hablo en el libro del tiempo presente, y también de los demás. He querido lanzar un puente hacia los otros.
-¿Se siente entonces parte de una generación como poeta?
-Siento que tengo afinidad con otros poetas a los que leo. Admiro, por ejemplo, a Antonio Lucas y a Elena Medel, y los dos abordan en sus últimos libros, Los desengaños y Chatterton respectivamente, la idea del desencanto. Otro poeta que me gusta mucho, Diego Vaya, ha dedicado su libro Circuito cerrado a la sensación de estafa que compartimos los de su generación. Creo que, en este sentido, hay una noción de fracaso con la que comulgamos varios autores. Pero, más allá de estas coincidencias, yo sigo yendo por libre porque así me resulta más fácil. Me costaría escribir con un corsé consciente respecto a un determinado grupo.
-En Cuarentena hay además una selección de poemas amorosos, un registro que resulta novedoso respecto a su obra anterior.
-Sí. En realidad, ya tuve la idea de escribir este tipo de poesía en Hombre sin descendencia, pero allí me contuve porque consideraba que aquel libro era demasiado íntimo y personal. Sin embargo, después comprendí que lo que estaba haciendo en realidad era levantar un dique y quise rebelarme contra eso. Además, me pareció interesante la posibilidad de ahondar en los sentimientos de alguien de 40 años que se enamora de una persona más joven, y en la valentía que entraña la decisión de afrontar las oportunidades. Cuando escribí estos poemas tuve la sensación de abandonarme en un oleaje que, poco a poco, me iba llevando a la orilla. Y creo que el resultado responde bastante a eso.
-También esos poemas cobran un poderoso aire cernudiano.
-Me gustaría pensar así. Cernuda es para mí un tótem, como poeta y como hombre. Hay otros muchos poetas a los que siento cerca y que están en Cuarentena a través de citas, como Idea Vilariño y Mark Strand. Luis Rosales fue un descubrimiento tardío pero fundacional: de hecho, Cuarentena no se parece más a La casa encendida porque me contuve a tiempo.
-¿Y para qué más se contiene usted cuando escribe?
-A veces tengo que pisar el freno para no parecer un poeta místico. De hecho, descarté algunos poemas del libro porque derivaban a un tono más metafísico y prefería mantener los pies en el suelo.
-Y sin embargo, los últimos versos del libro apuntan justo en esa dirección: "No todo se ha acabado. / Hay que buscar un dios para este tiempo".
-Mi poesía proyecta de forma inevitable la religiosidad de mi formación. Sonará extraño, pero esto es un desafío en el ideario de alguien de 40 años. Como una puerta a la esperanza tras el dolor.
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