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Por fin se puede admirar de cerca el cine barroco y alucinado de Anger, por fin de manera directa, y no vicaria en los fotogramas de Malas calles de Scorsese o American Graffiti de Lucas, en el cine de Warhol o hasta en las composiciones más extáticas de tres modernos alemanes, los radicales Fassbinder y Schroeter y el romántico Syberberg.
Kenneth Anger, figura indispensable del underground estadounidense (a la altura de camaradas como Deren, Markopoulos o Brakhage), es uno de esos artistas resarcidos por el cine, herramienta ni que pintada para la traducción de sus principales inquietudes, concentradas en el ocultismo, la magia, lo sagrado y la mitología: la máquina que graba y proyecta es para Anger la que funda la ceremonia en la que se invocan los espíritus, luciferinos en el caso del de Santa Monica. Hablamos, evidentemente, de un fuerte delirio, uno enraizado en los propios mitos del cine, que tienen a otro mago, Méliès, como el primero que buscó descentrar la imagen impresionista y pictórica de los Lumière. El caso de Anger, también perfeccionador de fantasmagorías, es el de un pionero de la vanguardia que fue floreciendo a lo largo de décadas de ciega entrega artesanal. Esta doble compilación nos lo muestra, al principio de su carrera, en la fundacional Fireworks (1947) o en Eaux d'artifice (1953), como un autor que mide las fuerzas del medio: si la primera recuerda mucho a Cocteau, cuya La sangre de un poeta recorre la apuesta angeriana, y precede al homoerotismo sádico del Genet de Un chant d'amour, la segunda entraría en la constelación de las grandes obras vanguardistas que arriban a la abstracción desde los ritmos de objetos reales (el trazo podría partir del Joris Ivens de Regen o el Valdelomar de Aguaespejo granadino). Ambas, como Puce moment, ejemplos del llamado filme de trance que inaugurara Maya Deren con Meshes of the afternoon, un cine en el que las figuras y la narración mediaban en la plasmación lírica de la subjetividad del artista en la pantalla. El interior del creador encontraría la definitiva traducción en sus trabajos más significativos y complejos: Inaguration of the Pleaure Dome, Scorpio Rising, Invocation of my Demon Brother y Lucifer Rising. Los arquetipos mitológicos (los que reinventaría Hollywood en clave popular) se dan cita en encuadres de exceso sensorial desde los que la apología de la destrucción se entiende como sueño de renovación.
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