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Pesadillas para Navidad antes de Burton

Charles Dickens tenía por costumbre enviar cuentos de fantasmas a distintas publicaciones al llegar las fiestas navideñas. Impedimenta publica una selección de estas historias en 'Para leer al anochecer'

El escritor británico, trabajando en su despacho según muestra un antiguo daguerrotipo.
El escritor británico, trabajando en su despacho según muestra un antiguo daguerrotipo.
Pilar Vera

24 de diciembre 2009 - 05:00

La Inglaterra decimonónica, proponiéndoselo y sin proponerselo, ofrecía escenas de auténtico apocalipsis: el mundo del smog, de los tribunales que dejarían temblando a Franz Kafka, del lumpen tremendo, de los asilos inclasificables, de la pobreza incontinente -tanto como la tuberculosis o el cólera-, de la moral pacata y amordazada. El patio de juegos perfecto para crear, literal y literariamente, émulos de Jekyll & Hyde.

Un caldo que daba, además de material suficiente para el escándalo y la denuncia, imágenes únicas a la hora de elucubrar historias inquietantes. Charles Dickens fue fiel a ambas cosas: a la denuncia social y a los cuentos de fantasmas, género que incluía, como un bonus-track, en muchas de sus novelas, y con el que cumplía invariablemente cada Navidad -ya fuera en su propia revista, Household Words, o colaborando con otras publicaciones-.

Para leer al anochecer, la selección realizada por Enrique Gil-Delgado y Marian Womack para Impedimenta, recoge precisamente algunos de los relatos de terror que el escritor inglés fue firmando en distintas cabeceras. Una tradición -la de mezclar Navidad e historias truculentas- que antecede al propio Dickens en tierras británicas. "La Navidad era la única fecha del año en la que toda la familia conseguía reunirse -comenta Marian Womack-. Había que divertirse alrededor del fuego, y ¿qué mejor para ello que contar relatos de fantasmas y maldiciones?".

Del suculento caldo que pintaba el mundo que tenía alrededor, Dickens fue tomando para sus cuentos de misterio imágenes ciertamente evocadoras: los encuentros fortuitos en un tren, la luz del guardavías que aparece y desaparece en la niebla, las aisladas casas solariegas, los inquietantes tribunales de justicia. En ningún momento tenemos, sin embargo, la sensación de estar ante un alma supersticiosa: Dickens parece dejar claro que los cuentos de fantasmas son un noble entretenimiento para la época del año que más amaba -como vemos en Fantasmas de Navidad- y que constituyen, además, un ejercicio más que aconsejable, pues consiguen que lleguemos a reírnos de nuestros propios temblores, del temor último. Hay cuentos en los que parece hacer parodia del género -como en El letrado y el fantasma o incluso en La casa encantada, donde comienza haciendo mofa del movimiento espiritista-. Otros cuentos, por ejemplo, como El fantasma en la habitación de la desposada, hacen gala de un terror inusitadamente moderno, con una historia que mezcla, a ojos actuales, una ambientación digna de Cumbres Borrascosas y personajes sacados de alguna entrega de terror nipona.

"Con esta colección, de alguna forma -explica Marian Womack- hemos querido ir contra el tópico y presentar el lado más oscuro de la Navidad dickensiana: buscar el contracuento de Navidad. En realidad, Para leer al anochecer tiene historias rarísimas. Por ejemplo, La casa encantada podría considerarse el anticuento navideño".

Trece historias que vienen a descubrirnos, según la traductora, la escritura de un Dickens "desconocido y muy moderno, con un estilo al que estamos poco acostumbrados y que sorprenderá, incluso, a quienes conozcan bastante la obra de Charles Dickens".

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