Al microscopio
Ana Villaescusa
La violencia más cruel
El balcón
LA concatenación de delitos urbanísticos , el último de ellos el socialista de Estepona, evidencia que la corruptela no conoce colores ni hace distingos y que la tentación de trincar, allá donde se pueda, no es patrimonio exclusivo de una clase determinada de individuos sino que se extiende y se manifiesta por todas partes.
Es la nueva cultura del pelotazo, una versión más amable que parece que tiene la doble virtud de ampararse en el apoyo popular, que se manifiesta en las urnas, y en la convicción, dados los precedentes, de que arriesgarse merece la pena.
El que escribe esto era de esos que defendía a capa y espada, quizás por los devaneos inevitables de la juventud, de que el pueblo siempre tiene razón, Que en un sistema de libertades el voto era el colmo y que los ciudadanos en su globalidad debíamos someternos al mismo con fe y sin ánimo alguno de respuesta a sus dictados. La fe en el sistema y la inquebrantable confianza de que a través de él levantábamos el edificio más justo y seguro se ha ido convirtiendo en una convicción débil que se desmorona con el paso del tiempo.
Me pregunto realmente si cada vez que surgen casos tan imponentes de corrupción como los de Marbella o Estepona no estamos a su vez sembrando de espinas la propia esencia de la democracia que, visto lo visto, se defiende muy mal y muy lentamente de los sinvergüenzas y de los explotadores.
¿Cuáles son las garantías que tienen los honestos para saber que los delincuentes serán cogidos a tiempo y que serán castigados por sus hechos? Cuesta, por pudor, referirse a los acuerdos judiciales de Marbella y rima con indignación la información de los precedentes y las denuncias que existían en Estepona sobre el modo de actuar de su alcalde, concejales, funcionarios e industriales.
La rentabilidad política de un alcalde bajo sospecha importó siempre más a los partidos para su sostén que su inmediata expulsión del mismo. La evidencia de la corruptela no fue nunca objeción para que las urnas no se pronunciaran a su favor y el pueblo que los votó se conformó siempre con repartirse el botín: un parque, una fuente, una ciudad limpia y segura para nosotros y engorde de la bolsa para ellos.
Estamos convencidos de que después de Marbella y de Estepona el reguero se ha de extender aún más lejos, o más cerca según se mire. La judicialización de la política, no es más que una manifestación de que algo se cocina en la trastienda de algunos ayuntamientos y que el olor, el mal olor que desprende, sólo nos llega a tufos por el triste espectáculo de unos partidos políticos dirigidos por individuos consentidos y anclados en sus propios intereses y por una justicia lenta, remisa y sin recursos que mantiene a algunos en una poltrona que desde hace mucho tiempo no les correspondería ocupar.
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