Francisco Linares

Caza de brujos

St. Rémy

08 de junio 2010 - 01:00

YO estudié la carrera de Derecho muy pocos años después de la muerte de Franco. Acabábamos de salir de la dictadura y frente a los principios represores que habían imperado en el régimen anterior se nos enseñaba que el Ordenamiento Jurídico tenía que ser un conjunto de normas que estuviera al servicio del hombre, que sirviera para regular una convivencia en paz, donde imperaran los principios de justicia, libertad, equidad. El ciudadano no tenía que tener miedo a las leyes, pues habían dejado de ser unos instrumentos de represión; el Código Penal, el castigo eran el último recurso, la medida excepcional; era el imperio de la Presunción de Inocencia; se nos repetía incansablemente que "mejor cien culpables en la calle que un inocente en la cárcel"; se nos explicaba que eran más útiles las medidas de educación, de integración social que la justicia punitiva. Yo era joven, romántico, idealista, quijote y me lo creí. Y como era tierno, tallaron esos principios en mi mente de jurista y lo hicieron de modo tan profundo que, a pesar del tiempo transcurrido, de los muchos años que ya estoy cumpliendo, de los desencantos sufridos, de los desengaños experimentados, aún sigo creyendo en aquel Derecho bueno y abominando al Estado represor, al que prohíbe, al que controla, al que lo castiga todo.

Lo recordaba y me sorprendía que aquellos que odiaban tanto al régimen franquista y me enseñaron esos principios, los hayan olvidado tan pronto cuando han alcanzado el poder, cuando son ellos los que establecen las leyes y las usan como instrumentos de represión, de castigo y de control.

Y me acordaba de todo esto mientras leía que la semana pasada se batieron todos los récords de muertes por violencia de género en España, y me lamentaba por la inutilidad de estas normas que regulan dicha violencia y que no son capaces de evitar que día tras día, año tras año, aumenten los dramáticos casos de agresiones en el seno de la familia y que, además de inservibles, son abusivas, desmedidas, coercitivas, discriminatorias, intolerantes e injustas.

Y me indignaba por los miles de inocentes que han sido detenidos, castigados y encarcelados como consecuencia de denuncias falsas, propiciadas por estas normas que conforman la Ley Integral contra la Violencia de Genero y que ha ocasionado una situación de "caza de brujas", donde todo hombre es sospechoso y la inocencia hay que demostrarla; donde la cobardía de algunos jueces, su renuncia a su independencia y su sometimiento al poder establecido y a lo "políticamente correcto", está dando lugar a muchos casos de persecución sesgada e injusta de hombres denunciados interesadamente por sus mujeres.

Me enseñaron cuando era estudiante, que las leyes injustas convierten en víctimas a los transgresores y en déspotas a quienes las imponen. Me lo explicaron cuando era joven y todavía me lo creo.

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