Antonio Pérez Girón / Cronista Oficial De San Roque

Díez Alegría y el movimiento Cristiano progresista

OPINIÓN

27 de junio 2010 - 01:00

PARA algunos jóvenes del tardofranquismo fue una suerte haber sido amigos del sacerdote navarro Juan José Olite. Su recuerdo se aviva ahora tras conocer la muerte de José María Díez Alegría, jesuita y teólogo expulsado de la orden del santo de Loyola, tras la publicación de su libro Yo creo en la esperanza. Una obra que algunos tuvimos la oportunidad y el privilegio de conocer de la mano de Olite, destinado en la parroquia Santa María la Coronada. Díez Alegría ya se hallaba en España tras ser expulsado por el Vaticano de la Universidad Gregoriana, y se fue junto al padre Llanos, a luchar por los pobres en el marginal Pozo de Tío Raimundo.

Ellos no se identificaban con una Iglesia que no sólo había respaldado y legitimado a la dictadura, sino que estaba presente en la vida pública de una manera hegemónica. El Concordato firmado por el Estado español y la Santa Sede hacía un reconocimiento expreso de la Iglesia como "sociedad perfecta" y el propio Jefe del Estado contaba con el privilegio de intervenir en el nombramiento de obispos. Sin embargo, la celebración del Concilio Vaticano II, puso en entredicho al régimen español, pues ofrecía a la Iglesia española la oportunidad para acabar con el nacional-catolicismo. En definitiva, los postulados de Roma chocaban claramente con los del franquismo. El Concilio defendía los derechos de las personas que la dictadura negaba.

En el Campo de Gibraltar el movimiento de curas contra el franquismo, estaba representado por Andrés Avelino González, Ramón Pérez y Manuel Gaiteiro, quienes habían abierto en Algeciras la iglesia de la barriada de Pescadores a los obreros. En la Estación de San Roque se encontraba Damaso Piña.Y en San Roque, el Club Parroquial, con la presencia de Olite, constituyó un verdadero centro de oposición.

En realidad el movimiento cristiano opositor no había nacido en San Roque con el Club Parroquial. Al menos, con una conciencia diferente había prestado apoyo a manifestaciones culturales de un grupo de jóvenes. La Casa de Ejercicios Cristo Rey, constituyó el soporte de estas actividades. Y ello fue posible por el compromiso de las monjas seglares Hortensia y Estrella, a cuyo cargo estaba el edificio. Desde 1968 hasta 1971, estas dos religiosas no sólo prestaron las instalaciones para ello, sino que se involucraron decididamente con el grupo de teatro Ciclo Cultural de San Roque, que, alentado por la profesora canaria de literatura Esperanza Alcón, estaba formado por estudiantes de la localidad pertenecientes al instituto de bachillerato de La Línea. El grupo practicó un teatro de autores comprometidos, primero con lecturas, y luego con interpretaciones en el salón de la Casa de Ejercicios. El tragaluz, de Buero Vallejo, Las moscas, de Albert Camus; Acto sin palabras y La última cinta de Samuel Beckett, fueron algunos de los trabajos. Aquel club teatral comenzó a tener problemas cuando salió de su habitual escenario sanroqueño. Al inicio de la escenificación en el colegio Salesianos de La Línea de la obra de Camus, Los justos, la policía interrumpió la obra y los actores fueron a Comisaría.

Esta situación era el reflejo de las ideas basadas en movimientos como Cristianos por el Socialismo y la Teología de la Liberación, referente para muchos jóvenes de la época.

Criticados por los sectores conservadores de la Iglesia, quienes apostábamos por ese compromiso de cambio no propugnábamos una filosofía materialista economicista. Tampoco admitíamos una explicación de la historia en términos exclusivamente estructurales. No se trataba de aceptar el marxismo sin reservas y no se asumía en su totalidad dicho pensamiento, que era valorado como instrumento de análisis. Era una forma de vivir la fe, dirigida a la consecución de una sociedad más justa.

Y en este sentido, iba más allá del pensamiento marxista. Como se demostraría años después el marxismo se desentendía de nuevos aspectos, y que un teólogo como Leonardo Boff, centraba en la cultura de masas, la dimensión femenina o la ecología. El marxismo se centraba en el proletariado y olvidaba el subproletariado, un mundo más pobre y olvidado, el de la marginalidad más extrema.

Díez Alegría continuó hasta su muerte siendo fiel al compromiso con el mensaje más netamente cristiano. Tanto es así que, con la absoluta libertad de la que siempre hizo gala, declararía en una entrevista, "Dios no cree en el Vaticano".

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