Narcolanchas en Cádiz: El peligro viene del mar
Sucesos | Tráfico de hachís en el Estrecho
Pese a estar prohibidas desde 2018, las gomas siguen proliferando en el litoral andaluz
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Desde que en octubre de 2018 el Gobierno prohibiera las narcolanchas es prácticamente imposible ver alguno de estos monstruos marinos atracado en un puerto gaditano. Incluso han abandonado sus guaridas en el Guadarranque, en otros puntos del Campo de Gibraltar o en naves cercanas al Guadalquivir, donde se refugiaban tras traer chocolate desde Marruecos, y prefieren mantenerse alerta en alta mar. Se pasan la vida al pairo a unas millas de la costa con sus tres tripulantes a bordo. Esto ha dado origen a un nuevo negocio dentro de esa gran factoría del delito que conforman los clanes que operan en el Estrecho: la logística.
Hay que entender varias cuestiones básicas en el funcionamiento de estos bichos de 14 metros de eslora, cinco toneladas de peso y hasta cuatro motores fueraborda que les confieren la potencia de un jodido Fórmula 1. Para empezar, los motores nunca se apagan, siempre están al ralentí. No sólo por si aparece de repente una patrullera que pretenda echarles el guante, sino porque no hay batería capaz de arrancar la máquina una vez que se lleva unas horas dormida.
Las narcolanchas están siempre a la espera de esa llamada que les avisa de que no hay moros en la Costa y que otros moros, los que controlan el negocio, tienen toneladas de hachís dispuestas para inundar el mercado europeo.
Pero para subsistir en un medio tan duro como el mar se requiere que alguien les facilite todo lo necesario. Para ello están los petaqueros, que les llevan gasolina, pero no sólo se requiere combustible. “A veces se les estropea un motor y les llevan un mecánico capaz de arreglarlo sin necesidad de ir a tierra”, comenta un guardia civil bien informado.
Normalmente las tripulaciones, formadas por el piloto, el gepero (encargado del GPS), y un marinero, se sustituyen cada dos o tres semanas. La organización lleva al relevo desde tierra con víveres, ropa seca y lo que necesiten y recoge a los anteriores. Muchas de las narcolanchas que operan actualmente cuentan hasta con una antena de Starlink que les facilita tener conexión a internet de banda ancha. “Así los chavales pueden ver Netflix y no aburrirse tanto”, dice socarrón un guardia. Al menos siempre que no se alejen mucho de la costa. “A veces se adentran bastante. Podemos encontrar narcolanchas paradas en medio del mar a 12 millas de la costa pero también a 60. Por eso, cuando hay mala mar buscan refugio en zonas más cercanas”, dice el agente, trayéndonos a la memoria las terribles imágenes vividas en el puerto de Barbate, donde dos guardias civiles perdieron la vida cuando uno de estos monstruos destrozó la pequeña zodiac en la que habían salido a tratar de identificarlos.
Algunos narcos cuentan con una impresionante adaptación al medio marino. Por ello se dan circunstancias ciertamente difíciles de creer, como, por ejemplo, que un vecino de La Línea fuera detenido recientemente en las costas de Senegal cuando preparaba un alijo después de estar la friolera de cuatro meses sin pisar tierra. Cuatro meses a merced de las olas, durmiendo a la intemperie, únicamente protegido por una pequeña tienda de campaña y unos sacos de dormir. Cuatro meses, eso sí, acumulando portes de hachís, y probablemente algo más que hachís, a tenor de donde fue apresado (la Ruta Africana de la cocaína que llega desde Colombia), y sumando miles de euros por su labor. En este caso la embarcación pudo ser interceptada por un buque de la Armada francesa que hacía labores de vigilancia en las costas del país africano. Por lo que se cuenta entre la Guardia Civil, este linense tiene el récord de permanencia en una goma. Que se sepa, claro.
Lo que sí reconocen los expertos en la materia es que las narcolanchas son imposibles de alcanzar en el mar. La última moda es equiparlas con cuatro motores, cada uno de ellos de 350 caballos. 1.400 caballos (un Fórmula 1 puede tener en torno al millar) que las ponen a 65 nudos, unos 120 kilómetros por hora en el mar. Un auténtico peligro para sus tripulantes y para quienes las persiguen. “A esa velocidad chocas con un boquerón y saltas por los aires”, dice un guardia con retranca gaditana. Actualmente se están haciendo motores en Japón de 450 caballos, aunque los narcos no se deciden a utilizarlos porque son menos fiables que sus hermanos pequeños.
La nueva norma de mantener las gomas alejadas de tierra tiene una explicación sencilla. Hasta 2018 los narcos no le daban mayor importancia a perder una de ellas, se compraban otra y en paz. Sin embargo, desde que el Consejo de Ministros aprobó un decreto ley por el que se adoptaron “medidas de lucha contra el tráfico ilícito de personas y mercancías en relación con las embarcaciones utilizadas”, la incautación de estas embarcaciones suponen un auténtico contratiempo para estas mafias.
En la redacción de dicho decreto se señaló que “estas embarcaciones suponen un riesgo constante para la seguridad marítima”, algo que se demostró recientemente en Barbate. “La propia acción de las fuerzas encargadas de la represión de estos ilícitos en la persecución de estas embarcaciones exige a menudo la asunción de importantes riesgos para la seguridad de los tripulantes y de las embarcaciones, ante las arriesgadas maniobras evasivas que habitualmente llevan a cabo los pilotos de las semirrígidas que han llegado a ocasionar accidentes con pérdida de vidas humanas”, recalcaba entonces el Gobierno.
Una narcolancha puede costar unos 300.000 euros. Cada motor ronda los 30.000. Y además está la embarcación propiamente dicha. Actualmente se fabrican en Portugal, donde no está prohibida su construcción. De hecho, algunos de los más importantes astilleros que se dedicaban a esta tarea trasladaron sus factorías al país vecino en cuanto le vieron las orejas al lobo. Primero fueron los gallegos, los amos del negocio desde los 90, pero ahora le han seguido incluso empresarios que estaban instalados en nuestra provincia. Uno de ellos, natural de San Fernando y que regentaba un negocio náutico en el Polígono de Tres Caminos, fue detenido en 2018 en la denominada Operación Festejo por fabricar las narcolanchas que utilizaba el clan de Los Pantoja para traer droga desde Marruecos hasta Sanlúcar y Algeciras. La Guardia Civil le imputó varios delitos, entre ellos el de blanqueo de capitales provenientes del narcotráfico, por lo que fue condenado a seis años de prisión. Una vez cumplida su pena fue puesto en libertad y la Benemérita no tiene dudas de que se ha mudado a Portugal con los moldes que utilizaba para realizar las embarcaciones.
Cuentan algunos guardias civiles que cuando fueron a detenerlo tenía aún embalados seis motores Yamaha que había comprado directamente en Japón. “Es complicado –tercia otro agente–, porque tú tienes un negocio y te compran un motor, y ya luego te dicen que se lo pongas a una embarcación. ¿Qué les vas a preguntar que para qué quieren la lancha? Es como si los concesionarios de todoterrenos preguntaran si esos vehículos van a ser utilizados para transportar fardos de hachís. Ellos lo que quieren es vender, y cuantos más motores, mejor”.
Recuerdan los agentes que hubo un momento que desde Marruecos se compraron tantos motores fuerabordas que dejaron sin existencias a Yamaha y Suzuki. “Esta gente es exagerada para todo. La tele, la más grande; el jacuzzi, el más grande; la casa, que se vea de lejos; el coche, que casi no quepa en el garaje… Les gusta ostentar”.
Las semirrígidas se dividen en tres partes: proa, centro y popa. El narcoastillero de Puerto Real utilizaba como material principal la fibra de vidrio, al ser fácilmente moldeable, ligero y resistente. Se utilizan moldes reutilizables para dar forma una y otra vez a las diferentes piezas que se necesitan para su fabricación. El precio final puede variar entre los 80.000 y los 180.000 euros. Según la Guardia Civil esta cifra se amortiza con un par de viajes cargados de material.
Las narcolanchas pueden recorrer la distancia que separa Marruecos de Cádiz en poco tiempo, pero igualmente son capaces de plantarse en Almería en unas horas. “Son como cohetes que se deslizan sobre el mar, un peligro para la navegación, para ellos mismos y para quienes tienen que perseguirlas”.
Actualmente, el punto más caliente del litoral gaditano es la desembocadura del Guadalquivir. La Guardia Civil reconoce que es imposible atrapar estas narcolanchas. A veces el helicóptero las detecta, se acerca, pero les da igual. Se tapan la cara y siguen a lo suyo. Llegan a hacerles peinetas a los guardias o a grabarlos con sus móviles en actitud amenazante. Son escenas que pueden verse en cualquier punto del litoral andaluz. A plena luz del día. Sin esconderse. “El otro día descubrimos una narcolancha parada en una orilla de difícil acceso del río. Los compañeros se posaron en la otra orilla con el helicóptero, pero ellos los saludaron con la mano y siguieron a lo suyo. Terminaron de arreglar lo que estaban haciendo y se largaron”, cuenta otro agente, que asegura que las hay que llegan hasta La Algaba. En la provincia de Sevilla se sienten todavía más seguros. Cuanto más al norte alijen mejor para ellos. La sacan en coches cargados. A veces hasta paran a tomarse un bocadillo en un bar de carretera. Con 800 kilos de hachís en el coche. Como el que viene del Ikea con un mueble para guardar zapatos. Es un negocio que genera tales beneficios, y del que viven tantas miles de personas, que es muy complicado de frenar. Y más si el hachís viaja a bordo de monstruos veloces.
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