Nunca te sueltes | Crítica
No te sueltes cuando el mal acecha
Sevilla/El paso del tiempo ha acabado confiriendo al llamado rock andaluz, escurridizo desde su misma denominación, un espejismo de cohesión que en sus años de esplendor -no muchos, pero de enorme peso en la memoria sentimental colectiva por estas tierras- en realidad no llegó a tener. Lo habitual, por otro lado, cuando se aplica la lupa a cualquier corriente o movimiento expresivo: normalmente sólo cuando se ha subido un buen trecho de montaña comienza uno a ver el bosque en vez de árboles diferenciados entre sí. Algo parecido a ese viaje, con la necesaria distancia, propone Ignacio Díaz Pérez en Historia del rock andaluz. Retrato de una generación que transformó la música en España, un libro -más reportaje de largo aliento que ensayo- que acaba de publicar la editorial Almuzara con la colaboración del Centro de Estudios Andaluces.
"Quise hacer un libro muy directo, que se leyera con facilidad y fluidez, con mucha información en cada página, pero que no fuera necesario tomar notas, ni interrumpir la lectura para consultar esto o aquello. Hice muchas entrevistas y me documenté para, a partir de ese material, componer una especie de retrato impresionista del fenómeno. Yo no pretendo ser un experto en música, ni siquiera en rock, por lo que me interesaba, sobre todo, contar un relato. Es un gran reportaje pero es también un relato: desde la primera página a la última, todas van sumando. Al final, se ve la fotografía completa", explica el autor, periodista sevillano de largo recorrido, primero en Diario 16, después en El Mundo, durante muchos años, y ahora en Publicaciones del Sur.
Unidos indiscutiblemente sólo por su origen geográfico, durante los años 70, muy especialmente en el segundo tramo de la década, un puñado de grupos sortearon las ortodoxias -en consonancia con una época en la que la libertad se pedía a gritos y con fundadas esperanzas- y bañaron distintas formas del rock anglosajón de la época en ritmos, armonías y melodías de la cultura autóctona, ya fuera un flamenco más o menos riguroso, efluvios de la copla o, en general, el soniquete familiar de las expresiones populares andaluzas. Cado uno, eso sí, lo hizo a su manera. Unos desde la psicodelia, otros más próximos al blues. Éste partiendo del jazz-fusión en la onda de Weather Report tan en boga en aquel entonces. Aquél apoyándose en el rock progresivo o sinfónico. Allí, ecos de exotismo arábigo-indio. Allá, con el mismo espíritu hippie, ecos de una bulería... De modo que antes de seguir, y parafraseando aquel emblemático título carveriano, se impone la pregunta: ¿de qué hablamos cuando hablamos de rock andaluz?
"Podemos hablar de esa mezcla del rock anglosajón, sobre todo del rock progresivo de los 70 de King Crimson o Pink Floyd, con el flamenco y la música de raíz española en general -dice Díaz Pérez-. Pero con esos ingredientes, mezclados en distintas proporciones, pueden salir muchas cosas. Y lo cierto es que cada banda aportó algo: Triana, el rock sinfónico; Alameda, la copla y la tradición clásica española, cosas de Granados por ejemplo; Medina Azahara, el rock más duro al estilo de Deep Purple; Cai, el jazz; Imán Califato Independiente, la experimentación; Guadalquivir, composiciones exclusivamente instrumentales... Cada una de ellas contribuyó a configurar las características del conjunto. La variedad es grande, porque ahí están también Veneno, Pata Negra, Lole y Manuel... Pero, como hay que delimitar el terreno, yo creo que al final todos entendemos que el rock andaluz suena a Triana, a Alameda, a Medina Azahara, a Imán Califato Independiente, a Cai...".
Un viejo y recurrente debate con respecto al rock andaluz tiene que ver con los orígenes. Debate que en el fondo no deja de ser bizantino: ¿cuándo una música es ya esto y no aquello? ¿En qué momento exacto termina el día y comienza la noche? Casi siempre el punto sólo se puede fijar a posteriori, y el autor de Historia del rock andaluz... traza la frontera inaugural en El patio, el álbum con el que debutó Triana, en el año 1975. "Hay antecedentes importantes como Flamenco, el grupo que formaron en Sevilla los hermanos [José Luis y Manolo] Garrido, o Rock Encounter, el disco que grabó Sabicas [en 1970, junto a Joe Beck], pero son eso: antecedentes. Hay quienes consideran que Smash inició el rock andaluz con El garrotín, pero yo soy de los que piensan que El garrotín fue más bien lo último que vino antes del rock andaluz. De hecho, el tema fue un experimento que funcionó muy bien comercialmente, pero al grupo no le vino bien, porque significó prácticamente su final. Yo creo que quienes lo inauguran realmente son Triana. Junto con Goma, por cierto, porque ambos grupos grabaron sus primeros discos prácticamente al mismo tiempo... Pero el pistoletazo de salida lo dio Triana. El sonido que hoy todo el mundo reconoce como propio del rock andaluz lo definió en gran medida Triana", zanja por su parte el periodista.
Y entramos en el apartado de los nombres propios. No en vano, puntualiza Díaz Pérez, "éste es no es un libro de música, sino de músicos". "Habla de las personas que dieron forma a todo aquello, de las necesidades que tenían, de sus aspiraciones, de sus inquietudes. De eso trata para mí el libro, no de un análisis muy técnico o de cuánto de la música de Jimi Hendrix o de Frank Zappa hay en tal o cual disco", aclara. Fallecido el 14 de octubre de 1983 en Burgos, víctima de un accidente en la carretera cuando viajaba a Madrid después de un concierto en San Sebastián, Jesús de la Rosa, compositor, cantante, teclista y carisma sin parangón de Triana, se convirtió con sólo 35 años en la figura trágica, en el caído más llorado del rock andaluz. "Sin él todo habría sido diferente, está claro. Si Jesús de la Rosa le dio un sello a Triana, que se lo dio, Triana le dio el sello a todo el movimiento", dice el autor, que en el libro -estructurado en capítulos en su mayoría breves y acompañados de material gráfico- se detiene con especial prodigalidad en la historia de la banda sevillana y en la profundísima huella que dejó De la Rosa, quien antes de cruzarse con Tele Palacios y Eduardo Rodríguez Rodway, en una época que pasó en Madrid, "se presentó a una prueba para entrar en Los Bravos después de que se fuera Mike Kennedy, y le dijeron que no servía porque tenía demasiado acento andaluz".
"En un primer momento, a Triana en Madrid no les hicieron demasiado caso. Se pasearon por las distintas compañías discográficas, pero casi todas corrieron a meter la grabación que les llevaron en el cajón. Sólo después de que su éxito comenzase a ser arrollador, a base del boca a boca de los aficionados y de llenar una y otra vez sus conciertos, las discográficas reconsideraron su postura y se dieron cuenta de que esa música tenía un mercado importante. Sin Jesús de la Rosa, el rock andaluz habría sido diferente. Pero hubiera sido, también estoy convencido de esto. Igual que hubiera existido sin Gonzalo García-Pelayo, por ejemplo, aunque es evidente que también fue una figura trascendental, al ejercer de ideólogo y poner en marcha la serie Gong, que fue la puerta de entrada al mundo discográfico para muchos de estos grupos, a los que las discográficas grandes tampoco les hacían caso", añade el periodista, que aborda en el libro a otras figuras "fundamentales" en similar medida para él: entre ellos, Pepe Roca, cantante "y alma" de Alameda, y los hermanos Manolo y Rafael Marinelli, encargados de los teclados en la misma banda a caballo entre Huelva y Sevilla; Antonio Smash, que tras la disolución del grupo que adoptó como segundo nombre -con el grabó en 1970 un disco hoy tan legendario como Glorieta de los lotos- "estuvo en todos lados y con todo el mundo"; o Manuel Martínez, el vocalista de Medina Azahara, grupo cordobés que comenzó bajo el influjo de bandas como Deep Purple o Uriah Heep para ir deslizándose paulatinamente hacia el heavy de piñón fijo, "un tipo que lleva 40 años subido a los escenarios y, según cuenta, no ha tenido en todo ese tiempo un mes seguido de vacaciones".
Sostiene Díaz Pérez que el valor principal de Historia del rock andaluz... reside en el hecho de que, pese a que se hablado y escrito mucho sobre aquella época y aquella música y sobre grupos o discos por separado, sin embargo "no existía un libro que retratara el fenómeno en su conjunto". "Además, con los testimonios de los propios protagonistas. Éste era un libro que había que hacer, si se hubiera esperado 10 ó 15 años...", dice dejando en el aire la edad avanzada de muchos de ellos. "Del rock andaluz se ha escrito siempre a posteriori -continúa-. El primer disco de Triana vendió en su momento 19 copias: si alguien escribió en aquellas primeras semanas alguna crítica, podemos aventurar que sería mala". Pese a ello, cuenta el autor del libro, estos grupos tocaron por toda España con la mayor naturalidad: "Y fuera de Andalucía no se percibía como una cosa meramente andaluza, o como algo extraño a ellos. Era rock en español, rock de calidad, una música que quería ser nueva pero partiendo de su raíz española. Sólo unos años después, cuando surgen otros movimientos territoriales como el rock radical vasco o la Movida, empieza a hablarse de rock andaluz y se hacen ya esas contraposiciones regionales. Pero en su momento Triana hacía llenazos en escenarios como el parque de atracciones de Madrid o el estadio de Montjuic en Barcelona y compartía cartel con Serrat, la Orquesta Mondragón o Alaska. Es decir, que estaban todos juntos, no había ningún compartimento estanco".
Para cuando murió Jesús de la Rosa, dice Díaz Pérez, "el rock andaluz ya había vivido su época de mayor esplendor". Pero el comienzo del fin llegó incluso antes, con la irrupción de la Movida y el choque generacional que implicó. "Fue un fenómeno superpotente", reflexiona sobre la tan cantada efervescencia en el Madrid de los años más eufóricos de la Transición y la libertad recién estrenada; "pero fue un fenómeno fabricado, y no lo digo en un sentido peyorativo sino meramente descriptivo -añade-. La Movida tenía a las discográficas detrás, el respaldo una industria que echó el resto para patentar el sonido de la nueva España, tenía incluso a los políticos de su parte, ahí estuvo Tierno Galván diciendo aquello de el que no esté colocado, que se coloque... El rock andaluz respondía ya a la sensibilidad de otra generación. En la Movida cambiaron los referentes: todo era una importación, todo era foráneo, y tendía además más al pop que al rock. Los músicos [del rock andaluz] no entendieron la nueva escena, les parecía nada más que divertimento y frivolidad, y ellos tenían una concepción más grave de la música", reflexiona el autor.
Fueron orillados, en fin, porque el signo de los tiempos es así, no en vano la música popular es un certero y sutil sismógrafo de los temblores de cada era. "Y luego llegaron más grupos, pero no aportaron cosas nuevas, se limitaron, como todas esas bandas tributo que proliferaron, a reiterar una fórmula ya muy explotada, sin atreverse a renovarla con nuevas aportaciones". Siempre queda el recuerdo, pues. Para invocarlo, el autor -que incluye una breve discografía recomendada en el libro- se queda, sobre todo, con tres discos: El patio de Triana, Pasaje del agua de Lole y Manuel y Más allá de nuestras mentes diminutas de Cai.
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