La Agenda, el Mesón y la Pastorada
Campo Chico
En el cambio de época que se produjo en el año 1975, la comarca estaba adquiriendo consciencia de sí misma
Los acontecimientos políticos iban a permitir que el Campo de Gibraltar pensara en sus propias posibilidades
El pasado día 20 se presentó en Madrid la trigésima y última edición de la Agenda Taurina de Temple. El "Cossío chico", como se alude, por su trascendencia, a esta publicación anual que se ha extendido a lo largo de tres décadas, se cierra con un ejemplar de colección dedicado a los centenares de escritores, artistas y técnicos editoriales que han hecho posible cada una de las treinta ediciones. Precisamente la número veinticinco, la de 2019, estuvo dedicada a Algeciras. Fue un acontecimiento que pasó desapercibido a pesar del interés que yo, personalmente, puse en que se supiera que nuestra ciudad merecía tener un lugar en la historia social de la tauromaquia. Fueron varios los factores que provocaron esa desatención, que no es distinta de la que se presta por estos pagos a todo lo que, en definitiva, nos concierne más allá de lo puramente folclórico. Tal vez, el más grueso de todos ellos fuera esa animalización del hombre que supone el animalismo. Ese empeño en situar a la especie humana entre las demás especies, como si no hubiera ninguna diferencia esencial entre el hombre y la tortuga, por poner un ejemplo acorazado.
No crean que lo del animalismo gira en torno al sufrimiento; no, no va de eso aunque sea el leitmotiv de la composición. Es un propósito materialista. Si el hombre tiene su dignidad, también la tiene la mosca del vinagre, por eso montar una hembra de vaca retinta es un acto de violencia doméstica que degrada a la mujer-vaca y señala el machismo del ganadero y su falta de sentido ético en lo que concierne a las relaciones sexuales. Montar y violar son sinónimos para el animalista, ya sea entre bovinos o entre capras (y capros) hispánicas(os). Pero porque, insisto, la capra o el capro y la mujer o el hombre no son nada diferentes; ninguno de los cuatro tiene alma, son simples logros de la naturaleza, del azar y de la necesidad. No hay más que ver las películas de dibujos animados o afines, en las que el gato o el ratón, el perro o el caballo tienen la posibilidad de expresarse y de participar de la vida en común. Véase El Rey León y compréndase cómo las pasiones, la bondad y la maldad no sólo son cosa de hombres.
Los políticos ponen mucho cuidado en descubrir detalles que puedan afectar a su imagen. Justo es de reconocer, por ello, que el alcalde Landaluce aceptó prologar la agenda de 2019 y que la entonces concejala de Comunicación y Turismo y hoy presidente de la Mancomunidad, Susana Pérez Custodio, escribió un espléndido artículo proclamando lo mejor de nuestra oferta al visitante. También colaboraron en el número, Enrique Salvo, conocido arquitecto algecireño que junto a Guillermo Pérez Villalta, realizó y llevó a cabo el proyecto del edificio que lleva el nombre de este último gran artista plástico; de Crescencio Torés y de Antonio López Canales, que puso a disposición del editor algunos de sus cuadros taurinos más significativos. Todos reaparecen en esta última edición que se acaba de presentar con gran brillantez y acogida en una de las salas más populares y celebradas del Ayuntamiento de Madrid, situada en uno de los edificios del antiguo matadero, en Legazpi.
El editor de la agenda, Vidal Pérez Herrero, me pidió que trajera un ejemplar al alcalde. Acepté encantado y lo llevé al despacho de nuestro regidor principal, en cuya antesala me recibió el funcionario José Luis Fernández, nada menos que el hijo de Manuel Fernández, al que llamábamos El Bollo desde chiquitito, no mucho antes de que fuera uno de los componentes de la legendaria rondalla de Ángel Maza de Linaza, cuando en los años cincuenta del pasado siglo compartía el animado espacio navideño con la de Juan Casas, de la Fuentenueva, o la de Jesuli, el creador del Trío Juventud, junto a Beatriz Calderón, Hija Predilecta de Algeciras, y a la inolvidable y querida Ana María Espínola, cuyas saetas se juntan con las de Paquito Obregón en las noches silentes y misteriosas de la plazoleta de San Isidro. En la rondalla de Ángel Maza también iban Pepito Solano, Luis Méndez y El Litri, zambombero mayor, después, junto al gran Bernardo, el compadre de Manuel El Bollo, en la histórica Pastorada de la Peña Miguelín. Y el sastre, Jose Luis Rendón, con otros que luego mantuvieron la tradición en el paso del desierto que fueron los años ochenta y noventa.
María Ángeles, la hija de Ángel Maza, lo recordaba hace más de una década, en los últimos días de noviembre de 2010. Se refirió acertadamente la pregonera, a "ese espíritu grande, en cuanto a cariño, amor, entrega y solidaridad" de aquellos que como su padre animaron las tradiciones y a esos otros que las mantuvieron, como la Pastorada, en tiempos de desolación, cuando la política abundaba en la confusión reinante entre la laicidad y la espontaneidad de la religiosidad popular. La acompañaron en aquel memorable pregón una jovencísima Tatiana Alves Alcalá, hija de nuestra admirada bailaora, Mercedes, y una de las mejores agrupaciones navideñas, la de los Pastores de San Isidro, de las primeras que aparecieron en los años de inanición durante los que la tradición se mantuvo en el seno de la Peña Miguelín con su inolvidable Pastorada.
En Madrid, la gente de la comarca que andábamos por allí en las tres décadas que precedieron a la llegada del nuevo siglo, bien fuera de modo permanente o pasajero, celebrábamos en diciembre, el Día de la Inmaculada, unificando el de todas las patronas del Campo de Gibraltar. La costumbre procedía, sobre todo, de que el presidente de la Casa del CdG, Manuel Matías, y algunos directivos eran o estaban relacionados con la Línea. Esta ciudad y Tarifa mantenían un protagonismo que derivaba del antecedente de la casa regional, el Círculo Linense, cuyos socios procedían, sobre todo, de esos dos núcleos urbanos. Los algecireños éramos muy minoritarios, si bien en sus orígenes, la Casa estuvo participada por personas ligadas a Algeciras y relacionadas, concretamente, con el Plan de Desarrollo, cuyo gerente era ya el algecireño Manuel Natera, un economista formado entre Madrid y Barcelona que tuvo mucho que ver con el despegue económico, social e industrial de la comarca en la década de los ochenta.
La Casa del CdG era una entidad oficial que recibía, como tal, subvenciones y alguna ayuda puntual, escasa y poco frecuente, de los ayuntamientos. Ocupaba la planta baja de un edifico en el número 7 de la calle Fomento, paralela a la Gran Vía, muy cerca de la Plaza de España y del actual emplazamiento del Senado. Estuvo un tiempo presidida por el ilustre sociólogo linense Salustiano del Campo, una de las grandes figuras de la universidad española. Pero, más tarde, fue entrando en una rutina de bajo registro que se animó con la apertura en 1982 del Mesón Algeciras que, aunque era un negocio privado, se convirtió en una referencia para todos los que, estando asociados con la comarca, andaban por esos pagos. Las dos entidades, a pesar de ser muy diferentes y de haber sido concebidas en órdenes de convivencia distintos, mantuvieron una relación fluida y cordial, y en cierto modo desempeñaron roles complementarios.
El Mesón adquirió en muy poco tiempo un protagonismo extraordinario. Sobre todo debido a lo que supuso la colaboración de Ignacio Villaverde Valencia, que financió las famosas erizadas tenidas en el barrio madrileño de Estrecho. Varios centenares de personas, propias y extrañas, se agrupaban en la estrecha calle Juan del Risco que la Junta Municipal cerraba al tráfico. Un par de veces, en el mes de diciembre se desplazó la Pastorada de la Peña Miguelín, que además de actuar a las puertas del Mesón y en la Casa del CdG, desfiló por la calle y plaza Mayor despertando el interés de los paseantes, nada habituados a ver un espectáculo semejante en los aledaños de la Puerta del Sol. Manolo Fernández El Bollo con su callado ilustrado con cintas multicolores al modo de las capas de los tunos, concentraba todas las miradas, como ocurría con las zambombas de Bernardo y del Litri, y el almirez gitano que agudizaba el sonido de las panderetas.
En el cambio de época que se produjo en el año 1975, cuando la generación de los cincuenta, que era una generación de posguerra, empezaba a significarse, la comarca estaba adquiriendo consciencia de sí misma. Los acontecimientos políticos en relación con la colonia militar británica, iban a permitir que el Campo de Gibraltar pensara en sus propias posibilidades. Los pocos jóvenes universitarios egresados de los centros de enseñanza secundaria de la comarca, estaban insertándose en el mercado laboral, lejos de sus orígenes. Sevilla y Granada, por aquí cerca, y Madrid y Barcelona absorbían a todos los que llegábamos asociándonos, inevitablemente, a sus iniciativas. La Formación Profesional se limitaba a las Universidades Laborales y en nuestras proximidades contábamos con las de Sevilla, Málaga y Córdoba. Cuando la Comarca comenzaba a demandar mano de obra especializada, nuestros jóvenes en condiciones de optar a los puestos de trabajo ofrecidos, estaban ya situados en otras latitudes, lo que provocó una considerable inmigración de especialistas con formación técnica media y superior.
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