La técnica militar en el cerco de Algeciras (1342-1344)
Algeciras Musulmana y Cristiana (SS. VIII-XIV)
Capitulo 12. En noviembre de 1342 quedó cercada la parte meridional de la ciudad por un foso, aunque todavía a bastante distancia de las murallas
En los últimos años del siglo XIII, pero sobre todo con el inicio de la centuria catorce, la técnica militar dio un salto cualitativo trascendental, tanto por el perfeccionamiento de métodos y sistemas bélicos anteriores, como por la aparición de armas ofensivas nuevas, con una mayor capacidad de destrucción, y de elementos de defensa estática renovados capaces para hacer frente a esas novedosas armas ofensivas, algunas de las cuales –la artillería– iban a revolucionar el mal llamado arte de la guerra durante el resto de la Edad Medía y buena parte de la Edad Moderna.
El desarrollo de la artillería iba a invalidar los sistemas tradicionales de defensas de las ciudades y fortalezas. Los amurallamientos clásicos ya no serán efectivos ante la fuerza de la nueva arma y, aunque se achaflanen sus lienzos para oponer menor resistencia a las balas y se disminuya la altura de muros y torres, los viejos sistemas de defensa estática estaban condenados a desaparecer a lo largo de la Edad Moderna.
Los capítulos dedicados por la Crónica de Alfonso XI al cerco de Algeciras son una fuente preciosa para el conocimiento de la técnica militar utilizada por los castellanos a mediados del siglo XIV en el asedio de ciudades y fortalezas. El valor historiográfico de la crónica es indudable, pues aporta datos suficientes para poder conocer y reconstruir los medios de aproche, los sistemas de bloqueo, la artillería neurobalística y la incipiente artillería pirobalística, la participación decisiva de los primitivos “ingenieros” militares en las labores de asedio del ejército castellano –y por extensión europeos– a mediados del siglo XIV.
En las acciones de guerra entre cristianos y musulmanes, a partir del siglo XIII y hasta el advenimiento de la Edad Moderna, se emplearon unas técnicas de ataques y defensa y unas reglas tácticas, basadas –la mayor parte de ellas– en los conocimientos militares de la antigüedad clásica y del epígono imperio bizantino. Pero sería en el siglo XIV cuando se asista a una serie de avances de la técnica militar –especialmente en los sistemas de asedio a fortalezas y ciudades– de los que tenemos un excelente repertorio en la Crónica de Alfonso XI. Estos avances, no obstante, eran insuficientes a la hora de batir con éxito y conquistar una plaza rodeada por un poderoso sistema de defensa estática, compuesto de altas murallas, antemuro, foso, corachas, torres marítimas, puertas fortificadas y desenfiladas, etcétera, como ocurrió en el caso de Algeciras.
Cavas, cadahalsos y barreras
Para bloquear por tierra las dos villas separadas por el río de la Miel que constituían la ciudad de Algeciras, y una vez asentadas las tropas en las posiciones que convenía dominar, se procedió a la realización de una cava o foso circunvalando la recinto norte desde el río de la Miel hasta la ribera del mar.
Dicha cava tenía las siguientes funciones: Proteger de ataques por sorpresa procedentes de la ciudad a las tropas que se hallaban asentadas en su entorno, obstaculizar la salida de partidas de musulmanes que pudieran hostigar a los cristianos que llegaban al campamento desde Tarifa y bloquear la villa impidiendo la entrada de socorros y la comunicación de los sitiados con otros enclaves nazaríes o meriníes.
Para rendir Algeciras Alfonso XI puso en práctica todos los sistemas y tácticas que le permitieron los avances de la técnica militar y la poliorcética de la época, a excepción de la artillería pirobalística. En la cava o foso que se hizo alrededor de la ciudad en los primeros meses de 1342, se construyeron tres entradas o pasos, mediante puentes de madera, con sus puertas y cadahalsos (torres fijas de madera). También se levantaron otros cadahalsos cada cierto trecho en el resto de la cava desde los que se vigilaban, día y noche a los sitiados.
En el mes de noviembre de 1342 quedó totalmente cercada la parte meridional de la ciudad por medio de un foso, aunque todavía a bastante distancia de las murallas, pues no había aún tropas suficientes para poder acercarse a ellas sin correr el riesgo de ser atacado por los defensores. Hacer una cava cerca de las murallas no era empresa fácil.
Los zapadores que trabajaban en ella eran continuamente hostilizados por los sitiados desde el adarve y la barrera, cuando no sufrían un ataque por sorpresa realizado desde una de las puertas de la ciudad. Una vez reunidas las suficientes fuerzas (finales de febrero de 1343), mandó el rey hacer una nueva cava, ésta más cerca de las murallas. En el mes de marzo se finalizó la construcción de este segundo foso.
En abril quiso el rey adelantar aún más sus líneas construyendo cadahalsos a escasa distancia de las murallas para hostilizar a los sitiados desde sus terrazas, pero como los algecireños lo impedían arrojando multitud de saetas y bolaños sobre los carpinteros, tuvo que ordenar la construcción de una cava subterránea para salvaguardar a los artesanos que trabajaban en ella. Sin embargo, esta cava, abierta tan cerca de la barrera de la ciudad, ofrecía escasa protección a los peones y servidores de los “engeños” que se situaban detrás de ella. Por ello se procedió a colocar toneles llenos de tierra y piedras en la parte de la cava (la escarpa) que daba al campo de los sitiadores para que sirvieran a modo de antepecho. También se construyeron, apoyados sobre esta barrera, unos andamios de madera a manera de adarve para que circulasen por ellos los soldados de la hueste a cubierto.
Para reforzar ciertos lugares de las cavas se levantaron otros ingenios militares, las bastidas, que tenían una doble función: defensiva, utilizadas como cadahalsos, y ofensiva, empleadas como torres móviles sobre ruedas para el asalto o el aproche. Se levantó un castillo de madera muy alto o bastida con terraza para que pudiera contener muchos hombres. Bastidas se construyeron muchas durante los veinte meses que duró el cerco. En enero de 1343, Íñigo López de Orozco, encargado por el rey de la construcción y manejo de las máquinas de guerra, vio que la parte del muro que daba al cementerio era la más endeble de la ciudad y ordenó que se instalaran allí varios trabucos. Para defenderlos se construyó una gran bastida cerca de la muralla que causaba mucho daño a los musulmanes. Estos hicieron una salida y consiguieron incendiarla, aunque a los pocos días ya se había reconstruido y levantado otra igual a corta distancia.
Cuando se decidía el asalto de una ciudad –lo que no ocurrió en el caso de Algeciras– se aproximaban las bastidas hasta el pie del antemuro o de la muralla (si el foso defensivo no representaba un obstáculo insalvable) y desde ella se lanzaban tablones sobre las almenas por donde pasaban las fuerzas asaltantes.
Antonio Torremocha es Doctor en Historia Medieval. Académico de número de la Academia Andaluza. Director del Museo de Algeciras (1995-2007).
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