Algeciras y su puerto entre 1344 y 1379

Historia. El fracasado proceso de repoblación de la ciudad y la imposibilidad de mantener bien defendida la plaza provocó que Muhammad V tomara la decisión de destruir la ciudad

Grabado inglés de principios del siglo XVIII.  A: Isla Verde; B: Fondeadero del Río de la Miel y C: Coracha marítim
Grabado inglés de principios del siglo XVIII. A: Isla Verde; B: Fondeadero del Río de la Miel y C: Coracha marítim

Después de la conquista de la ciudad por el rey Alfonso XI en 1344 y del nombramiento de nuevas autoridades a las que el monarca encomendó el gobierno de Algeciras, se debieron acometer los trabajos de reparación en las murallas, sobre todo en su flanco norte que había sido el más castigado durante el asedio, y las labores para restituir la función naval a las atarazanas y al puerto que, dadas las ásperas sierras que rodeaban la plaza y la cercanía del enemigo musulmán, deberían servir de fundamental elemento de conexión con los puertos de la Andalucía cristiana, como Santa María del Puerto y Sevilla y, en caso de necesidad, de puerta de arribada para la ayuda en hombres y vituallas.

El concejo de la ciudad, al frente del cual se hallaban como gobernador un caballero jerezano llamado Pedro Barroso, como alguacil mayor don Alfonso Fernández de Córdoba y como alcalde mayor un tal Álvar García de Illa, estaba obligado, desde su creación en 1344, a mantener, a sus expensas, dos galeras en los arsenales de la ciudad para unirlas a la flota del rey cuando éste las reclamara. En el año 1360 era alcaide de las atarazanas de Algeciras un caballero llamado Martín Yáñez y, cinco años más tarde, estaba al cargo de estos arsenales un tal Ruy García.

Muy pronto, el puerto algecireño sería utilizado como lugar de desembarco de tropas que, al mando de Gutier Fernández de Toledo, arribaron a la ciudad en 1350 para librarla del Conde de Trastámara y de sus partidarios que amenazaban con encastillarse en ella y rebelarse contra el rey Pedro I. En aquella ocasión, entraron en el puerto varias galeras del rey con tropas leales que se unieron a los moradores de Algeciras logrando expulsar a los nobles rebeldes seguidores del Conde.

Unos años más tarde, a mediados de abril de 1359, la flota del rey don Pedro I se hizo a la mar en Sevilla con la intención de navegar hasta las costas de Aragón para hacer la guerra al rey Pedro IV. La flota estaba formada por cuarenta y una galeras, tres de ellas enviadas por el rey de Granada -amigo y aliado del rey de Castilla-, ochenta naves, tres galeotas y cuatro leños. Unos días después, la escuadra llegó al puerto de Algeciras donde se refugió y estuvo allí quince días fondeada esperando las galeras que el Rey de Portugal enviaba para la guerra con el rey de Aragón. Tenía por entonces la ciudad, en nombre del rey como gobernador, don Garci Fernández Manrique.

Pero un lustro después, la larvada guerra civil que sufría Castilla desde la entronización de Pedro I, estalló con toda virulencia, culminando en 1369 con la muerte del legítimo monarca a manos de su hermanastro el Conde de Trastámara. Las ciudades castellanas del Estrecho (Tarifa y Algeciras) que habían sufrido la despoblación y el desabastecimiento ocasionado por la larga contienda, aisladas por mar a causa de la alianza entre nazaríes, meriníes y portugueses, se hallaban en el verano de 1369 en tal estado de indefensión que podrían ser presas fáciles para un ejército que decidiera sitiarlas, sobre todo Algeciras, que se encontraba mal guarnicionada y peor avituallada. No cabe dudas de que las campañas del emir de Granada Muhammad V por tierras de Jaén, Córdoba y Sevilla ?graneros, estas dos últimas ciudades, de la Andalucía cristiana?, en apoyo de la causa de Pedro I, habían acentuado el abandono del abastecimiento de las plazas fronterizas, de manera especial las más alejadas y, por tanto, las más expuestas al ataque de los musulmanes como Algeciras.

Ibn Jaldún relata así los acontecimientos que acabaron con la conquista de Algeciras por los granadinos en 1369: Durante este período de turbaciones (la última fase de la guerra civil castellana), los cristianos habían abandonado el mantenimiento de las fortalezas que defendían su país cerca de la frontera musulmana; por ello, los verdaderos creyentes concibieron la esperanza de recuperar la ciudad de Algeciras que, en otro tiempo, había formado parte de su imperio. El soberano del Magreb no podía emprender personalmente tan importante empresa, pero rogó al rey de Granada que dirigiera su ejército contra Algeciras, prometiéndole pagar el sueldo de la tropa y proporcionándole una flota de apoyo. Estos navíos se hicieron pronto a la vela y fueron a bloquear el puerto de Algeciras. Cuando la guarnición cristiana había perdido la esperanza de ser socorrida y reconociendo que su derrota era inevitable, solicitó una capitulación, obteniendo tan buenas condiciones que los de Algeciras se apresuraron a evacuar la plaza, que fue ocupada por las tropas de Muhammad V.

La ciudad había estado en poder de Castilla veinticinco años. En el mes de octubre de 1369, el estratégico enclave portuario, cuya conquista tantos esfuerzos había costado al rey Alfonso XI, volvió a soberanía musulmana en la persona del emir de Granada. El nombramiento de un gobernador, la purificación de las antiguas mezquitas, la reactivación de la actividad mercantil bien documentada en archivos valencianos y aragoneses, demuestran que, al menos durante una década, la ciudad y su puerto volvieron a recuperar el tono perdido durante la larga guerra civil castellana.

En una carta enviada por el rey de Granada al imán de La Meca para comunicarle la conquista de Algeciras, aquel le dice: La ciudad fue rápidamente purificada de su infidelidad y los altos alminares de las mezquitas volvieron a clamar llamando a la oración pública y a la conmemoración de la victoria. Fueron destruidas las campanas de las iglesias que las máquinas de asedio no habían podido abatir. Había sido arrojado de Algeciras el púlpito del Islam como cosa detestable y ahora quedó de nuevo restablecido en su sitio el culto a Dios. Se liberó a todos los esclavos musulmanes que andaban aherrojados por la ciudad soportando cadenas pesadas y enflaquecidos por los rigores de la cautividad. La ciudad volvió a recobrar sus mejores galas y, después de los terrores sufridos, quedó tranquila retornando a ella abundantes sus riquezas.

Las murallas, cuyo mantenimiento se había abandonado, fueron reparadas y el puerto fue de nuevo foco de comercio con Aragón, Túnez y Marruecos. Mujtar al-'Abbadí menciona a Algeciras como una de las bases navales de los nazaríes en tiempos de Muhammad V, añadiendo que en todas ellas existían arsenales para construir y reparar barcos y a su vez para recibir municiones y socorros desde el otro lado del Estrecho.

Pero sería el fracasado proceso de repoblación de la ciudad y la imposibilidad de mantener bien defendida la plaza, al mismo tiempo que se sucedían importantes cambios en Castilla (muerte de Enrique II en 1379) y en las relaciones con Fez (expulsión de los meriníes de Gibraltar en 1374), lo que provocó que Muhammad V tomara la decisión de destruir la ciudad y abandonarla cegando su puerto para evitar que el enemigo castellano o norteafricano pudiera volver a ocuparla.

Antonio Torremocha. Licenciado en Historia. Académico de número de la Academia Andaluza. Director del Museo de Algeciras (1995-2007)

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