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Algeciras, en tiempo de los corsarios

Adelanto editorial

‘Algeciras y la Bahía durante el reinado de Fernando VII’ es la última y más novedosa aportación del profesor e investigador Mario L. Ocaña a la historia del Campo de Gibraltar

La ermita del Cristo de la Alameda. / E.S.
Mario Ocaña Torres - profesor de historia

02 de junio 2019 - 07:52

Algeciras y la bahía durante el reinado de Fernando VII es el resultado de un proyecto de investigación histórica que, centrado en el Estrecho de Gibraltar y las ciudades que a él se asoman, vengo desarrollando sin interrupción desde hace varios años.

Esta monografía, dedicada a los algecireños y a los habitantes de la comarca que hicieron posible el resurgimiento de nuestros pueblos y ciudades, se centra en los años iniciales del siglo XIX entre el final de la Guerra de la Independencia (1814) y la muerte del rey Fernando VII (1833). Un periodo que no alcanza los veinte años.

La fuente de información de la que surgen las páginas del libro proceden, en su inmensa mayoría, del excepcional fondo documental que se conserva en nuestra ciudad y constituye una fuente de primer orden para el estudio de la historia moderna y contemporánea de la zona: el Archivo de Protocolos Notariales de Algeciras.

No creo que pueda abordarse el estudio de una sociedad como la algecireña de principios del XIX sin tener en cuenta, en primer lugar, su demografía y su economía. La ciudad no alcanzaba los diez mil habitantes y sus límites urbanos no iban más allá de los linderos que marcaban los restos, aun visibles, de la muralla de la Villa Nueva medieval, la situada al norte del río de la Miel.

Insertada en el modelo del Antiguo Régimen, a pesar de los fallidos intentos de las Cortes gaditanas por liberalizar los modelos económicos y sociales de España, en Algeciras el sector agrícola tenía una importancia determinante para el abastecimiento de la población: los cortijos, en los que se sembraban cereales panificables; las huertas en las orillas del río de la Miel o los viñedos de la dehesa de la Punta constituían los principales paisajes agrarios y cubrían en gran medida las necesidades de la población. Resulta interesante apreciar cómo en estos momentos aparece en la documentación las reivindicaciones de los jornaleros sin tierra, reclamando el reparto de tierras baldías en el término de la ciudad. Un momento que coincide con el constante incremento de los precios en los arrendamientos de tierras y con la crisis devenida tras el final de la guerra.

Ganadería, pesca y explotación del bosque contribuían a la riqueza de los algecireños del primer tercio del XIX. La localización de documentos relacionados con la venta de la sal nos permiten deducir una importante actividad pesquera en Algeciras, así como un significativa actividad de explotación y exportación de carbón vegetal procedente del manejo del alcornocal.

En la ciudad es el pequeño comercio quién atiende ciertas necesidades: bodegas, tiendas de comestibles o panaderías, siempre pequeños negocios. Junto a ellos pequeños empresarios, y alguna empresaria, fabricaban jabón, tejas, fideos o pieles curtidas, entre otras actividades. Entre los empresarios se han encontrado referencias a los que explotaban las dos formas de ocio más habituales en la ciudad, al margen de los cafés y el juego de billar: el teatro y los toros.

Contrabandistas saliendo de Gibraltar / E.S.

La documentación manejada es muy diversa y en ella se reflejan muchos aspectos de la vida cotidiana de un pueblo pequeño. Escasa pero interesante es la presencia de la mujer como protagonista de la vida en la ciudad. En esta época son muy raros los casos de peticiones de divorcio pero los pocos que se han localizado son siempre de esposas que piden la separación de sus maridos. Nunca al contrario. Casos de mujeres empresarias y mujeres maltratadas también aparecen entre las paginas de este libro.

Pero uno de los hechos que ha marcado, y sigue marcando, la historia de Algeciras y la de la bahía es el carácter fronterizo del territorio desde la implantación de la Corona británica en la ciudad de Gibraltar. Una de las consecuencias que se recogen en este texto es el incremento de la actividad contrabandista, existente desde el siglo anterior, pero que ahora, por diversas razones, alcanza un auge significativo. El nombre, la procedencia, los géneros, los lugares de encuentro de los contrabandistas así como las acciones de las fuerzas encargadas de su represión, por mar y tierra – el cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras más los servicios de Guarda Costas- ocupan un amplio capítulo de este trabajo. Uno de los aspectos, en mi opinión, más novedoso que encontrará el lector, es el hecho de que durante la década de los años veinte la Corona española concedió patentes de corso, a empresarios particulares de la zona, con la finalidad de reprimir el contrabando procedente del Peñón.

También novedoso es la presencia de corsarios independentistas hispanoamericanos luchando contra los intereses de la Corona Española en un momento en el que los restos del Imperio español en América estaban en trance de desaparición. Las rodas de embarcaciones corsarias como General San Martín, Presidente Bolivar, General Soblout o La República, todos ellos de bandera colombiana, surcaron las aguas exteriores del Estrecho entre cabo Espartel y las costas malagueñas, llevando a cabo acciones de apresamiento sobre embarcaciones de pabellón español.

Supone esta publicación, además, el final de un ciclo, iniciado prácticamente un siglo antes, que fue protagonizado por los corsarios españoles que desde Algeciras, Ceuta y Tarifa lucharon, siempre que existieron conflictos internacionales, en defensa de los intereses de la Corona y de los suyos propios. Veremos, por tanto en este libro, la última presencia de estos corsarios; empresarios privados, por una parte, y patriotas defensores, en estos momentos, de la Constitución de 1812 y del liberalismo, que en el caso que nos toca, constituyeron una de las escasas fuerzas de oposición en toda España, frente a la intervención de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis que en 1823 invadieron nuestro país para imponer de nuevo el absolutismo monárquico en la figura de Fernando VII.

Algeciras, que es una ciudad que nace del mar, posee una historia marítima altamente interesante. Las actividades portuarias, fundamentalmente las de carácter comercial durante el XVIII y XIX, hicieron de ella una ciudad-puerto de tránsito y escala para aquellas embarcaciones que cruzaban el Estrecho en el sentido de los paralelos. Los casos de naufragios fueron numerosos en estos casi veinte años que recoge la publicación. Muchos se saldaron sólo con pérdidas materiales pero algunos otros constituyeron auténticas tragedias humanas. Uno de los naufragios más dramáticos que se documentan fue el de la bergantina napolitana Virgen de los Dolores, capitaneada por Lucas Laúdano que naufragó en las inmediaciones del Rodeo. Venían de Génova. Y eran catorce de tripulación. Diez se dejaron la vida en las aguas de la bahía. Las descripciones con las que los supervivientes relatan sus peripecias superan muchas veces las de cualquier relato novelesco.

Algunos otros aspectos, como la violencia y la inseguridad social y política que existía en la ciudad, así como las actitudes ante la muerte de los algecireños, ponen fin a este trabajo de investigación histórica. No hay en el importantes personajes. Solo personas sencillas, los auténticos protagonistas de la historia que tantas veces los ignora, sepultados por los grandes personajes o los grandes acontecimientos. Por eso he procurado publicar sus nombres. Para que no caigan nunca en el olvido.

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