Algecireñas mutaciones climáticas

Opinión

Dos personas bajo la lluvia en Algeciras
Dos personas bajo la lluvia en Algeciras / Jorge Del Águila

Nosotros lo teníamos muy claro, funcionábamos con la luz del sol y los vientos, las lluvias y el color del cielo nos servían para, más o menos, situarnos en la época del año en la que vivíamos. De niños no teníamos que preocuparnos de nada: en invierno llovía por derecho y en verano nos asábamos con la flama de los mediodías.

Eran esos veranos en los que el asfalto parecía derretirse y si mirabas al horizonte veías como si todo se estuviera fundiendo, titilando como las luminarias de Gibraltar en los días de poniente. Dábamos por hecho que desde la feria de Algeciras (junio) y hasta la vuelta al colegio a mediados de septiembre no caía ni una gota, pero vaya si la cosa se ponía seria hasta casi febrero del año siguiente cuando Zeus empezaba a estornudar y se aliaba con el levante. Entonces sí que llovía en Algeciras y sobre toda Andalucía.

Porque la mezcla del viento de levante con la lluvia solían bautizarnos de lo lindo, ya que, mientras soplaba por derecho en el Campo de Gibraltar, arrastraba de las nubes velozmente por encima de la sierra de Luna y nuestros pantanos terminaban quedándose a dos velas. Pero, si por el contrario, los días se cerraban en aguas con este viento, teníamos que amarrarnos los machos porque en dos semanas se llenaban embalses y transitaban ríos.

Recuerdo que a partir de septiembre se encharcaban los campos y repartían los barros por todas las esquinas del barrio a través de las torrenteras que llegaban desde el Cerro. Era la época de jugar al hincote con un trozo de gavilla de hierro a la salida del colegio, de hacer los hoyos para jugar a los meblis (meco y hoyo) y de lanzar piedras grandes al río de la Miel, crecido por las lluvias, para que sirvieran de pasarelas de un lado a otro de las huertas de La Perlita (actual Agua Marina).

Llovía, te mojabas y no pasaba nada. Ni siquiera mutábamos como los Gremlins. Esperábamos a que escampara para retomar los partidos de fútbol en la calle y no teníamos ni que mover las porterías hechas con dos peñascos porque pasaba un coche a la hora.

Y es que, a pesar de las evidencias, siguen oyéndose voces de negacionistas sobre el cambio climático y ahí han ido quedando cada día con menos fuerzas las risitas sobre este asunto de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson, Santiago Abascal, Thievy Baudet y Marine Le Pen, por citar a algunos de los que en su momento nos han querido convencer de que el clima siempre ha funcionado de esta manera.

Bien es cierto que son tan cortas nuestras vidas respecto a los grandes procesos de la naturaleza que realizar valoraciones individuales sobre este asunto resulta imposible, pero no es menos cierto que tantos días de este verano con casi cincuenta grados y la pertinaz sequía de las últimas décadas debería ponernos en extrema alerta a todos

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