Algecireños en la Guerra de Cuba (XVII)

Historias de Algeciras

Las familias algecireñas reciben con alegría la repatriación de sus miembros tras el refliegue en Filipinas l El honor patrio vuelve a sostenerse en las casas más humildes

Varios navíos de la escuadra española echaron anclas en el fondeadero algecireño.
Varios navíos de la escuadra española echaron anclas en el fondeadero algecireño.

ras ser empujada al conflicto contra el yanqui y a su penosa realidad social, la sociedad española había caído en brazos del desengaño y la tristeza. En marzo de aquel funesto 1898, se celebraron elecciones generales, volviendo a resultar ganador –había vencido en las anteriores celebradas el 4 de octubre de 1897–, el liberal Práxedes Mateo Sagasta, quedando en segundo lugar el conservador Silvela. La tercera fuerza política, respaldada por los españoles varones de 21 años, fue la republicana representada por Nicolás Salmerón. Atrás quedaron las esperanzas sociales recogidas irónicamente en los siguientes versos populares: En desde hoy en adelante/ servirán en el ejército lo mismo el hijo del rico/ que el del pobre jornalero/ Pagará contribución el que haiga hecho un empréstito al Estado/ y el que coma del sudor del presupuesto/ Se acabó la cesantía para los ministros que fueron una semana...ó un més/ y que jamás sirvieron para otra cosa/ que para darle la puntilla al pueblo/ Se levantarán escuelas/ habrá asilos para los huérfanos/ se acabará el latrocinio/ no habrá ni timbas ni juegos/ donde al menestral despluman/ y es la cusa de que luego/ haiga lagrimas y luto/ y un presidio...y un infierno.

Noticias del gobierno aparte, las fuerzas destinadas en las costas de la comarca vuelven a estar vigilantes ante la presencia de un navío estadounidense. Éste, buscando el apoyo británico en el puerto de Gibraltar, había hecho aparición en la bahía, según expresa el documento consultado: “A las nueve de la mañana, fondeando en aguas cercanas á Gibraltar, el buque-hospital norteamericano Relief, con rumbo á Filipinas. Su porte es de 3.100 toneladas, 4.000 caballos de fuerza y la tripulación de 34 hombres”. Atacar por parte de la artillería situada en el arco de la bahía a un navío con bandera yanqui, hubiera supuesto el trasladar el frente de lejanas tierras –que un gran número de españoles ya daban por pérdidas–, hasta la península; sin poder calibrar la trascendencia de tan insensato acto bélico, legitimando ante el resto de países (Ius ad Bellum), con una contundente respuesta.

Tras la marcha del navío-hospital Relief, semanas mas tarde y motivado por la anormal presencia de navíos norteamericanos en Gibraltar, se pudo avistar en el estrecho una formación española: “Siendo la Escuadra de Instrucción compuesta del acorazado Carlos V, cruceros de primera clase protegidos Lepanto y Alfonso XIII, y el yacht-aviso Giralda, y caza-torpederos Audaz y Osado, que por el orden que quedan nombrados, hubieron de entrar en nuestra rada, arbolando el primero de estos buques la insignia de almirante. Por el fuerte viento de levante y en previsión de que arreciara el temporal, tuvieron que variar de rumbo y fondear en la bahía de Puente Mayorga, no sin que antes se proveyesen dichos barcos de guerra de sus correspondientes prácticos para la elección de sus fondeaderos”.

Una de las consecuencias positivas de la masiva presencia de miembros del ejército en la zona, fue la inyección económica que esto representó para los negocios de los municipios de acogida: “La Comisaría de Guerra ubicada en Algeciras, anuncia que el 16 de Abril, se admitirán proposiciones de pan y pienso á las fuerzas del ejército y Guardia Civil”. De seguro que las panaderías de nuestra ciudad, como por ejemplo: la panadería de Lora, o la también panadería de Pelayo, propiedad de Sebastián Morales, o en el horno de pan cocer de Santiago Aguilera, ubicado a la vuelta de la calle Sol, verían incrementados sus ingresos ante la demanda de este producto de primera necesidad, por parte –principalmente– de las tropas destinadas en las baterías de costas.

En otro orden de asuntos, pero teniendo como telón de fondo la guerra de Ultramar, recientemente había llegado hasta nuestra ciudad, el vecino “Remigio Oliveros, farmacéutico Mayor, quién de regreso de Filipinas se encuentra disfrutando en Algeciras de licencia temporal”. El citado farmacéutico militar, una vez cumplida su licencia, sería destinado a los laboratorios centrales, dependientes del ejército, y situados en la capital de España. Ante la necesidad de incorporar urgentemente nuevos oficiales, dado que estos eran los blancos preferidos para los francotiradores mambises, la escala de mando sufría constantes bajas e incorporaciones; entre una de estas últimas, se encontró la del algecireño Aurelio Casero Sanjuan, quién fue ascendido a 2º Teniente de Infantería”. Su padre tenía un establecimiento situado en La Marina. Años más tarde, concretamente en 1923, en representación del partido Unión Patriótica, los apellidos Casero Sanjuan presidirían la Alcaldía algecireña, a través de Ricardo, hermano de aquel ascendido Teniente de Infantería 25 años atrás.

Las últimas arribadas de navíos norteamericanos a Gibraltar, provocó, como se ha expresado anteriormente, la llegada de una pequeña escuadra española hasta las aguas de la bahía, anclando, por motivos del temporal en la rada de Puente Mayorga, reuniéndose sus responsables, durante su estancia en la zona, con los altos mandos militares de la misma: “Junto al Jefe de esta Comandancia de Marina, D. Manuel Rapallo y en el cañonero Tarifa, vinieron á visitar á su Excelencia el Comandante General del Campo de Gibraltar, el Excmo. Sr. D. Manuel de la Cámara, Almirante de la escuadra surta en la bahía de Puente Mayorga; venía acompañado del Capitán de Navío de 1ª clase Jefe del Estado Mayor, y del Primer Comandante del Carlos V, Sr. Coteras”. Horas más tarde, regresaron todos los mandos citados a bordo del acorazado.

Al mismo tiempo que los altos mandos del ejército español, tanto en Ultramar como en las costas del Estrecho, van tomando decisiones en función de los movimientos del enemigo, teniendo como referencia las decisiones del gobierno presidido por Sagasta, el calendario de aquel 98 seguía transcurriendo civilmente, dando paso a las distintas celebraciones y festividades, tales como la Semana de Pasión, aumentando con ello, el acercamiento de los algecireños a sus distintas y mas queridas advocaciones, rogando y pidiendo por los maridos, hijos o hermanos destinados en tan lejanas tierras de Ultramar: “En la Iglesia de la Palma flota aun la pesadez del día anterior, del Sermón de Las tres horas, en la que una muchedumbre enlutada, se apretó para escuchar al Padre, y por ver las cardenosas espaldas de Cristo muerto, bajado de la Cruz. A través del amplio y ondulado cortinón que cubre el Altar, guiñan las amarillentas luces de las velas que van apareciendo unas tras otras como estrellas, en aquel negro cielo”. Por aquel entonces –como ya se expresó en capítulos anteriores–, el párroco de la iglesia de Ntra. Sra. de la Palma, era D. José María Flores y Tinoco, hombre muy vinculado a la beneficencia local. La guerra, como no podía ser menos estaba presente: “Y las oraciones se lanzan al aire, en favor de los que en lejanos frentes luchan y mueren salvaguardando el honor patrio […], lejos particularmente del barrio alto (San Isidro), viene ruido de algazara. Suena un escopetazo detrás de un tejado vecino, y repartidos á los cuatro vientos responden otros y otros. No se sabe de donde salen. En un grupo heterogéneo formado por gente del pueblo, de artesanos, de zagalones y algunos señoritos, una voz dice ¡Toro!, a la que responde todos echando por la primera bocacalle, gritando en acompasado son ¡tooo...ro!, ¡tooo...ro!”. Al parecer y según demuestra la narración, la costumbre de correr toros por las calles de Algeciras, se mantuvo hasta casi el mismo final del siglo. ¡Cuantos de aquellos zagalones o mozos, que habían corrido a los morlacos años anteriores, terminarían siendo destinados a Ultramar!. Coincidiendo con tan recogidas fechas para recordar a los que ponían sus vidas en peligro en tan lejanos frentes, regresó a nuestra ciudad para una pedida de mano el hijo de un acaudalado propietario local destinado en el Caribe: “Ha sido pedida la mano de la bellísima y distinguida señorita Clementina Almagro, por el propietario D. José Cortázar, para su hijo D. Alejandro, Capitán de Infantería recientemente llegado de Cuba, y que actualmente se encuentra disfrutando de un merecido permiso”.

Al mismo tiempo que la vida algecireña, transcurre para algunos de sus convecinos que cumplen sus deberes militares, dentro de la normalidad de una sociedad estableciendo futuros vínculos matrimoniales; la ciudad misma, vive muy de cerca los efectos del conflicto y sus posibles repercusiones en la zona, en base al apoyo que el enemigo pueda recibir de la vecina colonia británica: “Para la próxima semana se espera en Gibraltar la escuadra inglesa que habitualmente presta servicio en el Canal, compuesta de ocho acorazados de primera clase y varios cruceros auxiliares”. Más de un estratega al leer la notificación que llegaba a la sede del Gobierno Militar del Campo de Gibraltar, encontraría la respuesta a la presencia desde días pasados de la escuadra española surta en el fondeadero de Puente Mayorga.

Mientras la comarca se siente amenazada, ante la posible presencia de ambas escuadras frente a frente, las noticias que llegan desde Filipinas hablan del retroceso de las tropas españolas que se justifica como medida estratégica. Mientras esto acontece, las familias algecireñas, reciben con alegría la repatriación de sus miembros: “Ha llegado hasta nuestra ciudad, el farmacéutico Mayor D. Juan Agüera, acompañado de su distinguida esposa”. A pesar de la supuesta tranquilidad reseñada, la Marina española emprende maniobras que tendrán como teatro de operaciones, las costas patrias susceptibles de un desembarco norteamericano, la información que llega hasta el Gobierno Militar, expresa: “La escuadra de instrucción que manda el almirante Cámara saldrá de Cartagena […], los ejercicios de tiro al blanco, se harán –curiosamente–, entre Cádiz y Canarias. Al llegar á este último punto, la escuadra visitará varios puertos de la isla, simulando bloqueos, haciendo exploraciones y abandonos de buques, incendios en puertos y en combate”. Se trataba de un simulacro de todas las posibles situaciones bélicas que se podían dar en el mar, utilizando los diferentes escenarios señalados como: sensibles, ante una posible amenaza norteamericana.

Un informe económico publicado por una revista especializada, recogía el impacto monetario que el conflicto de Ultramar, suponía para las arcas del Estado español: “En los presupuestos de Hacienda figuran créditos para obligaciones ineludibles, como personal de Guerra y Marina, deuda, clases pasivas y otros, que ahora, aunque se limiten algo, vienen á pesar sobre el presupuesto de la Península en cantidad tan considerable, que es para preocupar seriamente. Mientras la sociedad española intentaba afrontar económicamente los costes de la afrenta sufrida por el honor patrio de mano de los popularmente llamados yanquis, sumada la sempiterna actitud separatista de cubanos y filipinos, la alta sociedad algecireña, sin abandonar el telón de fondo de la guerra, era protagonista del proceso social en el cual estaba incurso, uno de sus militares hijos, antes reseñado, que, aprovechando su paso por su ciudad, procedía a regularizar su situación civil: “En la noche del día 14 del corriente y en la residencia de la respetable Excma. Sra. viuda del General Almagro, Dña. María del Carmen Cano y Álvarez, tuvo lugar el ceremonial de la toma de dichos y formalización del contrato de esponsales de su bellísima y gentil hija Clementina, con el distinguido Capitán del Batallón de Cazadores de las Navas, D. Alejandro María de Cortázar”. Al mismo tiempo que la futura feliz pareja esperaba fijar fecha para la boda, la Hacienda española temía como una pesadilla, la resolución del conflicto: “El país debe enterarse que las consecuencias de la guerra –proseguía el informe económico reseñado anteriormente–, se pagan en la paz, si no hemos de descender mas en la consideración del mundo”. Desgraciadamente, el sostenimiento económico del honor patrio, recaería sobre las clases más humildes, a través de un mayor olvido social por el Estado, al mismo tiempo que los que con mayor vehemencia defendían la limpieza de tal afrenta aumentaban sus posibilidades de negocio; pero esa es otra historia.

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