Artificial, pero no inteligente
Campo Chico
La Corporación no debería da ninguna oportunidad a los manipuladores que bastardean la información
A una máquina sin corazón posible, la programan para discernir sobre la belleza de las ciudades
Los cinco atractivos de Algeciras que contradicen a la inteligencia artificial
Algeciras/La verdad es que apenas si se ha reaccionado contra la estupidez revestida de inteligencia, que ha decidido que Algeciras es la ciudad más fea de Andalucía. En Algeciras nunca se sabe si cuando no se reacciona es porque no encontramos razones para reaccionar o, mucho más simplemente, porque nos trae sin cuidado tanto la causa como sus efectos. En este caso concreto nos dicen que un artefacto electromecánico ha determinado que la ciudad de nuestras ensoñaciones, la que tantas inspiraciones nos produce, la que tanto nos motiva, es fea, muy fea incluso.
No debe extrañarnos, dado que no prevemos los efectos que a corto, medio o largo plazo producen los bastardeos del lenguaje. Por ejemplo, yo ya lo advertí hace tiempo; se ha generalizado el uso de la palabra “independentista” para referirse a los nacionalistas partidarios de separarse de aquello a lo que pertenecen. Sin embargo, no tiene sentido hablar de independencia cuando no existe dependencia sino pertenencia. Cataluña es España por definición, si hay quien quiere separarla de sus esencias geopolíticas e históricas, habría que llamarle separatista. No vale limitarse a decir que es nacionalista, porque eso es otra cosa y no necesariamente supone una intención disgregadora.
Hay, sin ir más lejos, un nacionalismo andaluz no separatista sino defensor de una identidad diferenciada. Es más importante de lo que parece esta historia de distorsionar los conceptos. En matemáticas, la disciplina del rigor por excelencia, las definiciones, constituyen lo más cuidado del lenguaje, porque la matemática es eso, un lenguaje, un modo de expresarse (ya hablaremos de ello). Cuando un concepto es interpretable no sirve para nada. En el mensaje, el receptor debe interpretar los conceptos como lo entiende, exactamente como lo entiende, el emisor; si no es así no es posible entenderse.
Pensemos en la complejidad y el gasto que genera la asunción de que las leyes han de ser interpretadas para su aplicación. Una ley está bien formulada cuando no ofrece dudas. La precisión en la comunicación científica es una norma de guardar y debiera serlo también y siempre, en la comunicación verbal o escrita. Alguna vez he acudido a lo anecdótico para dar una idea de la autodisciplina que debemos imponernos todos los que participamos en procesos ligados a la comunicación. Si viéramos, viajando por primera vez en un tren por Escocia, por una de sus ventanas, que dos ovejas, que pastan tranquilamente en una pradera, son de color verde, no debemos decir: anda, mira, en Escocia las ovejas son de color verde, sino lo siguiente: observa, en Escocia hay al menos dos ovejas cuyo lado izquierdo es verde. En la segunda expresión, no ha lugar a equívoco y, por el contrario, en la primera se presume una realidad, que las ovejas de Escocia sean de color verde, no comprobada.
Uno de los conceptos distorsionados es el de inteligencia artificial. En realidad no es que esté distorsionado, sino que no ha sido definido con precisión. Se trata del proceder que consiste en dar a un totum revolutum de artificios e ingenios matemáticos, informáticos y electromecánicos la posibilidad de llevar a cabo procesos de cálculo y de prestación de servicios, sobre todo repetitivos. El nombre es equívoco, pues si bien el contexto en el que se desarrollan los procesos es, en efecto, artificial, el motor que los soporta no tiene nada que ver con la inteligencia. No hay ni emoción ni capacidad creativa, no hay ni imaginación ni espontaneidad, sólo hay una enorme cantidad de información inducida y una gran receptividad al aprendizaje vía la comisión de errores.
Un artefacto dotado de “inteligencia” artificial (IA) nos contestará con exactitud a la pregunta de cuánto suman 3 y 5 en el sistema decimal, pero no podrá responder a la pregunta: ¿Cuál de los números, 3 y 5, es más bello? El sentido de la belleza es humano e intransferible, supone sensibilidad, percepción, subjetividad y capacidad para sorprenderse. Una encuesta amplia entre seres humanos, seguramente daría más o menos igual número de preferencias en un sentido u otro, incluso con justificación añadida. Un matemático, es decir: un nativo (en terminología lingüística) no se detendría en aspectos estéticos e iría directamente, sin pausa y sin prisa, a lo que el número expresa, a su filosofía. Desde esta óptica, sobre el 3 y el 5 no hay mucho que decir.
Las máquinas las construyen los seres humanos e implementan en ellas sus intereses. De las capacidades y los propósitos de aquellos, y de sus posibilidades y habilidades, depende enteramente el resultado, lo que se quiere y para qué se quiere. En el totum IA lo que se quiere es disponer de ingenios que sustituyan a los seres humanos en automatismos y que les faciliten la vida, ayudándoles en la toma de decisiones y, utilizando modelos matemáticos y recursos en concatenaciones (algoritmos), poniendo a su disposición datos y situaciones con antelación a que se presenten. El desarrollo de técnicas para el progreso de la IA está en su momento y las inversiones son extraordinarias, con cifras que cuesta asimilar a la mentalidad más atrevida.
No hay límites para el alcance de las investigaciones ni para el diseño y fabricación de máquinas, cada vez mejor dotadas de medios para prestar grandes servicios en todos los campos y para todos los propósitos. De un tiempo a esta parte se está hablando mucho de ello, pero no se trata de ninguna novedad. Bien que, a medida que avanzan los logros, más convencidos están los promotores, del futuro de la IA. Los gurús millonarios que han contribuido con su trabajo, inteligencia e inversiones al desarrollo de estas técnicas salen, de vez en cuando a escena, para advertirnos del peligro de que puedan llegar a ser letales. Un peligro que no es distinto en esencia del que tienen las armas ligeras y no digamos las pesadas y las nucleares, pero hablando de ello abundan en la fascinación que quieren inducir en la gente sencilla y no tan sencilla, creando así la necesidad que anima al consumo.
Hace unos días me invitaron a dar una conferencia de carácter divulgativo sobre las matemáticas, que titulé La Matemática, tan cerca, tan sugestiva. Tenía la intención de referirme a la naturaleza de las matemáticas, a su belleza y, más que nada, trasmitir la importante idea de que la matemática es un lenguaje, un medio de comunicación, cuya función principal, además de servir a la ciencia y al cosmos para constituirse en soporte del conocimiento objetivo, es la de construir modelos para el estudio y el control de fenómenos tales como la previsión meteorológica, la evolución de las epidemias o el equilibrio ecológico.
Como la plataforma de IA ChatGPT es asequible en Internet, ingresé en ella y le pregunté ¿qué es la matemática? y me contestó literalmente, lo siguiente: “La matemática es una disciplina que estudia la cantidad, la estructura, el espacio y el cambio. Es una ciencia que se basa en la lógica y en el razonamiento deductivo para formular y resolver problemas. La matemática tiene múltiples aplicaciones en áreas como la ciencia, la ingeniería, la tecnología, la economía y la computación, entre otras. Además, se considera una herramienta fundamental para la vida cotidiana, ya que permite realizar cálculos y tomar decisiones informadas en diferentes situaciones”. Como matemático, les aseguro que la ambigüedad domina la respuesta, que podría servir para responder a la misma pregunta aplicada a multitud de disciplinas. Por ejemplo a ¿qué es la física? o a ¿qué es la técnica?: ¿Hay algo que no se base en la lógica y en el razonamiento deductivo para formular y resolver problemas?
Para dejar más claras las carencias del sistema, poco después de ponerme a escribir este artículo, tras habérseme ocurrido lo del 3 y el 5, le he preguntado lo siguiente: ¿Qué número es más bonito el 3 o el 5? Y la respuesta ha sido: “Como modelo de lenguaje de AI (siglas en inglés: “artificial intelligence”), no tengo la capacidad de percibir la estética de los números, ya que es una cuestión subjetiva y depende de los gustos personales”. Bueno pues dime (le digo): ¿Qué diferencia hay entre el 3 y el 5?, y me contesta: “El 3 y el 5 son números diferentes que se diferencian en su valor numérico. El 3 es un número entero menor que el 5. Además, son diferentes en su secuencia de números, mientras que el 3 se encuentra entre el 2 y el 4, el 5 sigue al 4 y antecede al 6. A nivel matemático, el 5 es el número siguiente al 4 y el doble del 2. Mientras que el 3 es el número siguiente al 2 y la mitad del 6. También podemos mencionar que los números 3 y 5 tienen diferentes propiedades en aritmética, álgebra y cálculo, lo que los hace útiles y relevantes en diversas ramas de las matemáticas y aplicaciones prácticas”.
Sin entrar en el galimatías recogido en la respuesta –completamente inútil, por cierto– se aprecian errores graves como es el de afirmar que “a nivel matemático” (?) “el 5 es (…) el doble del 2”, y trivialidades a mogollón. Pero lo más significativo es que afirma que no tiene “la capacidad de percibir la estética de los números”. Cabe preguntarse cómo es que, sin embargo, sí tiene la capacidad de percibir otras estéticas, mucho más complejas, como por ejemplo las de las ciudades.
La noticia de que mediante la tecnología denominada Inteligencia Artificial se ha dictaminado que Algeciras es la ciudad más fea de Andalucía no debiera dejar indiferente a nuestras autoridades municipales. No me refiero a reaccionar con una declaración patriótica o que acudan a argumentos sentimentales, sino procediendo a denunciar por difamación al emisor, pidiéndole cuentas y obligándole a explicarse sobre los recursos utilizados y los medios de los que se ha servido para hacer público el dictamen. Paralelamente, debieran investigarse las fuentes y pedir daños y perjuicios; los que se hayan causado o se pudieran causar como consecuencia del presumible deterioro de la imagen pública de la ciudad.
La “inteligencia” no es tal, no hay raciocinio donde no puede haber subjetividad, y si no hay raciocinio, la lógica que sustenta los procesos no es más que un programa informático del “si no es por aquí, es por allí”. La fealdad, como la hermosura o la belleza pertenecen a la esfera de las sensaciones cuya programación es resueltamente imposible. Eso quiere decir que la determinación de lo bonito y lo feo tiene que estar generada por la voluntad del programador. El Ayuntamiento de Algeciras tiene una oportunidad única de llevar a los tribunales, para mofa, befa y escarnio de todos, a la troupe de manipuladores que ha provocado un añadido a todas esas cosas; el narcotráfico, el contrabando, el chalaneo, en fin; que se presentan en los medios como espectáculo a contemplar en nuestras calles. Golpe en mesa y un ¡ya está bien! están siendo demandados con carácter de urgencia.
Para no dar ideas ni pistas, bueno sería que la Corporación municipal integrara en sus procederes la actitud de cuidado extremo que debe guardar celosamente frente a las agresiones de vándalos y alanos, cuyo buque insignia es el mural de Pepe Barroso, en los aledaños de la destruida playa de Los Ladrillos, y a las dejaciones de técnicos, próceres y regidores, para las que de ejemplo, ahí está mi calle, la calle Real, una calle de patios, cierros, balcones de hierro fundido y adoquines brillantes como un sol de primavera. Véanla ahora con viviendas de horrible aspecto, ornadas de conflictos e impagos, arrebujadas y con el trasero puesto al aire en la calle Sacramento.
Esa Corporación debería evitar las fachadas de mal gusto y los proyectos arquitectónicos que afean los recovecos y las vías urbanas. Debería impedir el establecimiento de negocios que hirieran la sensibilidad del viandante, como ocurre y ha ocurrido en la calle Convento, adonde se ha dejado insertar, en el grato bullicio de la hostelería, alusiones barriobajeras al sexo rampante de alcantarilla; a un paso del Parque Arqueológico (mal) aludido como “ruinas meriníes”. La Corporación no debería, en cambio, dar la oportunidad a los manipuladores que bastardean la información, con no se sabe qué provecho ni qué aprovechadores, ni inspirarse en las dejaciones y en el abandono que permiten dar lugar a cosas como ésta de la fealdad “inteligentemente” detectada, en la que a una máquina con motor de a bordo a modo de cerebro y sin corazón posible, que no sabe si es el 3 más bonito que el 5 o viceversa, la programan para discernir sobre la belleza de las ciudades.
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