La Bajadilla, un barrio tomado por la creciente 'industria auxiliar' del narcotráfico
Hachís y cocaína
Los últimos tiroteos en el barrio algecireño destapan la tensión entre clanes rivales por el control del tráfico de estupefacientes
Nuevo tiroteo en La Bajadilla, segundo incidente en la barriada en menos de 24 horas
La Bajadilla, en imágenes
Algeciras/Por el Estrecho de Gibraltar entra desde Marruecos el 85% del hachís que se consume en Europa. Y, desde hace algunos años y a través fundamentalmente del Puerto de Algeciras, también la cocaína procedente de Sudamérica, que ha encontrado en las tradicionales redes de distribución del costo la estructura logística que necesitaba.
Los magnates del gran aparato del tráfico de estupefacientes habitan mansiones en la Costa del Sol, pero este negocio requiere de una potente industria auxiliar cuyos obreros son los que realmente perturban la convivencia y la paz vecinal, los que generan inseguridad ciudadana y arruinan los barrios en los que se instalan.
Los mayores cargamentos del mundo de cocaína y de hachís han sido interceptados recientemente en el Campo de Gibraltar. Cada envío de droga requiere de una logística en la que intervienen muchos obreros: alijadores o braceros agrupados en collas o brigadas, puntos (individuos que controlan los movimientos de las patrullas policiales), pilotos de narcolanchas, conductores que llevan la mercancía por carretera a otras ciudades, notarios u hombres de confianza del traficante que no se separan de los preciados bultos para evitar trampas y traiciones, petaqueros o peones suministradores de combustible a las lanchas, contravigilantes que viajan delante de los transportistas para advertirles a tiempo de posibles controles policiales, etc. Ganan cada uno de ellos miles de euros por operación y se esconden en barrios como La Bajadilla, en Algeciras, un territorio sensible que, en los últimos años, ha visto cómo su vecindario crecía también con la presencia de paleros, delincuentes comunes que se dedican al hurto de mercancía a los grandes traficantes; lo que se conoce como vuelcos.
Aunque las autoridades locales insisten en que La Bajadilla se asemeja a una balsa de aceite -"no hay ningún lugar de Algeciras donde no se pueda circular a cualquier hora del día o de la noche", según el alcalde, José Ignacio Landaluce (PP)- los vecinos de toda la vida del barrio casi no se atreven a hablar. Saben que muchos de los nuevos residentes esconden armas en sus casas. Así lo han comprobado por enésima vez estos días pasados cuando un tiroteo entre clanes dejó una mujer herida en la mano por un disparo.
Al día siguiente, uno de los implicados en el tiroteo, aún no detenido ni identificado, en una demostración de fuerza, detonó varios cartuchos al aire en señal de advertencia a sus rivales. No hubo víctimas esta vez pero sí una comprensible alarma social. La Policía Nacional no tiene dudas de que entre los presuntos instigadores de las reyertas figuran los hermanos K. y H. El Hammouti, históricos paleros amigos del dinero fácil detenidos esta semana que, con sus vuelcos a guarderías (almacenes improvisados donde se custodia la droga o se dejan enfriar los vehículos usados para el alijo), han levantado las iras de los dueños del negocio, esos que se reúnen para cerrar tratos en los reservados de las discotecas de Puerto Banús.
Los Hammouti no están solos en La Bajadilla. Cuentan con toda una red clientelar de colaboradores a los que la Policía conoce bien y siguen de cerca. Los registros domiciliarios autorizados de esta semana han sido muy certeros, dando como resultado la incautación de un significativo número de armas de todo tipo. Es cierto que algunas eran de juguete (subfusiles de air soft), pero entre navajas y catanas había también escopetas de caza de 12 mm, pistolas como una Glock de 9mm -cuyo precio en el mercado negro supera los 2.500 euros- y un revólver del 38 especial con una potentísima capacidad de perforación.
A los Hammouti los conocen en la Comisaría de la Policía Nacional de Algeciras por su capacidad para meterse en problemas con otras bandas de la peligrosa industria auxiliar del narcotráfico. Hay estudios que estiman que este mercado supone más de un 10% del producto interior bruto de la comarca. Como en todo negocio, surgen de cuando en cuando incidencias y desacuerdos. Para solucionarlos no hay más justicia que los ajustes de cuentas. Cuando los autores de un vuelco se ven sorprendidos o atrapados por el propietario de la mercancía, recurren a las armas para defenderse o, muy frecuentemente, se exculpan y señalan a otra banda rival como autora del robo. En alguna ocasión esas falsas delaciones han dado lugar a venganzas y asesinatos, como apunta a Europa Sur un agente de policía que prefiere no revelar su nombre.
“Estos son los que ensucian la ciudad, delincuentes a los que sus jefes no dotan de ninguna tecnología, que adquieren sus propias armas en los bajos fondos, que están acostumbrados a pasar por la cárcel y presumen de su estilo de vida, que están convirtiendo su criminalidad en una cultura atemorizando a los vecinos y haciendo ostentación de ropa y coches”, relata a esta redacción otro agente de policía en activo. “Trabajan para varios narcos a la vez, se roban y traicionan entre ellos, carecen de toda moral y animan a sus hijos a seguir sus pasos”, afirma.
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