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Conversaciones entre flamencos: Leyendas de la calle

José Vargas Quirós, presidente honorario de la Sociedad del Cante Grande de Algeciras, presenta este jueves, 28 de noviembre en el centro documental José Luis Cano, 'Conversaciones entre flamencos', su segundo libro en solitario y editado por el sello tarifeño Imagenta. Este es el tercer capítulo del nuevo título, titulado Leyendas de la calle y que Europa Sur ofrece a sus lectores como adelanto.

Pastora Pavón, la Niña de los Peines
José Vargas

28 de noviembre 2019 - 05:06

Como todos sabéis, en el mundo del flamenco abundan las le­yendas. Unas serán verdaderas, otras serán falsas y otras puede que sean “mitá y mitá”, es decir, que quizás sean verdaderas pero un poquito adornadas. De todas formas, a los adultos, igual que a los niños, también nos gustan los cuentos bonitos. Que terminen bien, “comiendo perdices...” Muchas de estas leyendas las conoceréis y, quizás, de otra forma. Pero yo las voy a contar como a mí me las contaron.

Don Antonio Chacón y Manuel Torre

A Don Antonio Chacón lo llamaron en Jerez para que cantara en una fiesta particular que daba un buen aficionado de buena posición. Le dijeron que se trajera un guitarrista y otro cantaor, de menos categoría que la de Chacón, para que le echara una mano de vez en cuando, entre cante y cante, por si la fiesta era muy larga.

Pues bien, llegó el día y allí se presentó Don Antonio con un guitarrista y con Manuel Torre. A Manuel no lo conocía mucha gente, especialmente por sus rarezas y su rechazo a cantarle a quien a él no le entrara por el ojo. Y como sabéis, Chacón idolatraba a Manuel al que consideraba el gran valedor del cante gitano.

Empezó la fiesta y Don Antonio se hartó de cantar toda la noche, tocando todos los palos habidos y por haber. No quedó títere con cabeza pues Chacón era muy largo. Manuel, que era muy irregular, le tocó el día chungo. Solo abrió la boca para tomar unas cuantas copas de vino. No le apeteció cantar. Él era así.

Terminó la fiesta y llegó la hora de cobrar. El señorito llamó aparte a Don Antonio y le preguntó que cuanto dinero tenía que darle. Don Antonio le dijo que veinticinco duros (125 Ptas). Para él diez duros, para Manuel otros diez duros y para el guitarrista cinco duros.

El dueño de la casa le pagó religiosamente, dándole las gracias por una noche tan buena, pero antes de despedirse no pudo aguantar la curiosidad y le preguntó: Don Antonio, perdone mi pregunta, pero no entiendo cómo usted cobra igual que Manuel que no ha cantado en toda la noche. ¿Me lo puede explicar?

Y Don Antonio le contestó:

Pues mire, es muy fácil. Manuel ha cobrado igual que yo porque no ha cantado. Si lo hubiera hecho, no tendría usted suficiente dinero para pagar su cante.

Ponce el torero

Hay otra leyenda, que no recuerdo quién me la contó, pero es preciosa. Es la de Ponce el torero. Dicen que, en la familia de los Ortega, de Joselito y Rafael, había una hermana de ellos, Cristina, que era pretendida por un hombre llamado Ponce. Los hermanos de Cristina no aprobaban esta relación y le pusieron a Ponce una condición para aceptar el noviazgo. Esta condición, aparentemente imposible de cumplir, era que tenía que hacerse torero profesional.

Y era tanto el amor que Ponce le profesaba a Cristina que contra viento y marea se hizo torero para conquistar a la mujer amada. En un momento dado de su carrera taurina lo llamaron de Lima (Perú), donde

se celebraba una corrida benéfica. Él acudió a esa llamada y se presentó en la capital peruana a to­rear dicha corrida. En un momento de la lidia, el toro le dio una cornada que posteriormente le produjo la muerte. Las noticias que llegaron a España decían que había muerto llamando a Cristina.

Y alguien escribió una letra por siguiriyas que yo se la escuché a Antonio Mairena en una grabación de una actuación suya en la Peña El Taranto, en Almería, en los aires de El Nitri, acompañado por Pedro Peña, siendo ésta la última actuación en público de Antonio, en mayo de 1983.

La letra dice así:

Pobrecito Ponce el torero

que en Lima murió

como murió llamando a Cristina,

Cristina de su alma y de su corazón.

Silverio Franconetti

Hay otra historia muy interesante relacionada con el gran Silverio Franconetti. Silverio se marchó a América, concretamente a Uruguay, donde dicen que estuvo unos cuantos años (los motivos de su marcha están un poco oscuros). Allí se enroló en el ejército de aquel país, volviendo con galones de oficial. También se dice que se marchó huyendo de la justicia por haber causado una muerte en una pelea. Incluso se llegó a comentar, aunque nunca se confirmó, que el muerto fue Juan Encueros, hermano de El Fillo. No obstante lo anterior, Luis Javier Vázquez Morilla, en su libro, desmiente todo esto con documentos.

Viene a colación esa letra por siguiriyas que dice:

Mataste a mi hermano

no te viá (voy a) perdoná

tú lo has matao liaíto en su capa

sin hacerte ná.

Pues bien, al cabo de los años Silverio regresó de incógnito y en Sevilla entró en un establecimiento donde se estaba cantando flamenco. El cantaor sevillano estaba irreconocible después de tantos años, con una barba poblada y una vestimenta rara, diferente a cuando se marchó. En una mesa había unos gitanos de fiesta, a los que, al cabo de un rato, se acercó Silverio interesándose por los cantes que estaban interpretando.

Le dieron cabida en la reunión al forastero y, en un momento dado, pidió permiso para cantar. Todos se miraron entre sí, sorprendidos, y pensando quién sería ese chalao. Y es que la pinta del forastero no guardaba relación con el cante que allí se estaba haciendo. No obstante, accedieron a que cantara.

Cantó por siguiriyas causando sorpresa y admiración, ya que no se imaginaban que un hombre con esas hechuras, con pinta de extranjero y con esa barba pudiera cantar de aquella forma. Pero como no hay nada oculto bajo el sol, la gitana más vieja del grupo se dio cuenta enseguida de quién era el personaje. Y dijo así:

Señores, a mí no me engaña, este hombre es el gran Silverio. Nadie, que no sea gitano, ha cantado como él. Pero yo le encuentro un defecto, y es que es un gachó que tiene los pies mu grandes. También, sobre Silverio y el Nitri, hay una historia que dice que este último jamás cantó delante de Silverio.

Unos dicen que era porque Tomás no quería que Franconetti copiara su cante. Hay que recordar que Silverio vivió muy cerca del Fillo (del que dicen que aprendió los cantes), que era tío carnal de Tomás el Nitri, primera Llave de Oro del Cante.

Otros dicen que Tomás no cantaba delante de Silverio porque de alguna forma se sentía inferior a él y no quería que criticara sus interpretaciones. Pudiera ser que esto ocurriera por el supuesto hermetismo existente entonces en las casas gitanas, de donde, dicen, no salió el cante hasta la llegada de los Cafés Cantantes. Aunque esto es muy discutible ya que mi amigo Ramón Soler me cuenta que esta historia ya está desmentida, pues hay documentos que demuestran la presencia de gitanos cantando, desde el principio, en teatros.

Viene a colación comentar que Silverio fue uno de los primeros empresarios que abrió un café cantante.

Ignacio Espeleta

Cuentan los gaditanos que Ignacio Espeleta era un personaje muy popular. Dicen que era un gran referente en el Cádiz de esa época, pero no de Cádiz a secas, sino de Cai, Cai, que no es lo mismo. Cantaba y bailaba bien, estaba pasao de compás y encima la gracia la regalaba. Y ya sabemos cómo es la gracia en Cádiz, algo natural, no aprendido.

Formó parte de aquel famoso espectáculo, Las calles de Cádiz, que se estrenó en el Teatro Español, en Madrid, en 1933, con un elenco de grandes artistas, entre los que estaban La Argentinita, La Macarrona, El Niño Gloria y muchos más.

Cuentan que se dio una buena fiesta en Cádiz donde asistieron, entre otros, toreros, poetas, músicos y flamencos, y por supuesto lo más granado de la sociedad. Por lo que se ve era una fiesta importante, de las de rompe y rasga. Allí estaba el mencionado Ignacio Espeleta que fue invitado por el anfitrión. También estaba Manuel de Falla, Federico García Lorca y gente de renombre, como ya hemos comentado.

A Federico le fue presentado Ignacio y en seguida la conversación giró alrededor del flamenco. Especialmente porque Federico era un enamorado de lo jondo, por la pasión que él percibía en nuestro arte como se demuestra en su Romancero Gitano y en el Poema del Cante Jondo.

Lorca estaba entusiasmado con la charla de Espeleta y, en un momento dado de la conversación, después de mucho rato, picado por la curiosidad, Federico le pregunta a Ignacio: "Perdone mi curiosidad Don Ignacio, ¿en qué me ha dicho que trabaja usted?" Espeleta se queda mirándolo fijamente, muy serio, y le contesta: "Por favor Don Federico… yo soy de Cai". Sin comentarios.

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