Devoción con los pies mojados
Romería Virgen de la Palma
La plaza de la Virgen del Mar de El Rinconcillo es un hervidero de gente donde huele a pimientos recién fritos
La playa es un asfixiante bosque de sombrillas que no deja ni entrever el Peñón. Las motos de agua, como de costumbre, recortan la bahía demasiado cerca de la orilla. Huele a pimientos recién fritos. La plaza de la Virgen del Mar es un hervidero a pesar del calor. En el centro, un altar a la sombra se ha vuelto el destino de una considerable cola de gente, la mayoría en bañador y con los pies mojados, que comienza en un quiosco de helados. En el ecuador de agosto, El Rinconcillo, con el mar a la vuelta de cada calle, acoge una multitudinaria romería donde los vecinos del barrio rezan oraciones y olvidan antiguas culpas. La Virgen de la Palma ha regresado tras los años de la pandemia.
Una hora después de emerger bajo las aguas, la frente perlada de la Virgen aún está húmeda. Los ojos huecos miran fijos hacia levante. Diminutas conchas de lapa y una capa de liquen recubren su manto y, del cuello, cuelgan cinco medallas y una carta prendida de un cordel. A sus pies, se amontonan los ramos de flores envueltos en papel de viejos periódicos. Ésta es la vista que encuentran los fieles al alcanzar lo alto del altar plantado en El Rinconcillo.
Algunos de ellos, apoyan sus hamacas plegadas en el suelo para poder acariciar las medallas relucientes de la Patrona y Alcaldesa Perpetua de Algeciras. Una mujer de largo pelo negro va dejando un reguero de agua salada que gotea a su paso. Un niño con gorra se estira todo lo posible para palpar los pies de la Virgen. Un libro recoge mensajes escritos a mano por los vecinos. “Por muchos años más de romería marinera. Cuida de toda mi familia”, “Por fin puedo verte. Han sido muchos años. Gracias por todo”, “Desde pequeña he venido a visitarte tras salir del mar. Cuida de los míos. Amén”, puede leerse en la doble página abierta, manchada por un goterón de cerveza. El sol pesa.
También Afrodita, la encarnación griega del amor y la belleza, emergió del mar, al igual que Venus, su reflejo romano. Según la mitología, Saturno lanzó al agua los genitales de Urano, cuyo semen, al entrar en contacto con la espuma, permitió el nacimiento de la diosa. Tras brotar del fondo del océano, Venus fue guiada por los vientos hasta la costa, donde otros dioses quedaron prendados por su sensualidad.
Igualmente, en la bahía de Algeciras, entre dos mares, una vasta vegetación de divinidades ha ido creciendo a lo largo de los siglos. Una de ellas, la Virgen de la Palma, aguarda durante todo el año bajo las aguas hasta que el pueblo, en pleno verano, decide sacarla a la luz y venerarla tras una barandilla de flores de salitre. Las tierras pobres son las que más mitos y celebraciones necesitan. Y Algeciras es un lugar aislado del mundo, como descosido del resto, de ahí su singularidad, incluso en las tradiciones. Sus vecinos, con sus cuerpos cubiertos de sal, se empeñan en todo momento en retener contra sí esa extraña alegría que asciende del mar hacia el cielo. Jamás pueden dejar de vivir, casi siempre de forma desbordada, también en los actos que deberían ser de recogimiento y mesura, como en la adoración hacia una Virgen.
Quizá sea ese desenfreno, ese apego por la vida, la entrega al presente, lo que provoca que muchos de los que están de paso por la bahía jamás se marchen. También el exceso de bienes naturales. La mezcla de esplendor y carencia. Los que saben observar, los que palpitan, permanecen a pesar de los pesares. Un sol magnífico les priva de todo resentimiento. Y así, casi sin planearlo, la Virgen de la Palma se convierte en su patrona.
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