"El recluso, como cualquier ser humano, no soporta la humillación"
Francisco Márquez Salaverri, ex director de la cárcel de Botafuegos | Entrevista
Tras dieciséis años como responsable del centro penitenciario algecireño, no comprende que haya directores de cárceles que nunca pisen la prisión que gestionan
Sostiene que el trabajo del funcionario de prisiones, además de estar mal pagado, no vende porque es una "realidad desagradable" para la sociedad
“Paco, trata bien a los presos, que cuánto sufrirán esas madres cuando tengan que ir a la cárcel a ver a sus hijos”
Durante las cuatro décadas que ha trabajado para Instituciones Penitenciarias, ha visto de todo. También la conversión de las cárceles españolas, desde la Transición a la actualidad. Le faltan dos años para jubilarse -tras su cese en Botafuegos, los pasará en el CIS Manuel Montesinos- y, llegado el momento, no descarta escribir un libro con sus memorias.
-Usted ha sido testigo directo de la transformación que han experimentado las cárceles españolas desde el final de la dictadura hasta lo que son en la actualidad.
-No tiene nada que ver. Cuando yo entré, la prisión era un lugar fatal por la escasez de medios materiales, el desastre de la arquitectura penitenciaria... Las ratas campaban a sus anchas y la sanidad brillaba por su ausencia. La transformación de las cárceles se la debemos a Antoni Asunción Hernández, ex director general de Instituciones Penitenciarias y luego ministro del Interior. Él decía que, cuando había voluntad y poder político, el dinero aparecía. Hoy podemos decir que tenemos unas cárceles muy dignas tanto para los trabajadores como para los internos, de lo cual me enorgullezco. Concepción Arenal, una feminista que luchó contra los desafueros de las prisiones españolas, aseguraba que la catadura moral de un país se analizaba por el estado de sus cárceles.
-¿Mantiene contacto con algún preso que ahora se encuentre en libertad?
-Me cruzo a diario, en la calle, con antiguos reclusos de Botafuegos. Yo vivo en La Piñera y, hasta mi destitución, muchos días iba andando hasta Botafuegos. Atravesaba La Piñera, La Perlita, pillaba parte de La Bajadilla, subía por la cuesta del Piojo... Y escuchaba a diario: “¡Adiós, don Francisco! ¡Adiós! ¿Quiere que le lleve en moto? Suba usted”. Eran antiguos presos. El año pasado fui a una corrida de toros que se celebró en Estepona. Al tercer toro, bajé al bar a por una cerveza y el hombre que despachaba se me quedó mirando. “Hombre, don Francisco, usted me trató muy bien”. Yo no sabía ni quién era. Cuando fui a pagarle, me dijo que me invitaba. Ellos me conocen, pero yo no los conozco a todos. Es algo que me agrada. Son gente agradecida. Saben cómo les he tratado a ellos y a sus familias. También comprenden que he tenido que tomar decisiones, dentro de la ley, cuando no han tenido un comportamiento adecuado en la cárcel. Pero el preso no te guarda rencor por eso. El preso, como cualquier ser humano, lo que no soporta es la humillación.
-¿La ha visto de cerca?
Yo pasé seis años interno en un instituto dirigido por los jesuitas, en un pueblo de Granada llamado Cogollos Vega. Si quería estudiar tenía que ir allí porque era el más baratito, así que aproveché. Aquello tenía más disciplina que hoy la cárcel. También menos derechos. Allí me sentí humillado muchas veces, por eso, he procurado no repetir ciertas prácticas durante mi vida profesional. Quizá aquello me sensibilizó especialmente. Salí muy resentido de ese internado. Yo sé lo que es que te peguen dos guantadas en mitad de un comedor con 500 personas sin haber hecho nada. Sé lo que es la rabia, tener que tragártela... Y, por otro lado, temblaba por si le transmitían alguna queja a mis padres. Eso te marca.
-¿Cómo es el perfil de un recluso detenido por narcotráfico?
-En general, los presos del Campo de Gibraltar son los mejores que yo he tenido en toda España, pero hay que intentar que sean buenos ciudadanos. Ciertamente, el perfil ha cambiado con el paso del tiempo. En Algeciras, estuve del 90 al 93 de director en la cárcel vieja y, a partir de 2006, en la cárcel nueva. Eso me ha permitido conocer a abuelos, padres e hijos de narcotraficantes encerrados por delitos contra la salud pública. Los hijos son más combativos. No tanto en la cárcel como en la calle. Esto de embestir a los coches de la Policía y la Guardia Civil, con los padres y los abuelos nunca pasaba. Ellos aceptaban cuando eran derrotados. Sé que esos cambios a peor, los traficantes antiguos lo critican. Se han perdido las formas.
-¿Cuándo se incorpora a su nuevo puesto en el Centro de Inserción Social (CIS) Manuel Montesinos?
Ya estoy adscrito provisionalmente. Administraciones Públicas tiene ahora que crear mi plaza como director de programas. En ello estamos.
-¿Exactamente cuál va a ser su cometido en el CIS?
Realmente es un puesto que no tiene competencias. Es como un puesto colchón, aunque yo, sin hacer nada, no puedo estar. En abril cumplo 68 años y puedo trabajar, como máximo, hasta los 70. En este tiempo, me gustaría recibir y tener un primer encuentro con los internos que los progresan a tercer grado, cuando se les permite un cierto grado de libertad. Porque algunos, cuando tocan calle, olvidan que siguen siendo presos. Yo siempre he creído en la labor de los CIS. Las cifras hablan: los reincidentes no llegan al 30%. A las cárceles llega un gran número de personas procedentes del mundo de la marginación y la exclusión social con enormes carencias educativas, sociales, culturales, médicas... Por eso, en el tiempo que están encerrados, a través de formación y programas específicos, hay que intentar paliar esas carencias siempre que el interno tenga voluntad.
-Cuénteme alguna anécdota que haya vivido en Botafuegos.
He visto de todo. En una ocasión, me llamó un interno para contarme que había tenido una hija fuera de su matrimonio, que la niña tenía 4 años y que, con él en la cárcel, la niña lo estaba pasando mal. Que si podía verla. Pero su mujer no podía enterarse. Le di una comunicación de extranjis y luego eso lo borramos del ordenador. Son cosas que pertenecen a la vida real, pero que es muy difícil que en la administración penitenciaria se puedan canalizar. Yo siempre he estado abierto a las historias humanas.
Recuerdo también a un interno de Sanlúcar de Barrameda que ya estaba saliendo de permiso. Una vez, le dejamos acudir solo al hospital para una revisión médica y, en vez de ir al Punta Europa, acabó en la Feria de Algeciras. Pilló un colocón... Cuando regresó a Botafuegos y un funcionario le pidió el comprobante de haber estado en el médico, le soltó los tickets de la caseta. Inmediatamente, ese interno dejó de salir y se le quitaron los permisos. Al tiempo, da la casualidad de que, un fin de semana en el que yo estaba de guardia, nos comunicaron que había muerto su madre en Sanlúcar. Me senté con él y le dije: “¿Ahora qué? Por los rebujitos, ahora no puedes ir a velar a tu madre”. “Estoy muy arrepentido, don Francisco”, me respondió. Y le contesté que le iba a permitir que fuera solo a Sanlúcar, que le daba esa oportunidad porque una madre es lo más grande que tenemos, pero que no me fallara. Y cumplió: fue y regresó.
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