Una carta desde Algeciras
Historias de Algeciras
El soldado Pedro Baqué escribe en 1921 desde la ciudad una misiva a su hermano Jacinto antes de partir para el frente
El militar relata la escasez de un rancho adecuado y muestra signos de profundo cariño a su familia
Algeciras/Para el estacional otoño de 1921, la gran tragedia de Annual había obtenido una pronta respuesta táctica. Muchas de las posiciones españolas se habían recuperado; pero el coste de vidas que significó la Guerra del Rif en aquel fatídico 21 fue inmenso. La sociedad española por aquel entonces, no había superado la gran tragedia que había vivido aquel verano del primer año de la década de los “felices años veinte”. Entre el dolor y el deseo de venganza el gobierno comenzó, entre otros movimientos, a rearmar al Ejército.
Posteriormente a la gran compra, cuando aún el calor no había disminuido en aquel sangriento verano, el citado Ministro de la Guerra, presentó su dimisión al gobierno conservador presidido por Manuel Allendesalazar; pero no sin antes dejar como regalo envenenado, la creación de la comisión que presidiría el general de división Juan Picasso para instruir las causas del desastre acontecido en tierras melillenses. Durante las semanas siguientes comenzaría a elaborarse el tristemente popular Expediente Picasso.
Mientras estos hechos se sucedían, llegaba el otoño a nuestra ciudad, y como en el resto del país, el dolor y la rabia aún están muy presentes. Siendo nuestro fondeadero uno de los más utilizados por el Ministerio de la Guerra para trasladar tropas de refuerzo al norte de África, y ante el gran número de soldados que esperan embarcar, las musas patrióticas, hacen posible que en Algeciras se popularicen los siguientes versos “¡Van sedientos de venganza los soldados a Melilla/ y rasgando la guitarra/ y bebiendo manzanilla/ en los barcos se refleja su entusiasmo y su vigor/ van cantando Las Corsarias/ y esperando llegue el día que ellos piden con anhelo/ con arrojo y valentía/ de vengar a sus hermanos de Annual y de Nador”. Y en referencia a los que embarcan: “Van gritando ¡Viva España!/ y aumentando su carrera/ el soldado cae herido/ abrazado a su bandera/ que la besa con respeto y defiende con valor...”.
Y mientras la sangre hervía por la venas hispanas tras lo ocurrido meses atrás, llenando los banderines de enganche de patrióticos soldados -siendo los más concurridos los de las provincias vascongadas y catalanas- en nuestra ciudad, un joven soldado, tal vez, se encontraba sentado sobre su camastro del dormitorio de tropa del cuartel (del para entonces, uno de los primeros regimientos salvadores de la ciudad de Melilla), Extremadura 15. O tal vez sentado en algunos de los establecimientos algecireños, como por ejemplo El Chato, sito en el número 12 de la calle Rocha; el popular El Patio, abierto en el número 9 de la calle Pi i Margall (Tarifa), propiedad de José Flores Quintero, quién tenía otro establecimiento de iguales características en el 2 de la calle Rocha; o en el no menos famoso bar La Verdad, de Antonio Díaz Pintado, ubicado en el número 28 de la calle Cristóbal Colón, que como bien pudo prontamente comprobar aquel soldado, todos llamaban Larga.
Lógicamente, los precios de aquellos “garitos” donde se anunciaba el poco respetado “Se prohíbe el cante”, estaban al alcance de los siempre famélicos bolsillos de la clase de tropa. Aunque también era cierto que el uniforme hacía posible el milagro de que la sabia tiza en su deambular sobre el frío mostrador se equivocara en no pocas ocasiones en favor del “pelao al cero” o se respondiera con la familiar frase de “¡Esto ya está pagao!” sin que el recluta jamás supiera quién le había convidado; siendo de seguro la alma generosa alguien que esperaba o dejó de esperar noticias de un hijo destinado al otro lado del Estrecho.
Sea como fuere, el citado soldado, que por cierto en su expediente de reclutamiento figuraba como Pedro Baqué, comenzaba así su familiar carta: “Algeciras 11 de Diciembre de 1921: Sr. D. Jacinto Baqué. Estimado hermano la presente sirve para manifestarte que el otro día junto con otros nos determinamos a hacernos retratar, pero fuimos que era por la noche y de noche no queda también, pero me parece que he quedado mejor de aspecto”.
En estas primeras líneas, el joven recluta, al igual que nuestro anterior protagonista -el seronés Manuel Iglesias Rubio-, siente como joven que es el gran deseo de que su familia lo vea vestido de militar. Yasí, como igualmente hizo el almariense, marcharía a los algecireños estudios fotográficos reseñados en el anterior capítulo.
“Ahora ya me podrás ver la cara que hago vestido de militar, si me vieras ahora, estoy casi negro de la cara y manos de tanto ir al sol y de correr, no parezco el mismo”.
Por aquel entonces, los alrededores de El Calvario, lugar donde se encontraba situado el cuartel tan apreciado por los algecireños, estaba sobrado de espacio para la diaria instrucción, siendo el habitual para esta castrense actividad el llamado Llano del Fuerte de Santiago.
Prosigue el texto del joven destinado en nuestra ciudad: “Pero mi estado físico por ahora gracias a Dios es excelente, pero también te hago saber que si tuviera que alimentarme del rancho que nos dan pronto estaría que no me podría tener, porque nos dan un rancho malísimo, una cosa que no se puede explicar”.
Desgraciadamente, el soldado Pedro Baque también fue víctima de la falta de preocupación por los que debían de tenerla para los que como él iban a exponer su vida en defensa de una patria que ante aquella falta de cuidado para con sus hijos -los más inexpertos, los más jóvenes, los más pobres, los más indefensos- más que madre actuaba como madrastra. “Pero como nuestro padre me envía algún céntimo, cuando salgo de paseo me voy a comer y de esta manera estoy bien”, prosigue. Por aquellas fechas difícilmente un soldado destinado en nuestra ciudad podría acceder a los lugares de moda, como los comedores del Hotel Reina Cristina o la terraza del también aristocrático Terminus. O qué decir de ocupar mesa con vistas hacia la ensenada de El Chorruelo, desde el Kursaal.
Afortunadamente en aquella Algeciras de militares, contrabandistas, funcionarios, matuteras, cantamañanas, empresarios, industriales y jornaleros, todos tenían su sitio para yantar existiendo establecimientos aptos para bolsillos menos exigentes en el necesario comer. Y para tal menester, pues no eran pocos los clientes demandantes, existían locales limpios y asequibles como por ejemplo Casa de Pilar, en el número 18 de la calle Alfonso XI; el llamado bar El Zoco, propiedad de Francisco García Serrano, sito en el número 20 de la plaza Palma, o el también habitual de los aficionados al balompié y que abierto en el cercano Calvario se intitulaba Bar y Restaurante Algeciras FC puesto en marcha por seguidores del citado team.
“Nunca me olvidaré del sacrificio que hacen nuestros padres para mí”, prosigue el joven soldado en su carta dirigida a su hermano. “Siempre cuando me escriben una carta me dicen si necesitas más de lo que te mandamos, pídelo que te lo enviaré no sufras hambre. Y la verdad si ellos no me socorriesen, seguramente que alguna pasaría con pan solo; pero Dios ayuda a ellos para que ellos me puedan ayudar a mí”. En este párrafo, Pedro demuestra ser persona de grandes sentimientos para con su familia además de poseer unas profundas convicciones religiosas.
“Recibí tu última carta y estoy mi contento de ello, me decías que ha hecho mucho frío y el otro día hubo carta de casa, y nuestro padre decía que gracias a Dios estaba en perfecta salud […], pues ya que no le puedo ayudar materialmente, lo hago espiritualmente”.
El soldado Baqué, además de su bondadoso rasgo para con sus padres, y el ejercicio de su fe, clarifica en estas últimas líneas su pertenencia a cierta clase social más bien escasa en la España de entonces, compuesta, al parecer, de pequeños propietarios con cierta solvencia económica; aunque insuficiente para el preceptivo pago al Estado que le hubiera servido para librarse de su presencia como soldado, en un corto futuro, en la rifeña guerra.
“El Jueves último celebramos la fiesta de nuestra Patrona de la Purísima Concepción -continúa Pedro informando a su hermano Jacinto- y este año debido a las especiales circunstancias, no ha habido festejos”. Los gravísimos hechos acontecidos durante el verano en la jurisdicción de la Comandancia Militar de Melilla marcaron la vida castrense en todas las celebraciones y actos en los meses venideros. En la celebración llevaba a cabo en el acuartelamiento algecireño, y a la que asistió el autor de la carta, según relata a su hermano, “nos dieron un rancho extraordinario (ese día fue carne, pero al siguiente ya empezó el mismo de siempre) y por la noche dieron permiso para el que quisiera pudiera ir al teatro, pero yo para no perderme la costumbre me fui a dormir”.
En tiempos mejores, según el documento consultado, tal celebración se desarrollaba del modo siguiente: “Se celebró en la iglesia de la Merced una solemne misa en honor de la Inmaculada Concepción, patrona del arma de Infantería, a la que asistieron jefes y oficiales y el batallón de guarnición en esta con banderas y música. El capellán D. Victoriano Gómez, predicó un elocuente sermón ensalzando las virtudes de la Virgen Purísima, terminando en tonos elevados y patrióticos tan notable oración sagrada que fue unánimemente celebrada”.
Prosiguiendo este último documento: “Durante dicha festividad tocó en el Paseo de Cristina la banda del Regimiento un escogido programa que fue muy del agrado de la concurrencia [...] la comisión nombrada para los actos de la celebración de la festividad de la Inmaculada Concepción patrona del arma de Infantería, organizó un suntuoso banquete en el Restaurante conocido por el de Tirrititi, para tan general fiesta. Abundantes y escogidos manjares llenaban las mesas, las cuales se veían defendidas por una batería de botellas, conteniendo variados y exquisitos vinos, que ayudaron a una fácil y cómoda digestión. Después de servido el café y cuando la alegría y buen humos de esta fiesta, la gente joven habíase esparcido por entre los comensales, empezando una serie de vivas, tras los cuales se puso fin a la reunión. Allí estaban representadas las armas de Infantería, Caballería, Instituto de Carabineros, y cuerpo de Inválidos; reinando esa unión envidiable, que olvida antiguas rivalidades fundamentada en la sacra palabra militar a todos los institutos y cuerpos de nuestro glorioso Ejército”.
De regreso a la epístola del soldado Baqué, y afrontando su último párrafo, este expresa: “En la carta que me enviaron los padres me dijeron que el padrino estaba muy mal y que había recibido los Santos Sacramentos, que no era fácil que de esta enfermedad saliese. Sin más que decirte, tu hermano que mucho piensa en ti. Pedro Baqué”. Así, y de esta preocupada y sentimental forma, el joven soldado destinado en nuestra ciudad, se despide de su querido y estimado hermano.
Desgraciadamente, desconocemos el destino que en la rifeña guerra le aguardaba. Lo cierto, es que nada más comenzar el nuevo año, el Regimiento Extremadura 15 se localiza con sus nuevos efectivos -según los textos estudiados- en tierras africanas, e interviniendo en la campaña de respuesta al sangriento Desastre del 21, recogiendo los documentos estudiados: “La actuación de este cuerpo no puede ser más brillante, en Tiza, Garet, o Casabona, en todas las operaciones se ha visto al Extremadura 15 al mando del teniente coronel Luís Muñoz; comandante Fernando Tassier; capitanes Bueno, Méndez, Aláez y Villamartin; además del resto de suboficiales y tropa”.
Pero antes de que el regimiento del soldadito español alcanzara la gloria “allá por la tierra mora, allá por tierra africana”, Pedro Baqué, junto a sus compañeros serían despedidos como era habitual por un entusiasmado y enardecido público algecireñoque, entre aplausos, veía alejarse a las barcazas atestadas de soldados mientras el incipiente dique norte del puerto, partiendo desde la Isla Verde, empezaba a formar parte del nuevo horizonte portuario de la ciudad de Algeciras.
Por aquellas fechas se había popularizado una pegadiza canción patriótica, surgida de una zarzuela llamada Las Corsarias, que se había estrenado el día 31 de octubre de 1919 en el madrileño teatro Apolo, y cuya letra comenzaba situando geográficamente, a todos los jóvenes que habían pasado como Pedro Baqué, por el acuartelamiento de Algeciras, al decir “Allá por la tierra mora; allá por tierra africana, un soldadito español de esta manera cantaba...”.
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