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La Isla de Algeciras (III)

Crónicas de la Isla de Algeciras

A partir de 1734 se producen cambios en la configuración de la isla como elemento defensivo: se concentran los cañones y acoge usos como recinto penitenciario

Batería principal, orientada al dique norte del puerto durante la construcción de este en 1922.
Ángel Sáez Rodríguez - Director de 'Almoraima. Revista de estudios Campogibraltareños'

09 de abril 2020 - 05:00

Algeciras/Tras el reciente descubrimiento del pozo de Umm Hakim en la Isla Verde de Algeciras durante la intervención arqueológica de recuperación en el fuerte militar, Europa Sur reedita a lo largo de cuatro entregas un artículo del historiador Ángel Sáez publicado en la revista Almoraima en abril de 2001.

La Isla desde 1734

El proyecto que se lleva a cabo en el verano de 1734 modificaba ciertos aspectos del diseño original, realizado en el mes de abril. Destacaremos tan sólo dos aspectos: el cuartel principal se había previsto dividido en dos edificios pequeños, coincidiendo la ubicación de uno de ellos con el que definitivamente tuvo aquél, mientras que el segundo iría detrás del espaldón. La otra modificación es más relevante, ya que las baterías secundarias -incluyendo una en el flanco de la principal- iban a tener un solo cañón cada una. El cambio realizado supone la reducción del número de baterías y el aumento de las piezas de cada una de ellas al objeto de efectuar un tiro concentrado, de mayor eficacia que uno disperso.

Todavía en este año de 1734, mientras se ejecutaba el proyecto, siguieron planificándose diversas reformas derivadas de visitas de inspección realizadas a la isla. No suponían alteración sustancial alguna del diseño base, sino la matización de detalles que contribuyesen a una defensa más eficaz de este enclave. Dado el carácter insular del reducto, había de contener todos los elementos precisos para el funcionamiento autónomo de su guarnición, de manera que su capacidad defensiva no se viese alterada por cuestión alguna ajena a las estrictamente militares. Por tanto, aspectos de salubridad y aprovisionamiento de agua, alimentos y munición serán contemplados minuciosamente.

El concepto defensivo aplicado a esta obra es equivalente al de los fuertes costeros que, por las mismas fechas, se levantan en las costas campogibraltareñas. En el caso de la Isla Verde, la topografía condiciona de manera radical las posibilidades del plano, de forma que genera una fortificación irregular frente a la pretendida simetría de las restantes construcciones costeras. Por otra parte, la fortificación de un islote tan próximo a la ciudad comprendía un grave riesgo: su conquista por fuerzas hostiles podía dejar a merced del enemigo la población y su fondeadero, que quedarían inermes ante la actuación de unas baterías de cañones y morteros que fuesen emplazados en la explanada norte de la isla, muy espaciosa. Ante este temor se insistió en el detalle de los puntos débiles del recinto, susceptibles de ser franqueados por un golpe de mano de tropas desembarcadas a su pie al amparo de la oscuridad. En algunos lugares del perímetro defensivo había que tallar la roca para impedir su escalada. El glacis en el que remataba dicho perímetro ataludado debía recubrirse de mampostería para prevenir su erosión. Las principales modificaciones propuestas fueron, además de las anteriores:

La puerta de entrada al fuerte de la obra original, ya construida (denominada “primer rastrillo”), debía quedar precedida por un “tambor” de planta triangular y puerta con rastrillo en su cara sur (“segundo rastrillo”). El muro del tambor debía estar aspillerado, con “banqueta” interior desde la que defender el desembarcadero que se extiende ante esta obra. A ambos lados del “primer rastrillo” irían “puestos para apostar tropas a defender el tambor que cubre la única entrada a la Ysla”. Inmediata a ésta, ya en el interior del recinto, podía emplazarse una batería provisional o “accidental que seruía para defender la entrada y desembarco de la Ysla y también el plaiazo de Algeziras”. Quedaría así, con unos cañones de pequeño calibre, suficientemente protegida la puerta.

Un segundo espaldón para proteger el polvorín por su cara este.

Las letrinas, que no habían sido contempladas en el diseño inicial, forman parte habitual de las obras militares de la época y se incorporan en esta revisión. Señala la leyenda del plano: “Lugar común necesario para la Guarnición, con separación del oficial”. El emplazamiento elegido fue el flanco este del recinto, muy próximo al cuartel, una zona discreta y alejada tanto de la puerta del fuerte como de la batería principal. La habitación quedaría inscrita en la anchura del glacis, realizando sus depósitos en una cala arenosa inundable en la pleamar.

A pesar de lo justificado de estas propuestas, sólo una de ellas parece haber sido puesta en práctica en este momento. Se trata del nuevo espaldón que protegía al polvorín por su cara oriental, espacio por el que, hasta entonces, podía divisarse desde la bahía.

En definitiva, la obra proyectada fue ejecutada con desacostumbrada celeridad y acatamiento de lo previsto en los planos. Sólo algunos detalles secundarios, si bien de cierta relevancia, quedaron pendientes de conclusión en 1735, lo que no interfería en su capacidad ofensiva. Algeciras entraba en la era de la artillería moderna, aunque, a tenor de lo que proyectara Verboon, lo hacía por la puerta pequeña.

Cartografía de época de la Isla Verde.

Para permitir el funcionamiento eficaz de la nueva fortaleza algecireña se hizo preciso, desde el momento de su construcción, que la comunicación marítima de isla y ciudad estuviese garantizada. Las autoridades militares lo llevaron a efecto dotando la lancha que tenía en Algeciras la Real Hacienda del personal necesario para realizar la navegación. La contratación era realizada por el Comisario Real de Guerra, cargo ostentado en 1741 por el ministro subdelegado Joseph Leonardo Lequeur. En este año eran los algecireños Francisco y Bartolomé Morillas los marineros responsables de la comunicación de la isla, a razón de cinco reales vellón por día. Era su patrón Agustín Granado, que hubo de reclamar administrativamente de dicha Real Hacienda el cobro de sus haberes.

Cinco garitas de madera encargadas a Ceuta como mejora menor se quemaron antes de llegar a su destino

En los años siguientes, las mejoras realizadas en la fortaleza del islote fueron de muy pequeña envergadura. Sirva como ejemplo el encargo realizado a la maestranza de Ceuta de cinco garitas de madera para proteger a los centinelas de las inclemencias meteorológicas en 1743. Garitas que nunca llegaron a su destino ya que, almacenadas en la plaza norteafricana antes de su envío a la isla, se quemaron accidentalmente.

Dos años después, con ocasión de la presencia en el Campo de Gibraltar de Lorenzo de Solís para, según hemos señalado, proyectar la fortificación de Algeciras, el “ingeniero en segunda” prestó también atención a la Isla de las Palomas. Sin embargo, Solís se limitó a copiar puntualmente el último que hemos comentado de 1734, tanto en su planta como en sus perfiles. Diríase que se limita a asumir el irrealizado plan anterior, ya que no lo modifica ni un ápice -ya sea en los elementos que lo componen, sus detalles o su colorido-. Únicamente advertimos una nueva denominación para las baterías, las cuales, siguiendo el orden mantenido hasta ahora en este estudio, pasan a llamarse “de Santa Bárbara” la principal, “de San Christóbal” la “del Norte” y “de San Francisco” la “de San García”. Asimismo, la batería provisional para la defensa de la puerta del recinto quedó bautizada como “batería de San Joachín”.

Pronto, esta fortaleza pasó a desempeñar una función diferente de aquéllas para las que fue diseñada: la de presidio. A mitad de siglo, la estancia que en el pabellón principal del acuartelamiento sirvió inicialmente como almacén de víveres fue destinada “para presos de estado” (1756). Por otra parte, su defensa estaba confiada a sólo ocho cañones de 24 y 12, si bien desconocemos el número de cada tipo de piezas.

Ya hemos señalado la coincidencia toponímica que esta isla guarda con la tarifeña. También ambas han tenido destacado protagonismo en los avatares bélicos de sus correspondientes ciudades y, tanto en una como en la otra, se proyectó, a lo largo del siglo XVIII, su unión con el continente por medio de una escollera, formando un dique de abrigo que sirviese de protección para las embarcaciones. Los planes para Tarifa fueron diversos a lo largo de ese siglo, concretándose a principios del XIX según el proyecto de 1791 de Antonio González Salmón. Los de la Isla de Algeciras nos resultan menos conocidos y no se prodigaron tanto como aquéllos. Hemos de buscar la razón en las mejores condiciones naturales de la Bahía de Algeciras, con sus diferentes buenos fondeaderos, que hacían la obra menos imprescindible que en Tarifa. También la mayor distancia de la Isla Verde de la costa, lo que dificultaba el planteamiento técnico del proyecto, al igual que “las 4 1/2 brazas de fondo” y “varios pedruscos ocultos” existentes entre la isla y las puntas “de Villa Vieja y del Rodeo”. Tenemos conocimiento de al menos un proyecto que pretendía unir la isla con la Punta del Rodeo, abrigando la ensenada del Saladillo, si bien nunca se llevó a efecto.

Trabajos de recpueración de una de las murallas del fuerte, el pasado mes de marzo. / Erasmo Fenoy

Durante el Gran Asedio de Gibraltar (1779-83), la bahía de Algeciras concitó la atención de Europa. Todos los emplazamientos permanentes de artillería española en la zona fueron intensamente armados, aprovisionados y puestos en estado de defensa, quedando instaladas otras varias baterías provisionales para guarecer el espacio litoral más desprotegido. La Isla Verde no fue ninguna excepción, de manera que, todavía en 1796, mantenía una poderosa dotación artillera. Así la describe Ramón de Villalonga:

Durante el asedio a Gibraltar, todos los emplazamientos de artillería española en la zona fueron intensamente armados

“Tiene tres baterías capaces de 20 cañones de grueso calibre, en el día tienen montados 15 cañones y 8 Morteros. Este puesto debe contener toda la Artillería de que es capaz para lo que se hace preciso. Reacer sus esplanadas y provisionalmente los parapetos, como se ejecutó en la guerra pasada con los Yngleses. En este punto debe construirse un horno para bala roja: Tiene también alojamiento para 50 hombres con sus oficiales correspondientes y para los Artilleros necesarios, cuya guarnición, se consdera suficiente: en el día la guarnece, un oficial, un cabo, 8 hombres y tres Artilleros.”

Fue precisamente durante el citado asedio a Gibraltar cuando se estableció, en la Ensenada del Saladillo, un astillero militar al amparo de los cañones del fuerte de la Isla de Algeciras. En sus instalaciones se construyeron las “baterías flotantes” de D’Arzon a finales de 1781.

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