La Isla de Algeciras (II)
Crónicas de la Isla de Algeciras
A principios del siglo XVIII la Isla de Algeciras recupera protagonismo como elemento defensivo y comienzan las actuaciones para convertirla en un fuerte para controlar la bahía
La Isla de Algeciras (I)
Algeciras/Tras el reciente descubrimiento del pozo de Umm Hakim en la Isla Verde de Algeciras durante la intervención arqueológica de recuperación en el fuerte militar, Europa Sur reedita a lo largo de cuatro entregas un artículo del historiador Ángel Sáez publicado en la revista Almoraima en abril de 2001.
Un fuerte en la Isla Verde en el siglo XVIII
La isla, como la ciudad, vuelven a la Historia cuando Gran Bretaña conquista Gibraltar en el siglo XVIII. Desde entonces, la desidia en que se vio sumergida la plaza del Peñón en sus últimos años bajo bandera hispana se convirtió en actividad, despliegue de medios y vivo interés en recuperarla. En vísperas del segundo asedio borbónico a Gibraltar -que duraría cien días en la primavera de 1727-, dos militares españoles fijaron su atención en las posibilidades que reunía la vieja Algeciras y su isla para centralizar el programa que debía neutralizar la base enemiga.
El mariscal Jorge Próspero de Verboon, a partir de 1721, y el teniente coronel Juan Lafitte, en 1725, elevan a Felipe V similares proyectos para la fortificación de la plaza y su entorno. Se pretendía con ello ocupar militarmente el hinterland gibraltareño, impidiendo su comunicación terrestre y sometiendo sus rutas marítimas a una estrecha vigilancia e interferencia, tanto desde la Bahía de Algeciras como desde Ceuta. Los navíos corsarios basados en estos puertos y en el de Tarifa serían protagonistas esenciales de dicha estrategia. Un tercer plan, el del ingeniero Lorenzo de Solís (1745) se centró en fortificar la Villa Vieja, si bien apoyándose en las obras ya realizadas en la isla.
Desde principios del siglo XVIII, cuando a esta zona se le devuelve la atención que requería y que anteriormente se le había negado, se proyectó la fortificación y artillado de la Isla Verde. Su emplazamiento reunía varias virtudes que no pasaron desapercibidas para las diversas autoridades militares que, con motivo de las guerras por Gibraltar, se acercaron a esta Bahía. En primer lugar, la isla servía para dar protección a las embarcaciones que, hostigadas por otras enemigas, buscasen protección al amparo de los cañones con que había que dotarla. También, interactuando con otras posiciones artilleras, podía batir un amplio espacio marítimo de la Bahía, hasta entonces del dominio exclusivo de la manifiesta superioridad naval británica. Por último, el islote actuaba como elemento avanzado del complejo defensivo abaluartado previsto para Algeciras.
Este tipo de fortalezas se caracterizaba tanto por el soterramiento y la multiplicación de los lugares de flanqueo de su línea defensiva como por el adelantamiento que, respecto a ésta, se hacía de reductos, revellines, contraguardias, hornabeques y otros. Desde esa óptica, sus ocupantes podían hostigar de flanco o por la retaguardia a cualquier fuerza naval o anfibia que atacase la ciudad. En conjunción con los restantes fuertes, dificultaría seriamente todo intento de desembarco enemigo en el frente litoral para acosar a las fuerzas españolas tras un movimiento envolvente.
Posiblemente ya en el asedio de 1704-1705, las tropas borbónicas habrían emplazado algunos cañones en la isla para cumplir las funciones antedichas. En 1720 estaba ocupada por una batería provisional de artillería, al objeto de mantener una ocupación mínimamente creíble de este enclave ante el enemigo. Aunque en esos años no se habían roto las hostilidades a causa del Peñón, la confrontación con Inglaterra continuaba. La guerra de España con la Cuádruple Alianza, que supuso la invasión francesa por los Pirineos y el ataque naval inglés a Galicia, era señal de que no cabía descuido alguno ante un enemigo tan próximo. La Paz de La Haya de 1720 marcó una breve cesura en los enfrentamientos, que en la Bahía de Algeciras habrían de reiniciarse con el segundo asedio, el de 1727.
En ese espacio de tiempo de la década de los veinte se gestaría el más ambicioso proyecto de fortificación de Algeciras de las edades Moderna y Contemporánea, auspiciado por el marqués de Verboon. Este ingeniero militar de Felipe V propuso la construcción de fuertes de artillería en diversos lugares de la costa del actual Campo de Gibraltar. La reconstrucción de una Algeciras fortificada era un elemento nuclear de su proyecto, mientras que el amurallamiento y artillado de la Isla Verde era otro elemento clave para el dominio de la Bahía. El mariscal Verboon señalaba respecto al islote, en 1726, que era el que “se havia de fortificar primero (para) defender los frentes de las dos Algeciras â la parte del Mar y asegurar todo su Puerto, ademas de apartar de el y de las Costas vecinas los Navios Enemigos”.
En su proyecto, el ingeniero belga propuso la instalación de dos baterías en la isla, una alta en forma de Torreón capaz de 20 Piezas y otra baja del mismo número. El proyecto era importante dado el elevado número de bocas de fuego concentradas en un espacio muy reducido. Esos cañones, debidamente protegidos por los parapetos de la fortificación insular, habían de convertir el islote en un lugar temible para cualquier embarcación hostil que pudiera aproximarse de manera imprudente. Una de las baterías estaba destinada al extremo norte o este de la isla -según sea el plano que consultemos-, con planta circular y bocas de fuego apuntando en todas direcciones. El modelo era heredero de los que se habían gestado y desarrollado a lo largo del siglo XVII a partir de las torres almenaras que comienzan a artillarse en la centuria anterior.
La otra batería sería más clásica, de planta semicircular, descubierta y abierta por la gola. Orientada al este, debía sumar sus fuegos a los de la anterior para dominar la bahía, que, a fin de cuentas, era su objetivo prioritario. Su acción se vería apoyada por el “revellín con flancos” que se tenía que edificar sobre la piedra de La Galera, defensa avanzada de la boca del río de la Miel que quedaría unida a la playa de la Villa Nueva por un largo espigón. Unos años después, la idea de Verboon acerca de la isla se haría realidad, si bien con diferente disposición y número de piezas.
El fracaso del segundo asedio de Gibraltar quedó rubricado en el Convenio de El Pardo (marzo de 1728), con lo que se volvía al statu quo acordado en Utrecht. El Tratado de Sevilla de 1729, suscrito por España, Gran Bretaña y Francia, pondría en práctica la política pacifista del ministro de Marina e Indias -aunque acabaría ostentando todas las carteras-, José Patiño. El acuerdo no estaba llamado a perdurar por los intereses encontrados de las tres potencias, aunque concedió cierto margen para que las reformas de Patiño comenzasen a dar sus frutos, hasta la participación española en los Pactos de Familia.
El impulso al comercio indiano, el saneamiento de la Hacienda y la expansión por Italia, para obtener tronos para los hijos de Isabel de Farnesio, son algunos signos de su época. Asuntos más próximos al tema puntual que abordamos, el ministro fomentó el rearme naval, construyó la base naval de Cartagena, levantó el larguísimo sitio de Ceuta (1727), conquistó Orán (1732) y reforzó algunas zonas costeras, como las Baleares y la Bahía de Algeciras.
En 1734 se llevó a cabo la fortificación de la Isla de las Palomas. El esquema defensivo que se desarrolló en la misma es el mismo que, con pequeñas variaciones, se mantuvo mientras que este enclave tuvo alguna utilidad militar. El proyecto es obra de Juan de Subreville, ingeniero militar que, desde la Comandancia General del Campo de Gibraltar en San Roque, firmó diversos planos que reflejan diferentes etapas de su construcción. En primer lugar, se construyeron los elementos defensivos del recinto, para atender seguidamente las obras interiores.
El conjunto fortificado constaba, originalmente, de los siguientes elementos:
Tres baterías denominadas con el nombre de los accidentes geográficos circundantes hacia los que apuntaba. Siguiendo los principios básicos de la fortificación permanente abaluartada, las baterías quedaban literalmente enterradas, de manera que presentasen el menor perfil posible al tiro tenso de los cañones enemigos. De esta forma, las posiciones defensivas sólo podían ser batidas con tiro curvo y, especialmente, por el realizado con morteros. Por esta razón, sus plataformas estaban ligeramente excavadas en el suelo, con un pequeño parapeto a la barbeta y glacis que terminaba en las rocas circundantes. Todas las baterías fueron emplazadas en posiciones ligeramente adelantadas respecto al cuerpo principal del recinto. Se distinguían:
La batería principal, “de la Bahía”, “del Rinconcillo” o “del Mediodía” estaba orientada al este. Su capacidad era de trece cañones “de gruesa artillería” (es decir, piezas de a 24), ocho o nueve de ellos en su frente de cuarenta metros. Quedaba limitada hacia el interior del fuerte por un espaldón que detuviese los proyectiles enemigos. Esta batería cubría todo la Bahía.
La “Batería de La Almiranta”, “de Algeciras” o”del Norte” vigilaba directamente la llegada al muelle de Algeciras por la piedra de La Galera: “No solamente cubre el surgidero de las Algeziras, sino que defiende toda aquella porción de costa que tiene contigua y, como la precedente, qualquier aproximazión a la misma Ysla”. Sus veinte metros de frente podían albergar cuatro o cinco cañones.
La “Batería de San García” o “de Poniente” apuntaba al sudoeste, hacia el canal que mediaba entre la isla y la Punta de El Rodeo. Era la más pequeña -nueve metros-, capaz tan sólo para dos piezas, lo que completaría la dotación óptima del fuerte de 20 cañones. Las medidas de todas las baterías superaban ligeramente la norma establecida a principios de siglo por los ingenieros José Cassani y Sebastián Fernández de Medrano, por la cual “a cada cañón se le da doze pies, con que multiplicados los cañones por doze, el producto es lo ancho de la Batería”.
Los acuartelamientos de tropas eran construcciones de mampostería, muy bien cimentadas, cubiertas con techumbre inclinada. En la isla se levantan dos:
El principal era un edificio con capacidad para unos setenta hombres, aunque “era capaz de 100 hombres en caso necesario y sus ofiziales”. Era la construcción más grande de todo el complejo, de forma rectangular y dispuesta en sentido este-oeste en su parte norte. Estaba compartimentada entre espacios, destinados a alojamiento del oficial, de la tropa y almacén de víveres. Contaba con chimenea y techo a dos aguas. En el verano de 1734 se estaban construyendo sus cimientos.
El secundario era un pequeño cuartel para los artilleros. Estaba proyectado adosado al espaldón, hacia el interior del fuerte.
Los elementos que completaban la fortificación eran los siguientes:
La puerta, protegida por un rastrillo, estaba abierta en el extremo noroeste de la fortaleza. Daba a la parte más llana del perímetro de la isla, donde se realizaban las tareas de desembarco de las chalupas que la comunicaban con la ciudad. Quedaba enfrente de la Playa del Chorruelo.
En ese desembarcadero había un cuerpo de guardia avanzado. Era conocido como “Cuerpo de guardia de la playa”.
El polvorín estaba hacia el sur del recinto. Era una construcción cuadrada, a prueba de bombas, rodeada de un tambor o galería que actuaba de cortafuegos y que, a la vez, protegía la puerta, abierta al norte. Estaba cubierto por una gruesa bóveda. Tenía capacidad para doscientos barriles de pólvora y, en esta fecha, estaba en construcción. Sus muros quedaban recorridos por respiraderos de trayectoria quebrada para impedir que nada pudiese penetrar en el interior. En nuestro caso no se aplican los respiraderos “a dado” que son frecuentes en el siglo XVIII.
Adosado al citado cuartel para los artilleros iba un cobertizo para los pertrechos de la artillería. En 1734 aún estaba en proyecto.
Finalmente, en el centro de la isla estaba el pozo de agua dulce al que aludieron las fuentes árabes anteriormente reseñadas. El plano que manejamos le asigna una profundidad de dieciocho metros a partir del brocal. Una remodelación de la fortaleza, prevista en el mes de septiembre, proponía su sustitución por un gran aljibe subterráneo. La razón alegada fue que su agua era poca y salobre.
Como señalamos con anterioridad, todas las obras de fortificación eran poco prominentes en altura, por lo que, a cierta distancia, apenas podían reconocerse sobre el perímetro rocoso batido por las olas.
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