Don Juan Manuel y Alfonso XI: Dos perspectivas en Algeciras (1342-1344)
historia
Don Juan Manuel llevó siempre a gala un linaje que, según él, llegaba a entroncar con la Historia Sagrada
Alfonso XI poseía un ideario pragmático y con una visión de futuro

La campaña de Algeciras y su consiguiente sitio fue uno de los hechos históricos más trascendentes en el reino de Castilla durante todo el siglo XIV. Se incardina dentro de lo que se vino en llamar como batalla del Estrecho, que tuvo como objeto llevar a la práctica el objetivo básico alfonsí: que la orilla norte estuviera en manos castellanas para así evitar la continua llegada de refuerzos árabes y acelerar el proceso de la Reconquista.
En esta campaña, alentada por el rey Alfonso XI, el propio monarca se verá las caras con uno de los personajes más paradigmáticos de la época: el infante Don Juan Manuel. Dos hombres poderosos pero con dos formas de ver la política y las relaciones sociales radicalmente distintas. En el sitio de Algeciras no solo se dirimió la conquista de la ciudad más importante de la zona, sino que se desarrolló una pugna nada soterrada entre dos perspectivas diferentes que acabarán tomando forma en manifestaciones literarias que se encuentran entre las más representativas de la Edad Media española.
El infante don Juan Manuel era nieto del rey Fernando III, primo del rey Sancho IV, tío del rey Fernando IV, tutor del rey Alfonso XI y hasta acabaría siendo padre de la reina Juana Manuel de Villena, pero nunca fue rey. Sirvió fielmente a su primo Sancho y se sintió orgulloso de sus antepasados Fernando III y Alfonso X. Llevó siempre a gala un linaje -el de los Manuel- que según él llegaba a entroncar con la mismísima Historia Sagrada, pero contempla cómo va perdiendo poder e influencia en los reinados posteriores -sobre todo en los de Fernando IV y Alfonso XI-. En la minoría de edad de este se postuló como tutor, aunque, viendo amenazada su posición de poder, se dedicará desde entonces a socavar el del monarca. Sus relaciones con Alfonso XI fueron especialmente difíciles. Nunca ocultará su animadversión a un gobernante dispuesto a restar privilegios a la alta nobleza feudal de la que él se siente el más alto y digno representante y sus enfrentamientos serán constantes, sobre todo desde la decisión real de posponer su matrimonio con Constanza, hija del Infante, que vivirá años recluida en el castillo de Toro. Desde entonces, la enemistad será evidente: participará en la campaña del Estrecho pero tramará hasta traiciones contra el Rey en la mismísima batalla del Salado; sin embargo, en esta pugna llevará las de perder, ya que el monarca supo neutralizar sus argucias.
Una vez que el infante Don Juan Manuel constata su fracaso es cuando utilizará la literatura como la mejor forma de reivindicar sus tesis en defensa de una casta feudal que controle el poder del monarca y a favor de su consideración como indiscutible adalid de esa casta. Desde la Crónica abreviada (1326) al Libro de las tres razones (1342-45), pasando por el Libro del caballero y del escudero (1327), el Libro de la caza (1327), el Libro de los estados (1330), El Conde Lucanor (1335) o El libro enferido (1336-37) don Juan Manuel se sirve de la creación literaria para defender una ideología y una concepción del mundo que empezaba a tambalearse. Detrás de El Conde Lucanor no hay solamente una antología de cuentos, consejos o ejemplos al uso, sino la reivindicación de un viejo experto que debe aconsejar -y dirigir la vida- de un joven aún poco formado. La equivalencia entre el senex (don Juan Manuel) y el puer (Alfonso XI) resulta más que evidente. Los años que pasa el Infante en el sitio de Algeciras no sólo los va a dedicar a guerrear y a conspirar, sino que en ese tiempo escribirá su obra más valorada en la actualidad: el Libro de las tres razones, donde reivindica de forma teórica cuáles deben ser las motivaciones que deben regir el comportamiento del buen gobernante: la de las armas, la de la Orden de Caballería y la de su afín monarca Sancho IV. En estas tres razones don Juan Manuel reinventa una historia irreal que sirve para convertirlo en verdadero depositario del poder castellano frente a un monarca, como Alfonso XI, al que llega a considerar como un traidor a ese poder secular. Todo ello sin más argumentos que el de la mera fabulación. Don Juan Manuel es, por tanto, uno de los primeros en utilizar la "post-verdad".
Alfonso XI posee un ideario muy diferente: radicalmente pragmático y con una visión de futuro, piensa que el tiempo del feudalismo ha concluido y otorga poder a nuevos personajes extraídos de la baja nobleza y de los nuevos representantes del poder ciudadano. Esta nueva forma de interpretar las relaciones sociales se suman a un carácter decididamente heterodoxo -en épocas posteriores podría denominarse liberal-. Obligado a contraer matrimonio con María de Portugal, con quien tuvo a su hijo Pedro, en verdad convivió con su amante, Leonor de Guzmán, que será quien comparta con él las salas del Alcázar de Sevilla y con quien acabará teniendo diez hijos más. Alfonso XI justifica toda su política exterior desde unos postulados utilitaristas, que son los que le llevarán a asegurar toda la orilla norte del Estrecho. Cuando divisa por vez primera Algeciras desde el mar toma la disposición de su conquista y no arguye razones ideológicas, religiosas o sentimentales, sino las más pragmáticas del valor estratégico de su puerto, de su riqueza agrícola, la abundancia de sus aguas y el aprovechamiento forestal de sus montes. A diferencia del Infante, el Rey no se dedica a la literatura de ficción, sino que cultivará un género muy medieval como eran las crónicas para reivindicar su papel. Más preocupado por la acción que por la reflexión, encargará a Fernán Sánchez de Valladolid -que ya lo había hecho con Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV- la crónica de su reinado. Sin embargo, a diferencia de monarcas anteriores, Alfonso XI quiere marcar diferencias muy claras: quiere presentar su reinado como logro absoluto de una agenda política fijada por él de antemano.
En este sentido, el sitio y la conquista de Algeciras poseerá una importancia capital en la propia configuración de la Crónica. Alfonso XI manda realizar descripciones muy reales de las condiciones físicas de la ciudad y de su entorno, del asedio, de las escaramuzas bélicas menores y mayores, de la batalla de Palmones, de la llegada de caballeros cristianos en apoyo al sitio de la ciudad, de sus partidas; del apoyo que recibían los habitantes sitiados, de sus estratagemas. En pocos textos medievales podemos encontrar descripciones más adecuadas como las que en la Crónica se realizan de la ciudad, de las torres de sus mezquitas, de sus defensas, de sus puertas, de las cavas, los reales, de unos alrededores perfectamente situados y reconocibles todavía por el lector actual. La minuciosidad y el rigor llegan a describir episodios relacionados con el particular clima local: sus temporales de viento y de lluvias que, a la larga, resultarán decisivos para la conclusión final de la campaña. No resulta baladí que la ciudad se rindiera el 28 de marzo de 1344 después de un inclemente período de lluvias y vientos procedentes del mar que fácilmente podemos identificar los algecireños como una de nuestras cíclicas "sudestás".
En esta campaña y toma de Algeciras coincidirán, pues, dos hombres: el infante don Juan Manuel, reivindicador de una antigua nobleza feudal que escribe una literatura atemporal y utópica y Alfonso XI, que en el mismo lugar manda escribir una literatura inspirada en el tiempo y en el espacio. Si el primero nunca nombrará la Algeciras donde lucha, el segundo no dejará de citarla y su conquista será la prueba irrefutable de su nuevo poder. Si uno utiliza la literatura como ficción, el otro se servirá de ella para poner sobre sus haberes la más tangible realidad como prueba de una nueva forma de entender el poder.
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