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Las Palomas

A vista del Águila

La construcción de la nueva plaza de toros de Las Palomas fue otro de los objetivos que Miguel Ángel Del Águila pudo plasmar con su cámara

Tendidos de hormigón. / Miguel Ángel Del Águila
José Juan Yborra

23 de junio 2022 - 05:00

A mediados de los sesenta, los planes municipales de reordenación del tramo final de la Avenida impulsaron algunas decisiones de calado. Los tinglados de la feria, que se ubicaba todavía a los pies de la antigua Perseverancia, se extendían por aquellas fechas hasta la trasera del parque.

La decisión de edificar en unos terrenos que cada mes de junio se veían orillados de amplias casetas y despejadas pistas de baile, determinó el traslado de los festejos a un espacio perteneciente al antiguo cortijo de San Bernabé, fuera de las lindes urbanas.

Se trataba de un vasto y alejado lugar custodiado al norte por el cerro de los Adalides, donde medievales torres de vigilancia fueron envueltas por acuartelamientos militares que tenían en las palomas inmemoriales instrumentos de comunicación antes de la arribada de las actuales tecnologías de control. Hubo que desmontar colinas, rellenar vaguadas y en una cota elevada se planificó la construcción de una nueva plaza de toros la cual, desde su dominante posición, debía presidir el nuevo real. Fueron decisiones que alejaron la fiesta del centro histórico y acabaron con la vieja Perseverancia, pero dieron forma a la semana de feria del último medio siglo.

Tendidos de hormigón

Tendidos de hormigón. / Miguel Ángel del Águila

El 24 de octubre de 1966, el consistorio decidió la erección del nuevo coso cercano a la casita de las Palomas, referente urbano de generaciones de habitantes de estos pagos. Con un diseño de Manuel Blánquez García y presupuesto de 46 millones de pesetas, un año más tarde se iniciaron las obras de una plaza de grandes dimensiones, proyectada para un aforo que superaba las once mil personas, un quince por ciento de la población de la Algeciras de entonces.

Siete meses después del comienzo de las tareas, Miguel Ángel Del Águila quiso fotografiar sus avances. La mañana del 8 de mayo de 1968, el tendido norte de sol y sombra había tomado forma entre casetas y grúas, empalizadas y encofrados. En la yerma superficie del desmonte, se comenzaba a intuir la circular estructura de un coso que ya tapaba el extremo norte de un Peñón sobre el que se estaba formando la montera de un levante en ciernes y que actuaba como telón de una bahía sin apenas barcos fondeados. Tras la maraña de sacos, cables, grúas, obreros, cementeras y cascos se percibe el perfil bajo de una ciudad aún lejana en expansión. Despoblados cerros que desaguaban en apartadas charcas separaban las obras de unas construcciones que se atisban a lo lejos, entre la cuesta del Rayo y promociones Santiago, junto a blancas vallas y extensos baldíos, postes de madera y solitarios eucaliptos que vieron crecer los tendidos de hormigón.

Los remates de la plaza

Los remates de la Plaza. / José Juan Yborra

Las obras del nuevo coso discurrieron con la rapidez de los ciclos vitales. Nueve meses después de su anterior descubierta, Miguel Ángel Del Águila subió hasta el cerro que se alzaba a poniente de la construcción para dar fe visual de los avances.

Corría el mes de febrero de 1969. Faltaban días para que tuviera lugar el terremoto del cabo de San Vicente cuando el fotógrafo tomó esta imagen de la redonda plenitud del nuevo edificio. El sol de invierno incidía oblicuo en el curvo testero occidental y penetraba en la galería porticada de sus bajos. Una sucesión de cuadrados de ladrillo visto alterna con alargados ventanales de tres en tres. Trapezoidales pilares sostienen el remate: una redonda arcada superior se posa sobre ellos con la aérea liviandad de los diseños de hormigón y éter.

La sombra de la grúa se refleja sobre el inclinado sol de los tendidos donde escaleras y vomitorios encuadran con astronómica perspectiva el oscuro rectángulo de la puerta de la Feria, aún cerrada a contadas tardes de triunfo. El casi concluido círculo de la plaza se encuentra rodeado por los tonos oscuros de las colinas sobre las que se asentaba, verdes tras las invernales lluvias y solitarias a pesar de los trajines y de la ciudad que comenzaba a acercarse: la Reconquista en obras casi ocultaba la torre donde se anunciaban los tantos en el viejo Mirador y ponía en conexión el caso histórico con la cuesta del Rayo, junto a la que se asomaban los escuetos cipreses de un cementerio cercado por el mar y por los vientos.

Bendición de Las Palomas

Bendición de Las Palomas. / Miguel Ángel del Águila

Cuatro meses después, la plaza estaba concluida y el 14 de junio tuvo lugar su inauguración, con una corrida donde participaron Miguelín, Paquirri, Ángel Teruel y Fermín Bohórquez, con toros de Pablo Romero y herederos de Carlos Núñez.

Aquella misma mañana se efectuó la bendición de las nuevas instalaciones. El fotógrafo captó el momento en que el padre Cruceira, hisopo en mano, efectuó la oportuna ceremonia frente a una improvisada mesa de altar de carcomidos bordes. Sobre ella, un pesado crucifijo de reluciente latón y una pareja de postconciliares candelabros son testigos de un acto al que acudieron autoridades civiles y militares: verdes uniformes de tierra, junto a azules paños de la armada; ternos de lana fría, junto a saharianas blancas; gafas de concha junto a repeinadas cabezas descubiertas.

Todos miran a un altar con velas apagadas por el levante, a espaldas de un tendido siete de ladrillo visto y numerados asientos, donde solamente un hombre contempla la escena con la seriedad de las fechas marcadas en rojo en el almanaque. Sobre la puerta luce una colorida propaganda de olorosos jerezanos que pasó desde la antigua Perseverancia al despejado graderío y al impoluto albero de Las Palomas, la plaza de toros que ha dado cobijo, perspectiva y sombra a todas las tardes de feria junio tras junio hasta hoy, por los lustros de los lustros, hasta que el tiempo y la condición humana decidan lo contrario.

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