Manuel Moya 'Moyita', amigo de la infancia de Paco de Lucía: "De almohada, tenía una guitarra"
UNA DÉCADA SIN PACO DE LUCÍA
Este vecino de La Bajadilla, en una conversación excepcional con 'Europa Sur', recuerda vivencias de niñez, juventud y madurez del revolucionario flamenco en una Algeciras que ahora es muy distinta
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Manuel Moya, a quienes sus amigos conocen como Moyita, tiene ahora 71 años. Nació en la barriada algecireña de La Bajadilla, en la calle Santa María Micaela número 5, “a la entrada, casi pegado a la fuente”. Con Paco de Lucía, que le apodaba El Remache por su estatura y de quien habla en tiempo presente, como si no hubiera muerto, compartió vivencias a distintas edades, marcadas por señalados lugares de cada época.
De chico, las noches en la plaza España, “que era como la calle Sierpes de Sevilla”; de adolescentes, las correrías por el centro que terminaban en el café Piñero; con dieciocho o veinte años en el Caballo Dorado que regentaba Pepe Rebolo, y ya cerca de la treintena, la pesca con chambel en aguas de la bahía, en silencio. Moyita hace una excepción con Europa Sur y habla por vez primera sobre su amigo, a quien ha defendido ante quienes hablaban sobre él sin saber. “A alguno lo he mandado al carajo”.
"Yo era el más chico, tenía siete u ocho añiños, y ya Paco y Pepe eran más grandes. Paco siempre ha sido muy tímido, muy poquita cosa en el sentido que a él lo que le gustaba era su guitarra y mucho respeto. Él respetaba a todo el mundo y que todo el mundo lo respetara a él, aunque hemos tenido otras vivencias. Por ejemplo, cuando él tenía un momento en el que decía me voy a abrir un poco y cogíamos para abajo, con mi primo Sebastián, el Zocato, y otro más y nos íbamos al río, al Siles cuando prácticamente era navegable, al lado de la huerta Siles. Ahí yo me bañaba en la toma, que así la llamábamos, y él no se bañaba (sonríe). Su punto era sentarse allí, mirar no sé qué y ya está, contemplar. Ha sido siempre muy amante de la naturaleza. Cualquier tontería: una mariposa, un cigarrón... Siempre ha estado muy pendiente”, confiesa Moya.
-Esta confianza la tenía porque compartían juegos en la plaza España, junto a otras personas como Antonio Madreles y otros buenos cantaores que ya pululaban por La Bajadilla, como 'El Angoli'.
-Lo que pasa es que mi madre, que tendría yo cuatro o cinco años, tenía mucha, mucha amistad con Luzía Gomes (madre de Paco). Mi madre le echaba una mano en el patio Luz (ya desaparecido) porque Luzía estaba que si los niños, que si Antonio –su marido– que venía del Pasaje Andaluz, se acostaba, y entonces mi madre le echaba una mano. Teníamos mucha convivencia en el patio Luz, donde había una tiendecita de los Clavijo. Siempre estábamos allí viendo a Ramón. Antonio y el Pepe eran más grandes que yo, pero con Pepe no se echaba cuenta, era muy violento (vuelve a sonreír).
-Muy violento, ¿en qué sentido?
-Que era muy espabilao. Él iba también a la fuente (plaza España), pero tiraba más para la Fuentenueva. Subía más por la calle San Francisco y estaba al lado, cerca de Alfageme. Allí estaba El Bori y otras personas que tenían mucha amistad con ellos que ya no viven, como Antonio Quirós y El Fernandi. La plaza España era, como le digo yo, la calle Sierpes de Sevilla, con los cuatro chorros. Allí nos gastábamos las bromas con los merengues. A Pepe le endiñaron una noche con un merengue en la cara, porque allí nos quedábamos hasta las cuatro de la mañana muchas veces. Las puertas de las casas estaban entonces abiertas a todas horas. Yo hasta los once y algo estuve en La Bajadilla. Luego nos fuimos a La Piñera porque la casa no reunía condiciones.
-Y en esa infancia ya había música, estaba la guitarra de por medio.
-Sí, hombre. Paco me parece a mí que, de almohada, tenía una guitarra. El padre, Antonio Sánchez, no lo dejaba. Antonio, su hermano, era más estudioso, pero también tocaba la guitarra. Paco era un punto aparte. Era una persona muy distinta. Paco el problema que ha tenido, que yo lo he visto desde la trastienda, es la pila de moscas que ha llevado encima. Son esos que decían que ayer estuve con Paco y lo que habían hecho era acompañarle cincuenta metros.
-¿Tenía Paco complejo de gordito?
-Yo eso no lo he notado, ni complejos ni cosas de esas. Ha estado fuerte, bien alimentado. Los hermanos, el padre y la madre han vivido una vida muy placentera, muy buena. Ha habido sus altos y sus bajos porque, entre otras cosas, el Pasaje Andaluz no era una mina. Había meses que ganaban más y otros menos. No lo he visto, pero en el Pasaje tocaba Antonio Sánchez, que tocaba muy bien, con Butrón que era músico también y otros. El que tenía billetes pagaba para que le cantaran. Los señoritos se llevaban, por ejemplo, al Chaqueta, a Juanito Maravillas, a Antonio y Roque Montoya.
-¿Cómo era Paco de Lucía?
-Algeciras no tiene perdón con lo que se le hizo a Paco en el concierto de la plaza de toros. Gratis y no ir nadie. Nos vimos allí cuatro gatos. Sin embargo, era tan cabal que él nunca dijo que la gente no había venido. De su pueblo, él no hablado mal nunca. Era muy buena gente. En la calle, de chico, se ponían el padre y él a hacer colombianas, o uno de los cantes que aquí ya no se canta, las bamberas. Antonio tocaba muy bien las bamberas y él le seguía. La gente les escuchaba. Parecía aquello el cine España, sentado allí, las pipitas...
-¿Ha tenido que defender muchas veces a Paco ante gente que le criticaba?
-Por eso mismo, no me verá nadie hablar. Esto ha sido una excepción. He discutido y me he peleado, no llegar a las manos. A más de uno le he mandado al carajo. Vete pa Gibraltar, te compras un duro de moscas y las cuentas allí en la esquina, le he dicho a más de uno, porque no sabía cómo era Paco.
La Algeciras divertida para los jóvenes de catorce años, sobre el año 1968, se vivía en el centro, entre la calle Ancha y el bar Pizarro, más conocido como El Piñero. Las vivencias de Paco y Moyita de mayores fueron otras, en el Caballo Dorado que regentaba Pepe Rebolo en el Cortijo Real, o en la Salvaora, una casa de Benharás donde disfrutaban con otros amigos de los pollos asados con buenas papas, el toque y el cante.
A la Salvaora fueron Pepe, Paco, Camarón... Un día, traía Camarón a un gitano con él, muy negro, de Utrera. A la entrada de la Salvaora había antiguamente un regajo que era de agua medio podrida, y el gitano, pobrecito, cayó de boca y se puso perdío. Paco, de guasa, le dijo después: Anda vete con las gallinas un rato, que ya te llamamos.
-¿Cómo era Luzía Gomes?
-Muy buena. Tenía allí con ella a una señora mayor, que no sé yo si sería una tía o una hermana. Allí comíamos. Estábamos en el colegio, en La Cañá. Entonces no había tupper. Luzía tenía unas ollitas portuguesas. Allí nos llevaba caliente la comida. Luzía, de chicos, nos quitó mucha hambre, y eso lo digo yo a boca llena. Se portó muy bien con mi madre y con mi tía Manuela, que las dos trabajaban en la conservera Alfageme, que estaba en la calle San Francisco.
-¿Y Antonio Sánchez?
-Disciplinado, igual que Paco. Por eso estaba con su Paco siempre. Pepe lo traía por la calle de la amargura. Pepe, no veas, se revolucionaba. Antonio (el tercer hijo de Antonio Sánchez) era más intelectual, más político. Según me decía mi madre, María, la niña (hermana mayor de Paco) era ahijada de mi madre. Son mis recuerdos.
Esos recuerdos incluyen también la afición por la pesca que Paco y Manuel compartían, y la disfrutaban cuando el guitarrista contaba con treinta años, en sus visitas a Algeciras. A Paco se lo llevaban a pescar al Rinconcillo, pero cuando él quería pescar de verdad me mandaba un mensaje. No había entonces móviles ni nada. Le decía a uno: Busca al Remache. Entonces despistaba a todo el mundo y venía con su gorrita. Yo preparaba la carná, los chambeles y cogíamos los besugos de antes, grandecitos, y salíamos del Real Club Náutico viejo. Cogía el Claudio, que así se llamaba el barco del club, y fondeábamos en unas piedras que había frente a la Isla Verde. Allí cogíamos los pescados. Él cogía más que yo. Sería por la sensibilidad de las manos. Sargos soldados, rubios, pijotones gordos, pargos...
Moyita juega con sus llaves en la mano.
Yo lo entendía. Para estar seis horas pescando, te sobraba alguna (sonríe). No hablaba. Dame carná y poco más. Cuando venía uno gordo me pedía que lo sacara yo para que no se levantara una llaga. Él tenía que tener mucho cuidado con sus manos.
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