Manuel Sánchez Arcas, el arquitecto del mercado Ingeniero Torroja de Algeciras que la historia quiso borrar
PATRIMONIO
Comunista, su lucha contra el fascismo le obligó a exiliarse en la Unión Soviética, Polonia y la República Democrática Alemana, donde los arquitectos solo eran números al servicio de los planes quinquenales
Fue Premio Nacional de Arquitectura en 1932 junto a su socio y amigo Eduardo Torroja, con quien mantuvo relación epistolar a pesar de las diferencias ideológicas y la distancia
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Allá, allá lejos; donde habite el olvido, perdura el nombre del madrileño Manuel Sánchez Arcas (1897-1970), el arquitecto a la sombra de docenas de proyectos monumentales, entre ellos, el mercado Ingeniero Torroja de Algeciras, declarado Bien de Interés Cultural por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía como ejemplo de modernismo.
Sánchez Arcas era socio y amigo personal del ingeniero de caminos Eduardo Torroja Miret, con quien obtuvo el Premio Nacional de Arquitectura de 1932 por el proyecto al alimón de la Central Térmica de la Ciudad Universitaria de Madrid, su obra más vanguardista. Ambos fundaron el Instituto Técnico de la Construcción y Edificación y la revista Hormigón y Acero.
En 1933, idearon el mercado de Algeciras, un proyecto aprobado por el Ayuntamiento de la ciudad en diciembre de aquel año, cuando gobernaba la Alianza Republicana. En junio de 1934 comenzaron las obras y a finales de agosto de 1935 habían concluido, aunque la ocupación del edificio no se produjo hasta agosto de 1936. Su cúpula fue la más grande de la historia durante 30 años, hasta que en 1965 se construyó el estadio multiusos de Astrodome, en Houston.
"Torroja se ocupó de la resolución técnica de la parte de ingeniería y de la tensión de los materiales. Pero la concepción, la forma y la distribución de los espacios, como corresponde a un arquitecto, fue obra de mi abuelo", explica a Europa Sur Alvar Haro Sánchez, nieto materno de Manuel Sánchez Arcas, pintor y crítico de arte.
Fue uno de los últimos edificios que el arquitecto pudo ver terminado, antes de tener que exiliarse durante la Guerra Civil, un hecho trascendental que borraría injustamente su nombre en España y que trastocaría para siempre el devenir de su familia. "Eduardo Torroja y mi abuelo mantuvieron la amistad a pesar de las diferencias ideológicas y la distancia", cuenta Haro. "Torroja le siguió mandando periódicamente el boletín del Instituto y la revista que fundaron juntos".
Un creador inagotable
Afiliado al Partido Comunista, defensor a ultranza de la Segunda República y colaborador de Juan Negrín, Sánchez Arcas fue uno de los tres profesionales sancionados por el Colegio de Arquitectos de Madrid con la pena máxima de inhabilitación perpetua para el ejercicio de su profesión. "Si cogían a mi abuelo, había mandato de condenarlo a muerte. Con el triunfo de Franco, le quitaron su título y le desposeyeron de todos sus cargos", lamenta su nieto.
"Antes de verse obligado a huir con 42 años, la hiperactividad de mi abuelo hoy asombra". Sánchez Arcas se tituló en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1920. Al terminar sus estudios, se trasladó a Londres, donde se especializó en Urbanismo. Posteriormente viajó por Holanda. Ayudante de Secundino Zuazo, colaboró en varios proyectos, como el edificio de la Compañía Arrendataria de Tabacos en Madrid, el Hospital Español realizado en México, el Hospital Provincial de Toledo, el Instituto Nacional de Física y Química conocido como Edificio Rockefeller, el Hospital Clínico, el Pabellón de Gobierno y la Central Térmica para la Ciudad Universitaria de Madrid y, finalmente, el Mercado de Algeciras.
Fue el mayor experto en su época de la arquitectura hospitalaria ya que su padre, Ruperto Sánchez Arcas, era ginecólogo. Sánchez Arcas también se codeó con toda la intelectualidad de la Generación del 27 y de los artistas destacados durante la Segunda República, y cultivó amistad con Pablo Picasso, Rafael Alberti y Pablo Neruda. Durante sus años en Madrid, se casó y tuvo dos hijas, Mercedes y María Sánchez Cruz-López, madre de Alvar Haro.
En plena Guerra Civil cayó en sus manos el trabajo que le otorgaría proyección internacional: diseñar el pabellón español en la Exposición Internacional de París de 1937, que nunca pudo culminar.
Media vida en el exilio
En febrero de 1939, cuando el mercado de abastos de Algeciras estaba a pleno rendimiento, el brillante arquitecto de filiación marxista tuvo que huir porque su vida corría grave peligro. Mientras su estudio en Madrid era expoliado por los falangistas, junto a su familia cruzó en coche los Pirineos a través de Cataluña, hizo escala en la casa familiar de Joan Miró en Barcelona y llegó a Versalles, donde fue acogido por una red de solidaridad con los republicanos exiliados, muchos de ellos intelectuales judíos.
De allí al puerto de Le Havre, en Normandía, después a Leningrado (San Petesburgo) y finalmente Moscú. "En vez de quedarse en París o huir a México como tantos compatriotas, acabó en la Unión Soviética por convencimiento y por reunirse con su hija mayor, una Niña de la Guerra", opina su nieto. "Aunque allí los arquitectos no tenían nombre y eran solo números en los planes quinquenales estalinistas", añade. "El exilio entre 1939 y 1946 fue duro y la familia tuvo que compartir piso con varios paisanos". El español trabajó para la Academia de Arquitectura de Moscú, evacuada hasta los Urales, donde desarrolló un frenesí de proyectos de hospitales de campaña, refugios y búnkeres.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en 1946 se trasladó a la devastada Varsovia, donde ejerció de embajador en Polonia del gobierno de la República Española en el exilio y trabajó para la Oficina de Proyectos de Sanidad. Sánchez Arcas participó activamente en la reconstrucción del centro histórico de Varsovia en la posguerra a través de las pinturas de Bernardo Bellotto, conocido como Canaletto el Joven, sobrino del extraordinario artista veneciano, por lo que el madrileño obtuvo el Premio del Consejo Mundial de la Paz en 1967.
En 1948, el prolífico arquitecto organizó el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz en la ciudad polaca de Wroclaw donde, entre otros, invitó a Picasso -que jamás había cogido un avión hasta entonces- y al poeta francés Paul Éluard. Durante aquellos días, el pintor malagueño realizó un grácil retrato a lápiz de la hija mayor de Sánchez Arcas, Mercedes, que la familia conserva. "El retrato de Picasso a mi tía se lo hizo, ya casi sin luz, en una aldea polaca al final de una excursión que emprendió el grupo para ver al matrimonio de arquitectos Cyrkus, supervivientes de los campos de exterminio". En aquel viaje, Picasso también abocetó de su celebérrima paloma de la paz.
En 1969 y desde Berlín Oriental, el último destino de su exilio, Manuel Sánchez Arcas solicitó volver a Madrid para terminar sus días en la ciudad donde pasó la primera mitad de su vida, pero el Gobierno franquista le denegó el regreso. El arquitecto murió un año más tarde, en 1970, a los 73 años. Sus restos están enterrados en un cementerio civil de la capital germana.
Donde habite el olvido
Esta vida de novela inspiró a Antonio Muñoz Molina para crear al protagonista de su obra titulada La noche de los tiempos, publicada en 2009.
Por su parte, su nieto, Alvar Haro Sánchez, que nació en París, durante un viaje iniciático a la antigua República Democrática Alemana, tomó conciencia de las consecuencias fatales de la disolución de la memoria. "A mi abuelo nunca le gustó figurar ni aparecer en las fotos. Incluso en las inauguraciones de sus obras más importantes, se ponía en un segundo plano, aunque era el autor de ellas, como sucedió en Algeciras. Luego, el franquismo se ocupó de que su nombre pasara al olvido".
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, disuelto en niebla, ausencia, ausencia leve como carne de niño, allí vive eternamente Manuel Sánchez Arcas, tal y como escribió Luis Cernuda.
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