Manuel Sotomayor, un jesuita erudito en la historia de la Iglesia
Observatorio de La Trocha | Nuestros científicos
Algeciras tiene que hacer justicia a uno de sus hijos más internacionales, un historiador que alcanzó las más altas cotas de conocimiento sobre la Iglesia primitiva, teología y arqueología cristiana
La asociación la Trocha, dedicada a la investigación y defensa del patrimonio cultural, desea que se haga justicia concediéndole la atención y reconocimiento que merece a una figura que ha pasado casi desapercibida en su ciudad natal, aun siendo uno de los algecireños más importantes a escala internacional. Se trata del recientemente fallecido Manuel Sotomayor Muro, nacido el 10 de diciembre de 1922, que falleció casi centenario en Salamanca el pasado 22 de julio, con 98 años.
Su larga vida estuvo dedicada al estudio y la investigación, alcanzando las más altas cotas de conocimiento en historia de la Iglesia primitiva, teología y arqueología cristiana. Fue el último de una numerosa familia de ocho hermanos y cursados sus estudios de primaria y secundaria, su capacidad le hizo ser admitido en la Compañía de Jesús a los diecisiete años, ordenándose sacerdote en 1952 y haciendo sus votos finales en 1957.
Fundada por San Ignacio de Loyola en 1540, la orden procuró desde sus primeros tiempos, que sus miembros estuvieran a la cabeza del conocimiento científico, surgiendo por ello entre sus filas prestigiosos matemáticos, físicos, astrónomos, arqueólogos, biólogos, antropólogos etc. siendo de ello un ejemplo reciente el padre Teilhard de Chardín, filósofo y paleontólogo, que fue capaz de conciliar armoniosamente la fe cristiana con la teoría de la evolución.
Fiel al espíritu de la orden, Manuel Sotomayor estudió en Madrid filosofía, y humanidades, magisterio en las Palmas de Gran Canaria, y teología en Roma, donde no solo se licenció, sino que obtuvo el doctorado en Historia de la Iglesia. Como docente fue profesor de iconografía cristiana en el Instituto Pontificio de Roma, en la Facultad de Teología de Granada fue profesor de Patrología, Historia de la Iglesia y Arqueología Cristiana e incluso estuvo en 1991 en la Universidad Rafael Landivar, de Guatemala, como profesor invitado.
Algo singular y casi desconocido es su ordenación como sacerdote en el rito bizantino-rumano, a fin de trabajar en la aproximación de ortodoxos y católicos en Rumanía, pero tras una preparación de diez meses en Bélgica, no obtuvo permiso para entrar en aquella dictadura. Como recuerdo de aquella operación fallida, en los años 60 nos enseñó Manuel la capilla que había dispuesto según el rito ortodoxo en la Facultad de Teología de Granada.
Por su gran capacidad científica y personal alcanzó distinciones y cargos en buen número, siendo miembro del Deutsches Archäologisches Institut, consejero de honor del Instituto de Estudios Campogibraltareños, miembro de la Real Academia de la Historia, del Centro de Estudios Históricos de Granada y de la Real Academia de Bellas Artes de Granada. Le fue concedido en 1991 el Premio de Patrimonio Histórico de Andalucía y la ciudad de Andújar le dio la medalla de oro de la ciudad, dedicándole su museo arqueológico como agradecimiento a su gran labor en el yacimiento de Los Mijares, donde radica el complejo de producción cerámica más importante de la España romana.
Como arqueólogo de campo excavó también las factorías de salazones de Almuñécar, los alfares romanos de Cartuja y la ciudad romana de Illiberri en Granada, el Cerro de los Infantes en Pinos Puente, las villas romanas de Huéscar, Gabia la Grande y Quesada. También realizó sondeos urbanos en Castellar de la Frontera, con el descubrimiento de una etapa prerromana en el poblamiento. En Algeciras excavó en 1966 los hornos de cerámica romanos del Rinconcillo, primera excavación llevada a cabo en la ciudad con criterios científicos.
Asombra el número y calidad de sus publicaciones, cuya variada temática convierte a Manuel en un verdadero humanista, al dominar diversas disciplinas a la perfección. Entre sus líneas de trabajo destacan la historia de la Iglesia, el origen del cristianismo primitivo, el ecumenismo y el dialogo, la Granada romana y la ciudad de Iliberri, el Concilio de Elvira, la producción industrial de la cerámica romana (sobre todo de la sigillata), la iconografía paleocristiana e incluso la cultura y picaresca en la Granada de la Ilustración. Esta gigantesca obra, fruto de una vida dedicada íntegramente al estudio, es de una profundidad tal, que orienta y enriquece a quienes se acercan a ella, como ha sucedido con varias generaciones de investigadores.
Sin embargo, el padre Sotomayor fue persona muy sencilla, sin que su altura intelectual le creara barreras de comunicación, como atestiguamos los que tuvimos la suerte de trabajar con él, aunque fuera circunstancialmente. A su modestia unía un sincero afán por orientar y ayudar a quienes recurrían a él. Siempre se sintió algecireño y nunca dejó de contactar periódicamente con su ciudad natal, con la que estaba totalmente enraizado. Por ejemplo, decía con cierto orgullo, haber residido un tiempo en la desaparecida Casa de los Muñecos de la calle Convento.
Manuel no fue un científico nacido casualmente en Algeciras, sino un insigne algecireño de proyección internacional, provisto de gran modestia y humanidad, pese a alcanzar los más admirables niveles de la ciencia…
Corresponde ahora a su ciudad natal el que la figura de este gran hombre no se diluya en el tiempo y el olvido, recordando y transmitiendo a las generaciones venideras su ejemplo de esfuerzo, sencillez y sabiduría. La Trocha pide para él la divulgación y concienciación popular sobre su figura y obra, el nombramiento a título póstumo como hijo predilecto de la ciudad, la dedicación una calle o plaza y el que sea recordado por medio de un monumento callejero.
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