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El Campo de Gibraltar, en alerta naranja

El Mesón, el mañaneo y nuestros maestros

CAMPO CHICO

Me encontré mañaneando a José Luis Lara, que acaba de ser designado pregonero de Feria

El Mesón se convirtió en una moviola de nuestra historia. Era posible detenerla y hacerla marchar hacia atrás

La comarca en Madrid

El Mesón y la Casa del Campo de Gibraltar

La calle Real de Algeciras, en los años 30.

El sábado día 13, la familia de Juan Guerrero Soriano celebró un funeral en su memoria, en la parroquia de Las Tablas, uno de los nuevos barrios del Madrid extendido hacia el norte. En él vivieron por temporadas, Juan y Amelia, en casa de su hija Patricia, sobre todo cuando sus nietas eran pequeñas y sus padres necesitaban ayuda. Volvían con frecuencia a Algeciras, a su modesta casa de la calle Chicorro, en ese pequeño reducto urbano conocido por “Los Toreros”, entre La Piñera y el Cortijo Vides. Un lugar que espera desde que existe, que se ocupen de él.

Con una población en la que abunda gente de edad avanzada, ofrece serias dificultades al viandante. El firme, irregular y abandonado, es una amenaza para un personal de ese que ahora llaman vulnerable y que no deja de serlo a pesar de lo que parece preocuparle a unos y a otros. Tal vez, después de las elecciones, nuestros próceres miren hacia ahí y mejoren tanto cuanto hay que mejorar en materia de medios para desplazarse, limpieza y cuidado de calzada y aceras. Como lo esperan los vecinos de los alrededores de la legendaria Casa Miguel en la Villa Vieja, adonde la desidia parece haber sentado plaza. Es lo que más urge de lo que queda pendiente, sobre todo teniendo en cuenta que el partido del que se espera sea el nutriente del próximo Gobierno municipal, ha admitido esa demanda como prioridad.

La calle Larga hacia 1955.

Cuando estaba en Algeciras, a Juan le gustaba mañanear por el centro, palabra que al hacer ahora uso de ella, demanda una explicación, que doy de inmediato. La pongo en cursiva precisamente porque su empleo en nuestro contexto, no corresponde exactamente a su significado. Mañanear existe en castellano, es un verbo intransitivo –es decir, no requiere un complemento directo– al que la Academia Española señala como “poco usado”. Eso se debe, muy probablemente, a que es sinónimo de madrugar. Pero he ahí que su empleo entre nosotros, los especialitos, alude a brujulear por el centro de Algeciras, por la Plaza Alta, la calle Convento y la calle Ancha o, alternativamente, por la Plaza, dentro o fuera del Mercado, y la calle Panadería.

Sostengo, un mucho en broma y un poco en serio, que el andaluz –en su fonética y en su ritmo– es una forma avanzada del castellano. Habida cuenta de que Cristina, mi mujer, es de Valladolid, con raíces en la castellanísima Tierra de Campos, que yo resido habitualmente en Madrid –porque vivir, vivo en Algeciras–, que frecuento los parajes y ciudades de la vieja Castilla y que disfruto de cantidad de amigos castellanos, mi afirmación, que siempre acompaño de una actitud grave y contundente, sorprende y divierte. Pero tiene su fundamento: mañanear es andar por las mañanas, por esos vericuetos urbanos adonde la gente toma café, procurando encontrarse con los amigos y tratando de liar hebra con el personal que esté a mano.

Debo confesar que el nuevo significado de mañanear es original de una madrileña de nacimiento y algecireña de afición, que se llama Marisa Mínguez, muy conocida en estos pagos de María Santísima; rociera y proclive al enferiamiento. Su expresión: “me encanta el mañaneo de Algeciras”, ha sentado cátedra y propongo su consolidación para significar eso, brujulear por los reductos de sabiduría que nos ofrecen las mañanas algecireñas; ya sea sentados en el lateral norte de la Plaza Alta, en el Coruña o en algunos de los asentamientos fronterizos de ese mágico lugar que regenta Pepe Rivadulla, ya sea disfrutando en El Violinista del brazo sur de la calle Ancha en el que se concentra toda la solera disponible, o bien acomodados en la Plaza, en La Tertulia, en sus adláteres o en algunas de las terrazas de la calle Panadería, o simplemente, deambulando por esos lugares en los que la gente se regala el café de la mañana y la buena compañía. No hace mucho que me encontré mañaneando a José Luis Lara, que, en un derroche de inteligencia por parte de nuestros regidores, acaba de ser designado pregonero de Feria. Me dio alegría verle con su bellísima hija Mariana, que no puede evitar serlo por la alta concentración a dos bandas de belleza, que posee. Lleva el nombre de su abuela y seguramente su mirada, que era de una dulzura indescriptible.

La Marina hacia 1950.

Marisa fue secretaria de alta dirección en la Cadena SER, en aquellos tiempos en que la Radio Algeciras de González Otal, parecía el motor inspirador de la organización en la que se formaron la inmensa mayor parte de los periodistas radiofónicos que han marcado el paso a nuestro tiempo. He estado viendo hace unos días por no sé cuantas veces, El crack II, la segunda parte de la obra maestra de José Luis Garci, que siguió y mantuvo el éxito de la primera, de 1981. Nada más empezar, el inolvidable Alfredo Landa aparece en una escena que recrea una partida de mus. Su compañero es Manuel Lorenzo, el legendario creador del personaje del abuelo Porretas, cuando el cuadro de actores de Radio Madrid formaba parte del recogimiento de todas las familias españolas. Manolo, como tantos otros periodistas, actores y ejecutivos de la SER, conoció el mañaneo algecireño y se integró de tal modo en él que pocos establecimientos de Algeciras, se han quedado sin aquella espléndida caricatura de Manolo sobre una bicicleta, que él repartía por doquier. La Feria fue su feria y hasta el carnaval especial lo tuvo de pregonero. Habitual del madrileño Mesón Algeciras, era una pieza fundamental de sus tertulias.

El Mesón se convirtió en poco tiempo en una moviola de nuestra pequeña historia. Era posible detenerla y hacerla marchar hacia atrás. Juan, el mesonero, pertenecía a aquellas promociones que ingresaron en el Instituto (hoy Kursaal) en la década de los cincuenta, quizás las más brillantes de su largo y rico recorrido, contribuyendo de modo decisivo a la formación básica no sólo de los algecireños sino de los habitantes de todos nuestros núcleos urbanos. Fueron las promociones que más significaron en el despegue social y cultural de la Algeciras, tan necesitada, de la posguerra. El abandono escolar era espectacular. Juan Guerrero fue uno de los muchos que dejaron de estudiar nada más empezar a hacerlo. La mayoría de las familias no podían permitirse el lujo de tener estudiando a un hijo cuando estaba cerca de la edad de poder trabajar de aprendiz.

Los artesanos de Algeciras eran sus maestros, los que les enseñaban a arreglar zapatos, a pintar paredes, a atender las mesas de un bar, a arreglar coches o a lo que se terciara. Tal vez de ahí venga la costumbre de llamar maestro al que lo es de su oficio. Los niños de esos años de hambre y limitaciones aprendían a leer y a escribir, por lo general, en escuelas caseras, conducidas por maestros, muchas veces improvisados, que constituyeron una espléndida troupe de alfabetización y regeneración cultural. Detenerse en sus nombres y en su inmensa y admirable labor, sería una obra inabordable y, desde luego, inmensa, Don Isidoro Visuara, la Srta. Elvira, Don José, el de la calle Sevilla, Don Antonio Hernández, Doña Cari, Don Juan Rondón y su hermana Meme; en fin, una gente maravillosa a la que debemos lo que somos. Yo tuve el privilegio de estar donde Doña Cari, una gran dama, de familia gibraltareña que convirtió el salón de su casa de la calle Real, en escuela. Y ya después donde Meme Rondón. Muy pronto les idealicé, hasta el punto de recordarles ahora con todo detalle. Les veo como si estuvieran en una corte cercana a Dios, revestidos de luz, rodeados de nobleza y de la inmensa gratitud de tantos los que tanto les debemos.

Doña Cari era la maestra de la calle Real, de mi calle. Con ella aprendimos unos cuantos, las primeras letras y a rezar las primeras oraciones. La Inmaculada de Murillo reproducida en una lámina de grandes dimensiones, presidía el salón y al salir de clase, nos arrodillábamos ante ella y rezábamos: “Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía”. Doña Cari había recortado mínimamente el texto para evitar coletillas tales como “hasta morir en tu amor” o “ahora y en mi última agonía, sé mi amparo y protección”, que habrían requerido explicaciones un tanto complejas para el personal de a bordo. La imagen era la de un virgen jovencísima, que irradiaba paz y esperanza, inocencia; era como nuestras jóvenes madres o como cualquiera de aquellas muchachas que paseaban por la calle Ancha los domingos por la mañana o acudían al caer la tarde del sábado, al cine Delicias, al Avenida o al Sevilla.

Cine Delicias, sobre 1960.

Doña Cari, como la Srta. Elvira, eran lo que hoy llamaríamos maestras de Primaria, y entonces de párvulos. Don Juan Rondón sería el de Secundaria y su hermana Meme se situaba entre lo uno y lo otro. Don Juan ayudaba a superar las asignaturas pendientes o no muy bien llevadas de aquel bachillerato de entre los diez y los dieciséis años de edad, y Meme preparaba para el Ingreso. Decidieron que yo debía hacer Ingreso y Primero al mismo tiempo. Fue bien, salvo en Latín, donde mi queridísima Conchita me puso un cero (luego supe que su intención era que no compensara con las notas de las otras asignaturas, que eran altas). Aprobé Latín en septiembre y la superación simultánea de Ingreso y Primero, supuso que cuando empecé en Segundo fuera el más joven de la clase, así que mis compis, sobre todo, los de la peña “Los Podríos”, ya en la adolescencia, me aludieran siempre como “el niño”, lo que siguen haciendo los pocos supervivientes que nos quedan; Santiago Sarmiento o José Pérez Martínez, por ejemplo.

Ya he contado en alguna ocasión que la academia-escuela de los Rondón, estaba en la calle Larga, en el tramo que iba desde los Muebles Piné, frente a la Fábrica de Fideos, en el cruce con Carretas, hasta el chaflán que formaba Tejidos López con entonces Mola y ahora Prim (hasta los generales están politizados). Cerca de la tienda de Julio Pérez y un poco más abajo de la Farmacia Guerra (hoy de Hernández Sansalvador, la farmacia más bonita del mundo, que exhibe una placa homenaje a nuestro gran paisano Paco “el Cortina”). Se entraba a través de una pequeña zapatería en la que era muy difícil coincidir con un cliente y en la que las vitrinas parecían tener los zapatos de adorno. Era en zapatería lo que Ramírez en mercería, una tienda-museo. La llevaba, es un decir, Trini, la hermana de Don Juan y de Meme.

La Inmaculada.

Nada más pasar la entrada se accedía a la clase de Don Juan en la que se preparaba a los muchachos de lo que requirieran. Estaban todos juntos y no importaba la asignatura. Don Juan explicaba lo que hiciera falta según el interlocutor. Claro que las matemáticas ocupaban la mayor parte del tiempo. A través de la clase de los mayores, la de Don Juan, se accedía a la de los que aspirábamos a entrar en el Instituto. La clase bordeaba un patio de tantos como abundaban en la Algeciras de entonces. Por las tardes, Meme, de vez en cuando nos ponía algo para estudiar o para hacer y veíamos desde la ventana que había ido a verla su novio; creo recordar que se llamaba Jaime, al menos eso decían los más espabilados. Volvía enseguida y seguía como si tal cosa. Era una mujer guapa y con la seriedad justa como para que su belleza no nos distrajera. Julio Pérez hijo, era uno de mis compis en aquel encantador lugar. Con los años, fue presidente del Mero, la “sociedad federada” de la calle Muñoz Cobos, que tanto ha aportado a la cohesión social de Algeciras. Él, Julio, y su antecesor, Juan Ricardo Delgado Silva, ”JuanRi”, promovieron, uno tras otro, la ya famosa y popular romería marítima del Rinconcillo, única en su género, que cada ferragosto se celebra recogiendo del fondo del mar, donde se guarda durante todo el año en una pequeña gruta, una imagen de la Virgen de la Palma, patrona de la ciudad. Luego, en la plazoleta de la playa, se exhibe la imagen y se celebra una misa y, a veces algún coro, como el de Pastora de Algeciras, hija del Sevillano, un cantaor fino de la capital, le canta a la virgen y a todos los que tenemos la suerte de coincidir con ellos.

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