El pabellón del casino (I)
Historias de Algeciras
El gerente de la Cinematográfica Pérez Aracena fijó su mirada en el espectacular edificio, motivo de su presencia en Algeciras
En la cuna del hambre (I)
Trienio liberal en Algeciras (1823-2023): Un lugar quemado por el sol
"¡¡Cómo llueve en este pueblo!!", pensaría en más de una ocasión el bueno de José Puerta durante aquella noche de vendaval que asoló Algeciras aquel invierno de 1915. Aquellos truenos -por lógica y humana consideración-, en nada tenían que envidiar a los proyectiles del káiser que por aquellos días caían por centenares sobre la endeble Bélgica. Tapado hasta la punta de la nariz e incapaz de conciliar el sueño, recordó la costumbre hispana de acordarse de Santa Barbara -sólo- cuando truena.
José de la Puerta Zamora, que así era su filiación completa, había llegado hasta Algeciras de la mano de su jefe el industrial y dueño de la empresa cinematográfica -a la cual José representaba-, don Luis Pérez Aracena. Hombre avispado para los negocios que como otros en la Andalucía de la primera década del siglo XX, había visto en aquel invento una gran oportunidad de hacer fortuna; y más, en una ciudad como la entonces Algeciras donde los cuartos corrían fácilmente gracias al tradicional contrabando, llamados aquí jarampa; actividad aquella que se había intensificado tras el estallido de la guerra europea.
José, que llevaba pocos días en nuestra ciudad, había optado por quedarse en una pensión del centro alto o distrito del Convento hasta la espera, dada su más que posible prolongaba presencia entre los algecireños, de alquilar alguna casita por la zona no lejos del motivo de su presencia en Algeciras. Ni que decir tiene que lo que le pagaba mensualmente la empresa Pérez Aracena, en modo alguno le facilitaría acceder a una habitación en el centro bajo al otro lado del río en la zona "inglesada" de nuestra ciudad, dado el alto standing vecinal que por aquellos andurriales se respiraba. El Hotel Reina Cristina o el Hotel Anglo Hispano -ambos de desigual glamour y aristocracia, en favor del primero-, estaban fuera del alcance de "sus posibles". Aquella fonda situada en el corazón de Algeciras, en el número 2 de la denominada Plaza de la Constitución, aunque toda la ciudadanía la llamaba Alta, era de su gusto: limpia, cercana a su trabajo, asequible económicamente y de una gran respetabilidad; esto último lo había comprobado al conocer que una de las habitaciones principales con vista a la plaza, estaba ocupada por un inspector de policía –de nombre Albuzo-, destinado en la cercana comisaría existente en la también próxima calle Santísimo.
Si bien el sol, como había sido habitual en los días precedentes, se había negado a salir aquella mañana, también era cierto que aunque nublado no llovía. Paraguas en mano por si las moscas, José dejó atrás la puerta de la pensión con el número 2 sobre el dintel y emprendió la marcha atravesando la Plaza Alta en dirección hacia la calle Ancha, aunque se llamara oficialmente Regino Martínez. "¡Que manía tienen los algecireños en denominar los lugares con varios nombres!", pensaría, como otros tantos visitantes en aplicación de una general lógica no contemplable en este especial pueblo, el responsable en Algeciras de la denominada oficialmente: Empresa Cinematográfica Pérez Aracena.
Tras pasar por delante del número 3 de la Plaza de la Constitución, donde se hallaba el domicilio del popular corredor de comercio Julio de los Ríos, prosiguió su camino rebasando el establecimiento de Francisco Medina Sánchez. Una vez en la calle Rocha (antigua Comedia) alcanzó en breves instantes la calle Ancha, encontrándose a la derecha con el más que céntrico establecimiento de Antonio Andrades; personaje conocido por toda la Algeciras de su época, siendo parte del paisaje de aquella principal vía; siempre elegante e impoluto con su inmaculado batín blanco. Su nombre completo era Antonio Andrades Álvarez, había nacido en nuestra ciudad en 1877, y era propietario de aquella tienda enclavada en el número 38 de la calle Regino Martínez, así como también de otras dos situadas en Ceuta; tenía su domicilio en el número 6 de la cercana y mencionada calle Rocha. Tras dejar muy atrás la popularísima tienda de quincallas de Andrades, José de la Puerta Zamora, alcanzó el inmueble propiedad de doña Adela Grass Consigliero, viuda del que fuera gran alcalde de la ciudad y banquero Rafael de Muro y Joarizti.
Su ligero y joven paso le llevó rápidamente hasta el final de la calle, encontrándose con la casa que había sido de José Román del Valle, padre de un personaje muy admirado en Algeciras por -entre otras- sus populares caricaturas. Una vez llegado hasta el número 1 de la calle -oficial- Regino Martínez o -popular- Ancha, José miró al frente y observó el devastador efecto que la tormenta de la noche anterior había producido sobre la vegetación del Paseo de la Feria. El agua aún caía con cierta fuerza y pendiente abajo desde la cima donde se ubicaba la plaza de toros, bautizada con el extraño nombre de La Perseverancia; coso por el que los algecireños sentían un gran orgullo y cariño, sentimientos tales que el cinematográfico representante en modo alguno llegaría a dudar que -dentro de la general lógica aplicable y reseñada a este pueblo- los algecireños dejarían de "perseverar" contra viento y marea para el futuro; viendo un siglo después el resultado, bien se puede parafrasear el viejo dicho: "Si quieres que Dios se ría de tí, cuéntale tus pensamientos".
Instantes después, el gerente de la Cinematográfica Pérez Aracena, fijó su mirada en el espectacular edificio motivo de su presencia en Algeciras; y que así al pronto, había sobrevivido a la infausta nochecita. Allí estaba, el férreo y popular Pabellón del Casino de Algeciras. Modernista edificio de cuya presencia nada más verlo, se había enamorado su jefe, plasmando en su negociante mente sus potencialidades para proyectar a gran escala las películas del momento. Subiendo con gran trabajo hasta alcanzar la calle Sevilla, dada la gran cantidad de barro existente en la vía, dejó atrás la casa de Manuel Pecino, cercana a otra que fue propiedad de un antiguo alcalde llamado Gaspar Segura, de quién cuentan los algecireños que fue asesinado durante una revuelta ocurrida muchos años atrás, y cuando intentaba huir hacia Gibraltar.
Una vez frente al bonito edificio, José tomó de su bolsillo la gran llave que le abriría la puerta de acceso, y nada más entrar: el alma se le cayó al suelo. Boquiabierto, no podía dar crédito al estropicio de cuanto veía. El agua se había adueñado de todo el establecimiento. "¿Qué hacer? ¿A quién llamar? ¿Cómo le explico a mi jefe esta catástrofe?". Las lógicas preguntas se agolparían en su cabeza a la misma velocidad que el agua seguía entrando por la parte de poniente. Una vez que la impresión lo dejara libre se iría hacia los accesos o puertas de levante y comenzaría a abrirlos facilitando con ello la salida del agua que se había empeñado en dejarle sin trabajo.
Después, con la ayuda de los jornaleros que había contratado para reformar el edificio comenzó la tarea de limpieza. Lástima que aquellas palas y cubetas no sirvieran para aliviar la impresión que se llevaría su jefe al conocer la noticia. Realizada la primera faena de choque el cinematógrafo gerente se trasladó hasta la Oficina de Telégrafos sita en la calle Rocha 8,estando al frente de la misma el diligente director de la llamada Estación de Algeciras, Sebastián Blandino Mora; teniendo como subalternos a los oficiales Alberto Lobist Fernández y Modesto González Asencio. Blandino Mora desde que enviudó -al parecer- vivía por y para su trabajo, encontrando en éste el consuelo a la soledad en la que le había dejado el fallecimiento de su esposa.
Contaba con la ventaja de que tenía su domicilio en la parte superior del inmueble que albergaba el servicio de telegrafía. Enviado el mensaje o reporte, ya solo quedaba esperar noticias o indicaciones de su jefe que no se hicieron esperar. Al siempre diligente gerente de tan "peliculera" empresa y mientras esperaba tan ansiada respuesta, le daría tiempo para acercarse a uno de los establecimientos cercanos e intentar tomar algo, y siempre que el descrito disgusto le dejara. Aquel reparador local bien pudo ser el cercano Café de Ricardo, situado en la Plaza Alta, esquina Munición. El citado café se llamaba así, en honor de su propietario Ricardo López, hombre de avanzada edad que depositaba toda su confianza como empresario en su encargado el siempre fiel José Sánchez.
Sin duda algunos de los habituales recaderos de los que se valía el Jefe del Telégrafo en nuestra ciudad para hacer llegar los "reporters" hasta sus destinatarios, encontraría a De la Puerta en las señas que seguramente habría dejado en las oficinas del servicio. La rapidez con la que se hizo con el mensaje José fue directamente proporcional a la velocidad que imprimió su apertura; y allí estaba la tan esperada respuesta de su jefe. Quizá llevado por el asesoramiento legal que de seguro tendría; o tal vez, basado en su experiencia vital o "mundología", lo cierto es que aquel papel -más o menos- venía a decir: "Informe legal de daños. Posible demanda contra arrendadores". Tras calibrar en su importancia, cada una de las palabras que componían aquel escueto, conciso y directo mensaje, De la Puerta se puso en marcha. Era el momento de mostrar su valía en la adversidad.
Aquel reporter que su destinatario lo tomó como lo que debía de ser: una orden, se plasmó en el siguiente y legal documento:
Don José de la Puerta Zamora, como representante de la Empresa Cinematógrafo, propiedad de Luís Pérez Aracena […] expresa sobre estado del local Pabellón Caseta, de la Sociedad Casino de Algeciras, situado entre el Real de la Feria y la calle El Calvario de ésta Ciudad, que le tiene cedido para dar sesiones de cinematografía como representante de la reseñada empresa. Dice:
1º.- Que entrando por la primera de las puertas laterales, por la calle del Calvario se observa bastante cantidad de agua que ha penetrado por las junturas de las puertas que no cierran bien y por aberturas que hay en el techo y que han inundado completamente las plateas de aquel lado del teatro. 2º.- Que al pié de las escaleras que bajan desde las plateas al patio de butacas hay también gran cantidad de agua así como, igualmente, se encuentran mojadas las butacas que están en las plateas y la mayor parte de las del patio. 3º.- Que delante de la embocadura del escenario, y en el sitio comprendido entre éste y la primera fila de butacas, hay gran cantidad de agua á pesar de haberse empapado las maderas. El piano aún cubierto con varios paños se halla igualmente mojado, así como el lienzo que cubre la boca del escenario y el arco de mampostería que forma dicha embocadura, se halla también empapado en agua, formando en él, grandes manchas de humedad. 4º.- Que igualmente se hallan inundadas las plateas del lado del Real de la Feria, también con charcos al pié de las escaleras que bajan de las plateas al patio. 5º.- Que en el ángulo que forma la pared lateral de la calle Calvario con la horizontal que separa del salón, se empieza a ver en el techo algunas tejas que parecen vencidas, y que han formado varios huecos por donde penetra el agua y el viento, lo que ocurre también por otros diversos sitios del techo y por las cristaleras del salón. 6º.- Que la habitación destinada a despacho o contaduría, se halla completamente llena de agua, observándose ésta en gran cantidad en el suelo y sobre las mesas y sillas y estantes que en ella hay. 7º.- Que en otra habitación y almacén, frente a ésta igualmente hay gran cantidad de agua; hallándose mojado y estropeado un hornillo o cocina allí existente. 8º.- De igual modo se halla encharcado en toda su extensión, el bar o salón de espera. 9º.- Y finalmente, puede fácilmente apreciarse que el agua y el viento, penetra por todas partes siendo imposible la cómoda permanencia en el local [...]
Y para darle una mayor legalidad al documento ordenado por el cinematográfico gerente a petición de su jefe, optó pedir la voluntaria presencia en el citado a Juan Guerra Ríos y de Fernando Miralles González. Recordemos que Juan Guerra Ríos, además de procurador tuvo en propiedad un "horno de pan cocer", situado en el número 25 de la calle Montereros; y que Fernando Miralles, era considerado un magnífico impresor que tenía su domicilio en el número 3 de la popular calle De Las Viudas, hoy Tte. García de la Torre. Ambos, sin dudarlo, avalaron con sus firmas lo expresado por De la Puerta Zamora, dando fe de lo sufrido por él enaquella fría y lluviosa mañana algecireña.
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