Paca Benítez, la tatarabuela de Algeciras: "Los jóvenes de ahora no saben lo que es trabajar"
SOCIEDAD
Tiene 92 años, vive en La Bajadilla y suma seis hijos, 19 nietos, 23 bisnietos y uno que viene en camino
Es una amante de los toros y la Navidad
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Francisca Benítez Holgado tiene 92 años, la mirada centelleante y acaba de convertirse en tatarabuela. Suma seis hijos, 19 nietos, 23 bisnietos y uno que viene en camino. "Es la patrona", comenta uno de ellos. Siempre la han llamado Paca. Nació en 1931 en la calle Matadero de Algeciras, actual Teniente Miranda.
Cuando tenía cinco años, estalló la Guerra Civil. Su padre, que trabajaba de camarero en el entorno del puerto, decidió trasladar a toda la familia al campo, cerca de la fuente de la Chorrosquina para evitar la convulsión de la ciudad. Paca recuerda aquellos años en una casa del Cobre.
De su padre, siempre uniformado de manera impoluta con chaqueta blanca, también rememora su pasión por lo toros, afición que ella ha heredado. Cuenta que, a veces, él se ausentaba del bar porque se escapaba a la plaza de La Perseverancia para ver los festejos. Un hermano de Paca intentó ser torero y se hizo amigo de Miguel Mateo 'Miguelín', una de las figuras en la década de los 60 y 70.
La patrona ha enterrado a todos sus hermanos. También a su marido. Solo queda ella, que conserva la alegría a pesar de todo.
De Tetuán a La Bajadilla
Cuando cumplió trece años, Paca acompañó a una tía durante un viaje a Tetuán. Lo que iba a ser una excursión de unos cuantos días, acabó durando un año. A Paca le ofrecieron un trabajo en una fábrica de chocolates en la capital del norte de Marruecos durante el protectorado español. En Tetuán se producía el chocolate 'Maruja' con cacao importado de América del Sur.
Fue su primer empleo. Cuando regresó a Algeciras, se colocó en una fábrica de conservas en la calle Fuente Nueva. Después en una fábrica de hielo un poco más arriba. Años más tarde, trabajó como pescatera en La Bajadilla y, finalmente, de limpiadora en la Telefónica hasta su jubilación. "Los jóvenes de ahora no saben lo que es trabajar", comenta a sus 92 años y con la tataranieta en brazos.
La patrona también ha vivido en varias barriadas algecireñas. Cuando dejó su casa en la calle Matadero, ya casada, se mudó a la playa de Los Ladrillos y, después, a La Bajadilla, frente al antiguo cine España, entre las calles Cid Campeador y Santa María Micaela. Ha vivido de la transformación de la ciudad en el último siglo. Todos los negocios que menciona ya no existen, salvo uno: la farmacia Almagro, el comercio más antiguo del Campo de Gibraltar.
Amor en una rondalla
Conoció a su marido, Pedro, durante una rondalla. Paca tocaba el pandero y Pedro, la zambomba. "En esta familia siempre ha gustado mucho el cachondeo", afirma una de las hijas del matrimonio. Otra añade: "Las Navidades de ahora no tienen nada que ver con lo que eran antes, cuando todos mis hermanos, los seis, íbamos con la rondalla de casa en casa de los vecinos".
"Mi marido era el alma de la fiesta", presume Paca, quien siempre dio a luz en casa. "Mientras nacía mi hermano, nuestro padre nos mandó a ver una película al cine España", se acuerda la primogénita. Cuando regresaron, el niño ya había nacido.
Ahora la familia es tan numerosa que, para reunirse, en las pasadas fiestas de Navidad tuvieron que alquilar la sala Bamboleo, en El Rinconcillo. Acudieron cerca de 60 personas. Los 90 años de la matriarca los celebraron al aire libre, en una plaza de San José Artesano.
A Pedro, que primero trabajó en el muelle pesquero y después como pintor hasta que enfermó, le gustaba cocinar. Una de sus hijas ha heredado la receta de su famosa ensaladilla rusa.
Cinco generaciones
La tataranieta, Jimena, no tiene ni un mes. Duerme plácidamente sobre el regazo de la patrona, en una casita de la calle Almería, en La Bajadilla. Una repisa del salón sustenta una colección de fotos de las cinco generaciones.
La familia se confunde a la hora de calcular cuántos nietos tiene Paca, que presencia la cómica escena desde el sofá. "Son dieciséis", dice una hija. "Pero echa tres más", responde otra. "Mejor pon diecinueve nietos porque tres niños vinieron de otro matrimonio, pero los criamos nosotros y son como nuestros", zanjan.
A Paca, que era guapa y lo sigue siendo, ya no le gusta salir a la calle. Teme que le fallen las piernas. Hace dos años sí que iba a hacer la compra muy temprano por los comercios del barrio. Era siempre la primera clienta de la carnicería. Ahora se mueve en casa: sigue haciendo las labores del hogar y pasea por el patio. La cabeza le funciona con la precisión de un reloj suizo. Aseguran sus familiares que tiene mucho carácter. "No entiende que no podemos dejarla sola con unas albóndigas calentándose en el fuego. Se enfada muchísimo".
Una de las cosas que más le gustan es sentarse en el salón a ver los toros por la tele. "No se mueve en toda la tarde", comenta una hija. "Luego viene a contarme el festejo". Reconoce Paca que se ha quedado con la pena de no tener un hijo o un nieto torero. Nunca se sabe. Quizá su deseo se cumpla con la quinta generación que ahora brota. Una generación que tendrá que vérselas con un ministro de Cultura antitaurino, con el seísmo que provocará la Inteligencia Artificial y, si el mundo sigue girando, con la llegada del siglo XXII.
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