Patios de Algeciras (I)
OBSERVATORIO DE LA TROCHA – NUESTRA ARQUITECTURA
En uno brotaba de la pared la imagen de un Cristo crucificado y en otro se aparecía el fantasma de Almanzor
Estas casa populares de vecinos, algunas desaparecidas, fueron producto de una sociedad que subsistía en precarias condiciones económicas
El patio es una resultante del clima mediterráneo pues proporciona un espacio al aire libre, sombreado y fresco en verano, a la par que soleado y protegido de los vientos en invierno. Es inadecuado ese espacio al exterior en clima atlántico, pues la lluvia y la excesiva humedad impiden disfrutar del aire libre al igual que en climas continentales de frio severo. En ambos, las casas son compactas y el patio es sustituido por una sala central con chimenea u otros elementos de calefacción.
En el presente artículo comentaré varios patios de nuestra ciudad. Los catalogaré en dos tipos: los patios de las casas populares de vecinos y los patios de las casas burguesas.
Los primeros, a su vez, se pueden subdividir en cuatro grupos:
a) Aquellos que consistían en un pequeño espacio abierto en el interior, donde se iniciaba la escalera que conducía a la planta superior, si es que la había, y al que asomaban las puertas de algunas pequeñas viviendas, de dos habitaciones. Era el tipo más modesto y estaba muy extendido y disperso.
b) Otros consistían en una especie de largo y estrecho callejón, al que se abrían las puertas de unas pequeñas casas, también de dos habitaciones, bien a un lado, bien a ambos. Este tipo, al igual que el siguiente, deriva de los antiguos adarves propios de las ciudades hispano-musulmanas, callejones que se cerraban por la noche por motivos de seguridad con una sola puerta, que era lo único visible al exterior. A veces tenían carácter corporativo, agrupando los especialistas de un determinado gremio profesional. La otra acepción medieval del término “adarve” se refiere al pasillo largo y estrecho que existe en el coronamiento de la muralla, entre dos torres y protegido por un parapeto almenado.
c) El tercer grupo, menos numeroso, disponía de galerías interiores o exteriores, era evolución del tipo anterior y constituía a veces a veces una red de callejones, pero siempre con una sola salida a las verdaderas calles de tránsito. En algunos casos, estos patios comunicaban dos calles paralelas, como eran los patios del N.º 17 de la calle Pérez Galdós y los números 45-47 de la calle Patriarca Pérez Rodríguez, que se comunicaban con la calle Tte. Miranda. Un buen ejemplo es el patio de Custodio, que albergaba una manzana exenta en su interior, formada por cuatro callejones.
d) Este cuarto grupo está constituido por tipo “corrala”, que, de planta rectangular y a veces cuadrada. Los tres tipos anteriores no eran apenas planificados, no eran objeto de diseño “culto” o sea de un arquitecto, al igual que sus edificaciones, prácticamente todo era confiado a la tradición y a la necesidad o posibilidades de cada propietario, por lo que privaba la espontaneidad y la falta de homogeneidad. Todo lo contrario era el tipo “corrala”, que si eran diseñadas por expertos desde hacía siglos. Solían tener dos plantas, con galería de madera en la superior y sobre ella la techumbre era soportada por “pies derechos” también de madera. Solía haber un pozo en el centro y existían lavaderos y letrinas colectivas.
Estos patios populares eran producto de una sociedad que subsistía en precarias condiciones económicas. Solían compartir un retrete para todos los vecinos y las cocinas no eran más que un pequeño habitáculo a modo de cobertizo. Eran casas de una clara herencia moruna. No debemos idealizar el pasado, porque al hacerlo falseamos la realidad. Estos patios de vecindad se extendieron por el barrio de San Isidro, como el patio de la casa N. 15-A de la plazuela de San Isidro o el desaparecido patio Pichirichi, en el número 30 de la calle José Román; la zona de la Villa Vieja cercana al río de la Miel; actual barrio de la Caridad y otras calles como las de Juan Morrison; Sáenz de Laguna, como el desaparecido patio de las cabras; o Sevilla, donde se situaba el también desaparecido patio amarillo. También en la calle Sevilla, en el espacio del desaparecido cine Lis, se alzaba una sucesión de tres patios de vecinos de dos plantas, conectados entre sí, semejantes y uno a continuación de otro.
El patio de Custodio se encuentra entre la calle Tte. Miranda y San Antonio, en el barrio de San Isidro. Se accede a su interior por una puerta con arco escarzano que se abre en un muro de la primera calle citada. Data de la segunda mitad del siglo XIX y es un gran espacio dentro del cual se hallan unos estrechos callejones con viviendas a cada uno de sus lados. Es el típico gran patio de vecindad, con reducidas viviendas y retrete común para todos los vecinos. Algunas de sus casas se han reformado y otras se encuentran en ruinas.
El patio del Loro o del Lorito, se encontraba entre las calles Patriarca Pérez Rodríguez, Tte. Miranda (antigua calle del Matadero), Ruiz Tagle (antigua calle Jerez) y Tte. García del Valle (antigua calle de los guardias). Consistía en una explanada rodeada por viviendas de pésima calidad arquitectónica; disponía de una tapia en su frente oeste, donde se abría la puerta de entrada, flanqueada por dos pilastras. Las casas que se abrían hacia la calle Tte. Miranda se asentaban sobre restos de la muralla medieval, de la que apenas quedan restos. Bajo la tapia que daba al Secano se hallaron, en unas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo tras demolerse el patio, restos del talud del foso, que discurre debajo de la antigua carreta N. 340, calles Patriarca Pérez Rodríguez y Ruiz Zorrilla (El Secano); por lo tanto, el patio se asentaba sobre la liza de la muralla medieval.
En la calle Gral. Castaños Nº38 se conserva un edificio abandonado, en estado ruinoso. Su fachada consta de dos plantas y en el alta se abren unos balcones y ventanas. La puerta de entrada da acceso a un zaguán que da paso a un largo y estrecho callejón. con viviendas a ambos lados. En la planta alta se observan unas pilastras y arcos de tipo carpanel, cuyos vanos están cegados, pero con ventanas en medio, lo que hace suponer que antaño formaban unas arcadas abiertas.
Uno de los patios más famosos fue el llamado patio del Cristo, muy amplio, de planta rectangular y demolido en 1965, que se hallaba en la calle Tte. Riera (antigua calle López). Según una tradición muy difundida, un soldado de la guerra de Marruecos, mientras se hallaba convaleciente de unas heridas, pintó la imagen de un Cristo crucificado en la pared del rellano de la escalera que conducía a la planta alta de la casa. A pesar de ser encalada la pared, la imagen volvía a brotar, lo cual se consideró como un hecho milagroso; de tal manera que aquel rellano se convirtió en un oratorio. La destrucción del patio con su oratorio fue una salvajada que hoy no se hubiera producido.
El antiguo callejón del Muro, hoy calle del Muro, ha sufrido posiblemente la transformación más radical de todo el casco histórico. Nada queda de sus edificaciones tradicionales, de carácter popular, entre los que se contaban, a mediados del siglo XX y de norte a sur, el Patio de Simino, del tipo que hemos denominado “b” o “adarve”, que partía desde la zona más alta de la calle y descendía casi hasta el nivel del mar, de forma muy pintoresca, ya que desde su puerta se divisaba perfectamente la bahía, dominando paisajísticamente la vista del estrecho y largo patio. Mas abajo y ya en ruinas a mediados del pasado siglo, otro adarve, del cual no hemos averiguado el nombre primitivo, ya que entonces se conocía como las casas caídas, era de estructura similar al anterior patio, conservando aun alguna vivienda habitada al final de las ruinas. Eran tiempos de pobreza y supervivencia. En el punto más estrecho del callejón, en el nº 25, se situaba el Patio de las peleas, que en origen era una pequeña corrala, levantada sobre el muro ataludado de la barbacana o barrera exterior medieval. Sobre ella se levantaron dos plantas más, en un conjunto similar al del Patio de Soto, del que hablaremos en la próxima entrega. Tanto en este patio como en el siguiente, las viviendas de la parte de levante daban directamente sobre el agua de la bahía en mareas altas, al estar edificados sobre la barbacana o barrera avanzada medieval. El patio situado más al sur, era el Patio del Moro, una extensa corrala de dos plantas, enlosada, como los otros patios, con buena losa tarifeña.
En el otro extremo de la ciudad, era muy curioso el patio de San José, enclavado en la acera oeste de la calle Ruiz Zorrilla (el Secano), en la zona donde actualmente se halla un espacio abierto con la imagen de María Auxiliadora. Su interés radicaba en que el edificio era de una planta y aparentaba ser un simple chalet; pero, en su interior, se distribuía en dos, una bajo el nivel de la calle. El patio era rectangular, con galerías a ambos lados y una pasarela que las unía. La fachada contaba con cinco vanos: una puerta de acceso en el centro, con arco de medio punto, y dos ventanas adinteladas a cada lado. Esta fachada estaba presidida por una especie de atrio con pilastras adornadas con bolas y rejas, semejante a las que poseía el desaparecido garaje Internacional, próximo a él. Fue construido en 1927 y demolido en la primera década del siglo actual. En realidad supuso la solución genial que permitió aprovechar arquitectónicamente un terreno muy difícil, pues el conjunto cubría una pequeña y empinada vaguada, accidente insólito en la ladera oeste de la colina de San isidro, que es perceptible en ese sector ciudadano.
En la calle Tarifa aún se mantiene el llamado Patio Grande. Consta de dos plantas y posee en medio un largo pasillo flanqueado a cada lado por unas galerías, cuyos voladizos se apoyan en fuertes pilastras. Recuerdo que cuando yo era pequeño la casa que precedía al patio tenía derrumbada su planta alta. Se entraba por una puerta con arco escarzano. A finales de los años sesenta se construyó un nuevo edificio, pero se respetó el patio en su interior. En la planta baja se instaló el comercio de El Siglo XX, que posteriormente se ampliaría hacia el patio. En los años ochenta, al construirse un nuevo edificio en la calle de las Huertas, el patio quedó comunicado con esta calle. Tanto este patio como el anterior recuerdan a la arquitectura de las corralas madrileñas.
En la calle Alférez Villalta Medina N.º 17 aún se conserva un patio en el interior de una casa cuya fachada ha sido muy modificada en los años sesenta. Al él se accede por un zaguán que se comunica con el patio a través de una puerta de arco escarzano. El patio consta de un pequeño pasillo con las viviendas a cada lado; en su parte izquierda se encuentra la escalera que lo comunica con la planta alta donde está una pasarela para cruzarlo. Es llamado el “patio del caballo blanco” porque aparecía un fantasma montado en un caballo de este color; se decía que era el espectro de Almanzor. También se cuenta que en su lado izquierdo se abre un pasadizo que llegaba hasta el barranco que daba al mar.
El patio Conti, actualmente en estado de absoluta ruina y abandono, lleno de maleza y basura, en una zona totalmente degradada, al comienzo de la Villa Vieja, entre las calles de los Barreros y de Eladio Infante, las cuales comunicaba. Disponía de una gran explanada rodeada de varias viviendas de reducidas dimensiones, como venía siendo común a todos los patios de vecindad. La puerta de acceso por la calle Eladio Infante, que aún se conserva, aunque tapiada, está flanqueada por dos pilastras de piedra coronadas por pináculos del mismo material. Data de los años veinte del pasado siglo.
En la calle Carteya aún se mantiene un pequeño patio al que se accede por un zaguán; al fondo están las viviendas. Muy cerca, en la calle Lechería, existía también otro patio de vecinos con servicios comunes.
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