Pepe Luis Cirugeda, el novillero de Algeciras que se hizo torero tras despertar de una anestesia y llegó a Las Ventas

TOROS

El último ganador del prestigioso certamen "Camino hacia Las Ventas", asegura que, para hacerse torero, hay que salir del Campo de Gibraltar ante la falta de oportunidades en la zona

Pertenece a la Escuela Taurina de Navas del Rey y planea debutar con picadores la próxima temporada

El novillero algecireño Pepe Luis Cirugeda toreando en plena calle Ancha.
El novillero algecireño Pepe Luis Cirugeda toreando en plena calle Ancha. / Jorge Del Águila

El escritor francés Jean Cau sostenía que "amar los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos y acudir a su encuentro" en referencia a la ilimitada dosis de ilusión, fe y esperanza que hay que atesorar para aficionarse a la fiesta taurina. En los toros, lo más natural es que todo salga mal. Que la corrida resulte un fiasco, que se produzca una cornada, que la espada no entre a la primera o que el torero que apuntaba se quede en el camino.

Precisamente en ese camino más lleno de espinas que de rosas se encuentra el algecireño Pepe Luis Cirugeda. Antes de cumplir los 20 años, decidió hacer el petate y salir del Campo de Gibraltar a buscarse la vida. "Si me quedaba aquí, sabía que no iba a comerme ni una rosca", explica con lucidez. El pasado mes de octubre, sorprendió a los más de 13.000 espectadores que poblaban los tendidos de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid tras ganar, por unanimidad, la décima edición del certamen "Camino hacia Las Ventas", uno de los más importantes para los novilleros sin picadores.

Cirugeda en uno de los bancos de la Plaza Alta.
Cirugeda en uno de los bancos de la Plaza Alta. / Jorge del Águila

Torero tras la anestesia

Lleva unos años afincado al sur de Madrid, en el municipio de Navas del Rey, donde vive solo, trabaja en lo que puede y entrena con la escuela taurina. A sus 21 años, así se abre paso. Los padres de Cirugeda no tienen relación, ni por asomo, con el mundo taurino. Los dos trabajan en el Puerto de Algeciras. Nadie en su entorno entiende de dónde brotó su pasión. "De chico, tuvieron que operarme. Cuando desperté, recuerdo que, en la televisión del hospital, estaban puestos los toros", cuenta con gracia Cirugeda. "Ahí empezó mi obsesión. Toreraba El Fandi", añade.

Sus gustos han evolucionado desde aquella vez que salió de la anestesia. Asegura que su referente actual es el salmantino Julio Robles, ejemplo de hondura y clase. Curiosamente, o quizá no tanto, de su paso por "Camino hacia Las Ventas", la crítica destacó las finas maneras y el gran sentido del temple de Cirugeda. Virtudes muy marcadas en Robles.

Cirugeda, esta mañana de sábado, en la calle Ancha de Algeciras.
Cirugeda, esta mañana de sábado, en la calle Ancha de Algeciras. / Jorge del Águila

Bajo el amparo de Ruiz Miguel

"En cuarto de primaria, le dije a mis padres que quería apuntarme a la escuela taurina de Algeciras, pero duré muy poco porque sacaba muy malas notas en el colegio", reconoce. Ya en el instituto, coincidió en clase con el novillero barreño Alejandro Duarte. "Él fue quien me calentó para meterme en la escuela de Francisco Ruiz Miguel pero, el primer día de entrenamiento, el maestro me chilló mucho, así que también dejé de ir".

Un mes después, Duarte le avisó que Ruiz Miguel celebraba un tentadero en su casa. "Illo, vente", me dijo. "Total, que allí me planté", prosigue Cirugeda. Cuando todos habían toreado, salió él. "Le pegué una tanda y estuve más bien que la mar. El maestro me dio un abrazo. A partir de ahí ya empecé a aprender con él". Dice el refranero que no quieren los gitanos buenos principios para sus hijos. Por algo será.

Tras dos años con Ruiz Miguel, Cirugeda regresó a la escuela taurina de Algeciras, debutó de luces con añojos y, después, con erales en Las Palomas, donde cortó dos orejas. "Pero llegó un momento en el que pensé que, si me quedaba aquí, nunca podría ganarme la vida como torero. O me iba o me quitaba. Así que me fui", resume. La suerte hizo que recalara en Navas del Rey en marzo de 2021. "Yo no conocía a nadie", añade. Para pagar un piso de alquiler, además de aceptar ayuda económica de sus padres, ha trabajado de fontanero, de chófer y un supermercado.

Ciugeda, entre su capote y las luces de Navidad.
Ciugeda, entre su capote y las luces de Navidad. / Jorge del Águila

"Costó un huevo"

En estos casi dos años, Pepe Luis Cirugeda se ha curtido a base de novilladas en pueblos, revolcones y alguna que otra puñalada de los capos del mundillo. Tiene claro que, para llegar, no puede caerle bien a todo el mundo. "Ganar el certamen de Camino hacia Las Ventas, costó un huevo", expone. Y agradece la ayuda del torero Miguel Maestro, el banderillero David Adalid y algún que otro alcalde que le echó un capote cuando intentaron cerrarle las puertas.

Fueron ellos quienes, en 2022, confiaron en él y lo apuntaron al Bolsín de Ciudad Rodrigo, uno de los más antiguos de España, donde quedó triunfador. Después quedó semifinalista en los bolsines de Candeleda, Palencia y Guadalajara, ganador en Navalperal de Pinares y Coria... "Ahora me falta el debut con caballos lo más pronto posible", afirma. Esto implica lidiar novillos de tres años y es el paso previo para convertirse en matador de toros. "Tengo que seguir madurando como torero y persona", dice Cirugeda. "Y lo que quiero es que me toquen mucho la música mientras toreo".

Inevitablemente, esa evolución conlleva algún que otro desencanto personal y tropezar con el pitón de los toros. Por el momento, la única cornada recibida fue, precisamente en Las Ventas, donde sufrió un puntazo en la axila. "No me di cuenta de que la llevaba hasta que terminó la novillada", recuerda. "Paso mucho miedo. El día de Navalperal de Pinares, por ejemplo, en pleno Valle del Terror, era una novillada muy fuerte. Hay que vivirlo desde dentro".

Pepe Luis Cirugeda no podrá saborear en exceso las mieles de las fiestas navideñas. Este sábado por la tarde, regresa a Madrid, a Navas del Rey y a la lucha diaria. Hasta hace poco, enredaba con los juguetes de los Reyes Magos en la Plaza Alta pero, tras despertar de una anestesia, inesperadamente, se abrió ante sí un camino nuevo. Una epifanía.

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