El río de la Miel tenía biografía
Campo chico
Acometieron la obra de desviar el río desde Pajarete, soterrándolo y haciéndolo desaparecer de la faz de la Tierra
Corregida y aumentada, acaba de aparecer la segunda edición de la biografía de nuestro río, siempre en ImagenTa
En octubre de 2020 apareció un libro titulado El río de la Miel con un subtítulo tan sugestivo como distante en el tiempo: El río que regaba el jardín de las Hespérides.
Siete u ocho siglos anteriores al nacimiento de Nuestro Señor, sirvieron de soporte temporal a la fascinante mitología elaborada por poetas y soñadores de la antigua Grecia, que se nutrió de las culturas que nacieron en las fértiles tierras regadas por los ríos Tigris y Éufrates. Desde Mesopotamia, entre ríos, la luz y las ensoñaciones cruzaron la península de Anatolia, adentrada atrevidamente en el Mediterráneo y apoyada sobre la tierra natal de San Nicolás de Bari, Patara, en Licia: uno de los santos más venerados y milagrosos de la cristiandad. En vida nunca estuvo en Bari, pero allí se guardan sus restos desde que unos fieles decidieron librarlos de la amenaza del islam. En ese oriente próximo se fraguó el germen de la cultura occidental, que acabó completando sus bases en Roma y proyectándose desde al-Ándalus al resto del universo geopolítico al que pertenecemos. Atenas-Roma-Córdoba-Toledo fue el eje del cauce a través del que se deslizaron la sabiduría y las artes hasta regar las tierras de Occidente. El Jardín de las Hespérides era un lugar en el extremo del mar, más allá del cual nada más habría. Lo que hoy es para nosotros el Oriente Próximo, era el habitáculo de la civilización para cuyos vivientes, estas tierras nuestras eran el límite de lo conocido, el horizonte del misterio, así que decidieron incorporarlas a sus fantasías.
Las riadas y el maltrato
El libro biográfico del Río es un canto a nuestra naturaleza algecireña doquiera que sea donde nacimos o donde estemos. El conocido y citadísimo poema del rico hacendado que fue Ben Abi Ruh, en la Algeciras andalusí, de allá por el año 1100, no podía faltar. Aparece en la frente blanca que sigue al índice, adoptando la versión del gran arabista madrileño, Emilio García Gómez, fundador de la Escuela de Estudios Árabes y catedrático de la Universidad de Granada hasta su traslado a la de Madrid para suceder al legendario clérigo Miguel Asín Palacios: “Detente junto al río de la Miel, párate y pregunta/ por una noche que pasé allí hasta el alba, a despecho de los censores,/ bebiendo el delicioso vino de la boca o cortando la rosa del pudor…”. Las riadas eran de toda la vida. Que se sepa, el primer documento que habla de ellas –dicen los autores– son las crónicas de Alfonso el Onceno, de cuando comienza, en 1342, el gran asedio que terminó con la derrota del islam y la reconquista de la ciudad, el Domingo de Ramos de 1344.
El rey conquistador mereció que se le diera su nombre a una calle y se le dio, pero no se consiguió que nuestra gente dejara de llamarle la calle del Convento, en recuerdo al de la orden mercedaria que tanto significó para Algeciras: “Como se desprende de la crónica –escriben los autores–, estuvo lloviendo desde el mes de septiembre hasta la última semana de octubre de forma continuada, y las inundaciones afectaron no solamente a la vega del río de la Miel, sino al real donde estaban asentadas las tropas cristianas, que aun estando en zona elevada, causaron graves daños materiales y muchas muertes de animales”.
Ya en los años sesenta, hacía tiempo que políticos y técnicos habían asumido la necesidad de hacer algo para acabar, al mismo tiempo, con las inundaciones y con los malos olores, que afectaban gravemente a la zona baja de la ciudad, precisamente en donde radicaban los principales hoteles. El mes de diciembre de 1969 fue especialmente lluvioso y ya en enero, las crecidas del río se topaban con las pleamares produciéndose el desbordamiento. El día 13 una monumental riada inundó el entorno de tramo de cauce entre Pajarete y la desembocadura junto al puerto. Fue justo el detonante que hacía falta para que las autoridades tiraran por la calle de en medio procediendo como lo haría un médico que decidiera acabar con su paciente a modo de remedio de sus males. Así que se arremangaron los pantalones y se dispusieron a la tarea. En un plis plas, como siempre que quieren hacer las cosas, acometieron la obra faraónica de desviar el río desde Pajarete, soterrándolo y haciéndolo desaparecer de la faz de la Tierra. Y ahí lo tenemos vomitando junto al Corte Inglés después de pasarle por debajo de la entrepierna a la ciudad, de oeste a este.
Los autores
Pedro Ríos Calvo nació y creció junto al río en el permanente trance de observar su decadencia, su “lenta agonía –como él mismo dice– producida por el secuestro de su caudal ecológico y por una antropización que contaminaba todo su cauce medio y final, principalmente por falta de control administrativo y por falta de la adopción de medidas idóneas para evitarlo”. Pedro es el mayor de una modesta gran familia de siete hermanos y, como ocurre con la gente maravillosa, ante la que nada pueden las circunstancias adversas, se las arregló para estudiar, en los años setenta, a base de becas y de hacerse con pequeños trabajos remunerados durante su estancia, nada menos que en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid. Por pocos años no coincidimos en esa institución a la que me incorporé para el desempeño de la cátedra recién creada entonces, en 1980, de Biomatemática, después de haber puesto en marcha esa espléndida realidad que es hoy la Universidad de Alcalá.
Cuando Pedro acabó la carrera, ingresó en el Cuerpo Superior de Policía. Destinado, primero a Barcelona y después a Alcalá de Henares, Madrid y Melilla, casi siempre ligado a las tareas propias del área de Policía Científica, sirviéndose de su formación y de los estudios de postgrado que realizó en distintas universidades europeas. Volvió a su pueblo en 2009, adonde ejerció como comisario durante siete años. Dice Pedro, cargado de razón y armado de sensibilidad, que “el hombre recorre el mundo buscando lo que necesita, y vuelve a casa a encontrarlo”. Fue un largo y fructífero recorrido por países y continentes de nuestra etnia geopolítica, en misiones de todo tipo, incluso docentes y diplomáticas. Natural es que, como corresponde a un científico, mantuviera ese interés irrenunciable por conocer más allá de lo que la vida le pone por delante. De modo que Pedro ha asistido a congresos y publicado trabajos de diversa índole en revistas y obras colectivas. Una vida tan rica suele, a veces, como es el caso, estar decorada por distinciones y reconocimientos, si bien es la Medalla de la Palma (2017) la que más cerca tiene de su corazón.
De Juan Ignacio de Vicente Lara, he escrito tanto, que no voy a poder evitar repetirme. Su vida, fecunda y puesta al servicio de la ciencia, del saber, es inseparable de la de su esposa, Mercedes Ojeda Gallardo, con quien firma el que tengo por un trabajo decisivo en la aproximación a nuestra historia, la que tanto nos debe importar. Me refiero a “La creación de los pósitos de Algeciras y Los Barrios (1763) y su incidencia en el proceso de segregación de la ciudad de Gibraltar en su campo” (Almoraima, 29, 2003, págs. 391-410), cuyo texto imprescindible está al alcance de todos. Historiador, antropólogo, etnólogo, arqueólogo, con importantes aportaciones al conocimiento de nuestros orígenes culturales, a nuestra historia antigua, investigador y promotor de instituciones como el Museo Municipal, que dirigió en sus comienzos, entre 1982 y 1992, o el Archivo Municipal de Algeciras, Juan Ignacio es un lujo imprescindible. Sus investigaciones han contribuido a la identificación de la Algeciras romana con Ivlia Tradvcta y la Tingentera de los textos clásicos. Coordinador del Seminario de Investigaciones Antropológicas de Los Barrios, miembro de la Sociedad Etnológica del Campo de Gibraltar, socio fundador de la Asociación Andaluza de Antropología (ASANA) y presidente de la Sociedad para el Estudio del Patrimonio, los Legados y las Tradiciones del Parque Natural de Los Alcornocales y Sur Andaluz (PALESTRA, 2000), ha logrado recuperar y divulgar numerosas muestras del patrimonio etnológico, especialmente de la literatura oral y de las danzas tradicionales. Nuestro admirado paisano ha estado en el principio de la mayor parte de las iniciativas que han cuajado en la estructura del edificio que alberga nuestro acervo cultural.
La segunda edición
Corregida y aumentada, acaba de aparecer la segunda edición de la biografía de nuestro río. Siempre en ImagenTa, la editorial del Campo de Gibraltar fundada por Ildefonso Sena Rodríguez, quinto –en el sentido militar– de los autores y paisanos todos de comarca. Sena formó parte sustancial del equipo primero de periodistas que alumbró Europa Sur hace casi cinco lustros. Autores y prologuistas, algecireños, y editor tarifeño, el libro ya se constituye en una curiosidad infrecuente. Pero hay más, porque la recientísima segunda edición; cuya presentación está prevista para el martes santo, día 4 del próximo mes, a las 12 del mediodía, en la sede principal de la Alcaldía de Algeciras, en la calle Convento; no sólo ha supuesto una revisión importante de la primera, sino además la inclusión de nuevos capítulos. El capítulo X, nuevo, recoge los dos reglamentos que fueron dictados para el ordenamiento del regadío de las huertas, el de 1822 y el de 1908. Así, el antiguo capítulo XIV pasa a ser el XV y se enriquece su contenido: el anterior se titulaba El desarrollo del puerto de Algeciras y el devenir del río de la Miel y el actual se titula El renacer de Algeciras, el desarrollo del puerto y el devenir del río de la Miel. Importantísima inserción por cuanto supone integrar en el texto de forma explícita ese momento histórico tan importante. Es un capítulo de un extraordinario interés por cuanto muestra el tesón, la solidaridad y la disponibilidad de aquellos repobladores que ya anduvieron ofreciéndose para abordar la tarea de construir un puerto para la ciudad.
Es muy ilustrativo al respecto el contenido del siguiente párrafo: “Desde el 11 de junio de 1706 el Cabildo despachaba en San Roque gestionando los tres núcleos citados (se refiere a la ermita de San Roque en el Alto del mismo nombre; la capilla de San Isidro en Los Barrios y entre el rio de la Miel y el Cortijo de Varela, en lo que hoy en día es la Plaza Alta, cuyo oratorio bajo la devoción a Nuestra Señora de Europa era el faro espiritual del derruido sitio de Las Algeciras), como si de tres calles de una sola ciudad se tratase, lo que le obligaba a superar muchos inconvenientes. Por eso, ahora que se suponía que Utrecht traía con la paz el fin de los ataques de rapiña que sufrían desde el Peñón, los regidores acordaron incluir en la Representación, la petición al rey de que les autorizase a erigir esa nueva población en el sitio de Las Algeciras [en el mismo paraje que antiguamente había población donde aún subsisten los vestigios de ella; por ser sitio ameno, sano y a él inmediato los molinos de pan, agua, leña, tierras de labor y todos los materiales necesarios para la fábrica de casas (Archivo Histórico Nacional: Representación del Cabildo de Gibraltar para la erección y fabrica de la ciudad de las Algeciras. Consejos, Lg., 51475)]
“Quiso la fortuna –terminan los autores–, si no la providencia divina, que por entonces una eminencia en economía pastorease la Diócesis de Cádiz y Algeciras, cuya denominación respondía a una bula del papa Clemente VI a petición de Alfonso XI, el rey de España que sin duda más ha querido a Algeciras en toda su historia. A punto de cumplirse cuatro años de la Representación sin responder, don Lorenzo Armengual de la Mota, que había sido nada menos que gobernador del Real Consejo de Hacienda, dirigió desde Cádiz a 24 de diciembre de 1717 una carta-memorial al secretario del Consejo de Castilla que constituye uno de los documentos más preciosos del renacer de Algeciras y probablemente sea una de las escasas veces, si no la única, que en Cádiz se haya respaldado una propuesta de beneficiar el progreso de Algeciras, libre de envidias”.
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