Rodrigo, el más brillante de los Molina
Campo Chico
A Rodrigo lo mató de varios tiros, en la Audiencia, un militar que, sin embargo, no fue condenado a muerte
Ignacio Molina al que todo el mundo se refería como el Teniente Coronel Molina, era un hombre de gran vitalidad
Rodrigo Molina era el cuarto de los seis hijos del matrimonio casareño formado por José Molina e Isabel Pérez de Vargas Romo. Ignacio; el fascinante personaje (Alfonso Escuadra está de acuerdo con el calificativo, lo que me anima a emplearlo) al que me referí el pasado domingo, era el tercero. Al ser Pérez de Vargas (PdV) un apellido compuesto y a pesar de su antigüedad, que se remonta al siglo XIII (por concesión real a Garci de Vargas, de Fernando III, a raíz de la conquista de Sevilla, en 1248), no faltaron entre sus portadores y entre los cronistas que se refirieron a ellos, los que lo dejaron, simplemente, en Pérez. De este modo, los Molina, los Infante, los Salas y los Ledesma, los apellidos de los varones que se desposaron con hijas del patriarca, Ignacio, aparecen en sus hijos precediendo a veces, a un segundo apellido mutilado. En 1989 publiqué al respecto, un artículo en el primer número de la revista Almoraima (El segundo apellido de Blas Infante, págs. 35-37) dando cuenta y razón de esta peculiaridad, que se basa más en dejación que en otra cosa. Las hijas de Ignacio PdV Salas, el primero de la saga que aparece en Casares hacia 1840, figuran en algunos documentos con los apellidos Pérez Romo, tal vez pensando que al llevarlos las mujeres, los descendientes lo tendrían en segundo lugar y era mejor acortarlo.
Blas Infante y el Ideal Andaluz
En el caso particular de Blas Infante, sobre el que se han vertido toda clase de bulos y cuya obra es bastante menos conocida que lo que cabría esperar, el Pérez de Vargas es bastante menos frecuente que el Pérez, no obstante citar a su madre –muy importante en su vida– con su nombre completo: Ginesa Pérez de Vargas Romo. Se da la circunstancia de que sobre el muro de la casa –hoy museo– de Coria, Villa Alegría, Infante colocó el escudo de los Pérez de Vargas. Como la demagogia abunda, sobre todo entre los políticos, pero también entre los relatores que ceden a sus inclinaciones personales, hay quien ha especulado con el falso supuesto de que Infante no exhibía su apellido compuesto para evitar que se le relacionara con la nobleza. Ciertamente, hay en su familia, in extenso, unos cuantos aristócratas y otros que, no siéndolo, pertenecen al mundo de las letras, del arte, del deporte y de las ganaderías bravas. Las evidencias, empero, no señalan nada que tuviera que ver con una ocultación intencionada. De hecho, es el abuelo (materno) Ignacio quien se ocupa de la educación de Blas Infante, el que le sugiere estudiar Derecho y el que le permite preparar las oposiciones a Notaría.
El Ideal Andaluz, el libro de referencia de Blas Infante, apareció en Sevilla en 1915 y se reeditó, con la euforia propia del momento, en 1976 (Tucar Ediciones) con una introducción de Enrique Tierno Galván y un pequeño ensayo (Andalucía: trayectoria de un regionalismo) de Juan Antonio Lacomba. Probablemente sean estos dos estudios, el más rápido recurso para acercarse a una personalidad considerablemente deformada por quienes quieren ver en ella lo que mejor se adapta a sus propios deseos. Breves por su naturaleza, componen un certero análisis de la figura y del pensamiento del ideólogo por excelencia del andalucismo político. La generación intrafamiliar de Infante fue víctima de la tragedia del conflicto que asoló la España de su tiempo. La numerosa prole, de más de cuarenta personas, que nació de los matrimonios contraídos por los diez hijos de Ignacio, el madrileño venido de Buitrago de Lozoya, y la casareña María Nicolasa Romo Vera, viviría en primera persona el drama de la España de 1936. Mientras numerosos miembros de la familia de Blas Infante eran asesinados en los alrededores de Casares, por los partidarios de la República, en el mes de julio, Infante lo sería poco después, en agosto, en Sevilla por los enemigos de la República. Fue una cuestión de ubicación, si Blas hubiera estado en su pueblo habría muerto víctima del bando contrario al de los que lo mataron en Sevilla, lo que habría complicado sobremanera una explicación imposible.
Rodrigo Molina
Rodrigo era de una inteligencia superior, sobre todo de una memoria extraordinaria. Después de estudiar Derecho en Granada, como su primo Blas Infante, aprobó enseguida las oposiciones al Cuerpo Jurídico Militar y a continuación, dos de las más duras de ese ámbito de conocimientos. Primero aprobó las de Registradores de la Propiedad y después la de Notarios, ambas con el número uno. A los poco más de treinta años era notario de Madrid y abrió despacho, simultaneando con el ejercicio de la abogacía, en el madrileño Paseo de Recoletos, frente al popular Café Gijón, muy cerca del cruce con la calle Villanueva, entre Cibeles y Colón. Era un piso espléndido que llegué a conocer porque después de su muerte, lo conservó durante bastantes años, su hermana mayor, Dolores. A Rodrigo lo mató de varios tiros, en la Audiencia, un militar que, sin embargo, no fue condenado a muerte. Nunca se han sabido con precisión las razones del asesinato, pero sí que Rodrigo, que era por entonces, además, un famoso abogado, había defendido a la esposa del asesino y ganado el pleito que mantenía contra su marido. Cuando dejó el piso de Recoletos, en los primeros años sesenta del pasado siglo, Dolores compró otro de alto standing en el número 68 de la calle Ferraz, junto a la que sería la sede central del PSOE.
Cuando Rodrigo llegó a Madrid, en 1934, trabó pronto amistad con Ramón de Rato Rodríguez San Pedro, ligado a una importante y aristocrática familia asturiana. Su abuelo materno, Faustino Rodríguez San Pedro fue alcalde de Madrid y da nombre a una de las calles más populares del barrio de Argüelles. Era el décimo hijo del Conde de Duquesne (en realidad, Du-Quesne), título nobiliario que fue otorgado por primera vez por el último rey de Francia, Luis Felipe I, en 1831, a Jerónimo de Du-Quesne y Rostán de Estrada, Teniente Coronel de Lanceros y caballero de la Orden de Isabel la Católica. Heredero directo de Luis Felipe es precisamente Luis Alfonso de Borbón, hijo del duque de Cádiz, Alfonso de Borbón, y de Carmen Martínez-Bordiú, nieta del general Franco, y primo del rey Felipe VI de España. El Regimiento de Lanceros es una institución militar española cuyos orígenes se remontan a 1678 en el llamado Trozo de Caballería de Extremadura. En 1704 pasaría a denominarse Regimiento de Caballería de Extremadura y ya en 1849, Regimiento de Lanceros de España, 7º de Caballería. En la actualidad está ubicado en Zaragoza y se llama Regimiento de Caballería España nº 11.
Los Rato
Tanta fue la amistad de Rodrigo con Ramón de Rato que éste dio su nombre en su honor, al último de sus hijos, que sería en 1996 vicepresidente del Gobierno Aznar y entre 2004 y 2007, director gerente del Fondo Monetario Internacional. Su padre, Ramón de Rato, desarrolló múltiples actividades, incluso estuvo ligado como ayudante a la cátedra de Derecho Penal de Quintiliano Saldaña, un ilustre criminólogo que fue catedrático de las universidades de Sevilla, Santiago y Central. Rato fue propietario de un 80% del accionariado del Banco de Siero y de la muy popular Cadena Rato, una red de gran presencia social a mediados del siglo pasado, que partió de una primera emisora en Toledo y se expandió rápidamente por toda España. Una de las emisoras de la cadena fue Radio Cádiz, que sería, en su momento y por un espacio breve de tiempo, propiedad de Radio Algeciras S.A., después de entrar la emisora algecireña en la Cadena Ser. La compra de Radio Cádiz a Ramón de Rato, estuvo protagonizada por quien fuera director de Radio Algeciras y luego alto ejecutivo de la Cadena Ser, Sergio González Otal, aragonés nacido en Barcelona e Hijo Adoptivo de nuestra ciudad, uno de los más eficientes promotores de Algeciras y de toda la comarca, que en el mundo han sido.
El sábado 13 de julio de 1946, el diario ABC, en sus dos ediciones, Madrid y Sevilla, publicaba otras tantas crónicas del sepelio de Rodrigo Molina. Extraigo un párrafo de cada una, muy elocuentes de la importancia social del personaje. En la edición madrileña, bajo el titular "En el acto del sepelio, el general Franco Salgado-Araujo ostentó la representación del Caudillo", se lee: "Por la tarde se verificó la conducción del cadáver de D. Rodrigo Molina a la Sacramental de San Justo. El duelo constituyó una imponente manifestación, en la que tomaron parte personas de todas las clases sociales, que estamparon sus firmas en los pliegos colocados en la casa mortuoria, llenándose seguidamente. Durante cerca de una hora, el tráfico en la calle Goya estuvo interrumpido mientras desfilaba el cortejo". En la edición sevillana, bajo el titular: "Solemnes funerales en Madrid por el alma del notario don Rodrigo Molina", se lee: "Lleno materialmente, el templo de fieles, presidió el ministro de Justicia, don Raimundo Fernández Cuesta, con el subsecretario del Departamento, señor Arcenegui, y el director general de los Registros y del Notariado, don Eduardo López Palop".
El "espía" Ignacio Molina
Ignacio Molina al que todo el mundo se refería en la comarca, en los años cincuenta, como el Teniente Coronel Molina, era un hombre afable y próximo, de gran vitalidad, que a media mañana y con frecuencia acudía a Los Rosales a sentarse a charlar con su primo Ignacio Pérez de Vargas. Hacia las 12 de la mañana, el bar estaba vacío de clientes y, con buen tiempo, era el momento de sentarse alrededor de alguna de las cuatro mesas que había en la calle. De frente, en la entrada, a la derecha, una y otras tres a la izquierda. Una segunda puerta estaba inutilizada a través de otra mesa interior que disponía a su alrededor de cuatro sillas bajas de respaldo inclinado, pensadas para estancias mas familiares. Ignacio PdV solía sentarse en una silla de la mesa inmediata a la derecha de la puerta de acceso; era una estampa familiar verle allí con quienes iban a visitarle, a charlar con él de cualquier cosa a horas de poco movimiento en la barra. Ignacio Molina, Leocadio PdV, Emilio Ríos, de la platería de enfrente, Julio Segura, del bazar de la otra acera, José Carlos de Luna, el gran poeta malagueño, el alcalde Ángel Silva o su sucesor Rafael Correa, Pepe Arjona, padre del gran Buenaventura Arjona Morón, Manolo Benítez, Ramón Méndez, Joaquín el Pichirichi, Máximo Soto, El doctor Ramos Argüelles, Pepe Mera, el coronel Bernardo Ardanaz, Pepe Sánchez, Afelio Custodio, Reyes Benítez o su hermano Antonio, Paco Ramos y muchos más de una interminable lista de a cual mejor de aquella gente irrepetible.
A primeros de marzo de hace casi exactamente trece años, contactó conmigo Jesús Duva Milán, un periodista de investigación de gran prestigio, que entonces trabajaba en el diario El País y se jubilaría (creo) siendo jefe de prensa de Manuela Carmena cuando era alcaldesa de Madrid. No le conocía personalmente, pero sabía mucho de él por sus excelentes trabajos. Fue el primer periodista que accedió al despacho de los abogados de Atocha cuando aquel horrible crimen que se cometió, en 1977, contra ellos, y cubrió de modo magistral la información sobre los crímenes de las niñas de Alcácer, en 1992. Quería saber sobre Ignacio Molina PdV, al que suponía ¡nada menos! que espía de Berlín en los años 1939 a 1945, de la Segunda Guerra Mundial. El supuesto era completamente infundado, pero no le convencí. Duva me aseguraba que a Berlín llegaban informaciones desde Algeciras y que la persona clave en el Campo de Gibraltar era nuestro hombre. Confiaba en su profesionalidad pero me temía que tiñera el relato con ese morbo al que recurren los periodistas para hacer más sabroso el relato, un efecto parecido al que produce la salsa picante de las patatas bravas o el tabasco en el zumo de tomate. Le conté todo lo que sabía y le facilité el acceso a la única hija viva de Ignacio y Ramona, Angelita, una muchacha muy al corte de la burguesía algecireña de los cincuenta, buen partido, que fue rondada por los más atractivos jóvenes del momento, pero se casó con un médico de Estepona. La historia que de todo esto se derivó tiene mucha enjundia, pero ya no hay espacio para contarla. Prometo hacerlo en mi próximo Campo Chico, si a Dios le parece bien.
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