San Roque y las Algeciras de Verboom

Campo Chico

San Roque fue un tiempo invitado en los desencuentros sobre Gibraltar con Reino Unido

Una indiscreción de López Gil determinó el fin de San Roque como interlocutor válido

Gibraltar, hasta donde hemos llegado

La Puerta del Cementerio o de Gibraltar.

Algeciras/Algeciras pudo haber sido el nuevo hogar de la sociedad gibraltareña expulsada de su ciudad como consecuencia de la depredación sufrida por sus habitantes en 1704. Y la verdad es que puede considerarse que así fue, pero las circunstancias derivadas del traslado a San Roque del Cabildo, del Pendón de la ciudad y, en general, de sus enseres oficiales, revistió a la ciudad hermana de la envoltura de capital política de lo que hasta ese momento era el territorio asociado a la ciudad de Gibraltar; que es, más o menos, lo que hoy llamamos su Campo.

Bartolomé Luis Varela, el regidor gibraltareño que perdió tres hijos y muchos caudales en el conflicto bélico que supuso la fraudulenta toma del Peñón por parte de los partidarios del Archiduque Carlos, era propietario en Algeciras de una gran finca que acogió a una buena parte de los exiliados. En esa finca estaba la Capilla de Europa y estaría la Plaza Alta y todo el flanco litoral que se extiende hacia la Plaza Baja, adonde Jorge Próspero de Verboom diseñaría la arteria principal de la nueva Algeciras, la calle Real, a la que así llamó seguramente pensando en su importancia urbana. Uniría las dos plazas que con una diferencia de altura de quince metros, más o menos, llevaban desde el interior a la costa, paralelamente a los acantilados sobre los que se elevaba la parte alta de la nueva urbe. Luego la calle Real no sólo ha ido perdiendo protagonismo social sino quebrándose en nombres de impacto más o menos temporal y, lo que es peor, ganando en fealdad por mor de las dejaciones del mando.

Un falucho.

Ni la Plaza Alta es lo que era, ni la Baja tampoco. En ambos casos se trataba de los lugares de estancia y paso por excelencia. El maravilloso mercado lo es por la calidad de sus productos, por la profesionalidad y actitud de sus gentes y por ese ambiente único de media mañana que colma sus vericuetos circulares y sus ejes; pero también lo es por su diseño, que se debe al arquitecto madrileño Manuel Sánchez Arcas, cuya figura ha sido glosada de modo magistral por Gloria Sánchez-Grande en un artículo publicado por Europa Sur el día 24 de mayo de 2024Europa Sur. Fue larga y altamente productiva la colaboración entre el ingeniero Eduardo Torroja y el mencionado arquitecto, cuyo nombre, por razones políticas ha sido evitado durante muchos años. Javier Ortega incorporó a sus empeños que se supiera de él y, para bien de todos, lo ha logrado. A una iniciativa de Roberto Godino y de sus próximos de Aepa 2015 se debe que el Consistorio haya visto con buenos ojos rebautizar al último tramo de la calle Sacramento con el nombre de aquel brillante arquitecto que el genio de Torroja consideró a la medida de sus innovadores proyectos. El diseño desempeñaba en ellos un papel esencial debido a su necesaria adaptación a importantes problemas de fuerza y equilibrio.

Verboom, el hombre clave de la Algeciras repoblada en el primer tercio del siglo XVIII, era un militar español nacido en los Países Bajos, cuando esta zona de Europa pertenecía a la corona de España. Hijo de un ingeniero, se formó técnicamente junto a su padre y supo servirse de la geometría para convertirse en un gran especialista en fortificaciones. Creó el Real Cuerpo de Ingenieros del Ejército en tiempos y por orden de Felipe V, en 1710, y diseñó y dirigió numerosos proyectos, entre los que cabe destacar la famosa Ciudadela de Barcelona, una gran fortaleza militar con mucha historia, símbolo de la ciudad reconstruida tras su caída bajo el asedio de las tropas borbónicas en la Guerra de Sucesión, que estallaría en 1701 y terminaría en 1713 con la firma del Tratado de Utrecht. En la Ciudadela estuvieron detenidos los militares supuestamente implicados en una conjura contra Fernando VII y sería de donde la madrugada del 30 de junio de 1817 saldría, prisionero, embarcado rumbo a Mallorca, en El Catalán, un falucho de guerra, el general sanroqueño Luis Lacy, que fuera héroe de la Guerra de la Independencia y Capitán General de Galicia y de Cataluña. Lacy fue arrestado por orden del General Castaños, que presidió el Consejo de Guerra que lo condenó a muerte, y fusilado a poco de desembarcar en Mallorca en los fosos del Castillo de Bellver al amanecer del día 5 de julio; tenía 42 años y era uno de los militares más brillantes de su tiempo.

Lacy frente al pelotón de fusilamiento.

La construcción de la Ciudadela barcelonesa, al noreste del casco histórico, en la zona hoy parque del mismo nombre que albergaría la exposición universal de 1888, frente al mar y dominando la ciudad, se inspiraba en la idea de controlar militarmente el espacio urbano al mismo tiempo que preservar ese espacio de lo que pudiera venir desde su costado marítimo y disponer de un recinto militar amurallado junto al mar.

Barcelona en 1806, la Ciudadela.

Verboom diseñó una fortaleza que impidiera precisamente lo que, por no existir, no pudo evitar la toma de la ciudad por las tropas que ostentaban, bajo sus órdenes, la defensa de los intereses de Felipe de Anjou frente a los del Archiduque Carlos de Austria. También la nueva Algeciras, cuyos habitantes comprendieron que el Tratado de Utrecht ahogaba sus aspiraciones de recuperar sus casas abandonadas en Gibraltar, se dispuso a renacer siguiendo el diseño de Verboom. En este caso diferenciando dos núcleos urbanos, el que corresponde a la que conocemos como Villa Vieja (a pesar de ser la nueva), o Pequeña, y el de la Villa Nueva o Grande. La vinculación de Verboom con nuestra ciudad alcanza a la de su hijo, Isidro Próspero, que acompañó a su padre y al Marqués de las Torres en el sitio de Gibraltar, un asedio fallido puesto en práctica entre febrero y julio de 1727, que consolidó el dominio británico sobre la colonia.

Isidro Próspero trabajó en 1730 en la confección de un plano del Campo de Gibraltar y murió tres años después, con poco más de cuarenta, adelantándose al fallecimiento de su padre, que le sobrevivió por más de una década. También colaboró con su progenitor en la construcción de la Ciudadela de Barcelona, cuya primera piedra se colocó el día 1 de marzo de 1716 y cuya estructura se acabó, en lo más básico, poco más de un año más tarde. La ciudadela barcelonesa fue finalmente demolida en 1868 y sustituida progresivamente por un parque y una serie de edificios y monumentos de gran relevancia estética y social que rematan los numerosos atractivos turísticos de Barcelona. Se convertiría en Academia Militar en 1720, precisamente promovida por Verboom, y se acabaría de completar su construcción en 1725, fecha cercana a la del primer plano, el de 1724, de las Algeciras fortificadas de modo parecido al de aquella, destacando en su zona alta con claridad las tres puertas: la de Tarifa, la de Jerez y la del Cementerio (a veces mencionada como de Gibraltar).

La primera estaría en las proximidades de la Caridad, en el Secano. Del nombre de esa puerta derivaría el de la calle de gran densidad comercial que conducía desde allí hasta la explanada de la Plaza Baja. Los bloques de la muralla medieval se utilizaron para construir el hospital civil o de la Caridad, hoy convertido, en su mayor parte, en museo. La de Jerez estaba situada en las proximidades del Patio del Loro, frente a la Vinícola, cerca del edificio central de Correos, del popular Ali-Oli y de los bordados Calvente. Y la del Cementerio estaría en el parque arqueológico castellano-meriní, al borde de la nueva vía peatonal de la avenida Capitán Ontañón.

San Roque fue un tiempo la ciudad invitada en los encuentros, más bien desencuentros, mantenidos con el Reino Unido, con Gibraltar en liza. Sobre todo cuando el “contencioso” era una razón de Estado. Siempre lo fue, ciertamente, en épocas distintas y con regímenes diversos hasta la llegada al poder del PSOE liderado por José Luis Rodríguez Zapatero, con su ministro de Exteriores, de triste memoria, Miguel Ángel Moratinos.

Algeciras en 1724 (Verboom).

La cesión de dominio, que no la soberanía, que supuso el Tratado de Utrecht en 1713 fue el principio de un larguísimo proceso durante el que la recuperación del dominio cedido fue elemento básico e ineludible cada vez, que en Naciones Unidas o en cualquier otro lugar, se sentaban los representantes del Reino Unido y de España con el declarado propósito de hablar de Gibraltar. Nada, ni antes ni después, como lo logrado por la diplomacia española bajo el régimen presidido por el general Franco, la dirección del ministro Fernando María Castiella y las actuaciones del embajador Jaime de Piniés que representó los intereses de España por espacio de tres décadas ante la ONU.

La labor impresionante llevada a cabo por aquellos grandes y admirables españoles se ha visto empañada por la ignorancia, incompetencia y estrechez rayana en cobardía, sembrada por la troupe de Zapatero, el de la ceja, la figura clave para aproximarse a la raíz del magma antisistema que es el actual gobierno de la nación española.

Fue el buen alcalde Eduardo López Gil, uno de aquellos maestros recolectados por el tesorillero Jerónimo Sánchez Blanco para formar la primera línea del nuevo PSOE quien, formando parte de la comisión española en unas conversaciones mantenidas en los primeros días de 1987, cometió una indiscreción que fue duramente desmentida por Inocencio Arias, jefe de la Oficina de Información Diplomática del ministerio. Nunca más después fue convocado un alcalde de San Roque para estar entre los negociadores. Bien es verdad que el actual, en su rol de fan de Picardo, podría ser, con manifiesta frivolidad, confundido con un asesor, lo que nada estaría más lejos de lo que pudiera dar de sí la más elemental inteligencia sentiente.

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