El Sexenio Revolucionario (1868-1874). Algeciras en poder de los progresistas.
Historias de Algeciras
Los primeros acontecimientos de este hecho histórico tuvieron lugar en el litoral algecireño con presencia de Prim, Sagasta y Ruiz Zorrilla
En este 2023 que acaba de comenzar, se cumplen 150 años del histórico encuentro forzado y tardío que se produjo por primera vez entre España y el no buscado sistema republicano. Tras el destronamiento de los Borbones (1868), se aspira a la concordia entre monarquía y democracia, y esta parece encontrarse tres años más tarde (1871) en la figura de Amadeo I; rey que no esperaba serlo y menos de un pueblo que nunca lo sintió como tal. Según expresó en su discurso Emilio Castelar ante la Asamblea Nacional la tarde del 11 de febrero de 1873, día de la proclamación de la I República Española: "Con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de doña Isabel II, la monarquía parlamentaria; y con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma, nadie trae la República, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la historia". Aquel primer acercamiento de la sociedad española al sistema republicano se generó -sin planificar su resultado- varios años antes, concretamente en 1868, teniendo como punto de partida la revolución llamada Gloriosa o Septembrina; pronunciamiento que tendría a la ciudad de Algeciras como testigo, dado que sus primeros e importantes directos pasos se dieron frente a su litoral y en aguas de la bahía... Había comenzado el Sexenio Revolucionario.
Aquel año del 68, nuestra ciudad contemplaba dos realidades de su, cada vez mayor, engrandecimiento urbano; por un lado se expandía hacia el sur más allá de la conocida como Banda sur del río y con la que se comunicaba a través de dos vetustos puentes; por otro, el más que significativo y progresivo aumento del censo hizo necesaria la conexión de nuevos manantiales al acueducto del suministro general para la población. Como efecto del descrito progreso, también y en aquel convulso año nuestras autoridades consiguieron que las tradicionales diligencias que conectaban a la ciudad con la capital de la provincia, acercaran al algecireño a la moderna línea que facilitaba el enlace con el ferrocarril entre Cádiz a Madrid. Todo un logro. Mientras el país andaba en revueltas, Algeciras se ilusionaba con la llegada de la Feria Real de aquel año que incluía además las siguientes novedades entresacadas del bando publicado por la Alcaldía local: "Supresión de chozos generadores de incendios y contratación de novedoso sistema de alumbrado". La corporación capitaneada desde el 65 por Gaspar Segura -quién había presidido el consistorio en el pasado 57- estaba en principio alejada de la revolución nacional que se estaba fraguando. Solo los seguidores políticos de los conjurados, bien podían tener conocimiento de la futura presencia de los principales líderes de la asonada bajo la protección de la bandera británica que ondeaba al otro lado de la Bahía. Tanto fue así el tal desconocimiento que tiempos de tanta inseguridad, llegó a plantearse por el consistorio la creación de una línea de vapores que uniera las ciudades de Ceuta y Algeciras, con posible ampliación hasta la colonia que meses más tarde daría cobijo a los instigadores de la revolución en marcha.
Por aquel entonces nuestra ciudad contaba con 18.126 habitantes, su distancia con la capital de la provincia se calculó en 18 leguas por tierra y 20,5 por mar; el presupuesto municipal se cuantificó en 204.936,698 escudos. Para mayor gasto de su consistorio contaba con la cuarta hijuela de la provincia y el siempre admirado pero poco ayudado Hospital Civil o de la Caridad, que cubría gran parte de las necesidades de la comarca y cercanas poblaciones de la serranía rondeña. Eso sí, nuestra ciudad bien que se había ganado durante el reinado de la reina fugada los títulos de Muy Ilustre Ciudad y Muy Patriótica, pero aquello poco le servía al erario público. A nivel provincial y dentro de las competencias del Gobierno Civil, regido por Francisco Belmonte y Vilches, se hacía público: "Hago saber que el día 20, á las doce de su mañana, se celebra subasta pública para el arriendo por el periodo de cinco años de la bellotera de los montes del Campo de Gibraltar y de los términos de Propios de Algeciras [...] bajo los tipos por cada año que se expresan á continuación: Algeciras.=Algamasilla 225 Escudos.=Comares 113 Escudos.= Las Corzas 140 Escudos.= Majadal Alto y Matapuercos 343 Escudos de Tasación". En relación con nuestra ciudad, en la circular 631, también se recogió: "La Junta Superior de Ventas en sesión de 31 de Agosto último, se ha servido aprobar los remates de las fincas que á continuación se expresan [...] Algeciras.- Una casa nombrada Cilla Decimal, sita en calle de la Munición núm. 50, procedente del Clero, adjudicada á Don Antonio José de Reyna, vecino y residente en Algeciras, por la cantidad de 4.000 escudos".
En otro orden de asuntos institucionales y desde la época de Castaños, Algeciras seguía albergando a la figura del Comandante General del Campo de Gibraltar, cargo que por entonces ostentaba el mariscal de Campo Juan Nepomuceno Servet y Fugamalli, quién sería sustituido por el general José Macías. En el ámbito judicial, el juzgado de primera instancia era presidido por Rafael Rozo; siendo el llamado por entonces Promotor Fiscal, José Martín de Lara. La vara de alcalde la ostentaba el reseñado Segura, ejerciendo como secretario municipal José Ramírez. Entre otras instituciones existentes en nuestro término, cabe señalar la figura del Registrador de la propiedad y Liquidador del impuesto de traslación de dominio, ostentada por Juan Ponce de León; la Administración de Rentas era presidida por Rafael Naval, y el arciprestazgo de la parroquia de Ntra. Sra. de la Palma, estaba siendo ejercido por el cura-ecónomo José María Bocio. También contaba con una Comandancia Marítima de segunda clase, estando bajo el mando de un capitán de fragata; por último mencionar que en el sorteo de quintas de aquel año, Algeciras aportó la cifra de 23 mozos para afrontar junto con el resto de reclutados en todo el territorio nacional el conflicto carlista, las revueltas de Ultramar y el siempre inestable territorio del norte de África.
Frente a la inestable política nacional, Algeciras vivía hasta entonces sumida en la provinciana paz que proporcionaba su lejanía de todo y para todos: "Algeciras siempre quedaba lejos". Tan solo un hecho sacó a las autoridades y pueblo algecireño de aquella quietud, una real orden firmada en el verano de aquel convulso y revolucionario septiembre del 68, hacía peligrar futuras ferias reales y el tradicional mercado de ganado, al determinar la celebración de estos “en días no festivos”. Aquella cronológica puntualización de la norma haría difícil, sin duda, la presencia en el Real de la Feria y en el graderío de la recientemente inaugurada plaza de La Perseverancia (1866), a forasteros venidos desde distintos puntos de la comarca y fuera de ella para disfrutar de tan festiva cita anual; suponiendo su aplicación un duro revés para la economía local. Sea como fuere, lo cierto es que a mediados de aquel septembrino mes del 68 llegaron hasta la colonia británica, concretamente el día 16, los principales actores de la conjura contra la familia real -que no contra la monarquía-, siendo estos: Prim, Sagasta y Ruiz Zorrilla. Según fuentes documentales del Ministerio de Asuntos Exteriores, tan relevantes personajes de la política española llegaron hasta Gibraltar a bordo del vapor británico Delta, que previamente había partido desde el puerto de Southampton cuatro días antes. Tras un breve descanso subieron al vapor Adelia en dirección a la ciudad de Cádiz. Una vez en las gaditanas aguas y a bordo de la fragata Zaragoza -comandada por José Malcampo-, se proclamó la insurrección incluyendo "¡Vivas a la reina!" dados por un brigadier. Dos días más tarde del revolucionario acto sobre la cubierta del Zaragoza quedó constituida la Junta Revolucionaria de Algeciras, acompañada con el doble grito: "¡Mueran los Borbones! y ¡Viva España con honra!".
Sobre la presencia de tan ilustres políticos en Gibraltar, Galdós en su célebre obra titulada: La de los tristes destinos (1907), introduce un personaje llamado Santiago Ibero, quién para justificar su ubicación junto al grupo de revolucionarios que parten desde puerto británico hasta Gibraltar, afirma: "Tener su familia en la ciudad de Algeciras". Otra intima referencia de don Benito a la comarca es la alusión al popular y gibraltareño apellido Bland, expresando: "Al efecto entraron en negociaciones con un rico comerciante de Gibraltar, Mr. Blan, gran admirador de Prim y entusiasta de la revolución española. Este les facilitaba un remolcador de nombre Alegría, embarcación ligera y buena marcha que les llevaría como un discreto contrabando á Cádiz [...] á poco de esto, llegó á bordo el mismo Bland, dueño del barco, y de lo que allí deliberaron resultó salir en el remolcador durante la noche". En definitiva, según los datos observados, Juan Prim partió en el Adelia, haciéndolo horas más tarde Sagasta y Zorrilla en el Alegría. La última referencia a nuestra zona que hace el republicano autor en su obra es al popular accidente geográfico algecireño aún no coronado de faro, al expresar: "El Levante que ya les zarandeaba en la bahía, en cuanto rebasaron la Punta del Carnero se les mostró cómo terrible enemigo". Curiosidades literarias aparte, hasta al célebre canario bien le podría resultar difícil recoger la siguiente paradoja, ya fuera a la llegada o salida del peñón de tan importantes hombres de Estado, y es que estos se toparan, en plenas aguas del Estrecho, con una realidad que tarde o temprano habrían que afrontar: el contrabando, pues por aquellos días aconteció, según la documentación consultada, que: "En el bote Cristina del apostadero de guardacostas de Algeciras se aprehendió en la anochecida y en aguas de la bahía una barquilla con dos bultos de tabaco y, en la noche siguiente sobre Getares, otra con 9 bultos del mismo género. La escampavía Gaditana, del mismo apostadero, aprehendió en aguas del Estrecho, sobre Punta Carnero, un bote con 11 bultos de tabaco. Y mientras en la zona se vivía gracias a una economía de subsistencia, en el resto del país se entonaba: 'Después de tanto sufrir, después de tanto llorar, derribamos en septiembre, aquella calamidad'".
Al mismo tiempo que los conjurados aseguraban su éxito en la capital de la provincia y los 22 bultos de tabaco se ponían a disposición de las autoridades pertinentes, el Ayuntamiento de Algeciras, aún alejado de la revolucionaria realidad, procuraba recabar el apoyo del Gobernador Civil para paliar los efectos económicos de la funesta R. O. reseñada y que tan negativos efectos tendría de aplicarse sobre la Feria Real y el mercado semanal en futuras ediciones. Al mismo tiempo que acontecían estos hechos, los algecireños, alejados de los ya para entonces familiares contubernios políticos, proseguían con su rutinaria vida, como por ejemplo Josefa Cortés Pineda, quién casada con el también algecireño Manuel Núñez Montero, quién ejercía la profesión de esquilador, vendió con la preceptiva autorización de su esposo, una casa que había recibido de sus difuntos padres, sita en el número 44 de la calle Buenaire, siendo la compradora de aquel inmueble que disponía de pozo y corral, la que fuera vecina de Los Barrios Ana del Río García. Esta última entregó al citado matrimonio la cantidad de 300 escudos. También por aquella revolucionaria época y dentro del contexto íntimo de la ciudad, se produjo el fallecimiento del conocido y popular comerciante Juan Hidalgo Izquierdo, propietario de una chamarrería o tienda de ropas, sita en la calle Tarifa (antigua Bodegones y futura Pi i Margall). Hidalgo estaba casado en segundas nupcias con Catalina de Casas, su primera esposa fue Francisca Marchante, con la que tuvo una hija que falleció durante la infancia, mientras que la segunda, de estado viuda (su esposo fue Ramón Tábera), aportó un hijo al matrimonio que también falleció. Y qué decir de los problemas económicos por los que estaban pasando los hermanos José y Rafael Duarte Jiménez, propietarios de una alfarería situada en la Villa Vieja y conocida por Tejar de Duarte. Se ha de suponer que ambos hermanos, dada la situación de la economía local, para pocas revoluciones estaban desde que su finado padre Rafael Duarte Varéa les dejó años atrás el ruinoso negocio, viéndose ambos en la necesidad, y por el bien de mantener el establecimiento familiar, a pedir un préstamo para sostener los hornos, las pilas para desajelo, almacenes y noria grande con la que contaba su industria. El crédito consistente en 400 escudos, le fue dado por el también algecireño Francisco Cañizares y bajo el mensual interés de 4,8 escudos.
(Continuará).
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por Crosscomar
Contenido Patrocinado
Contenido ofrecido por El Centro Inglés
Contenido ofrecido por ADECCO
Contenido Patrocinado