Verboom, padre fundador de la Algeciras moderna (III)
Observatorio de La Trocha | Nuestro urbanismo histórico
Disponer de un recinto fortificado para repeler ataques era fundamental para la nueva Algeciras
Como vimos en otros artículos, Algeciras es ciudad con evolución urbana absolutamente sorprendente (Europa Sur, 13/11/20), que había sido destruida en 1375 y permaneció en ruinas durante más de tres siglos, reducida a una vida rural de cortijos, plantaciones y ganado. Hubo intentos de reconstrucción (Europa Sur, 8/11/2021), fracasados por distintos motivos y no fue hasta 1720 cuando la necesidad de salvar a Ceuta motivó la resurrección del puerto y ciudad de Algeciras (Europa Sur, 29/01/2021).
En anteriores entregas de este artículo (Europa Sur 18/2/2021 y 26/2/2021) nos acercamos a una gran figura internacional, el Marqués de Verboom, gran ingeniero militar y máximo creador e impulsor de los proyectos para habilitar puerto y ciudad, consciente de una necesidad ineludible en la época para las ciudades importantes, la protección de un recinto fortificado.
Disponer de un sistema defensivo eficaz era importante para la nueva Algeciras, situada en una frontera y que al igual que plazas como Pamplona, Cádiz, Badajoz o Cartagena, necesitaba buenas defensas para garantizar su seguridad y permanencia. ¡Qué hubiera sido de Ceuta sin sus murallas! … Y peligros no faltaban: solo habían transcurrido cinco años desde el fin definitivo de la Guerra de Sucesión, aún no había concluido el asedio de Ceuta por los marroquíes entre 1694 y 1727, o sea, 33 años y el expansionismo inglés desde Gibraltar era una amenaza real, tanto que solo seis años después de la llegada de Verboom a la comarca, estalló una nueva guerra y Gibraltar de nuevo fue objeto de asedio para intentar su recuperación.
Recordemos la importancia geopolítica del Estrecho, siempre en el punto de mira de las principales potencias y el peligro de los piratas berberiscos, que tardaría muchos años en desaparecer. Por otra parte, la creación de fortalezas reforzaba el prestigio de la corona, pues desde ellas, según una frase de la época, se ejercía fácilmente la “ultima ratio regis” o última razón de los reyes, la voz de los cañones…
Además, Verboom había apostado fuerte por Algeciras, no deseaba un pequeño pueblo al servicio del puerto, pues se había documentardo sobre la historia de aquella ciudad en ruinas y consciente de su pasada grandeza, no escatimó medios para que la ciudad fuera una verdadera urbe y para su prestigio, el recinto murado era imprescindible.
En su revisión de las ruinas, Verboom observa las murallas medievales y recuerda que en ellas se utilizó por primera vez con verdadera eficacia la artillería basada en la explosión de la pólvora. Más su interés no fue arqueológico, sino practico y no quiso reconstruir los recintos, sino aprovecharlos como cimentación y cantera de materiales para un diseño “a la moderna”. Y es que la arquitectura militar había cambiado radicalmente al demostrarse la eficacia de las armas de fuego de gran calibre.
Si en la Edad Media había interesado la altura, para dificultar el asalto, ante la nueva artillería las murallas altas eran blanco fácil y sus escombros podían cegar fosos y proporcionar rampas de acceso a la infantería. Por lo tanto, en el siglo XV la fortificación sustituye la altura por el grosor y la sucesión de obstáculos horizontales, defendiendo plataformas aptas para la artillería.
Las torres se sustituyen por los baluartes, de planta pentagonal, con gruesas paredes a prueba de artillería, coronadas con alargadas plataformas para el juego de los cañones, que disparaban por troneras a través del parapeto. Los baluartes, provistos de paredes inclinadas, se disponían de forma que sus baterías abrieran fuego cruzado y concentrado ante un ataque realizado desde cualquier dirección.
Su construcción era muy peculiar, pues se basaban en dos muros paralelos, bastante separados, a menudo más solido el interior que el exterior. Provistos de contrafuertes internos, se rellenaba con arena o tierra el gran hueco entre ellos, no siendo especialmente deseable una excesiva resistencia superficial en el muro exterior, pues ello hubiera supuesto el resquebrajamiento del conjunto, siendo menos dañino el que los proyectiles se incrustaran inofensivamente en el material de relleno.
Los baluartes y murallas que los comunicaban (también artilladas) eran el núcleo central de un complicado sistema dispuesto en anillos ante ellos. En primer lugar, se extendía un ancho foso, generalmente seco, pero que a veces podía estar inundado de agua, como el del Castillo de San Felipe, en la Línea de la Concepción.
Más allá del foso, se disponía el “camino cubierto” o cinturón exterior, una muralla ancha y de escasa altura, para uso casi exclusivo de la infantería, protegida por una “banqueta” o muralla dispuesta en varios escalones, que permitía la circulación segura por ese frente y tras efectuar una descarga, retirarse a cubierto para cargar el arma. Tras el escalón pétreo del peldaño más alto, se abría un foso pequeño y estrecho, lo justo para impedir el salto desde el exterior a la banqueta, sobre todo porque en ese foso se disponía una fuerte empalizada rematada por agudas puntas de hierro de forma piramidal. Además, sus largas y gruesas estacas de sección cuadrada se disponían levemente separados entre si y presentando dos caras y una arista al enemigo, de forma que los fusileros pudieran disparar con ángulo de tiro razonable.
Ante la empalizada se extendía el glacis, que paradójicamente es un elemento prácticamente desconocido hoy día, pese a su utilidad: consistía en una extensa rampa que partía del murete exterior ante la empalizada y con una pendiente muy suave y uniforme. Se construía con una mezcla de arena y otros elementos que garantizaban su esterilidad (para que no crecieran plantas) y su resistencia ante viento y lluvias sin perder su forma.
En todo este conjunto, se había buscado el cubrir ante la vista y fuegos del adversario, en la medida de lo posible, los baluartes y en especial sus partes bajas, por medio del camino cubierto, banqueta y glacis, de forma que, ante el fuego enemigo, solo estuviera desprotegido el grueso parapeto de la artillería. Y la misión del glacis era doble, proteger de la artillería enemiga camino cubierto y baluarte y de paso, obligar a la infantería enemiga a una aproximación totalmente al descubierto y formando fácil blanco para los fusileros de la banqueta y la metralla de los cañones del baluarte. Por lo tanto, el ataque frontal era prácticamente un suicidio.
El secreto del glacis era su punto exacto de consistencia pues debería ser lo bastante resistente para no desaparecer con las inclemencias meteorológicas, pero lo bastante blando para que los proyectiles de artillería se clavaran en él, protegiendo al resto del conjunto. Si el glacis era excesivamente sólido, los proyectiles podían ser desviados por la superficie en rampa, alcanzando la empalizada de la banqueta y la batería del baluarte.
La enumeración de otros elementos escapa al espacio de este texto, ya que hablaríamos de los traveses, o parapetos sobre el camino cubierto y perpendiculares a este, dispuestos para atacar de costado a un invasor que hubiera podido atravesar sorpresivamente glacis y estacada, los redientes, coincidentes con los traveses, formando “escalones” verticales en el muro externo del el camino cubierto, para su vigilancia lateral, o las plazas de armas, especie de baluartes con dos caras principales, dispuestos en los ángulos del trazado exterior, ya fueran cóncavos o convexos, así como las “surtidas”, o accesos al campo libre así como los revellines o defensas avanzadas
Todo lo expuesto fue dispuesto por Verboom en su proyecto sobre Algeciras, inspirado por las más avanzadas ideas de la época, pues sobre nuestro ingeniero recaía una amplia tradición de expertos tratadistas, siendo el más famoso de ellos el francés Vauban, entre otros muchos. De la documentación relativa a la fortificación proyectada, lo más interesante es los dos que llamamos planos maestros, de considerable tamaño y de los cuales proceden todos los demás de la serie, conservados en archivos como el de Simancas o el Histórico Militar.
Esos dos enormes planos eran los borradores sobre los que se iba representando todo lo relativo a Algeciras en aspectos topográficos, desde las primeras observaciones de Verboom en 1721, como el relieve de los alrededores, el sondeo del puerto en dos fases, la Algeciras anterior a la repoblación, con sus caminos intramuros (luego calles), cortijos y algunas ruinas medievales, con detalles insólitos, como el medio centenar de chozas levantadas provisionalmente por los repobladores espontáneos atraídos rápidamente ante la noticia del sondeo del puerto. Y, por supuesto, el proyecto de fortificación.
Desde la asociación cultural La Trocha, dedicada al estudio, protección y difusión del patrimonio cultural, proponemos al Ayuntamiento de Algeciras el que gestione el logro de unas buenas reproducciones a tamaño real de los citados planos, donde se puede estudiar el origen y primeras fases de la Algeciras moderna, un caso prácticamente único. Con esas reproducciones se podría organizar una magnífica exposición fija, que honraría a la ciudad y que podría instalarse en una sala del Museo Municipal, en el Centro Documental o en otro lugar, tal vez proporcionado por la Autoridad Portuaria.
Verboom atendió a la existencia de dos ciudades, el actual casco histórico y la actual Villa Vieja, unidas entre sí por un cerramiento perimetral y protegidas por el fuego cruzado de sus baterías. En la Villa Vieja, el frente principal tenía revellín o baluarte avanzado, unido por un camino cubierto de dos caras y que solucionaba el problema de un padrastro o colina que por su altura podría perjudicar a la defensa. En ese frente sur, tres baluartes, uno central, y el oeste, dominando otro padrastro cercano y la vega del río de la Miel, a la par que protegía de flanco al recinto del actual casco histórico. Otro baluarte batía playa del Saladillo y fondeadero. El baluarte del N.E. defendía el puerto. Las cortinas que unían estos elementos cerrando la plataforma se sustentaban en la antigua muralla medieval.
Al parecer, hubo un especial interés por la ciudad pequeña o actual Villa Vieja, tal vez para convertirla en una verdadera ciudadela, pues se proyectaron allí varios edificios militares nunca construidos. En la villa grande, actual casco histórico, se dispusieron ocho baluartes, con el correspondiente foso y recinto exterior con cinco plazas de armas, idénticas a las de la Villa pequeña o Villa Vieja. En el frente opuesto al mar, el recinto exterior llegaba hasta las actuales calles Don Bosco y Salamanca. En la zona N.E. frente al mar y paralela a la calle Baluarte, la defensa es reducida, debido al alto acantilado entonces existente y la protección de los baluartes del frente marítimo.
Este ambicioso proyecto tenía un fallo, y es la ciudadela sobre la colina de San Isidro, que es más bien una representación simbólica sobre la necesidad de una ciudadela diseñada con más tranquilidad.
Este proyecto, estimado en dos millones de pesos, no se realizó, por motivos que explicaremos en otra entrega, por lo que Algeciras quedó solo defendida por su banda marítima, y en función de tres fuertes, el muy pequeño de San Antonio, sustituido en sus funciones por el fuerte de Santiago, además del edificado sobre la Isla Verde, que, no obstante, tuvieron un valeroso y eficaz comportamiento durante la batalla naval de 1801, debiéndose a ellos la victoria. Pero ante la invasión francesa de la Guerra de la Independencia, el fuerte de Santiago, casi indefenso en su frente de tierra, nada pudo hacer, mientras que el de la Isla Verde fue útil, refugiándose allí autoridades y parte de la población durante la incursión francesa sobre Algeciras.
Es triste que la previsión de personas brillantes y competentes se vea frustrada por las circunstancias, como es el caso de Verboom y su soñada fortaleza de Algeciras.
- Autor: Carlos Gómez de Avellaneda Sabio. Asociación La Trocha e Instituto de Estudios Campogibraltareños.
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Llegan al Campo de Gibraltar días muy especiales con grandes eventos para toda la población