Alberto Pérez de Vargas, el niño de la calle Real

Obituario

A Algeciras acaba de morírsele el Hijo Predilecto de una ciudad que abandonó de forma física siendo aún niño, pero de la que jamás se fue

Alberto Pérez de Vargas, el matemático que guardó a Algeciras en su corazón, fallece a los 82 años

Alberto Pérez de Vargas, doctor en Matemáticas por la Universidad Complutense de Madrid y colaborador habitual del diario 'Europa Sur'.
Alberto Pérez de Vargas, doctor en Matemáticas por la Universidad Complutense de Madrid y colaborador habitual del diario 'Europa Sur'. / José Ramón Ladra

Un mensaje en el teléfono puede tener el efecto de la fría hoja de un cuchillo atravesándote el pecho. Acaba de experimentarlo quien escribe estas líneas algo apresuradas, con el corazón aún encogido por la noticia. A Algeciras acaba de morírsele Alberto Pérez de Vargas, Hijo Predilecto de una ciudad que abandonó de forma física siendo casi un niño, pero de la que jamás se fue.

Fuimos muchos quienes hemos tenido la fortuna de compartir, de aprender a través de tus palabras, sobre aquella Algeciras de la posguerra retratada en blanco y negro a la que, sin embargo, pusiste color a través de tus artículos en Europa Sur. Cuento por miles las páginas que dejaste impresas en esta casa para enseñarnos a amar a una ciudad que te dejó huérfano y sin rotular con tu nombre una calle o una plaza. Cosas de la baja política, irremediable, como bien sabes.

Nadie te obligaba a obsequiar a los algecireños de nuevo cuño con tus conocimientos sobre multitud de disciplinas, casi infinitas, ni sobre tu ciudad.  "Algeciras es todo. Siempre he estado de paso en otro sitio", dejaste dicho en 2018 en una charla entre amigos convertida luego en entrevista. Pocas declaraciones de amor más sinceras y emotivas pueden hacerse a una urbe que mantuviste siempre presente en tu alma y a la nos transportaste en volandas, aun teniendo los pies sobre su adoquinado. En esos momentos no hablabas por boca del catedrático de Matemáticas de la Universidad Complutense, ni por la del profesor en la de Ginebra, ni por la del promotor de la Universidad Carlos III, sino por la del niño de la calle Real que, con pantalones cortos, correteaba arriba y abajo y que estudiaba en el Instituto, el hoy llamado Kursaal algecireño.

Hace cosa de una semana me telefoneaste para disculparte porque, raro en ti, te iba a ser imposible atender a tu cita con los lectores del Europa a causa de un último arrechucho de salud. Por fortuna para todos, te había dado tiempo de rematar tu última serie de artículos sobre Gibraltar, un territorio que secretamente estimabas pero al que no habías regresado en años.

A muchos nos dejas ahora sin la posibilidad de llamarte para preguntarte un dato preciso o de concertar una cita en la plaza del Torroja para desayunar un café con calentitos, denominación de los churros acuñada como consecuencia de tu paso por el Altozano de Triana, siendo joven estudiante en la Universidad de Sevilla. Quedan muchas anécdotas y vivencias compartidas por rescatar. Todas permanecerán con nosotros. Gracias por tanto.

Descansa en paz, amigo Alberto.

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