Alfonso XI entra en Algeciras en marzo de 1344. Repartimiento de la ciudad

Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

El día 28, Domingo de Ramos, entró triunfalmente en Algeciras la comitiva encabezada por el rey de Castilla

Los repartidores llegaron a un acuerdo no sin algunas desavenencias y quejas de aquellos que esperaban recibir una mejor remuneración

Combate naval entre las flotas castellana y musulmana en aguas del Estrecho previo al  cerco de Algeciras (Óleo de A. de Brugada, 1852, Museo Naval de Madrid).
Combate naval entre las flotas castellana y musulmana en aguas del Estrecho previo al cerco de Algeciras (Óleo de A. de Brugada, 1852, Museo Naval de Madrid).

Algeciras/El día 25 de marzo del año 1344 Alfonso XI, rey de Castilla y de León, y el sultán de Granada, Yusuf I, firmaron el llamado “Tratado de Algeciras”, por el cual los musulmanes hacían entrega de la ciudad al rey don Alfonso, cuyas cláusulas eran, entre otras, las siguientes: Que el rey de Castilla, por sí y por el rey de Aragón y el duque de Génova otorga paz al rey de Granada por mar y tierra desde el día de la firma de este Tratado hasta cumplidos diez años. Que los reyes contratantes serán amigos de los que fueran sus amigos y enemigos de sus enemigos. Que no recibirán ninguna villa o castillo que se haya rebelado contra uno de ellos, ni lo admitirán por compra, regalo, hurto o engaño. Antes bien, le ayudará a recobrarlo; y que los mercaderes y otros hombres cualesquiera, granadinos y africanos, podrán entrar libremente en Castilla, estar a salvo en ella y salir seguros de sus cuerpos y mercancías, aunque no podrán sacar caballos, armas, trigo ni cebada.

El día 26 comenzaron a abandonar la villa pequeña la guarnición y los moradores de aquella parte de la ciudad. El rey ordenó que ondearan en su alcázar por igual los pendones de Castilla y León, de la Corona de Aragón y de don Juan Manuel. Se autorizó a que ondeara también la bandera del reino de Aragón en reconocimiento a la relevante labor que, en el cerco y la rendición de la ciudad, habían realizado las galeras de ese reino.

El día 27, que era sábado, el gobernador de Algeciras, Muhammad ben al-Abbás, en presencia de los ricos-hombres, los prelados y los caballeros extranjeros que habían participado en el cerco, hizo entrega de las llaves de la ciudad al rey de Castilla, mientras abandonaba el resto de musulmanes la Ciudad Grande. Los africanos se dirigieron a Gibraltar para embarcar con destino a su tierra natal, que era el emirato de Fez. La guarnición granadina y la población local, que había residido en Algeciras durante decenas de generaciones, partieron para marchar a algunas de las ciudades que aún pertenecían al reino de Granada.

El rey Alfonso XI rodeado de sus monteros (Miniatura del 'Libro de la Montería'. 1346).
El rey Alfonso XI rodeado de sus monteros (Miniatura del 'Libro de la Montería'. 1346).

El día 28, Domingo de Ramos, entró triunfalmente en Algeciras la comitiva encabezada por el rey de Castilla, seguido de sus hijos, de todos los ricos-hombres y eclesiásticos que habían participado en el cerco -vistiendo sus mejores galas-, los cruzados extranjeros, ataviados con sus relucientes armaduras y enarbolando sus pendones, las milicias urbanas encabezadas por sus alféreces portando las banderas de sus ciudades y villas y los mercaderes judíos, catalanes y genoveses, que habían estado al lado de don Alfonso ayudándole en los momentos más tensos y cruciales de la campaña.

Antes de que la comitiva real hubiera entrado en la ciudad por la puerta del Cementerio, don Martín Fernández Portocarrero había ordenado a un alférez de las tropas reales que izara en lo más alto del alcázar, el más noble de los dos con que contaba Algeciras, residencia de los gobernadores, los pendones de Castilla y León, de la Santa Cruzada, del infante don Pedro y de sus hijos habidos con doña Leonor: don Enrique, don Fadrique, don Fernando y don Tello.

Junto al rey marchaban, en suntuosa procesión, el arzobispo de Toledo, don Gil de Albornoz -vestido con la dalmática roja, el color de la Santa Cruzada-, el Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, el arzobispo de Sevilla, los obispos de Burgos, Zamora y el de Cádiz, don Bartolomé, seguidos por una decena de sacristanes y diáconos portando estandartes con la imagen de la Virgen, grandes cruces de plata sobredorada y pendones eclesiásticos con las armas episcopales. Cuatro criados del obispo gaditano portaban a hombros unas andas con la imagen de madera policromada de la Virgen que el rey llevaba siempre consigo y que se veneraba en la capilla del campamento cristiano.

Plano esquemático de las dos villas de Algeciras con las líneas de bloqueo terrestre y marítimo.
Plano esquemático de las dos villas de Algeciras con las líneas de bloqueo terrestre y marítimo.

Aquella misma tarde, don Gil de Albornoz, acompañado del rey, de los grandes señores del reino y de los prelados de la Iglesia, consagró la antigua mezquita aljama de la ciudad que, decían los adalides, había sido fundada cuando Tariq y Musa desembarcaron en esa costa, como iglesia de Cristo. Después de entronizar en su altar la imagen de la Virgen, el arzobispo de Toledo la bendijo y puso la nueva iglesia bajo la advocación de Santa María de la Palma, por haber entrado en la ciudad y consagrado el templo al culto cristiano un Domingo de Ramos. Y de esta manera pasó, después de un enconado sitio de veinte meses, la populosa ciudad de Algeciras a estar bajo la soberanía de Castilla y formando parte, de nuevo, de la Cristiandad.

Después de la entrada triunfal de la comitiva real en la villa grande y celebrada, con gran pompa, la ceremonia de consagración de la mezquita aljama y la entronización de la imagen de la Virgen de la Palma, el rey don Alfonso pasó a descansar al alcázar acompañado de doña Leonor de Guzmán y de los infantes, sus hijos, que habían estado con él en el cerco.

Como era costumbre, se procedió a reunir la Junta de Repartidores que debía proceder a elaborar la relación de los bienes muebles y raíces de los vencidos que iban a ser distribuidos entre los que habían participado en el asedio según su alcurnia, cercanía a la persona del monarca y la relevancia de los servicios que habían prestado en el transcurso de la campaña.

Torre albarrana del recinto sur de Algeciras musulmana. (Acuarela de Ernest Louis Lessieux de finales del siglo XIX. Museo Municipal).
Torre albarrana del recinto sur de Algeciras musulmana. (Acuarela de Ernest Louis Lessieux de finales del siglo XIX. Museo Municipal).

El día 3 de abril, después de tensas conversaciones y algunos desencuentros con ciertos ricos-hombres, se logró constituir la Junta encargada de la complicada tarea de proceder al repartimiento de los palacios, las mezquitas con sus ricas fundaciones pías, los baños, las viviendas, las huertas y almunias situadas en la rica vega del río de la Miel, las alhóndigas, los molinos harineros y los batanes que habían sido abandonados por los musulmanes. Estaba presidida por el rey y la formaban don Gil de Albornoz, el obispo de Cádiz, don Bartolomé, don Juan Manuel, don Alfonso Fernández Coronel y el alcalde mayor de la ciudad recién nombrado, don Álvar García de Illas. Como escribano actuaría el canciller del reino y notario mayor de Castilla, don Fernán Sánchez de Valladolid, letrado con profundo conocimiento de las leyes viejas y de las normas que regían los repartimientos, que daría fe de los acuerdos y decisiones tomadas.

El rey recelaba de don Alfonso Fernández Coronel porque, como mayordomo mayor del infante don Enrique y hombre de confianza de su madre, doña Leonor de Guzmán, de la que había recibido la alcaidía de Medina Sidonia, temía que mostrara su descontento con las decisiones de la Junta si estas no favorecían a doña Leonor. Por otra parte, don Gil de Albornoz y don Juan Alfonso de Alburquerque esperaban que la Junta se decantara por favorecer, en el repartimiento, a la reina doña María, ausente, y al infante don Pedro, en detrimento y perjuicio de la amante del rey, a la que ambos detestaban. No obstante, el rey, al nombrar a los miembros de la Junta de Repartimiento, procuró que estuvieran representadas todas las facciones para evitar descontentos y afrentas que solo podrían provocar enemistades, odios y futuros enfrentamientos entre los ricos-hombres del reino, como luego ocurrió.

El 18 de abril se habían dado fin a las reuniones de la Junta y redactado por don Fernán Sánchez de Valladolid el Libro del Repartimiento de Algeciras, que quedó depositado en la Casa del Concejo. Mas, antes de entregarlo a don Álvar García de Illas, fue firmado y signado con el sello de la Poridad. El acuerdo al que llegaron los repartidores, no sin algunas desavenencias y quejas de aquellos que esperaban recibir una mejor remuneración por los servicios que habían prestado durante el cerco, fueron: unas casas, tiendas y almacenes a los mercaderes genoveses en una calle de la ciudad que llamaron calle de Génova; cerca del puerto unas casas buenas y almacenes a los mercaderes aragoneses, catalanes y valencianos, una de ellas a don Jaume Tolsa, que había sido nombrado por el rey de Aragón Cónsul de los Catalanes en la ciudad.

Sepultura del rey Alfonso XI en la iglesia de San Hipólito de Córdoba.
Sepultura del rey Alfonso XI en la iglesia de San Hipólito de Córdoba.

Como sede de dicho consulado se le concedió una casa grande cerca de las atarazanas; a la Orden de Santiago y a su maestre, don Fadrique, una mezquita menor para que tuviera una encomienda en Algeciras y un molino; unas casas al obispo de Cádiz y, otras, a los canónigos de dicha catedral; a la Orden de la Merced, Redentora de Cautivos, la mezquita consagrada como iglesia de San Hipólito con casas anejas para los frailes; a doña Leonor de Guzmán, un molino harinero en la vega del río -que había pertenecido al prestigioso visir Abd Allah ben Rida-, unas casas nobles bien situadas en la Ciudad Grande, varias tiendas y unas huertas. Los baños principales se los reservó para sí el rey, y los otros dos que usaban los de Algeciras, fueron para don Alfonso Fernández Coronel y don Martín Fernández Portocarrero. Al almirante mayor, don Egidio Bocanegra, se hizo donación de unas casas con sus huertas que decían el alcázar de Manifle.

Igualmente, se repartieron casas, tiendas, almacenes, tahonas, huertas y ganado a gente del común que había estado en el cerco, a viudas e hijos de miembros de las milicias concejiles muertos en aquella guerra y a muchos judíos que habían ayudado con sus préstamos y con vituallas al mantenimiento del asedio, entre ellos a un tal Aben Abadao, a Abraham Axonares y a Zag Santiel. A todos con la finalidad de favorecer la repoblación de la ciudad, pues se les obligaba a residir en Algeciras y a explotar las tierras concedidas en el reparto o a atender los comercios y los talleres, al menos durante diez años.

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