La Algeciras de mi infancia (I)

Observatorio de La Trocha - Nuestros recuerdos personales

En la Acera de la Marina abrían sus puertas numerosos bares y restaurantes que ofrecían un bonito ambiente cosmopolita

La avenida de las Fuerzas Armadas durante la feria estaba iluminada con grandes arcos de bombillas

La destrucción de Algeciras en 1375 (y III)

La destrucción de Algeciras en 1375 (II)

La destrucción de Algeciras en 1375 (I)

Donde hoy está la actual plaza de Andalucía se alzaba el histórico coso taurino de La Perseverancia.
Donde hoy está la actual plaza de Andalucía se alzaba el histórico coso taurino de La Perseverancia.
Juan Carlos Martín Matilla - Licenciado en Filología

28 de junio 2024 - 08:35

Algeciras/Mi memoria evoca viejos recuerdos de aquella Algeciras de mis años infantiles. Hay que tener en cuenta que recordamos los lugares o los hechos de forma subjetiva, pues la memoria nunca puede ser objetiva, puesto que los recuerdos están muy influidos por nuestras impresiones y emociones. El tiempo histórico al que haré referencia transcurre durante la década de los sesenta y la primera mitad de la siguiente, en la que ya dejé de ser niño.

En la década de 1960 el municipio de Algeciras contaba con unos 66.000 habitantes, aunque el núcleo urbano tendría muchísimos menos, lógicamente. En aquellos años se había iniciado un tímido e inconcluso ensanche por la zona norte, a partir de la actual avenida de Blas Infante.

Vi construir varios de los edificios que conforman la actual avenida de las Fuerzas Armadas, que nunca llegó a cumplir el proyecto inicial de llegar hasta la barriada de la Granja. El cine Avenida, que se hallaba al lado de la comisaría de policía, ya estaba abandonado cuando yo era niño pequeño, pues se había trasladado a la acera opuesta, cuyos edificios que después lo encerraban aún no se habían construido. También vi edificar la gran mole del edificio de la Compañía Telefónica, a principios de los años setenta.

Esta avenida, que acababa en el cruce con las actuales calles Rafael Argelés y Fernando IV, durante la feria estaba iluminada con grandes arcos de bombillas y en ella se instalaban las casetas de turrón y las grandes tómbolas. Las instalaciones efímeras de la feria continuaban por la calle Ramón y Cajal. Por aquel entonces no existía el parque infantil, separado del parque María Cristina, y en la mitad de su actual superficie se levantaban las casetas de la guarnición militar, de las armas de Artillería y de Infantería.

Cuando gran parte de la Feria estaba en la avenida de las Fuerzas Armadas.
Cuando gran parte de la Feria estaba en la avenida de las Fuerzas Armadas.

En el lugar ocupado por los edificios de las calles Almanzor, Infante don Pedro, Flores el Gaditano y Fernando IV se instalaban las atracciones de la feria, que eran de poca envergadura: tiovivos, coches que chocan, el tren de los escobazos... El solar detrás de la residencia militar estaba ocupado por otras casetas como la de la Peña de Miguelín, la municipal o la de los Juncales.

El famoso teatro de Manolita Chen se colocaba en la actual calle Fernando IV, más o menos en su intersección con el de Mateo Mercader. La cabalgata de la Feria por aquellos años discurría por el casco antiguo de la población. Abrían la cabalgata los gigantes y cabezudos. A finales de los sesenta, la feria se traslada al sitio que ocupa actualmente, aunque solo se extendía por la parte más llana. En 1969 se inauguró la plaza de toros Las Palomas y la vetusta plaza de la Perseverancia se abandonó.

Una atracción mítica: el popularísimo Teatro Chino de Manolita Chen.
Una atracción mítica: el popularísimo Teatro Chino de Manolita Chen.

Recuerdo que en el parque María Cristina, el único con el que contaba la ciudad por aquellos años, existía un estanque poligonal con patos en cuyo centro se erguía una casita de planta cilíndrica y tejadillo cónico; años después, se construyó una caseta en uno de los lados del estanque. También había jaulas con pavos reales y conejos. Cerca de la puerta de salida hacia la avenida del Capitán Ontañón se levantaba una enorme jaula cilíndrica que servía de palomar; pero que antes, según me dijo mi padre, fue jaula de monos. Muchos años más tarde se instalaron unas jaulas más pequeñas con ejemplares de esta especie. Era muy bonita la pajarera con la casita para estas coloridas aves entre las que destacaban los jilgueros y los canarios, la cual se hallaba en un parterre próximo a la rotonda central del parque.

La entrañable pajarera del parque María Cristina.
La entrañable pajarera del parque María Cristina.

A partir de las actuales calles Rafael Argelés y Fernando IV se extendía un vasto descampado hasta la zona del Hoyo de los Caballos, poblado de chabolas, y La Granja. Ya se habían edificado los pisos de la barriada Virgen de la Palma cuyas fachadas mostraban una gran variedad de colores.

A mediados de los años 60 también se edificaron las casas de la barriada Sierras de España, cerca del estadio de fútbol El Mirador, parte de cuyos muros debieron ser reforzados con contrafuertes de hormigón por su inclinación, a causa de la mala calidad de la edificación.

A partir de 1970 se construyeron la barriada de la Reconquista y la urbanización Carteya en este descampado. También recuerdo la zona del llamado Hotel Garrido, lugar en el que coexistían casas de mampostería, en la parte que bordeaba la carretera a Málaga, y un gran número de chabolas, sobre todo por donde hoy discurren las calles Séneca y Mezquita y las urbanizaciones Al Hadra, Villa Romana y Las Mimosas. Estos vecinos fueron trasladados a los pisos de la barrida de la Reconquista en 1971.

Entrada a la actual Avenida de Ramón Puyol, desde su parte alta. El cambio no puede ser más radical.
Entrada a la actual Avenida de Ramón Puyol, desde su parte alta. El cambio no puede ser más radical.

A mi memoria viene el día cuando se inauguró el mercado de la Victoria, denominado actualmente del Hotel Garrido. Contaba con dos plantas pero, por desgracia, con el transcurrir de los años, se ha visto reducido solo a la mitad de la planta baja tras perder el resto como lugar dedicado a la venta de productos alimentarios.

Por donde hoy se encuentran Villa Estoril y Los Sauces había unas corcheras. La barriada de la Bajadilla era un poblado de chabolas cuando llegaron mis padres de Castilla la Vieja; pero cuando yo era un niño ya se levantaban viviendas de mampostería. Todavía se mantenían las chabolas del llano de la Junquera, junto al río de las Miel, cerca de los pocos arcos del acueducto, que se había desplomado en su mayor parte algunos años antes. Después, el añorado y admirado Padre Flores de la parroquia del Carmen hizo posible el traslado de la gente que allí malvivía a unas casas en la barriada de los Pastores.

El contraste entre dos mundos: en primer plano, las subdesarrolladas y caóticas edificaciones de la barriada “Hotel Garrido”, en su parte baja y hoy desaparecida, Al fondo, la urbanización  “Carteya”, fruto de los planes de desarrollo y que hoy disfruta de los mejores jardines urbanos de la ciudad.
El contraste entre dos mundos: en primer plano, las subdesarrolladas y caóticas edificaciones de la barriada “Hotel Garrido”, en su parte baja y hoy desaparecida, Al fondo, la urbanización “Carteya”, fruto de los planes de desarrollo y que hoy disfruta de los mejores jardines urbanos de la ciudad.

En cuanto al paseo marítimo o avenida Virgen del Carmen, he de comentar que, a lo largo de mi niñez y adolescencia, vi construir la mayor parte de los altos bloques de pisos que bordean todo el barranco; solo se alzaban, cuando era pequeño, el bloque de Rotabel y los tres cuya fachada está revestida de ladrillo visto cerca de la desaparecida escalinata. Recuerdo las ruinas de los antiguos edificios de la fábrica de hielo y de electricidad y los altos murallones de medievales, entre la escalinata y la calle Ojo de Muelle. En el comienzo de los años setenta comenzaron los rellenos portuarios que acabaron con este paseo marítimo.

Por aquel entonces el paseo marítimo sí lo era verdaderamente, pues lo que actualmente es la mediana que separa los dos carriles de sentido contrario, era la acera que contorneaba todo el litoral, desde la cual se podía contemplar el mar, Gibraltar y el puerto pesquero. En mi memoria tengo grabada la estampa de los numerosos barcos de pesca que atracaban en la Acera de la Marina, donde actualmente se encuentra la estatua de Paco de Lucía. En el andén que bordeaba este muelle pesquero se estacionaban en batería los autobuses urbanos de la CTM y de otras compañías.

La Marina, con parte de sus bares, el aparcamiento de autobuses y la dársena para pesqueros pequeños.
La Marina, con parte de sus bares, el aparcamiento de autobuses y la dársena para pesqueros pequeños.

En esta Acera de la Marina abrían sus puertas numerosos bares y restaurantes que ofrecían un bonito ambiente cosmopolita, puesto que a ellos acudían personas de diferentes nacionalidades que transitaban por el puerto de pasajeros. Este, cuando yo era pequeño, aún mantenía la estación construida en 1928 que se demolería a inicios de los años setenta para construir una nueva, hoy integrada en el edificio actual. Frente a ella se hallaban los puntos de atraque de los ferris que unían Algeciras con Ceuta y Tánger. Me acuerdo de las altas estructuras de metal que servían para bajar y levantar las pasarelas, a modo de puentes levadizos, que permitían el embarque o desembarque de los vehículos en los transbordadores.

Antes de levantar los actuales soportales, la sucesión de bares de “La Marina” formaba un conjunto alegre, acogedor y muy cosmopolita.
Antes de levantar los actuales soportales, la sucesión de bares de “La Marina” formaba un conjunto alegre, acogedor y muy cosmopolita.

En el interior del puerto aún se mantenían las largas edificaciones de los años treinta y cuarenta, como la fábrica de hielo, entre otros muchos. El edificio de la antigua lonja mostraba su techo con una bóveda de medio cañón. Ya en los años setenta se construyó una nueva lonja de la que actualmente se han derribado dos tercios.

Por aquellos años de mi lejana niñez, existía un total simbiosis e integración entre el puerto y la población. Se podía pasear fácilmente por todo el recinto portuario, a diferencia de la situación actual. Era usual ir a ver el embarque y desembarque de los coches procedentes de Ceuta o de Tánger y, por supuesto, se podía subir al tren o apearse de él en la estación marítima sin necesidad de hacerlo en la estación férrea de la calle Agustín Bálsamo. Hasta aquella estación marítima llegaba un ramal del ferrocarril que partía de esta. Este enlace obligaba a que hubiera tres pasos a nivel. Ya hacia 1972, poco tiempo antes de la canalización y soterramiento del río de la Miel, se añadió uno más cuando se construyó el puente que cruzaba este cauce fluvial y permitía la unión entre la Acera de la Marina y el paseo de la Conferencia, tras la demolición del antiguo edificio de Sanidad.

El primer paso a nivel se levantaba cerca de la avenida de San Bernardo, antes de acceder al robusto puente del matadero. Cuando iba a llegar el tren, el operario cerraba el paso con unas vallas de madera de color verde. El segundo se encontraba al inicio del elegante puente de la Conferencia; en este caso, una barrera cerraba el tránsito mientras el tren cruzaba, y el tercero se situaba a la altura del pequeño puente que se hallaba en la desembocadura del río, y que antaño fue utilizado para las vagonetas que traían piedras, empleadas en la construcción del incipiente puerto. Por este puentecillo, que ya había dejado de usarse con fines ferroviarios, cruzaba el paso de la Virgen del Carmen para ser embarcado en la barcaza “Caracola” en un pequeño embarcadero situado en el paseo de la Hispanidad, frente a la Comandancia Militar de Marina.

En este paseo se encontraba el Club Náutico y atracaban pequeñas embarcaciones, tanto recreativas como de pesca. Para pescar por la noche disponían de unos faroles con el fin de atraer a los peces. Por aquel tiempo aún existía la playa del Chorruelo, a los pies del paseo de la Conferencia que bordeaba la meseta en la que se erguía el elegante Hotel Reina Cristina, que, entonces, poseía cinco estrellas. Recuerdo que , siendo muy pequeño, me bañé alguna vez en esta playa con mi padre. Me impresionaba contemplar la enorme mole del Peñón de Gibraltar. También sentía cierta inquietud , cuando por las noches estivales paseaba con mi familia por esta zona, al ver el horizonte nocturno donde se unían en una oscuridad total el mar y el cielo, como si divisara el vacío más absoluto.

Solíamos pasear por los amplios jardines del hotel Reina Cristina; entrábamos por la puerta principal, recorríamos todo el paseo paralelo a la tapia sur y salíamos por una puerta trasera, junto a la cual se levantaban unos almacenes. Se podía contemplar una gran cantidad de pinos piñoneros que crecían en aquellos cuidados jardines, la mayoría de los cuales ya han desaparecido, por desgracia. La dirección del hotel, debido a la crisis económica, se vio obligada, en los años ochenta , a vender la mitad de estas zonas verdes, donde se construyeron altos bloques de pisos y las calles del Museo y Nicaragua.

Juan Carlos Martín Matilla es vocal de Patrimonio de la Asociación Cultural La Trocha y miembro de la Sección 2ª Arqueología, Etnología, Patrimonio y Arquitectura del Instituto de Estudios Campogibraltareños

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