Campo Chico
Gibraltar o la tergiversación de valores (V)
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Tal día como hoy, hace 23 años, el sábado 26 de junio de 1999, Juan Guerrero Soriano nos convocaba en el Mesón Algeciras de Madrid, a todos los de la diáspora que estábamos a mano. Nos daría la última copa, la que precedería al cierre definitivo del establecimiento. Más de tres lustros habían transcurrido desde los primeros días de octubre de 1982, cuando Juan y su esposa Amelia abrieron aquel local que iba a acoger una concatenación de momentos mágicos inolvidables, insólitos, que proyectaron el nombre de Algeciras y del Campo de Gibraltar, más y mejor que lo habría hecho cualquier campaña publicitaria.
Esa Feria, la de 1999, sería una de las, si no la más tardía en el calendario y quizás la más densamente mantenida por los acontecimientos. Era, todavía, un tiempo de Feria, intenso, ajustado a nuestros modos, coherente con su propósito de ser la gran fiesta social de Algeciras. El ambiente taurino dominaba sobre todas las cosas y se reflejaba en y más allá de la comarca. La Feria también se vivía en la calle y aunque no estábamos ya, ciertamente, en aquellos años setenta, cuando cambió por completo el panorama de la celebración de nuestro evento social por excelencia, se mantenían las esencias.
El viernes 25 era la prueba del alumbrado, el viernes de farolillo y, como siempre, habrían tenido sus más y sus menos, los caseteros con los municipales. Por aquello de la hora y el ruido en un Real ya consolidado, pero rodeado de viviendas. La Feria había peregrinado desde lo más antiguo, junto al parque y delante del cuartel de infantería, hasta allá arriba, en la ladera donde se construiría Las Palomas en 1969. La Avenida alojó a la Feria unos años, extendiéndola hasta las espaldas del parque. Una escalera de piedra artificial, de siete escalones y pasamanos laterales de mampostería, guardada por dos cariátides, daba acceso triunfal al recinto cuando tiraba hacia arriba, pegada al Casino Cinema, al viejo Pabellón del Casino, en un ancho camino de tierra que llevaba hasta el Instituto y hasta la llorada Perseverancia.
Ese ancho recinto de tierra disponía de unos cuantos bancos del mismo material con el que se confeccionó la escalera, lo suficientemente alejados unos de otros como para permitirnos jugar a la pelota evitándolos. El Campo del Calvario, el primitivo campo de fútbol del Algeciras estaba al otro flanco de aquella parcela tan amplia y tan nuestra que albergaría el centro de salud del SAS, Menéndez Tolosa, llamado así en memoria de un gran hombre, canario de nacimiento, que fue Gobernador Militar del Campo de Gibraltar, entre los años 1957 y 1959, y antes había sido director general del Instituto Nacional de Previsión, una antigua institución en cuyo seno se generaría en 1963 la Ley de Bases de la Seguridad Social. Nuestros condiscípulos José Luque y José Antonio Fernández Sánchez eran tan buenos que estaban obligados a estar en distintos equipos cuando nos enfrentábamos en algún partido improvisado. Mena, otro querido compañero del Instituto, jugaba de portero porque tenía importantes limitaciones de movilidad. Se ayudaba de sus muletas y desempeñaba su función perfectamente. Su padre era un alto ejecutivo del Banco de España, de modo que acabamos quedándonos sin él cuando su familia fue trasladada a otro enclave. Como nos pasó con Manolo Soria, hijo del jefe de Correos y Telégrafos. Manolo estudió medicina en Madrid y se jubiló siendo el director médico de una de las más importantes aseguradoras sanitarias (Asisa), después de realizar una labor extraordinaria en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo como jefe del servicio de Rehabilitación. No hace mucho, el pasado 29 de diciembre falleció en Madrid, su ciudad natal.
La Feria de Algeciras le debe mucho a Antonio Berrocal Briales, primero como político, como concejal delegado de la organización de la Feria, y luego como gerente. Tanto en lo que atañe a la realidad del Parque Feria y a su diseño, como a la organización de la Feria y Jornadas Taurinas, Berrocal es una de las figuras históricas de referencia.
Los carteles de los años en que él estuvo al frente de la gestión de la Feria, son únicos y constituyen una colección de gran valor artístico. Perez Villalta, Barroso, Vargas, Pacheco, López Canales son algunos de los artistas que pusieron su creatividad y habilidades al servicio de la imagen de nuestra ciudad. Berrocal era un asiduo del Mesón Algeciras cuando visitaba Madrid y prometió en una ocasión a Juan Guerrero –hombre de palabra fácil y muchos conocimientos de nuestra realidad social, Especial de Pura Cepa años más tarde− su nombramiento como pregonero de Feria en la edición siguiente. No cumplió su palabra y tuve ocasión de reprochárselo duramente por escrito en Europa Sur, lo que no obsta para reconocer su papel fundamental en la modernización de nuestra Feria. Los duendes malos que revolotean por los pasillos alrededor de los lugares frecuentados por los políticos, han impedido hasta ahora que se perpetúe en algún lugar el gran trabajo que llevó a cabo Berrocal, casi podría decirse que a beneficio de inventario.
Esa Feria que empezaba el sábado que despedíamos la existencia del Mesón Algeciras de Madrid, iba más allá de junio. Ha ocurrido en ocasiones, pero en esta ¡alcanzaba cuatro días del mes de julio! Una idea de la entidad que tenía la Fiesta puede dárnosla el hecho de que en 1999 se celebraron once festejos taurinos, de los que nueve fueron corridas de toros y dos novilladas nocturnas, coincidiendo estas con las de toros que hubo esos mismos días por la tarde. Del domingo 27 de junio al lunes 5 de julio, ambos inclusive, se mataron toros de ganaderías de más o menos relieve, entre las que estaban la de Eduardo Miura y la de Mª Luisa Domínguez Pérez de Vargas. Tres toreros algecireños habría que destacar entre las grandes figuras. Junto a Emilio Muñoz, Pepín Liria, Miguel Abellán −hoy director de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid−, Tomás Campuzano, Finito de Córdoba, Dávila Miura, Curro Romero, Morante de la Puebla, Espartaco, Rivera Ordoñez, José Tomás, El Juli y Paco Ojeda entre otros; hicieron el paseíllo los algecireños, Gil Belmonte –que había tomado la alternativa el año anterior, apadrinado nada menos que por Curro Romero−, Daniel Duarte como novillero (hoy en la cuadrilla de Manzanares) y José María Soler (uno de los grandes toreros de plata del momento, hoy en la cuadrilla de El Juli) que, en la corrida del sábado 3 de julio, tomó la alternativa de manos de José Tomás (en cuya cuadrilla torearía años después) actuando como testigo, precisamente El Juli.
La aparición en 1969 de la caseta “Loz der pueblo” marcó, como es bien sabido, un antes y un después en la estructura de la Feria. Supuso la redefinición de un acontecimiento social, que yo situaría a la cabeza de todos cuantos forman parte de nuestros modos de entender la convivencia, tan importante, y en la que juega un rol decisivo la hostelería de calle. Como el comercio de proximidad. La vitalidad de las ciudades depende del dinamismo de sus calles y éste de la presencia activa de lugares a los que acudir y donde encontrarse. No sé yo si los administradores públicos son del todo, conscientes de ello. La puesta a nuestro alcance de medios como la televisión y el fácil acceso a la información y al entretenimiento personalizado, es un factor muy poderoso contra la socialización. No es posible competir con ellos, pero las Administraciones locales pueden favorecer, con recursos imaginativos, la vitalidad de los nódulos de relación que representan la hostelería y el comercio de proximidad. Casetas tan clásicas como la del Casino o de tanta solera como las de la peñas Miguelín o El Chumbo, derivadas del protagonismo social de las entidades de las que dependían, formaron un frente renovador que eclosionó en los años setenta y llegó al final de los ochenta a reunir a más de sesenta casetas con un dominio casi absoluto de la iconografía, la música y el ambiente propios del territorio y de su idiosincrasia. Las casetas, históricas, del Casino y de la Peña El Chumbo (Los Chumberos) ya no existen y la de la Peña Miguelín ha perdido su contenido social y subsiste como negocio de hostelería. Ello puede darnos una idea de la evolución de la Feria.
A poco de cerrarse el Mesón Algeciras, entró en la recta final de su existencia la Casa del Campo de Gibraltar en Madrid, heredera del Círculo Linense, que mantuvo durante años un lugar preeminente entre las casas regionales asentadas en la capital de España. Estaba en la calle Fomento, en el corazón de Madrid, en un magnífico local cercano a la Plaza de España, a espaldas de la Gran Vía, vecino del Café de Chinitas. El día 4 de julio siguiente a la definitiva clausura del Mesón, se celebró una asamblea de socios en la que se acordó la desaparición de la institución campogibraltareña. A los ayuntamientos de la comarca ya no les importaba. Tuvo de presidente a una de nuestras figuras científicas más importantes, el linense Salustiano del Campo y editó en el ecuador de los años setenta una revista de calado, Carteya, que en algún sentido puede ser considerada el antecedente de nuestra celebrada Almoraima.
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