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Jaime Sicilia
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Este domingo se clausura en Madrid la exposición antológica sobre la obra de Guillermo Pérez Villalta (PV), denominada El arte como laberinto. En lo que respecta a este gran artista, ya situado entre las figuras más relevantes de las artes plásticas de su tiempo, conviene resaltar su asociación con la comarca. Nació en Tarifa, creció en La Línea y Málaga, llegó a Madrid con nueve años, en 1957, y quiso que fuera Algeciras referencia ineludible de su obra.
Su madurez como artista habría que situarla en Madrid donde ya avanzada su adolescencia, accede a la Escuela Técnica Superior de Arquitectura cuando todavía este tipo de instituciones de formación superior, eran entidades independientes del entramado universitario. Ésta y la de Barcelona eran las únicas escuelas superiores de arquitectura que existían entonces, antes de que se crearan las universidades politécnicas de Madrid y de Cataluña, en 1971.
No hay duda de que la arquitectura tiene mucho que ver en la fuerza creativa y, sobre todo, en la inspiración de PV. Incluso se percibe una intención descriptiva que se parece mucho a una instrucción orientada al diseño. La figura humana, sobre todo la masculina, mucho más presente en su discurso plástico que la femenina, no es un elemento secundario en su obra, pero cuando se trata de referirse al aparato físico u ornamental, la percepción del trazado envuelve formas geométricas propias del dibujo técnico. Es evidente que PV tiene alma de arquitecto.
Él confiesa que estuvo casi una decena de años enganchado a la Escuela, pero no terminó los estudios que le habrían conducido a la obtención del título. Quizás haya algo de frustración en el artista respecto de la ausencia en su brillante palmarés, de ese título oficial, el de arquitecto, que le habría permitido “hacerlo todo”; lo que a él le gusta: no tener que limitarse a la obra de arte en concreto sino abarcar también el espacio en el que va a alojarse.
Pero, para una persona tan perceptiva, tan del arte y, más que nada, tan de la libertad que supone la creación desprovista de ataduras, no puede ser fácil cumplir con todos los requisitos que exige un título oficial. La obra de arte, cuando no sólo es belleza, cuando no sólo es un bien que se ofrece a los sentidos, sino también –como sucede con la arquitectura– un objeto de uso, tiene que estar amparada por el nihil obstat de la sociedad.
Cuando en los primeros años noventa, PV recibió la propuesta de diseñar un edificio en Algeciras, debió entrar en un verdadero éxtasis. Se le ofrecía la posibilidad de “hacerlo todo”, bien que se precisaba un arquitecto que asumiera la responsabilidad añadida a la obra de arte para poder hacer de ella un objeto civil de uso público. El hoy llamado, gracias a un sabio acuerdo de la Corporación presidida por José Ignacio Landaluce, Edifico Pérez Villalta, se debe a una iniciativa de Victoriano Juan López Cuevas, a su constancia, a su tenacidad y a su fortaleza de espíritu, cuando era presidente de la Cámara de Comercio.
Tuvo que pelear duro con los obstáculos que las circunstancias y la condición humana le pusieron por delante, pero pudo con ellos. Guillermo se prestó en cuerpo y alma a realizar la tarea; tuvo la suerte de contar con aquel gran algecireño que fue López Cuevas, y con el arquitecto Enrique Salvo Medina, y así pudo concebir y realizar con éste, esa magnífica obra de arte arquitectónica que bien merecería un acomodo del entorno que hiciera aún más patente su belleza.
La exposición antológica organizada por Óscar Alonso Molina en la Sala Alcalá 31 de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, entre el día 18 de febrero y el 25 de abril, tiene también en su conjunto el sello del artista. El sitio se acomoda a sus gustos, lo ha podido “hacer todo”; organizar un laberinto de revueltas y rincones que permite al visitante aislarse con cada obra, con cada cuadro, con cada pieza ornamental, con cada mueble y observar como la luz juega con los recovecos a sorprender al que se detiene en cualquiera de ellos.
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