Capilla de la Dehesa de la Punta, en Getares

Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

El edificio se erigió capilla dedicada a la Santísima Trinidad, a Nuestra Señora del Rosario y a San Nicolás de Bari

Creación de la Diócesis de Algeciras en el año 1344

Restos de la Capilla de la Dehesa de la Punta o de la Santísima Trinidad y de la cabecera de la iglesia con la hornacina donde debió estar entronizada la imagen de Nuestra Señora del Rosario.
Restos de la Capilla de la Dehesa de la Punta o de la Santísima Trinidad y de la cabecera de la iglesia con la hornacina donde debió estar entronizada la imagen de Nuestra Señora del Rosario. / E. S.

Cuando algún senderista se ha aventurado a ascender las laderas de las colinas que cierran la bahía de Algeciras por el suroeste (pagos de Getares, el Cerro de la Horca y la dehesa de la Punta) se ha topado con las ruinas de una antigua edificación que se alza en la cumbre de una de esas colinas, desde la que se puede contemplar un espectacular paisaje de la bahía y el peñón de Gibraltar. Más de uno contactó conmigo para preguntarme qué había sido, en el pasado, aquella solitaria edificación que, dado su estado de destrucción, era difícil de poder interpretar en la actualidad, conocer su antigua función o vincularla con alguna estructura dedicada a labores agrícolas o a otra actividades de carácter agropecuario, habitacional o religioso.

Atraído por aquella solitaria y arruinada construcción y deseoso de conocer su origen y su antigua función, hace años, procedí a investigar leyendo a algunos autores locales y consultando ciertos documentos del Archivo Municipal que podían tratar de lo que habían sido aquellas ruinas y cuál fue la función que desempeñó, en los siglos pasados, en un lugar tan alejado de la ciudad.

Lo que se expone a continuación es lo que logré averiguar con la lectura de los respetados historiadores que escribieron sobre el asunto en el siglo pasado y en la escasa documentación conservada y localizada.

Desde la incorporación de los términos de las Algeciras en 1462 a la recién conquistada ciudad de Gibraltar por Rodrigo Ponce de León y el duque de Medina Sidonia, las tierras que hoy constituyen el término municipal algecireño estuvieron ocupadas por vecinos de la Roca que tenían a este lado de la Bahía sus campos de cultivo, dehesas para la estancia y sustento del ganado y cortijos cuyos nombres han llegado hasta nosotros, como el Cortijo de las Monjas y el de Algeciras y las dehesas de la Punta y del Novillero.

Litografía realizada en 1837 por el alemán Wilhem Gaïl titulada “Der bolero in Algesiras” en la que se puede apreciar parte de la Capilla de la Dehesa de la Punta.
Litografía realizada en 1837 por el alemán Wilhem Gaïl titulada “Der bolero in Algesiras” en la que se puede apreciar parte de la Capilla de la Dehesa de la Punta. / E. S.

Los abruptos terrenos situados entre Getares y la Punta del Carnero, aterrazados como aún puede observarse en parte en la actualidad, se dedicaban al cultivo de viñedos según manifiesta en su excelente crónica histórica el jurado gibraltareño Alonso Hernández del Portillo a principios del siglo XVII. Estos pagos, junto a los plantíos de vides situados en torno a San Roque y el río Guadarranque, producían vinos de excelente calidad que se exportaban por mar a Flandes, Inglaterra, Francia y a muchas partes de España, escribe Portillo.

Después de la toma de Gibraltar por la escuadra anglo-holandesa en nombre del Archiduque Carlos, en 1704, y del nacimiento de las nuevas poblaciones de San Roque, Los Barrios y Algeciras, los terrenos situados en las laderas de los montes cercanos a Getares -pertenecientes a Algeciras desde el año 1755- continuaron cultivándose y sembrándose de viñedos, como se puede comprobar en la documentación conservada en el Archivo de Protocolos Notariales de Algeciras, y produciendo vinos hasta la decadencia y desaparición de este cultivo en la zona a causa de la plaga de filoxera que asoló España en la década de 1870.

La mención de los “vinos de la Punta” y los topónimos relacionados con el cultivo de la vid que se conservan en la zona, como “Viña Luna” o “Viñalona”, “Viña Grande” (donde se localizaba la capilla referida en este articulo) o la “Cala de la Parra” son evidencias de la pujante actividad vitivinícola que existió en la Algeciras del siglo XVIII y que, en opinión de algunos investigadores y estudiosos, dio nombre a una afamada clase de vinos rotulados como “Especial”.

A mediados de la mencionada centuria, los numerosos campesinos, fervientes católicos, establecidos en los campos de Getares y en la Dehesa de la Punta tenían enormes dificultades para asistir a la misa de los domingos o acudir a cualquiera de los actos y ceremonias que las iglesias de la ciudad ofrecían a los fieles, así como a recibir, ellos y sus hijos, la enseñanza católica debido a la lejanía de sus residencias. Y no solo por la gran distancia a la que se hallaban sus viviendas de la ciudad de Algeciras, que les impedía acudir a oír la Santa Misa los días festivos en la iglesia de Nuestra Señora de la Palma, sino porque durante el invierno las veredas se volvían intransitables, arrastradas por las escorrentías, imposibilitando el traslado a la iglesia algecireña o recibir los santos sacramentos en caso de grave enfermedad o que se atendiera cristianamente a los fallecidos.

Fotografía tomada desde el mismo lugar en el que el artista alemán realizó el dibujo que sirvió de base a su litografía.
Fotografía tomada desde el mismo lugar en el que el artista alemán realizó el dibujo que sirvió de base a su litografía. / E. S.

Por esos motivos, en 1775 el presbítero Antonio Pérez Cruzado elevó al Ayuntamiento de la ciudad una petición con el objeto de que se le concediera autorización para edificar una capilla dedicada a la Santísima Trinidad, a Nuestra Señora del Rosario y a San Nicolás de Bari en la Dehesa de la Punta, situada cerca del cabo que cierra la Bahía por el suroeste conocido como Punta del Carnero, y poder atender a las necesidades religiosas de los colonos que residían en aquel apartado lugar donde tenían sus casas y sus parcelas sembradas de viñas.

El 15 de abril de aquel año el Consistorio algecireño, atendiendo a los justos razonamientos del presbítero, le concedió el permiso solicitado, nombrándolo, de acuerdo con las autoridades eclesiásticas provinciales, capellán de la iglesia que se iba a construir.

El obispo de Cádiz, Fray Tomás del Valle, también concedió la correspondiente licencia eclesiástica para la erección de la iglesia, alegando que era “una necesidad que los ciudadanos que residían tan lejos de la iglesia de Algeciras, pudieran recibir el auxilio espiritual de la religión”. Existe constancia documental de que la capilla se hallaba en construcción en el mes de octubre de aquel año. Según relata el historiador y cronista de la ciudad, Manuel Pérez-Petinto, en su libro Historia de la Muy Noble, Muy Patriótica y Excelentísima Ciudad de Algeciras, cuando aún no habían finalizado los trabajos de edificación de la iglesia, el capellán se quejó ante el Consistorio por los desaires y los disgustos que le estaba causando cada día Sebastián de Sanjuán, alarife que se hallaba a cargo de las obras y que, por tal motivo, pensaba hacer dejación de su cargo cediendo el dinero que había gastado hasta ese día a la capilla.

Sin embargo, el Ayuntamiento no accedió a su renuncia y “teniendo en cuenta la virtud, el celo y la caridad como tiene acreditado en el servicio de los pobres de la ciudad (...) acuerda no admitir la renuncia por conocer lo utilísimo que es para dicha capilla, y más, por cuanto este empleo no le puede producir otra satisfacción que la del servicio a Dios en que se ocupará, como se ha ocupado, enseñando la doctrina a los colonos pobres de la Punta que no pueden venir al pueblo y socorrerlos en las calamidades”.

Grabado coloreado representa a un grupo de personas presenciando el baile del fandango suelto delante de la Capilla.
Grabado coloreado representa a un grupo de personas presenciando el baile del fandango suelto delante de la Capilla. / E. S.

Gracias a un memorial entregado al Ayuntamiento de Algeciras el 21 de agosto de 1778 por el capellán de la Capilla de la Dehesa de la Punta, Antonio Pérez Cruzado ―que había vuelto a ostentar el cargo―, sabemos que este dio cuenta de que, en esa fecha, la iglesia se hallaba ya terminada. En ese memorial, también se adjuntaba un decreto de Fray Juan Bautista Cervera, nuevo obispo de Cádiz desde el año 1777, por el que se facultaba a Bernardo Narciso Pérez, vicario de la ciudad, para que visitara la nueva iglesia y la bendijera cuando estuviera bien dotada de los ornamentos necesarios y demás objetos litúrgicos dedicados al culto.

A partir de esa fecha consta que se estuvieron celebrando los cultos propios de la iglesia en la Capilla hasta que fue desamortizada y vendidas las tierras en las que se asentaba como consecuencia de los decretos desamortizadores de “manos muertas” aprobados por el Gobierno de la Nación a propuesta del ministro Juan Álvarez Mendizábal entre 1837 y 1840.

Abandonada a partir de los años cuarenta del siglo XIX, en las décadas siguientes se utilizó como cabreriza por los labradores de las cercanías, estando totalmente arruinada cuando Manuel Pérez-Petinto escribió su “Historia de Algeciras” en 1944.

Descripción del edificio

La Capilla de la Dehesa de la Punta o de la Santísima Trinidad se hallaba situada en la cima del monte que cierra la ensenada de Getares por el suroeste, en la zona conocida como “Viña Grande”. Para su construcción se aprovechó una antigua torre almenara que remataba aquel cerro a la que se añadió un cuerpo delantero de planta cuadrada, similar en dimensiones a la base de la torre, y dos dependencias, una a cada lado, también de planta cuadrada, todo ello con mampostería de sillarejos unidos con mortero de mala calidad. La planta de la Capilla, muy similar a las de las iglesias visigodas, hizo creer a algunos que la Capilla se había erigido aprovechando las ruinas de una de las iglesias rurales construidas en aquella época.

La dependencia situada en el lado de la Epístola se dedicó a residencia del capellán y la del lado del Evangelio a sacristía. En el edificio, aunque arruinado en la actualidad, aún pueden apreciarse su planta y la estructura original que tuvo cuando sufrió la torpe actuación de un Gobierno que pensaba que desamortizando los bienes eclesiásticos y de las órdenes religiosas se podrían repartir entre los pobres, cuando ocurrió todo lo contrario, porque las grandes posesiones agropecuarias confiscadas a los monasterios fueron adquiridas a bajo precio por los ricos hacendados del país y la alta burguesía urbana.

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