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La capilla del Santo Cristo de la Alameda

OBSERVATORIO DE LA TROCHA- NUESTRA ARQUITECTURA RELIGIOSA

En 1776 se inicia la construcción de un oratorio en una zona próxima al río de la Miel

En mayo de 1931, al proclamarse la II República, fue asaltada y quemada

Fue vendida y se instaló un almacén de vinos y posteriormente un taller de reparación de automóviles

El Ayuntamiento de Algeciras adjudica la reparación de la capilla del Cristo de la Alameda

Grabado de Louis Auguste Sainson (1801-1887).
Juan Carlos Martín Matilla

24 de marzo 2023 - 04:00

Algeciras/En 1776 se inicia, por iniciativa del cura Domingo Pérez, la construcción de un oratorio en una zona próxima al río de la Miel, en un lugar aún sin urbanizar, de terrenos inundables, usados como huertas; junto a las actuales calles Cayetano del Toro y Segismundo Moret. En esta parte de la incipiente población todavía subsistían los restos de la muralla medieval que circunvalaba la desaparecida Al Yazira al Hadra.

Al norte del lugar elegido se encontraba la extensa huerta del Ancla, un espacio rural contenido entre los restos de las citadas murallas, el camino a Tarifa, continuación de la calle homónima y que desde la actual plaza de Juan de Lima, por el puente del Matadero cruzaba el hoy desaparecido rio. La ribera de este, contenida entre el citado puente y la actual capilla cerraba la huerta del ancla y alojaba muy cerca del cauce fluvial uno de los mas antiguos cementerios de Algeciras, que alojaba a los difuntos del hospital militar establecido en el siglo XVIII en el lado sur de la popular Plaza Baja, del Mercado o de Nuestra Señora de la Palma.

El primitivo oratorio del Cristo de la Alameda consistía en una construcción prismática de planta cuadrangular, lo que permite conjeturar la hipótesis de que se elevó sobre los restos de una torre medieval, quizás albarrana, que defendería la desembocadura del río de la Miel.

La capilla y su entorno a principios del siglo XX.

En el primer tercio del siglo XIX se construyó una alameda, conocida como “alameda vieja”, en el lugar en el que décadas después se trazó la citada calle Cayetano del Toro, conocida popularmente como “calle Alameda”, que sigue el trazado de la liza medieval, según afirma el arqueólogo Salvador Bravo. Sobre los restos de su muralla y barbacana se fueron cimentando las viviendas de esta vía urbana. Esta calle comunicaba la plazuela de Juan de Lima, donde se levanta la capilla de san Antón sobre los restos de la puerta de Tarifa, y el desaparecido río de la Miel.

Con el transcurrir de los años aquel primitivo oratorio se fue ampliando en distintas fases constructivas, y ya en 1806 contaba con unas construcciones anexas a su ábside, que servían de almacén y con tres naves, la del primitivo oratorio y dos más añadidas hacia el oeste. En la nave central, cubierta por un tejado de tejas árabes a dos aguas y vigas de madera, en dos niveles, se encuentra un crucero con tres arcos de medio punto; en el testero de fondo se abre una gran hornacina con arco del mismo tipo, que debió de ser el altar de la capilla. Al principio de esta nave central, en la parte superior de su muro orientado al este se abre un original óculo coroliforme. La nave de la derecha es de menor altura y se cubre con un tejado de tejas árabes de pronunciada pendiente; en ella se abre una puerta que la comunica con un pequeño patio. En el intradós del arco que une esta nave con la principal se encuentra el anagrama de la Virgen María.

La capilla, en su fase de explotación para diversos servicios: peluquería, electricidad del automóvil, reparación de neumáticos. A la izquierda y también tapada por la casa, la entrada al importante Garaje Hispano.

La nave orientada al este, que constituye el primitivo oratorio, posee una cúpula de casquete sobre cuatro pechinas adornadas con delicadas molduras de rocallas y tornapuntas, de estilo rococó. La Trocha sugiere que estas delicadas molduras se pinten de otro color distinto del blanco de su fondo, con el fin de que destacaran. Asimismo, hay que mencionar la baquetilla o delgada moldura con molduras y arco rampante que orla la parte superior de la hornacina que se abre en el muro este.

La cúpula actual y tres de sus cuatro pechinas han sido reconstruidas en la restauración llevada a cabo en 2001, pues la cúpula original se había desplomado y sus restos se hallaban ocultos tras un falso techo de escayola. A partir de una de las pechinas decoradas que aún se mantenía, se reconstruyeron las otras tres. En la parte superior de sus tres paredes que dan al exterior se abren sendos pequeños óculos; no obstante, no se reconstruyó el que se abría en forma de trébol en la mitad de su muro norte, muy deteriorado por intervenciones posteriores cuando estaba ocupada por una barbería. Las aristas de su fachada exterior se hallan reforzadas por pilastras resaltadas, coronadas con finas molduras. Originariamente esta nave se cubría con un tejado de tejas árabes a tres aguas, que fue sustituido por otro a cuatro aguas tras ser restaurada.

La degradación del monumento. Al fondo, el citado taller para reparación de neumáticos y a su lado, la entrada al Garaje Hispano.

La fachada principal, orientada al norte, hacia la calle Cayetano del Toro, consta de dos cuerpos separados por una fina cornisa. En el inferior se abre la puerta de acceso al interior, adintelada y flanqueada por dos pilastras de orden toscano. Sobre el dintel discurre el entablamento, formado por arquitrabe, friso y cornisa. Esta se compone de varias fajas bastante voladas y se halla coronada por unas artísticas molduras en forma de volutas y tornapuntas, con un óvalo en el centro. La voluta superior se remata con un pequeño relieve en forma de piña, que simboliza la resurrección, según apunta David Martín Ríos, profesor y miembro de la asociación La Trocha. El friso inferior se embellece con metopas y triglifos, bajos los cuales resaltan cinco “gotas”. Los extremos de la parte superior de este primer cuerpo se adornan con molduras en forma de rosetas con pequeñas volutas. Esta nave principal y la lateral derecha avanzan con respecto al paramento del primitivo oratorio, en su lado izquierdo, lo que le confiere a este un aspecto de torre semi exenta. Hay que comentar que el ábside de la capilla es plano.

En el cuerpo de arriba, separado por una fina cornisa, se levanta la espadaña con un vano cerrado por un arco de medio punto, actualmente cegado, donde antaño hubo una campana, flanqueado por dos pilastrillas de orden toscano, con delicadas molduras en su fuste. Queda rematada por una cornisa sobre la que descansan tres piñones, que representan la Santísima Trinidad, según afirma David Martín Ríos. Estos piñones fueron repuestos en la restauración de 2001. Dos volutas de estilo jesuítico se disponen simétricamente a cada lado de la espadaña y en cada extremo resaltan unas molduras.

La capilla tras su restauración y conversión en museo de arte sacro.

En la restauración de 2001 se eliminaron la ventana inferior de la nave lateral derecha y el zócalo compuesto por baldosines color ocre con vetas blancas, característico de la decoración de los edificios de principio del siglo XX y que también existía en las pilastras de la iglesia de Ntra. Sra. De la Palma, antes de su reforma de 1999. En aquella restauración, en las excavaciones en el subsuelo de la nave central, se encontraron los restos de un pavimento de guijarros, de lo que se infiere que antes de la ampliación del oratorio original se extendía un camino, sobre el que posteriormente se levantó la actual nave principal.

Dentro de esta capilla se veneraban las sagradas imágenes del Cristo de la Piedad, de Ntra. Sra. de los Dolores y de San Juan Evangelista, que constituirían un Calvario. Tras la recuperación de la imaginería después de la contienda civil, con la recristianización de la sociedad, se volvieron a tallar imágenes que serían las herederas este calvario, con sede en la capilla de San Antón. En sus paredes se colocaban exvotos representativos de ciertas partes del cuerpo que se deseaban curar, así mismo también se pintaron sobre sus muros escenas de naufragios.

Decoración barroca sobre el acceso.

En el siglo XVIII, durante el Gran Asedio a Gibraltar de 1779 a 1783, los marinos, soldados y mandos del Ejército español iban a esta capilla a rezar diariamente. En sus pinturas murales se representaban el ataque de las lanchas cañoneras españolas y de las baterías flotantes. Tras este Gran Asedio, el templo cierra sus puertas al culto diario y solo se abre al pueblo para los oficios del Jueves Santo, de tal manera que sus enseres se trasladaron a la vecina capilla de San Antón.

Por desgracia, en mayo de 1931, al proclamarse la II República, fue asaltada y quemada como los otros templos de la ciudad y de España. Todas sus imágenes y exvotos se destruyeron y las pinturas murales sufrieron los efectos del incendio y no quedan restos algunos, por desgracia.

Fue vendida a particulares, quienes instalaron un almacén de vinos y posteriormente un taller de reparación de automóviles en la nave central y de la derecha y una barbería, en la de la izquierda, que fue el primitivo oratorio. Recuerdo verla totalmente degradada y en estado de ruina, llenas sus paredes de mugre y de grasa.

Detalle de la espadaña con su hueco cegado.

A mediados de los años sesenta del pasado siglo, hubo un momento de peligro para este monumento, pues circuló un rumor relativo a una amplia calle, que a modo de avenida, y paralela a la vía del tren, desembocaría en la banda del río, y para ello, era necesaria la demolición total de la capilla. Y esto se hubiera consumado gracias a la tradicional indiferencia local en cuanto al patrimonio cultural, que llegaba incluso a la estigmatización de los escasísimos defensores del, mismo, tachados tanto de maniáticos como de enemigos, tanto de la sociedad como del progreso, tal como sucedió en 1979, en el curso del agrio debate político y ciudadano que culminó en el salvamento y restauración de la Capilla de Europa.

En el caso de la capilla que nos ocupa, los únicos que mostraron preocupación e interés en su protección fueron solo algunos miembros de la Comisión Organizadora del Museo Histórico-Arqueológico de Algeciras (COMHAA), pero por fortuna esa reforma urbana no se plasmó en ningún proyecto serio, de lo contrario la capilla hubiera sido destruida como pocos años después lo fueron los últimos vestigios del Convento de la Merced, las murallas medievales que daban al paseo marítimo o pósito de granos, histórico edificio del siglo XVIII.

En los años ochenta se cierra el taller y la barbería es sustituida por un bazar. Su aspecto era totalmente desolador. Pero gracias a la decisión del entonces alcalde de la ciudad, Patricio González, tras ser adquirida, se procede a su restauración en 2001, inaugurándose en 2002 como museo de arte sacro. Este uso cultural duró pocos años, ya que la humedad procedente de la capa freática próxima al antiguo cauce del río de la Miel hizo mella en su interior, por lo que tuvo que cerrar sus puertas. No hace muchos años se procedió a realizar unas obras de drenaje para combatir esta humedad, con el fin de dedicarla a otro uso cultural distinto del citado museo.

Cuando se llevaron a cabo las tareas de rehabilitación, al limpiar sus paredes interiores, no se hallaron restos de las citadas pinturas murales y se comprobó cómo el edificio fue ampliándose a lo largo de los años, al mismo tiempo se constató la diferencia de nivel entre unas y otras partes de la capilla, lo que demuestra las diferentes etapas constructivas.

Cuando el trazado de la vía del ferrocarril se traslada de la orilla sur del río de la Miel a la orilla norte, el camino de hierro discurría por detrás de la capilla, muy cerca de su ábside. Ya a comienzo del presente siglo se urbaniza toda aquella zona y se la dota de un paseo peatonal. Esperemos que pronto la veamos abierta de nuevo como lugar de uso cultural, ya sea museo de cualquier temática. Su estilo arquitectónico se ha catalogado como “barroco popular”, una denominación demasiado vaga y general. Es obvio que muestra claras influencias barrocas, pero también del estilo rococó, que surgió a partir del barroco en las últimas décadas del siglo XVIII y que se caracterizaba por la delicadeza y preciosismo de su decoración. Pese a su sencillez, es una edificación muy notable que debe ser valorada en su justa medida.

Juan Carlos Martín Matilla es licenciado en Filología, vocal de Patrimonio de la Asociación Cultural La Trocha y miembro de la Sección 2ª del IECG.

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