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La Casa del Campo de Gibraltar se creó en 1972 y poco más de tres años después salió a la calle el primer número de la revista Carteya

El Mesón y la Casa del Campo de Gibraltar

Inauguración de la Casa del Campo de Gibraltar en Madrid (1973).

Esos años de vigencia del Plan de Desarrollo Económico y Social del Campo de Gibraltar, a los que bien podríamos aludir como la década prodigiosa, porque lo fue para la comarca, formaban parte de unas actuaciones nacionales escalonadas en tres planes trienales extendidos a lo largo de la década 1965 (más bien 1964)-1975.

La entrada en el Gobierno del general Franco, en 1957, de Fernando María Castiella Maíz, a título de ministro de Asuntos Exteriores, sería providencial para el Campo de Gibraltar. Tres años antes, en abril de 1954, el Gobierno había ordenado el cierre del Consulado General de España en Gibraltar. Era un modo de eludir el que habría sido un inevitable gesto de pleitesía ante la reina Isabel de Inglaterra, cuya visita estaba prevista para esas fechas, de una autoridad diplomática española en territorio invadido por la potencia que la reina personificaba. La verdad es que no me explico cómo existía ese consulado, pero lo cierto es que no sólo existió sino que sus orígenes se remontan al nombramiento del primer cónsul, en noviembre de 1716. Ni la presencia diplomática ni la de ninguna institución oficial española, como por ejemplo el Instituto Cervantes, está justificada en un lugar no reconocido como territorio extranjero, que es lo que ocurre de hecho cuando no se reconoce la soberanía británica sobre la colonia.

El caso es que esa particular circunstancia de ser Castiella ministro de Exteriores cuando el conflicto colonial se agudiza, hizo que este brillante bilbaíno, conjunción de ancestros de extracción diversa pero con un alto porcentaje de sangre vasca en sus venas, se fijara en este pintoresco rincón del mundo que siendo de muchas partes es único y peculiarísimo.

Como ocurre con la mayoría de las figuras importantes, la biografía de Castiella forma parte de las recogidas de modo explícito por la Real Academia de la Historia (RAH). Doctor en Derecho por la Universidad de Madrid (hoy Complutense), amplió estudios en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de París, en la Academia de Derecho Internacional de La Haya y en las Universidades de Cambridge y de Ginebra, donde colaboró temporalmente con la Sociedad de Naciones. En 1935 ganó la cátedra de Derecho Internacional Público y Privado de la Universidad de Madrid. Su biografía es impresionante, pero baste con este apunte al que quiero añadir la invitación a compararla con las de los actuales ministros, no tanto para inducir a la reflexión, sino, sobre todo, para ayudar a comprender la evolución de la inteligencia y preparación que asiste a la clase política española.

Castiella con el presidente Kennedy.

La carrera fulminante de este gran hombre cuyo nombre fue borrado del callejero de San Roque, siendo difícil suponer que existiera otro que hubiera aportado más beneficios y parabienes a la ciudad, se vio interrumpida y a punto estuvo de serlo también su vida, cuando los efectos del golpe de Estado de 1936 provocaron la formación de grupos en connivencia con reductos de los partidos políticos de la izquierda republicana, socialistas y comunistas del Frente Popular que desataron una persecución criminal contra quienes eran señalados como derechistas o reconocidos como católicos, contra el clero, las organizaciones afines a la iglesia católica y contra la propia iglesia, su jerarquía, sacerdotes y religiosos.

En enero de 1937, el profesor Castiella se vio obligado a refugiarse en la Embajada de Noruega, de donde saldría en 1939, siendo requerido en 1942 por el Ministerio cuya titularidad ostentaría años más tarde. Gran conocedor de las relaciones internacionales y de la idiosincrasia interna de la diplomacia española, una de las más antiguas y mejor organizadas del mundo, junto a las del Vaticano y la Británica, su nombramiento en 1957 para dirigirla supuso un espectacular revulsivo en la espera plana en que hacía tiempo había entrado la actitud del Gobierno respecto de la colonia, cada vez más entregada a su papel de base militar.

Todavía, en 1957, no se había diseñado una estrategia de desarrollo ni el Gobierno que tomó posesión el 25 de febrero, el octavo presidido por el general Franco, podía considerarse integrado por tecnócratas. Solamente, en este sentido puede señalarse a un ministro que apuntara maneras, Alberto Ullastres Calvo, economista forjado en la antigua Escuela Superior de Comercio de Madrid. Estudió además Derecho, doctorándose en 1944, y ganó en 1948, con 34 años, la cátedra de Economía Política y Hacienda Pública. Después, al crearse la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, se trasladó a la de Historia Económica del nuevo centro de la Universidad de Madrid.

Hombre de profundas convicciones religiosas y gran capacidad de trabajo, fue el modernizador de la economía española, el constructor de la España abierta a Europa y el gestor de la presencia de nuestro país en la instituciones internacionales, impulsada, en diciembre de 1959 por la visita del presidente Dwight D. Eisenhower, de Estados Unidos de América, tras la magistral gestión dirigida por Castiella, que significó de hecho e inmediatamente de derecho, la integración de España en el orbe diplomático de Occidente.

Los tecnócratas aparecerían en el décimo Gobierno de Franco, a mediados de 1965, aplicando un plan de desarrollo básicamente diseñado por el anterior que se mantuvo de julio a julio de 1962 a 1965. La incorporación, en 1962, al Consejo de Ministros de Mariano Navarro Rubio, ministro de Hacienda, y de Gregorio López-Bravo de Castro, ministro de Industria, y en 1965 de Laureano López Rodó como ministro sin cartera, constituyen la clave de lo que explica el espectacular despegue de la economía española y el progreso industrial de España, completamente partícipe ya entonces del comercio internacional y de las instituciones europeas y occidentales.

Página publicitaria en el núm. 1 de Carteya (1976).

Navarro Rubio pertenecía a una modesta familia de campesinos de Burbáguena, una pequeña localidad turolense a unos 90 kilómetros al norte de la capital. Alumno de Castiella y condiscípulo de Ullastres, estudió y se doctoró en Derecho. General del cuerpo Jurídico Militar, fue el creador del Centro de Estudios Hidrográficos y del Gabinete Técnico de la Dirección General de Carreteras.

Gregorio López-Bravo era ingeniero naval y fue el sucesor de Castiella en Exteriores, en el undécimo Gobierno de Franco, uno de los que más hicieron por la apertura de España al Este de Europa, no obstante cometer algunos desaciertos en lo que se refiere al contencioso de Gibraltar.

López Rodó completa la nómina, junto a Manuel Fraga Iribarne, de las figuras que más contribuyeron al aggiornamento de España en condiciones de asumir una democracia plena. Si hubiera que reducir a un nombre, a nivel nacional, el Plan de Desarrollo aplicado en la década prodigiosa, 1965-1975, ese sería el de López Rodó, que fue su máximo responsable. Catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de Santiago y, en 1961, de la de Madrid, puede ser considerado sin reservas como el gran reformador de la economía española y el impulsor de los cambios legislativos que permitieron una transición política ejemplar de una dictadura militar a una democracia parlamentaria y la restauración de la monarquía finiquitada a consecuencia del golpe disfrazado de 1931.

Castiella permaneció en el Consejo de Ministros con la cartera de Exteriores desde 1957 a 1969 y su servicio a España fue de una dimensión inconmensurable. Nunca antes, y mucho menos después, puede encontrarse a alguien que comprendiera con tanta profundidad y alcance la realidad colonial de Gibraltar. Eso le indujo a pensar en la Comarca y a proponerse que pudiera sacudirse los malos efectos de tener en el territorio una base militar extranjera con una población que, a cambio de soportar los riesgos que ello supone, se beneficiaría de toda clase de permisividades. Malo es que tal cosa pueda ocurrir en el área geopolítica a la que Gibraltar pertenece, pero mucho peor que una región, el Campo de Gibraltar, con una población creciente y una situación geográfica privilegiada, presagio de un futuro cada vez más confortable, tenga que soportar sin poder hacer nada para evitarlo no sólo una permanente amenaza nuclear, sino también una invitación a la evasión fiscal y a la corrupción generalizada.

Después de unos cuantos desplantes y de flagrantes violaciones del derecho internacional por parte del Reino Unido. Y de la constatación de que la permisividad británica con la población civil del Peñón podría llegar al extremo de conceder a la colonia un estatus parecido al de Andorra, el Gobierno español reaccionó cerrando la verja. Eso ocurre en 1969, pero ya hacía años que Castiella preparaba un plan de actuaciones en la Comarca para paliar los efectos del cierre.

Cuando Cepsa, al comienzo de la década de los sesenta, decide ampliar su capacidad de refino y se propone la construcción de una nueva refinería, la ubica en Vizcaya. Será, no obstante, un vizcaíno, el ministro Castiella, el que sugeriría a la compañía cambiar Vizcaya por el Campo de Gibraltar. Cepsa se beneficiaría de generosas concesiones y ventajas fiscales a cambio de acometer la industrialización de la Comarca, que en poco tiempo la convertiría en el primer polo industrial de Andalucía y en uno de los más importantes de España.

Cepsa presenta sus nuevos planes al Gobierno en 1964 y en 1967 se inaugura la factoría en el término de San Roque, bastante más cerca de La Línea que de Algeciras para desequilibrar a favor de la primera la oferta de puestos de trabajo. Al Gobierno le pasó desapercibido que la proximidad a Gibraltar y la imposible competencia con las derivaciones de su estatus seguirían afectando más a la población linense que cualquier iniciativa, por provechosa que ésta fuera. No hay nada peor que acercar a las debilidades y miserias del ser humano un foco de corrupción e ilegalidades y de ocultación de trasiegos financieros.

Parroquianos del Mesón Algeciras, hacia 1990.

La creación y gestión de la Casa del Campo de Gibraltar en Madrid estuvieron ligadas a los intereses del Plan de Desarrollo, del que sería gerente un algecireño de la calle Muñoz Cobos, esquina con Rocha: el economista, formado en las Facultades de Ciencias Económicas de Madrid y Barcelona, Manuel Natera García. Esa esquina donde los Fernández Calderón construyeron el magnífico edifico que hoy la ocupa. Allí instalaría uno de ellos, el inolvidable Argimiro, su gestoría, hoy dirigida por sus hijos.

Es una esquina con mucha solera. Ya lo ha cantado Alejandro Sanz, incitado a hacerlo por su amigo Juan Carlos Chaves, uno de los grandes gestores y comunicadores de la industria musical española, para estrenarla en el pregón de la Feria de su pueblo, Algeciras, en la edición de 2014. Nos dice este formidable actor de la música ligera que su padre, Jesuli, nació precisamente ahí, en la calle Rocha. Pero también nació en ese lugar Santiago Sarmiento, el nieto de la Tía Anica, ayudado por Doña Isabel Matías Rosales, partera y madre de Isabelita, la cajera de La Africana que se casó el día 8 de abril de 1936 en La Palma con Ignacio Pérez de Vargas, el propietario de Los Rosales. Y Juan José Nieto Peris, uno de los más brillantes alumnos del Instituto, de la Generación del Cronista, militar del Arma de Ingenieros y diplomado de Estado Mayor, que murió demasiado pronto.

La Casa del Campo de Gibraltar se creó en 1972, en el número 27 de la madrileña calle Fomento y, poco más de tres años después, en enero de 1976, se lanzó el primer número de Carteya. El Plan de Desarrollo del Campo de Gibraltar se extinguía y con él los viejos supuestos. La Orden de 9 de enero de 1979, por la que se aprobaba el reglamento del juego del bingo, concedía a “las sociedades mercantiles o entidades benéficas, deportivas o culturales” la posibilidad de explotar un salón de bingo. Fue un balón de oxigeno para las casas regionales.

Tercera erizada en el Mesón de Algeciras.

Ya bajo la presidencia del linense Manuel Matías, pero con arraigo en los modos del pasado inmediato, la Casa del Campo de Gibraltar mantuvo el tipo por algún tiempo aunque con una actividad que nada tenía que ver con los años de su fundación. En los ochenta, la apertura del Mesón y su creciente popularidad reavivó a la casa regional. Se produjo una interacción entre las dos entidades, que fue beneficiosa para ambas. Las erizadas estaban por llegar y cuando llegaron, la una y la otra se situaron en primera línea de popularidad.

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