Algeciras entre mares, el más allá

Campo Chico

Estos pagos han sido asentamiento de las tres grandes religiones monoteístas y de su proyección universal

Demos gracias a Dios por habernos ofrecido la oportunidad de ser parte de esta geografía y de esta impresionante historia

Las columnas de Hércules.
Las columnas de Hércules.

Decía García Bellido que si la palabra hebrea “Tarschisch” comparte su radicación gramatical con el término griego “Tartessós”; lo que, al parecer, es bastante probable; entonces la región que se extiende a lo largo de las actuales provincias de Huelva y Cádiz, por el tercio sur de la península Ibérica, aparece ya aludida en textos anteriores al siglo VIII a.C.

En Isaías se habla de navíos de Tarschisch y en El Libro de los Reyes se hace referencia con el mismo toponímico a “un país lejano de Occidente”. La fascinación por lo remoto y la invitación a la imaginación para generar leyendas que ello supone, han convertido a Tartessós –o Tartesios; Tartessos, con una o dos eses, sin tilde para otros– en el Más Allá de las civilizaciones que inspiraron los primeros contenidos de la Historia. En Asia Anterior; donde los ríos Tigris y Eúfrates determinan una singular franja en la que florecieron diversas y sucesivas civilizaciones; y en Asia Menor; con la península de Anatolia recortando el extremo oriental del Mediterráneo; en esos lugares donde brotaron los orígenes del variopinto tejido cultural que hoy llamamos Occidente, el mar, inmenso, profundo y misterioso, debía seguramente de representar una propuesta para la exploración y el descubrimiento.

Como cuando al término del siglo XV los españoles decidieron penetrar en el horizonte por el que el Sol se retira, desde los lugares en los que se acababa el mundo conocido y con la percepción de que las rutas marítimas tendrían que conducir a los extremos occidentales de ese mundo; los pueblos mediterráneos de la antigüedad mirarían al Oeste dejando a la imaginación navegar sin trabas por el sueño, con la ilusión de vivir ensoñaciones.

Allá, muy lejos, el perfil último del Mare Nostrum sería el final de la Historia y el Estrecho, espectacular, entre las columnas de Hércules, el pasadizo para acceder al seductor mar de afuera, al Atlantis, al Mar Hesperios de Heródotos: a la mar Océana. Platón se refiere –es la primera mención conocida– a Atlántida en el Kritías y en el Tímaios.

El Estrecho con sus relieves.
El Estrecho con sus relieves.

La Atlántida pudo tratarse de una mera invención poética del pensador griego, tal como creía Aristóteles; acaso inspirada en lo que contaban los navegantes. Como con Tartesos, sobre la Atlántida también abundan fantasías y especulaciones. Aún más en este caso, pues al fin y al cabo acerca de Tartesos hay planteadas, ciertamente, muchas preguntas por responder, pero su existencia es, siguiendo a los expertos, más verosímil.

Tartesos y la Atlántida

Respecto a la Atlántida, la incógnita es ya su propia realidad: muy posiblemente la Atlántida no fuera más que fruto de la imaginación de Platón. Éste cuenta que más allá de las columnas de Hércules existía una isla inmensa, desde la que podía accederse a otras islas e incluso al continente, cuyos reyes habían creado un imperio grande y extraordinario que desapareció bajo las aguas como consecuencia de una serie de terremotos que, manteniendo su violencia por espacio de un día entero, devastaron el territorio.

Entre Europa y África.
Entre Europa y África.

Debido a los obstáculos que tan formidable hecatombe sembró en los fondos marinos, esos mares –dice el relator– son difíciles de flanquear. Atlantis –la isla de la Atlántida– fue la región de la Tierra que correspondió a Poseidón cuando los dioses la parcelaron y sortearon sus partes. Una vez acomodado en el territorio, Poseidón dedicó mucho tiempo al embellecimiento de la isla, sobre todo del centro, donde crió cinco generaciones de hijos. Al primero lo llamó Atlas y fue el que dio nombre a la isla y al mar de afuera. Al segundo lo llamó Gádeiros, conmemorando el nombre indígena de la región próxima, Gadeiriké, que luego sería Cádiz.

Hay quien adjudica también a Tartesos el carácter de invención, de recreación poética. El nombre aparece ligado a un río de “fuentes inmensas” y de “raíces argénteas” en los versos del poeta griego Stesíchoros, que vivió en Sicilia hacia el año 600 a.C.; a los que suceden variadas y numerosas alusiones, entre poéticas e históricas, a lo largo de dos siglos. Sobre todo en las continuas citas de Heródotos, entre las que tiene especial importancia la de un relato de naturaleza histórica que, aunque escrito en el siglo V a.C., se basa en el viaje realizado hacia mediados del siglo VII a.C. por Kolaios de Samos que, según contaba, llegó a desembarcar en las playas de Tartessós.

Aristófanes, comediógrafo que vivió entre el 445 y el 385 a.C., habla de las feroces morenas tartésicas de estos mares, y García Bellido compone un texto basado en escritos anónimos del poema geográfico de Avienus: Ora Marítima, en el que dice que “el límite oriental del dominio de los tartessios estuvo en tiempos, en la región de Murcia, y en el occidental en la de Huelva”.

Gibraltar en un grabado antiguo.
Gibraltar en un grabado antiguo.

La Bahía, el Estrecho

La Bahía, el Estrecho, estarían pues en el corazón del idílico territorio del tercio más meridional de la península. Cuesta creer que los navegantes se aventuraran más allá de las columnas de Hércules y es fácil suponer que de haber divisado el paso entre las montañas del norte de Marruecos, con alturas que alcanzan los cuatro mil metros, y la punta de Tarifa, tendrían necesariamente que haberse detenido en la contemplación y descripción del peñón de Gibraltar y de la bahía de Algeciras, que ofrece de manera ostentosa un recogido refugio a quienes se aventuran hasta asomarse al paso del Estrecho.

El perfil meridional de España no es hoy muy distinto de como sería tres milenios atrás: tres mil años es un instante de tiempo geológico. Por consiguiente, parece razonable suponer que lo que los navegantes describen, si es que hay alguna realidad tras los relatos y las leyendas que después de muchas trasmisiones orales acabaran en los textos, son visiones o ilusiones inspiradas en la contemplación de la costa mediterránea andaluza hasta la ría de Huelva y el estuario de los ríos Tinto y Odiel.

La Bahía desde el Peñón (Impulsa).
La Bahía desde el Peñón (Impulsa).

Hay que hacer un esfuerzo para imaginar a los navegantes aventurándose a atravesar el Estrecho de Gibraltar, remontando la costa exterior, abierta, hacia el Algarve portugués o descendiendo por la costa africana, aun teniendo en cuenta que aparecen frecuentes alusiones a las islas del mar de afuera o Atlántico, que hablan de lugares paradisíacos, llenos de ríos navegables y frondosos bosques. Las Fortunatae Insulae, en expresión latina, o Islas Afortunadas, podrían ser las Azores o las Canarias, si es que no eran meras fantasías. Bien es sabido que nuestro archipiélago aprovechó la oportunidad que le ofrecía, generosa, la Historia y la leyenda, para adoptar tan amable denominativo. Más allá o más acá de las columnas de Hércules, lo cierto es que la tierra andaluza y precisamente estos parajes serían para aquellos habitantes de las primeras capas de la Historia, el paraíso soñado: el jardín de las Hespérides.

El Jardín de las Hespérides

Esta tierra nuestra, pues, amigos, era ya primera plana en las fantasías de los pensadores de la antigüedad clásica, formaba parte de las mitologías y se constituía en un paraíso que ellos llamaban el Jardín de las Hespérides. Formando parte de la Hispania latina o de la Iberia griega, Andalucía, Cádiz, el Campo de Gibraltar, nuestra comarca, albergaron a los primeros pobladores peninsulares, a los bárbaros que entraron por el norte, a los romanos, a los musulmanes, árabes o no, y después de tanto ajetreo, de tanto ir y venir, la Historia nos dio por terminados: bastante escépticos, ingeniosos, irónicos, acogedores y dotados de una buena dosis de autocomplacencia, que bien nos vendría bajar de tono. En todos los períodos de nuestra riquísima historia, transcurrida en el territorio desde donde la mano de Dios impulsó la última etapa de la Creación; hemos sido principales. Nuestros ancestros hablaron las lenguas primitivas que aún conservan su estructura esencial en el vascuence, luego fueron las lenguas germánicas, después el latín, después el árabe y finalmente el castellano: evolución del latín que había echado raíces populares ya antes de la llegada del islam.

Baelo Claudia.
Baelo Claudia.

Nuestro paisano Pomponio Mela, contemporáneo de Jesús y del emperador Claudio, que escribió un tratado de Geografía en tres volúmenes: "De Chorographia" –citado repetidamente por geógrafos y naturalistas tan importantes como Plinio el Viejo– y una obra de gran valor descriptivo sobre la geomorfología conocida en su tiempo: "De Situ Orbis" (Sobre los lugares del mundo); es uno de tantos preandaluces, como Séneca, Trajano y Adriano que fueron personajes relevantes del Imperio Romano. Andalucía, dicen no pocos expertos fue la región española que mejor se fundió con la cultura romana. Los vestigios romanos en esta comarca son tan extraordinarios como abundantes, algunos como Carteia, sucesores de asentamientos fenicios.

La nación española se fragua en la Hispania romana –hace pues, algo más de dos milenios–, antes de eso no puede hablarse más que de conjuntos tribales más o menos desarrollados, en algunos casos como en Tartesos, al parecer, con una extraordinaria importancia y trascendencia. El protagonismo de lo que hoy llamamos Andalucía, es tan evidente como notable en la formación geopolítica de España. Lo es durante el Imperio y se mantiene en la fase siguiente, cuando los bárbaros se asientan en el territorio y desarrollan aquí una civilización sin precedentes entre sus antepasados.

Campo de Gibraltar, vista parcial.
Campo de Gibraltar, vista parcial.

Al-Yazira

La bahía de Algeciras ha sido siempre un lugar de principalísima importancia: Carteia, cerca de 200 años a. C. fue declarada “colonia libertinorum”, la primera situada fuera de Itálica, y aunque ya existía antes de la Hispania romana como asentamiento fenicio, su declaración de colonia “de los libres”, de los ciudadanos libres, suponía su plena integración en el imperio con anterioridad al comienzo de nuestra era. Las invasiones bárbaras no cambian las cosas en lo que al protagonismo de estas tierras, supone. La Hispania romana o la Iberia griega; es decir, lo que hoy llamamos España y Portugal, conjuntamente; siguió siendo un todo geopolítico en el que el sur mantuvo su tradicional predominancia. Casi tres siglos de intercambios entre la población autóctona y los invasores y sus descendientes, fueron decisivos en el diseño de nuestra personalidad. Hay un gótico hispano e incluso una escritura gótica española que trasciende al transcurso del tiempo.

Pero, desde luego, nada comparable a las historias y leyendas –rayantes en el mito– vertidas sobre la España meridional prerromana, ni como la heterogeneidad de sus habitantes y de quienes viniendo del otro lado del mediterráneo, fijaron por aquí su presente y fueron construyendo su futuro. La llegada del islam a poco de comenzar el siglo VIII, supuso una eclosión cultural formidable y, en términos relativos, la época más brillante de nuestra historia. Al-Yazira fue la capital de una provincia –una “cora”– de dimensiones algo mayores que el Campo de Gibraltar, que llegaba hasta cerca de Marbella y más allá de Gaucín, en esa serranía, la de Ronda, de la que somos el remanso marítimo. Al-Yazira, fundada por el caudillo Tarik, fue el primer asentamiento musulmán en la península, y aquí quedó bautizado el peñón como “monte de Tarik” o Yebel Tarik. Fue en esta “cora” donde nació Almanzor, el gran caudillo del islam, en una alquería a orillas del río Guadiaro, a poco de cumplirse el primer tercio del s. X.

Aquella casa y las ortigas

La conquista de Algeciras, después de un largo y penoso asedio; por las tropas castellanas, aragonesas y genovesas, materializada el día 26 de marzo de 1344, a resultas de su victoria en las vegas del río Palmones, supuso para el reino de Granada una durísima pérdida. Se trataba de una ciudad próspera de unos 30.000 habitantes, dotada del puerto más importante y con mejores posibilidades del sur de Europa. Cuando el rey Muhammad V consiguió recuperar la añorada al-Yazira, en 1369, fue tal su alegría que ordenó referenciarla en el palacio de Comares, en la puerta del Vino y en el patio de los Arrayanes de la Alhambra granadina, la última de las grandes realizaciones arquitectónicas del reino nazarí.

Diez años después de aquella celebrada reconquista y ante la presunción de no poder defender la ciudad de los ataques cristianos, el rey mandó destruirla. Al-Yazira desparecería del mapa y así estaría por espacio de más de tres siglos. Hasta los silencios de nuestra ciudad han quedado impresos en el telar de la Historia.

Donde yo nací y viví hasta los dieciséis años, en una vieja casa de la calle Real, con balcones, cierros y azotea, orillada a la pendiente cuando ésta se aquieta para ser embocadura de la plaza, un callejón de treinta metros conducía hasta el murillo donde un pequeño pantalán te permitía pescar cangrejos, erizos y ortigas.

Una vez hablé de ello en la calle de la Gloria, en San Isidro. Nada menos que una ortigada carnavalesca me permitía, vestido con traje académico, el de las grandes solemnidades universitarias, luciendo la muceta y el birrete de Doctor y la medalla de Catedrático; hablar de las ortigas cuya descripción está ya en Plinio el Viejo, el admirador de nuestro Pomponio Mela, en su monumental “Naturalis Historia” –Historia Natural–, una obra impresionante escrita en el primer siglo de nuestra era. Ese callejón se llamaba “Ojo del Muelle” y tuvo un puente, de lado a lado, testigo del pasado andalusí de Algeciras. Algún bárbaro –esta vez quizás del sur– armado de piqueta, lo hizo añicos y lo borró para siempre de la vista de los transeúntes. El callejón sería un acceso a un embarcadero interior que ocuparía el lugar de la plaza.

Qué duda cabe de que hay muchas sombras a evitar: tragedias, asedios y guerras, desgraciadas consecuencias de las miserias humanas; pero también hay luces y grandes artistas y creadores que hablaron en todas las lenguas, las propias y las de los invasores, que escribieron maravillosos tratados, que fueron cauce de las culturas mediterráneas hasta constituir las bases y los principios de lo que hoy conocemos como civilización occidental.

Porque estos pagos que Dios guarde, han sido asentamiento de las tres grandes religiones monoteístas, de las tres culturas y de su proyección universal. Por eso, queridos paisanos, somos gente privilegiada, hemos nacido o hemos adoptado este suelo y con ello lo hemos hecho nuestro. Es cosa de Dios, desde luego, pero también es un acto de voluntad mantenerse en él y llevarlo para siempre en el corazón. Démosle las gracias por habernos ofrecido la oportunidad de ser parte de esta geografía y de esta impresionante historia que se aúnan en lo que nos rodea. Y por habernos permitido integrar el paisaje en nuestros corazones.

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