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El joven inglés está sentado en la orilla. Tiene la mirada fija en la noche, pero no en la gran masa de agua oscura de la Bahía y ni siquiera en los reflejos de las luces del Peñón que emerge en el fondo. Solo tiene ojos para la enorme luna rosada que corona la madrugada de agosto. Parece hipnotizado. Está solo. En sus manos descansa una guitarra.
En ese momento, el joven inglés no sabe que aquella luna rosa le inspiraría una de las canciones más bellas jamás compuesta. Tampoco que se integraría en su tercer álbum, uno de los más sombríos de la historia del folk. Ni siquiera intuía que tres años y tres meses después, con solo 26 años, moriría lejos de allí, en casa de su padres, por una sobredosis de amitriptilina, un tipo de antidepresivo. Estaba en la cama. Escuchaba a Bach. Aquel día en una playa algecireña tampoco podía saber que a partir de entonces acabaría por ser reconocido como uno de los artistas más importantes del siglo XX, con una influencia que sigue creciendo, todavía sin haber encontrado su techo.
Aquel joven inglés que contemplaba la Bahía se llamaba Nick Drake y en el verano de 1971 pasó dos semanas en Algeciras para intentar escapar de un atasco creativo que le atormentaba. Eso fue en agosto. En octubre, de vuelta a Reino Unido, pasó dos noches en un estudio con la única compañía de un ingeniero de sonido y alumbró Pink moon, un disco oscuro y minimalista. Cuando terminó, fiel a su carácter esquivo, se presentó en las oficinas de Island Records, depositó la cinta en el mostrador de la recepción, se dio la vuelta y se fue por donde vino. Cuenta la historia que el master durmió todo el fin de semana en un cajón hasta que fue descubierto a la semana siquiente.
La presencia de Drake en Algeciras era una leyenda fraguada con los años. Hasta que un buen día, cuarenta después de la escena de la playa, cayó en las manos de José María Pérez García, un algecireño enamorado de la música del inglés, el libro Más oscuro que el más profundo mar. En busca de Nick Drake, en el que el escritor Trevor Dann retrata la controvertida vida del artista maldito por excelencia. Ahí leyó: “En el verano de 1971, Chris Blackwell le ofreció a Nick su villa en Algeciras, en la Costa del Sol española, para que se recuperara de lo que Island Records todavía tenía la esperanza de que fuera un problema temporal”. José María Pérez quedó atónito. Y decidió buscar la casa. No paró hasta que la encontró. Y de aquello surgió un cuento (El fantasma de Nick Drake y otros relatos póstumos, Imagenta Editorial, 2018) en el que fabula sobre el encuentro del músico con el pintor Helmut Siesser y su recorrido por una Algeciras en la que llegan a cruzarse con Paco de Lucía.
José María Pérez García contactó primero con el legendario Chris Blackwell, el fundador de Island Records, un tipo que se había entretenido en descubrir a Bob Marley, U2, Cat Stevens, Grace Jones, Steve Winwood, Melissa Etheridge, Tom Waits, The Cranberries, Richard Thompson y PJ Harvey, entre otros. No consiguió muchos datos, así que optó por tomar otro camino. El único que le quedaba se lo ofrecía Joe Boyd. El extraordinario productor y cazatalentos se había convertido en el gran mentor de Drake desde sus inicios. Bajo su tutela, Nick fabricó sus dos primeros discos, Five Leaves Left (1968) y Bryter Layter (1970). Boyd, descubridor de Fairport Convention, Pink Floyd o The Incredible String Band, llevó a bluesmen como Muddy Waters a Inglaterra, produjo a Eric Clapton, REM y Billy Bragg y era el director de escena cuando Dylan enchufó por primera vez la guitarra. Sin embargo, Boyd vendió Witchseasons a Island Records y Drake, sin él, profundizó en su estado de depresión.
A José María Pérez García, Boyd le contestó a través de Instagram una noche que al algecireño todavía le emociona mientras muestra las capturas de pantalla. A través de él consiguió su primer objetivo, del que ya había casi desistido: hablar con la hermana de Nick Drake, Gabrielle, gran actriz de teatro y series de televisión que confirmó lo adelantado por Trevor Dann.
Nick Drake estuvo en Algeciras, en una casa que era propiedad de Chris Blackwell porque había realizado muchas inversiones en el mercado inmobiliario en varios países. Quién sabe si en el momento en el que decidió que lo mejor para conseguir que Drake dejara la depresión y saliera del colapso creativo en el que esta sumido era que se fuera un par de semanas solo a otro país, la de Algeciras era la única que tenía libre. O a lo mejor influyó que Drake ya había estado aquí años antes, aunque de paso, cuando viajaba hacia Marruecos en una época en la que era un compulsivo consumidor de cannabis.
El caso es que Grabielle ratificó la visita de su hermano a Algeciras y algo más. Aquellas dos semanas las pasó, le dijo a José María Pérez García, en un chalet de la calle Palmera. Bingo. La vía se encuentra en la Colonia San Miguel y el escritor metido a periodista de investigación consultó los registros –faltan muchos datos de la época– hasta concluir que en aquellas fechas solo había tres casas en esa calle. Una fue destruida. De las dos que quedan ninguna pertenece en la actualidad a sus propietarios de entonces y ningún vecino recuerda de quién eran. Por supuesto, nadie recuerda tampoco a ningún joven inglés con una guitarra, mirando fijamente la luna rosa de Getares o El Rinconcillo. Entre otras cosas porque Nick Drake no hablaba español y ni siquiera en inglés era muy dado intimar con alguien.
Pink Moon, el álbum, apenas tuvo repercusión comercial, como tampoco la habían tenido los dos anteriores trabajos de Drake. Aquello parece ser que atormentaba al artista, al poeta, al músico y a la persona, al que sin embargo le podía su timidez y se resistía a participar en la promoción de sus discos. Mucho menos en entrevistas. Tras su fallecimiento, que apenas mereció unas pocas líneas en la prensa musical, la legión de admiradores de su exigua obra fue aumentando poco a poco, aunque solo entonces con entendidos en la música y amantes del folk. Hasta que en 1999 Volkswagen utilizó la canción homónima como banda sonora del anuncio de su nuevo descapotable en EEUU y la carrera de Drake dio un salto. Todo el mundo comenzó a preguntarse quién era el autor de esa joya que aunaba folk y pop con tanta melancolía y sensibilidad. A partir de ahí su leyenda ha crecido cada año. Su música aparece mencionada como influencia de músicos como Elliott Smith, Robert Smith, Peter Buck, Badly Drawn Boy, Kate Bush o Paul Weller. Norah Jones y Elton John versionaron sus canciones, que aparecen en numerosas películas y han generado muchísima literatura. La última, el relato de José María Pérez García, una joya que cuando uno acaba de leerlo piensa que ojalá hubiera sido realidad. Porque toda esta historia, toda la vida de Drake, está sembrada de enigmas y de incógnitas. Nadie sabe, por ejemplo, si aquella bellísima canción a la que da nombre una luna rosa la escribió Drake quizás inspirado en una noche solitaria a orillas de la Bahía de Algeciras. Mucho antes de que decidiera marcharse con su enigmática guitarra allá donde descansan las leyendas.
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