La Feria, por aproximaciones
Campo chico
Costaría entender la tauromaquia sin España, pero sería imposible entender España sin la tauromaquia
Mr. Lieb, aquel austriaco que tanto quiso a Algeciras, preparaba su carroza en los jardines del Cristina
La Feria, Guerrero y los Primo de Rivera
Algeciras/Este acontecimiento social que es la Feria de Algeciras se dio ayer por terminado. La traca final rompería las primeras oscuridades del anochecer, anunciando que se acabó lo que se daba. Hace unos años, el domingo, tal como hoy, era todavía feria y el lunes siguiente, tal como mañana, el lunes de resaca se constituía en fiesta local para permitir que el personal se relajase sacudiéndose las tensiones, los buenos ratos y, en fin, de las emociones de la que quizás sea la feria más larga de España.
Una jornada menos respecto de los años, unos cuantos ya, en que se especulaba con el elevado número de días, diez en la práctica, que se integraban en el transcurrir de la fiesta. Finalmente nos hemos quedado casi igual, tal vez por aquello de que hagamos como que cambiamos para que todo siga como está. Oteando el horizonte trasero, es decir, mirando hacia atrás, los cambios han sido muy considerables. La reducción que supone desintegrar el último domingo se compensa con creces considerando que, quince días antes del primer domingo de feria –en esta ocasión, el lunes día 10–, llegan los primeros olores del formidable ambiente enriquecido por la tauromaquia, imprescindible complemento de nuestras ferias. Porque –como dice mi amigo, el antropólogo francés François Zumbiehl– costaría entender la tauromaquia sin España, pero sería imposible entender España sin la tauromaquia.
Junio suena a Feria de Algeciras. De hecho, la primera, la de 1850, se ubicó en los tres primeros días de este mes que alberga, en el que acoge la noche más corta del año, el comienzo del verano. El décimo día del mes llegaban las jornadas taurinas, una ocurrencia que tuvo Crescencio Torés hace casi cuatro décadas y que unos cuantos paisanos han enriquecido hasta convertirlas en una de las mejores de las tierras del toro bravo. La figura de Torés es esencial en tiempo y modos para justificar la existencia y vigencia de esos encuentros en los que aficionados y gente del toro, en el sentido más amplio, participan cara al público en un pequeño debate de ideas y de confrontación de ideas. Cuando nacieron las jornadas, en 1985, la tauromaquia no estaba en su mejor momento. Habría que acudir con energía a la moviola para dar con un tiempo sin apenas peros, para remontarse a los años cuarenta o cincuenta. Luego, ya bien avanzado el siglo pasado, la falta de entendederas de los administradores de la cosa pública y el dominio de la mediocridad y del desconocimiento que les fue invadiendo, empezaron a hacer estragos. La pandemia con la que arrancamos en la segunda década de éste fue un golpe cuasi mortal del que no estamos todavía recuperados. No obstante, lo peor está en los movimientos interesados, que envueltos en la niebla del “mire usted qué bueno soy” buscan con notable ingenio la forma de poner trabas a todo lo que se dé por consolidado a fuer de tradiciones y de identidades.
De 1850 para acá la Feria ha ido asentándose en unos pocos sitios alrededor del parque y recorriendo el mes entero, incluso atrapando unos cuantos días de julio. El fin del curso escolar fue empujando, se trataba de que para la semana de Feria se hubiesen acabado las clases y éstas se iban alargando de año en año, sobre todo cuando el contingente de estudiantes que accedían a la universidad empezó a ser significativo. Creo yo que es ya muy conocido el hecho de que en Algeciras ha habido tres plazas de toros, La Constancia, la Perseverancia y Las Palomas. Cuatro, para ser exactos, pues según parece hubo una de mampostería y madera precursora de La Constancia. La organización de corridas de toros, muy anteriores a la celebración de la primera feria, como ocurría con una buena parte de los espectáculos de masas, tenía por lo general una motivación recaudatoria orientada hacia proyectos de beneficencia. De hecho, el de la construcción de la capilla del Convento de la Merced indujo a los frailes mercedarios que ya se habían establecido en la ciudad a raíz de su conquista por Alfonso XI, en 1344 a la organización de espectáculos taurinos en 1765, diez años después de constituirse Algeciras en ciudad.
A Carmen Fuentes, la directora, una mujer admirable de brillante ejecutoria, y a los profesores del Ceper Juan Ramón Jiménez, en particular a Roberto Godino, hacia el que no pocos apuntaban como Cronista Oficial de Algeciras, se debe la feliz iniciativa de crear en su día, en el centro, un ambiente favorable a la difusión de nuestra historia patrimonial y social. No fue la única iniciativa pero, probablemente, la más referenciada y conocida en lo que al conocimiento y difusión del patrimonio cultural y social de Algeciras se refiere. En su seno nació AEPA 2015 de la mano de su ahora presidente honorario, Francisco López Muñoz, un hombre enraizado en nuestra idiosincrasia, conocedor profundo de nuestras vivencias. Como lo es José Luis Pavón Manso, fundador de La Trocha. Quizás debieran fundirse estas dos asociaciones para concentrar esfuerzos en la tarea común de hacer que seamos más de donde somos y que sepamos más de nosotros mismos. Sus aulas y su web son de gran utilidad cuando se trata de completar alguna información sobre un hecho, como es, por ejemplo ahora, referirse al Convento de la Merced y a las plazas de toros de Algeciras, una ciudad con una larga y honda tradición taurina, cuyo coso actual, Las Palomas, es uno de los más cómodos y bellos, en forma, modo y emplazamiento, del orbe taurómaco.
Casa Castro, la otrora tienda de comestibles convertida en un entrañable bar de tapas, hoy tristemente cerrado, puso sus paredes a modo de muestra de imágenes de todas las épocas de nuestra ciudad. Aquel lugar en el que tantas veces estuve con gente maravillosa, como el ceramista José Luis Villar o el pintor Helmut Siesser, forma parte de esa escena en la que tanto me gusta sentirme y situarme. Pepe Castro ha sido uno de nuestros históricos profesionales de hostelería y su negocio uno de los primeros “establecimientos con solera” que han sido oficialmente reconocidos por el Consistorio. Como sucedió con Los Rosales y con algunos otros, su continuidad se ha visto afectada por la personalidad insustituible de su administrador; del bruñidor, en fin, de su imagen última.
A Gibraltar, a su anacronismo y a su singularidad, se han añadido la proximidad de Marruecos y la intensa conflictividad que ha supuesto para España y para otros Estados europeos sus propias actuaciones expansionistas; para constituir un totum revolutum que ha costado muchas vidas y unas derramas de dinero público incalculables. Al inevitable condicionante social que suponen esos menesteres se añaden sus efectos económicos y de desarrollo. La historia de la comarca no puede entenderse más que teniendo en cuenta las realidades de su contexto geopolítico y el dinamismo social que insuflan en la convivencia de unas gentes sometidas a los violentos vaivenes de su entorno. La boyante y desigual sociedad dominada por un capitalismo que encontró en algunas de las ciudades más cosmopolitas y europeizadas del norte de Marruecos y tiene ahora en Gibraltar su residencia más próspera; han supuesto y suponen para el Campo de Gibraltar una economía sumergida y una incidencia monetaria, lúdica y de negocio favorable a cualquier manifestación festiva. La Feria de Algeciras era para los españoles pudientes del protectorado de España en Marruecos; cuya existencia se extendió a lo largo de casi medio siglo, entre 1912 y 1958; y para los poderosos hombres de negocios de la internacional ciudad de Tánger, un respiro lúdico y grato que aprovechaban. Mucha consolidación se debe a esos hechos, tanto de la Feria como de la importancia que adquirió su esencial soporte taurino; la Plaza de Toros de Algeciras tiene más historia y más solera que la mayoría, su capacidad actual, de más de once mil doscientas cincuenta localidades, se acerca nada menos que a la de Sevilla, que puede acoger a algo más de trece mil quinientos espectadores.
Después de la eclosión de la década de los setenta y hasta los primeros años del siglo actual, la Feria ha ido dejando la noche y abrazando el día. El bienestar facilitado por los ingenios técnicos ha ido haciendo más confortable el mediodía, mientras que la globalización ha adaptado los hábitos de los cuerpos serranos a cambiar la vieja costumbre de trasnochar por la más europea de madrugar. Las casetas han ido dejando que la solera y lo genuinamente andaluz vayan siendo sustituidos por el negocio y los ritmos foráneos adaptados o por adaptar. La caseta discoteca ha adquirido protagonismo y aunque permanecen nombres que recuerdan tiempos gloriosos, éstos son, en una buena parte, como el de Peña Miguelín, un brindis al pasado. Bien que todavía se ven diseños que parecen resucitar a figuras carismáticas, enganchadas, como la de Helmut Siesser, de modo indeleble a la memoria visual y al sentimiento. ¡Cuánto disfrutaría Míster Lieb viendo cómo ha progresado la cabalgata! Aquel austriaco que tanto quiso a Algeciras preparaba su carroza amorosamente en los jardines del Cristina, tal vez pensando que por la base de aquellos acantilados y terraplenes descuidados que daban al mar acabaría dibujándose un paseo para que las gentes del pueblo, los más pequeños sobre todo, disfrutaran de una de las mejores cabalgatas de feria que en el mundo han sido.
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