Historias de Algeciras: El Sexenio Democrático (1868-1874)
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Campo Chico
Algeciras/Un conocido historiador y divulgador gibraltareño, miembro del IECG y habitual contertulio y participante en muchos de los encuentros que tienen lugar en el Campo de Gibraltar, Tito (Mesod) Benady, ha sido por su edad (nació en 1930), propósitos e intereses testigo de primera fila de la evolución del nacionalismo gibraltareño y en particular de los momentos más significativos del actual estado de la cuestión. Ignoro si seguirá viviendo en la colonia o, como se deduce de algunas informaciones colaterales, reside actualmente en la campiña inglesa, en Grendon (Northamptonshire); un lugar tan asociado a su nombre que alguien, por lo inescrutable de la información, ha citado como su lugar de nacimiento. Lo importante del personaje está en su profundo conocimiento de la realidad sociopolítica de Gibraltar, en la encomiable labor de divulgación que ha realizado a lo largo de su ya dilatada vida y en ser, probablemente, el mejor conocedor de la comunidad judía sefardí a la que pertenece. Pero además, Benady no sólo ha reflexionado sobre su entorno, sino también ha mantenido una estrecha y ejemplar relación con la comarca. Tanto es así que hubo un momento en el que participó en el único intento serio, razonable y equilibrado llevado a cabo por iniciativa de un grupo de gibraltareños dirigido a integrar Gibraltar en su Campo sin menoscabo de su naturaleza y conservando los derechos adquiridos, derivados del anómalo encaje de la colonia en la comarca.
Es curioso, pero lo sucedido a Benady y a sus compañeros de fatigas en aquellos años de la década de los sesenta -que precedieron al cierre de la verja- apenas si ha aparecido de modo explícito y trasparente en sus muchos y variados relatos sobre el devenir de la colonia. No es de extrañar, porque no son para recordarlos si has estado implicado, pero, aun siendo para olvidarlos desde el sentimiento de rechazo que producen, son de una más que extraordinaria importancia para comprender en toda su extensión la actitud de la sociedad civil gibraltareña y, sobre todo, la de sus próceres. Es esencial que asumamos que el contencioso lo es porque lo que quieren esos próceres no es el equilibrio de intereses entre las partes implicadas, ni mucho menos, sino obtener para sí todas las ventajas a costa de los demás. Tienen la gran suerte de que ese inmenso trastorno que supone para ellos la decisión del Reino Unido de alejarse de Europa se produzca cuando España sufre las consecuencias de estar dominada por una clase política sin sentido de Estado. Si así no fuera, otro gallo cantaría. Porque España está perdiendo la evidente oportunidad, irrepetible de todo punto, de colmar sus tres veces centenarias aspiraciones a la integridad territorial.
Las autoridades civiles gibraltareñas han sabido diseñar una estrategia, costosa pero eficaz, programada para preservar un ventajoso estatus sin la menor concesión al equilibrio entre las partes. Desde los primeros brotes del nacionalismo, en vísperas de la trágica década de los cuarenta, esa estrategia ha supuesto el alquiler o la compra de voluntades y el despliegue de actuaciones dirigidas a implicar a señaladas personalidades de este lado de la verja, en sus propias actividades convirtiéndolas, inadvertidamente a veces, en servidores solidarios de la causa. En Gibraltar no existe la izquierda política, aunque siglas, trampas y componendas la aludan como si lo fuera. La izquierda no tiene asiento en donde el progreso económico y el bienestar social anida, porque la izquierda es esencialmente reivindicativa y reaccionaria, va a la contra y para ir a la contra tiene que tener contra qué ir. Otra cosa es el sindicalismo que, por su propia naturaleza, al ser reivindicativo, aparenta ser de izquierdas; ahí es donde reside la piedra filosofal que pone tipo donde el tipo no es más que un disfraz.
La democracia no es en Gibraltar sino un sistema doméstico, para relacionarse y para andar por casa. Los gibraltareños son los habitantes de un territorio militar, colonial, disfrazado de ultramar. Todo está sometido al criterio del gobernador, que es nombrado por el rey a propuesta del Gobierno del Reino Unido, sin que el pueblo de Gibraltar ni sus próceres tengan nada que decir ni puedan decir nada. El gobernador, por su parte, es un jefe de estado con poderes ejecutivos. Las decisiones del gobernador son inapelables, diga lo que diga el pueblo. Véase lo sucedido con el Brexit; Gibraltar fue el territorio bajo dominio del Reino Unido, en donde la permanencia en la Unión Europea recibió mayor respaldo: 19.332 personas votaron por la permanencia y 823 por la salida; un 95,9% de electores se pronunciaron por una opción que era inviable por estar sometida a la voluntad de la potencia dominante. Habida cuenta del montante añadido por el personal militar que votaría en el Peñón, seguramente hubo ingleses residentes en la colonia que votaron a favor de la permanencia. Sin embargo, los gibraltareños optarían las veces que hiciera falta optar, por permanecer bajo dominio del Reino Unido, simplemente porque es esa la única posibilidad que tienen de mantener un estatus de imposible radicación en cualquier otro supuesto. Por eso lo han trabajado bien subvencionando lo que fuera necesario, infiltrándose en los medios españoles y dando cobertura laboral a la tarea no sólo en términos confesables sino, mucho más allá, en los inconfesables.
Jóvenes españoles de familias influyentes de la comarca trabajan en bufetes y empresas públicas gibraltareñas, unos cuantos periodistas ejercen en España a sueldo o con detalles, según los casos, a cargo de las arcas públicas de la colonia y no faltan políticos, por lo general militantes activos del PSOE, que asesoran o dan consejos a los inquilinos del número 6 de la Plaza del Convento. Una emisora ofrece su propio nombre como ejemplo de servidumbre: Radio Bahía de Gibraltar (98.3 FM), que emite desde la pedanía sanroqueña de Campamento y lo hace de modo que parezca que Gibraltar no es más que otra ciudad de la comarca. Un equipo de fútbol compite a nivel de Estado y la iglesia católica de Gibraltar tiene línea directa con la Santa Sede. No sé si es posible llegar más lejos no siendo lo que no se es: “Hace propio al forastero –escribiría Francisco de Quevedo–: poderoso caballero es don Dinero”.
Un pequeño recorrido por los partidos políticos vivos en Gibraltar nos permite observar la ausencia en la política de la sociedad civil de la colonia, de planteamientos identificados con ideologías de izquierdas. El Reino Unido y EEUU, dos de las economías más sobresalientes del orbe capitalista, seguramente servirán de inspiración a los gibraltareños, pero, por si no fuera suficiente el parentesco, pensemos en que si Gibraltar fuera un Estado, su economía, con un pleno empleo, en la práctica, y el uso masivo de una mano de obra barata, sin exigencias ni afanes reivindicativos, por obvias razones ligadas a su manifiesta inferioridad, estaría en los niveles más altos del mundo. Añádase el oscurantismo consentido y bien disimulado del sistema financiero, tolerado por el Reino Unido por formar parte de sus estrategias de mantenimiento. La izquierda británica está atomizada en torno al Partido Laborista, un partido socialdemócrata de baja intensidad, burgués e indistinguible de la derecha moderada. Aún más a la derecha en sus planteamientos, que el laborismo británico, se sitúa el Partido Demócrata americano.
Ya en Gibraltar; el GSD (Gibraltar Social Democrats) es un partido decididamente conservador a pesar del nombre. Volveremos sobre él porque es el heredero de la Asociación para el Progreso de los Derechos Civiles, histórica formación a la que ya me he referido como origen del nacionalismo gibraltareño. El GSD fue fundado en 1989 sobre las cenizas de aquella iniciativa inseparable de la figura carismática de Joshua Hassan, y tuvo entre sus más brillantes timoneles a Peter Caruana, que entre 1996 y 2011 mantuvo a su partido en el vértice superior de la pirámide política gibraltareña. A todo lo más que alcanza la izquierda en Gibraltar es, para parecerlo, a apoyarse en el sindicalismo. Eso y no otra cosa es el GSLP (Gibraltar Socialist Labour Party), la réplica colonial al Partido Laborista británico; es el de Joe Bossano, su fundador, líder histórico del Sindicato General de Transportes, y el de Fabian Picardo. Y poco más, el GLP (Gibraltar Liberal Party) es una formación suavemente liberal con vocación de bisagra y el TG (Together Gibraltar) no es nada más allá del proyecto personalista de una de las hijas de Joshua Hassan, Marlene, que en 2017 tuvo la ocurrencia de formar en torno a sí misma un partido que apenas si obtuvo un diputado en las últimas elecciones. No, no es fácil llegar a comprender, siquiera superficialmente, el entusiasmo desbordante que por el capitalismo sui generis y de escasos escrúpulos que ha generado la clase política gibraltareña, sienten los socialistas españoles.
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