Una grandiosa tarde de toros

Perera indulta a 'Libélula', un notable toro de Jandilla

Dos orejas y rabo simbólicas para el extremeño quien le había cortado otra a su primero

Faena grande de José Tomás para cortar las dos orejas de un gran cuvillo

Miguel Ángel Perera, en el brindis del sexto a José Tomás. Rivalidad y torería en una instantánea que propició una de las más grandes y cálidas ovaciones de la tarde.
Miguel Ángel Perera, en el brindis del sexto a José Tomás. Rivalidad y torería en una instantánea que propició una de las más grandes y cálidas ovaciones de la tarde. / Reportaje Gráfico: Erasmo Fenoy
Paco Guerrero

30 de junio 2018 - 01:38

Algeciras/Grande José Tomás. Insuperable Perera. La tarde se bañó de esa grandeza que el toreo imprime a sus tardes importantes y hasta en ella cabe un indulto a un gran toros de Jandilla, del que se podrán discutir detalles y opiniones en tertulias y bares pero no en la plaza porque el flamear de pañuelos blancos fue unánime para que el presidente sacara el pañuelo naranja en plena apoteosis de un Miguel Ángel Perera que tuvo arrestos y gallardía para sobreponerse a ese ambiente tomasista previo y que el de Galapagar se había encargado de proclamar en todas su justeza con una faena de las que pellizcan el alma. Toda suavidad para un cuvillo que derrochó clase, bravura y nobleza dejando esculpir al madrileño el primero de los actos grandiosos que tendría después esta última de abono.

Primorosa obra de arte en la que José Tomás fue amoldando un toreo de exquisitez suprema en un ralentí que ya no admitía más suavidad porque entonces se hubiese parado todo. Cinco minutos había tardado en poner de pie a todo el tendido cuando el capote viajó casi con tacto de seda para embarcar la clase del que derrochó de ese toro que abrió plaza.

Quieto como una estatua el torero, derramando clase el bravo toro de El Grullo, las series se dejaron llegar con un temple de mucha exquisitez. Mejor por la diestra, tras un trincherazo que devolvió de nuevo la pasión a un tendido entregado al ole cada vez que el toro cubría en toda su extensión el trazo que marcaba la muleta del torero. Asentado, quieto, inmóvil. El toreo girando sobre el maestro en un palmo de terreno inverosímil. Dos orejas llegaron después de que la espada se asentara sobre el morrillo algo desprendida. Pesó más todo el conjunto que el detalle y el tendido ganó la batalla.

La brutal dimensión de un Perera arrollador la otorga el sobreponerse a todo ese ambiente que arrollaba la tarde. La cimentó ante su primero en una labor donde los pitones arrancaron seda de la taleguilla. Faena rotunda y maciza. De marcar territorio desmenuzando las series con la zurda ante una embestida exigente y dura. Honesto y valiente, Perera disputó a milímetros de los pitones tres series de mucha raza y clase que se fraguó en una oreja de importancia dentro del contexto del festejo.

Estaba por llegar ese premio que en forma de toro cuajado, serio, bravo y de preciosa lámina le brindaría el sorteo. Porque Libélula, un negro mulato de Jandilla marcado con el numero 95 en el costillar, le brindó al extremeño la posibilidad de cimentar una de las faenas más apasionantes de la Feria.

El conjunto sobre el albero pellizcó de veras al tendido que a cada serie de Perera explotaba incrédulo de por dónde enganchaba una y y otra vez al toro. Una borrachera de toreo de la que el jandilla salió indemne por bravura y clase. Más aun el torero que en ese tramo final de faena con la ayuda arrojada sobre el albero enjaretó un interminable carrusel de toreo con la muleta en la zurda hasta que el tendido se le rindió incondicionalmente. De ahí al pañolazo naranja del palco solo cabe el éxtasis de una plaza atónita ante la tarde que iba llegando.

No tuvo demasiado toro José Tomás en ese que hizo tercero aunque destaca ese quite impávido, inmóvil sobre el platillo de la plaza disputándole el terreno a un toro que en esos compases aún tenía alegría en su viaje. Pero la persiana de la casta se agotaría pronto y por terrenos de chiqueros habría de llegar el intento voluntarioso del madrileño por concretar algo más que llevarse a la boca.

El quinto sin embargo prestó un viaje emocionante por su poder pero exento de clase para tragarse la faena que necesitaba José Tomás para volver a encender toda la luz del triunfo. Por los dos pitones llegaron los intentos pero nunca terminó el cuvillo de entregar una embestida con ritmo y clase. El remate de una serie de manoletinas jugándose el tipo dejó encendida la luz que después apagaría el mal uso de la espada.

A Perera le quedaba el sexto y desde la grandeza del triunfo rotundo llegó ese brindis al compañero de terna. De torero a torero. En la intimidad y en la grandeza de la victoria también ahí Perera rindió al coso de Las Palomas, arrancado en una de las ovaciones más cálidas que tuvo la tarde.

Faena digna, normal dentro del poderío que Perera esgrime en cada lidia, pero a esas alturas de la tarde la plaza ya se había quedado callada, quieta, sujeta de esa emoción contínua en la que ayer sumieron José Tomás y Perera a una feria que ya es historia. Historia grande, por cierto.

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